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El carisma doctoral de Santa Teresita del Niño Jesús y la vocación apostólica de Schola Cordis Iesu
Francisco Canals. CRISTIANDAD. Barcelona. Octubre de 2003
La declaración de un santo como doctor de la Iglesia tiene un sentido completamente heterogéneo con el reconocimiento de una eminente categoría en el orden de la ciencia teológica o de los saberes humanos que la doctrina sagrada incorpora y utiliza. La declaración del doctorado de la Iglesia no tiene analogía con las más eminentes distinciones académicas o artísticas; no es algo así como un premio Nobel o un óscar cinematográfico.
Comentaba Juan Pablo II en la celebración eