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La Divina Misericordia
Artículo publicado en la Revista CRISTIANDAD
de Barcelona, núm. 897, de abril de 2006
y de nuevo en la Revista CRISTIANDAD de Barcelona Año
LXX - Núm. 983-984 Junio-Julio 2013, págs. 28-31
JOSÉ M.ª PETIT SULLÁ (19402007)
La fiesta de la Divina Misericordia y el Diario de santa Faustina Kowalska
Desde el pasado 30 de abril de 2000, por disposición del papa Juan Pablo II cuyo primer aniversario acabamos de conmemorar , la Iglesia celebra el primer domingo después de Pascua la fiesta de la Divina Misericordia.
En el centro de la liturgia de la misa propia de este segundo domingo de Pascua, en tanto que tiempo pascual, se halla la narración evangélica, que en todos los ciclos es la de san Juan, de la gran aparición de Jesús resucitado a todos sus discípulos. Primero sin Tomás y después con él.
Pero la misa tiene bien presente la fiesta de la misericordia divina cuando comienza con la expresa mención de la misericordia de Dios, particularmente en su primera oración que comienza con las palabras «Dios de misericordia infinita...». Deliberadamente recoge esta oración los elementos del espíritu y del bautismo es decir, del agua santificadora y de la sangre redentora, en una clara alusión a los símbolos de la imagen que se apareció a Faustina, los rayos que simbolizan la sangre y el agua salidos del Corazón de Cristo como expresión de su misericordia. Y el salmo responsorial propio de este día reza así: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia».1
1. Salmo 117.
La Iglesia, pues, ha dispuesto que este domingo, sin dejar de pertenecer por completo al tiempo pascual, se haga eco expreso de la misericordia divina.
La institución de esta fiesta responde a la petición de Nuestro Señor reiteradamente manifestada a su «secretaria» como la llamaba el propio Jesús2
2. «Tú eres la secretaria de mi misericordia; te he escogido para este cargo en ésta y en la vida futura» (Diario de santa María Faustina Kowalska, núm. 1605, Marian Press, Stockbridge, MA 01263, USA, 2005).
sor Faustina Kowalska del Santísimo Sacramento, monja de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia. Sor Faustina fue beatificada en 1993 y canonizada en el año 2000 justamente el primer domingo después de Pascua por el propio papa Juan Pablo II.
Para la plena aceptación de esta devoción hubo que superar primero algunas reticencias y confusiones. Fue, en efecto, el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla quien, aprovechando sus estancias en Roma con ocasión del concilio, consiguió abrir paso a una devoción que había sido puesta en cuarentena por el Santo Oficio en un decreto de 1959. En Wojtyla, como en todos los polacos, había calado muy hondo la devoción propagada de modo insistente por sor Faustina, fallecida en 1938, a los treinta y tres años, y cuya fama de santidad se extendió rápidamente, de modo especial a partir de la publicación íntegra y correcta de su célebre Diario «La Divina Misericordia en mi alma». Poco o nada conocida fuera de su patria, en muchos sentidos estos cuadernos recordarían el Diario de un alma de santa Teresita, con la que guarda tantas afinidades, si no de estilo sí de contenido, tal como reza el comienzo mismo del manuscrito A:
«Sólo pretendo una cosa: comenzar a cantar lo que un día repetiré por toda la eternidad: ¡¡¡Las misericordias del Señor!!!».
Es notable advertir que la congregación religiosa en la que entró Faustina y perseveró hasta su muerte no era una orden contemplativa sino más bien activa, dedicada a la enseñanza de chicas problemáticas. Pero los escrúpulos que ella sintió de no tener suficiente tiempo para dedicarlo a la oración fueron resueltos por el propio Jesús que expresamente e incluso con severidad le advirtió de no abandonar esta congregación. La única razón plausible es precisamente el título de la misma, que hace expresa mención de la Misericordia divina.
El Diario es una narración, escrita en los últimos tres años de su corta vida por expreso mandato de sus directores espirituales.
3. Fueron concretamente dos: el padre Miguel Sopócko y el padre José Andrasz, S.I., director del Apostolado de la Oración.
En él se desgranan en un estilo muy sobrio los pensamientos y reflexiones de la santa que dialoga interiormente y a veces exteriormente con visión de Jesús con el Maestro que reiteradamente se le muestra y le habla. Ella tiene especial cuidado de referir como verdadera «secretaria»- las mismas palabras de Jesús.
Como dice el arzobispo, después nombrado cardenal, Andrzej M. Deskur, en la introducción a la primera edición del Diario en polaco (1980), «las enseñanzas teológicas expuestas en el Diario no dejan en el lector la menor duda de que son de carácter extraordinario». No pueden venir en modo alguno de los conocimientos humanos de la santa. La formación de Faustina era muy elemental, pues ni siquiera llegó a tener en el convento más oficios que los propios de una hermana lega: portería, despensa, jardinera, etc., pero la doctrina expuesta coincide con la de los más grandes doctores de la Iglesia. Más aún, el diario de esta alma mística hace llegar al mundo entero de forma práctica y acuciante el mensaje de la divina misericordia que de otro modo podría fácilmente quedar en el olvido, pues no todos los teólogos o predicadores saben entrar en estas consideraciones espirituales. Y, en muchos casos, ni siquiera conocen tampoco las ricas enseñanzas que se hallan en la Iglesia como patrimonio de la misma.
La Divina Misericordia y el Corazón de Jesús
Evidentemente esta devoción no es nueva en el sentido de una novedad absoluta. Más aún, no es más que un aspecto, sin duda esencial, de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús tal como la dio a conocer de parte del Señor santa Margarita Mª Alacoque del que brota la divina misericordia. Un solo texto, entre los muchos del Diario, bastará para mostrar la íntima conexión entre ambas devociones. Al comienzo de una larga confidencia le dijo Nuestro Señor: «Has de saber, hija mía, que mi Corazón es la Misericordia misma».4
4. Diario, 1777.
Y, recogiendo esta confidencia, escribe Faustina una de sus «letanías»: «Misericordia divina que manó de la herida abierta del Corazón de Jesús».5
5. Íbid, 949.
Algunos han querido separar ambas devociones llevados por una apreciación parcial, sea a favor de una u otra devoción. Un supuesto argumento más material que formal y espiritual se basa en que la imagen de la Misericordia divina no contiene el Sagrado Corazón de Jesús. Pero una cosa es el énfasis de esta devoción, que es la divina Misericordia, y otra la fuente de la misma que no es otra que el Sagrado Corazón de Jesús. Es constante y aún reiterada la opinión de santa Faustina. Justamente, en una ocasión «ve» la imagen de la divina Misericordia envolviendo a un enfermo agonizante. Hay que tener presente que los agonizantes son el objeto especial de esta devoción. Pues bien, es así como lo narra la santa: «Mientras rezaba la coronilla, vi a Jesús tal y como está pintado en la imagen. Los rayos que salieron del Corazón de Jesús envolvieron al enfermo y las fuerzas de las tinieblas huyeron en pánico. El enfermo expiró sereno».6
6. Íbid, 1565.
No le cabía ninguna duda a Faustina de que los rayos «salieron del Corazón de Jesús», incluso «viendo» la imagen que ella tuvo el encargo de dar a conocer. Ya es bien conocida esta imagen, revelada por nuestro Señor el 22 de febrero de 1931, con los rayos rojos y claros que salen de su pecho, al pie de la cual se halla el lema tan característico de la devoción al Corazón de Jesús «Jesús en ti confío». Bástenos ahora recordar su origen, su significado y el expreso deseo de Jesús de que se instituya esta nueva fiesta con las mismas palabras del Señor a sor Faustina: «Los dos rayos significan la sangre y el agua. El rayo pálido simboliza el agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la sangre que es la vida de las almas...
»Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de mi misericordia cuando mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza.
»Estos rayos protegen a las almas de la indignación de mi Padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios. Deseo que el primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la fiesta de la Misericordia».7
7. Íbid, 299.
La consideración de algunas de sus enseñanzas más explícitas y reiteradas, tal como se hallan en el Diario, invitan a una seria reflexión sobre la realidad de la misericordia divina. No se trata de piadosas exageraciones de la santa sino de rigurosas enseñanzas de origen claramente sobrenatural.
Podemos considerar brevemente algunas de las que podemos llamar «letanías de la Divina Misericordia» insertas en su Diario el 12 de febrero de 1937 y que ella propone como «consideraciones» para que los hombres no duden nunca de la realidad y eficacia de la misericordia divina. Se trata de treinta y cinco letanías que comienzan todas con las palabras «Misericordia divina». Están presididas por un lema que reza así: «El Amor de Dios es la flor y la Misericordia es el fruto».8
8. Íbid, 949. En este mismo número del Diario está agrupadas todas estas consideraciones que tienen la forma de unas letanías.
Ahora bien, más allá de la belleza poética de la metáfora, esto es precisamente lo que enseña santo Tomás cuando escribe de modo más sobriamente filosófico que «la misericordia es efecto de la caridad».9
9. S.Th., II-II, q. 32, a. 1.
La flor es bella pero se ordena al fruto que le sigue. Así el amor se ha de concretar en misericordia porque la realidad del ser amado, con todos sus defectos, necesita ser amado con la nota de la misericordia.
Como escribió el propio papa Juan Pablo II en su encíclica sobre la divina Misericordia: «De este modo, la misericordia se contrapone en cierto sentido a la justicia divina y se revela en multitud de casos no sólo más poderosa, sino también más profunda que ella».10
10. Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 4.
La misericordia divina en la Suma teológica
Ahora bien, ésta es la expresa enseñanza de santo Tomás en la Suma teológica: la misericordia es la extraordinaria manifestación de la omnipotencia divina, aunque no menciona la encíclica la Suma teológica. Más aún, como veremos más adelante, para el santo aquinate la misericordia divina es «la primera raíz de todas las obras de Dios». En la parte de la Suma teológica que trata de las virtudes se pregunta el santo doctor si la misericordia es la virtud suprema o está por encima de ella la virtud del amor. La misericordia significa en el plano meramente racional el compadecernos de los defectos o males del otro, como si fuesen nuestros. Por tanto, el amor, en tanto que virtud teologal, esto es, que mira directamente a Dios, es la virtud suprema para los hombres. En Dios, en tanto que Dios, no hay defecto alguno que pueda movernos a compadecernos de Él. Pero para el propio Dios, que no tiene a nadie más excelente que Él a quien amar, es la virtud suprema y por ello hay que decir, concluye santo Tomás, que es «propio de Dios tener misericordia y se dice que en ella se manifiesta de manera extraordinaria su omnipotencia».11
11. «Maxime eius omnipotentia manifestari». (Tomás de Aquino, Suma teológica, II-II, q. 30, a. 4 in c).
Y por ello también para el mismo hombre en tanto que usa de misericordia con su prójimo «la virtud más excelente es la misericordia y su acto es también el mejor».12
12. Íbid.
Volvamos a otras de las consideraciones de sor Faustina. Una de las primeras «letanías» es digna de recordarse por su audacia: «Misericordia divina, supremo atributo de Dios, en ti confío».13
13. Todas las letanías se hallan en el mismo número del Diario. Ésta, en concreto, se repite en el número 951 «Oh, supremo atributo de Dios todopoderoso»
Afirma, pues, la supremacía de la misericordia sobre cualquier otro atributo divino. Y a la Misericordia divina la llama también «corona de todas las obras de Dios». E incluso añade, en otra de estas audaces consideraciones, «Misericordia divina, asombro para los ángeles, incomprensible para los santos». Podríamos decirle a santa Faustina que no había sido suficientemente instruida en las enseñanzas de santo Tomás de Aquino. Pero esto hay que atribuirlo más a los teólogos de su tiempo que a ella misma. Quizá también santo Tomás o san Agustín sentirían esto más por místicos que por teólogos. En cualquier caso, es de señalar que también santo Tomás afirma que la misericordia es la suprema de todas las virtudes divinas.
Quizá resulte más sorprendente todavía aquella consideración que escribe santa Faustina: «Misericordia Divina, que de la nada nos llamó a la existencia». ¿Qué es lo que hace más original a esta letanía? Sin duda el hecho de que pone a la misericordia divina, suprema de las virtudes de Dios, en el origen no ya de nuestro perdón sino de nuestra misma existencia. Antes de la redención del hombre, antes, por tanto, de su pecado aparece la misericordia divina como siendo quien nos hizo existir.
Es teológicamente claro que la causa de nuestra existencia es el amor de Dios hacia aquellos que no existiendo todavía ya los ama en tanto que en su mente divina y en su conocimiento inmutable los conoce desde la eternidad. A la luz de esta verdad podría parecer que la invocación de santa Faustina es piadosa pero algo exagerada o imprecisa. Bastaría, en este sentido, decir que la causa de nuestra existencia es el amor de Dios. Sin embargo, la doctrina de que la misericordia divina está en el origen del amor de Dios hacia todas sus criaturas, aunque quizá no sean tampoco bien conocidos estos textos puede hallarse plenamente en santo Tomás.
En la cuestión 20 de la primera parte de la Suma afirma que «algo tiene ser o algún bien en cuanto es querido por Dios».14
14. S.Th., I, q. 20, a.2.
Ahora bien, al comunicar su bondad a las criaturas Dios lo hace, dice santo Tomás en la cuestión 21, no sólo por bondad sino también con justicia, liberalidad y misericordia. Y así escribe que «transmitir perfección pertenece a la bondad».15
15. Íbid., q. 21, a. 3.
Pero las distintas perfecciones otorgadas a las cosas han sido comunicadas según «la justicia», esto es, con la debida «proporción de cada perfección». Pero además estas perfecciones no le reportan a Él «ninguna utilidad» y ello se debe a la virtud divina de «la liberalidad». Y finalmente la bondad creadora ha actuado con la virtud de «la misericordia», en tanto que ha querido que en el ser creado las perfecciones comunicadas «excluyeran cualquier defecto». Así pues, las tres virtudes de justicia, liberalidad y misericordia han estado presentes y han actuado en el origen de la creación. Esta misericordia es claro que toma la forma de una previsión, esto es, de no permitir defecto alguno en el ser creado, no sólo por consideración a su propia esencia, que es la perfección misma, sino en atención a la criatura creada. Y, naturalmente, esta misericordia cobra su propio sentido si se aplica a los seres racionales que sufrirían de algún modo cualquier defecto propio.
Más lejos van las consideraciones de santo Tomás al plantearse la relación entre la justicia y la misericordia. Este es, desde luego, el punto capital objeto del mensaje transmitido por santa Faustina. ¿Es anterior la justicia a la misericordia? ¿Es la justicia la virtud divina que se ha de salvar íntegramente y por ello la misericordia sólo puede actuar después de salvada la justicia? La respuesta tomista se halla en el artículo siguiente.
Después de decir que en todo lo que Dios obra ha de haber justicia añade: «Por lo demás, la obra de la justicia divina presupone la obra de la misericordia y en ella se funda».16
16. Íbid., a. 4. El latín dice expresamente «et in eo fundatur». Nos permitimos subrayar la frase porque en la edición bilingüe de la BAC se olvidaron de transcribirla en el castellano (cf. Suma teológica, bilingüe, 2ª ed. 1957, pág. 550). Este error ha sido subsanado en la edición de 1988 realizada juntamente con «Provincias Dominicanas», a la que he accedido tal como puede verse en la versión informática en compact disc Vinfra S.A., Serafín Gómez, 4 28019 Madrid (sin fecha).
La misericordia es, pues, fundamento de la justicia. Y concluye: «De este modo, en cualquier obra de Dios aparece la misericordia como primera raíz.17
17. «Primam radicem». También las traducciones castellanas olvidan el adjetivo «primera» que califica a la raíz, al referirse a la misericordia. El error, en este caso, persiste en la edición de 1988 mencionada. No basta decir que la misericordia está en la raíz de cualquier obra de Dios cuando santo Tomás escribió «la primera raíz». La cuestión estriba precisamente en la primacía de la misericordia sobre la justicia.
Y su eficacia se mantiene en todo, incluso con más fuerza, como la causa primera, que actúa con más fuerza que la causa segunda».18
18. Íbid., a. 4.
La misericordia es la primera raíz de cualquier obra divina y, en este sentido, el modo de obrar de Dios parte de su misericordia y preside todas sus acciones.
No parece que esta doctrina sea muy conocida, y acontece que no sólo nos sorprende santa Faustina sino que también nos sorprende el mismo santo Tomás. Santa Faustina lo afirma y lo reafirma por experiencia y, sobre todo, por la comunicación extraordinaria del mismo Jesús. Pero santo Tomás la justifica con su visión teológica que sabe aunar la reflexión filosófica con las reiteradas enseñanzas bíblicas.19
19. Son innumerables los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Y no sólo afirman la misericordia sino que la igualan a su omnipotencia y la ponen por encima de toda dimensión de lo creado. Comparada con la justicia la supera: «La misericordia aventaja al juicio» (Sant 2, 13).
¿Qué razones expone santo Tomás para sostener esta doctrina, tan audaz y tan coincidente con la de santa Faustina? La respuesta que da santo Tomás se funda en que la justicia consiste en dar a la criatura con la debida proporción, según ha dicho en el artículo anterior. Ahora bien ¿qué proporción puede haber antes de la misma existencia de la criatura? La justicia es ciertamente debida, pero ha de presuponer lo que existe y exige ser de tal proporción. La liberalidad sólo pone la ausencia de todo egoísmo por parte de Dios. Comunica por su mismo amor sin esperar recibir nada de lo creado. Es la virtud de la misericordia la que condiciona, por decirlo así, la liberalidad y la justicia. La misericordia es, en palabras de santo Tomás, la que hace que a alguna criatura las cosas que le sean debidas por la justicia las dispense Dios con mayor largueza «por la abundancia de su bondad».20
20. «Deus, ex abundantia suae bonitatis, largius dispensat quam exigat proportio rei». La traducción de la edición de 1988 olvida la expresión latina completa «ex abundantia suae bonitatis» y traduce simplemente «por su misma bondad». No menciona en absoluto la «abundancia de su bondad». Ahora bien, ¿cómo definir la misericordia desde un punto de vista ontológico más que formal sino como una «abundancia de la bondad»?
La misericordia, como primera raíz de todo acto divino, hace que el fundamento de todo lo que Él hace sea su misma bondad, de manera que las cosas son «debidas» en la medida en que su misericordia «desea» esta sobreabundancia en lo creado. Como todo lo que Dios obra ha de ser por justicia y la justicia consiste en una debida proporción no se llegaría nunca a un primer fundamento ontológico, puesto que nada preexiste a los actos divinos. Habría una regresión hasta el infinito y no daríamos nunca con un primer fundamento. Por ello, dice santo Tomás, «como no se puede proceder hasta el infinito conviene llegar a algo que dependa de la sola bondad de la divina voluntad la cual es el último fin».
Si santo Tomás nos ha ayudado a entender la primacía de la misericordia divina es menester volver y terminar con santa Faustina. Es imposible resumir toda la doctrina que contiene el Diario de nuestra santa, centrada toda ella y no resulta reiterativo en la misericordia divina. De muy diferentes maneras, a veces de modo más doctrinal, a veces de modo más narrativo y autobiográfico, son muchos los pasajes de esta obra larga y grande en profundidad que nos enseñan dulcemente lo que es la misericordia de Dios, que brota de su compasivo Corazón. Sólo le duele nuestra desconfianza; sólo le duele que pensemos que ha agotado su misericordia; sólo le duele que no nos acerquemos más a ella. En un «diálogo entre Dios misericordioso y el alma desesperada», que Faustina escribe en el último año de su vida, leemos lo siguiente: «Has de saber, oh alma, que todos tus pecados no han herido tan dolorosamente mi Corazón como tu actual desconfianza».21
21. Diario, 1486.
Podemos concluir con unas palabras de Jesús relativas a la patria de Faustina Kowalska de claro contenido profético, aunque condicionado. Escribe ella que mientras rezaba por Polonia oyó estas palabras: «He amado a Polonia de modo especial y si obedece mi voluntad, la enalteceré en poder y santidad. De ella saldrá una chispa que preparará el mundo para mi última venida».22
22. Íbid, 1732.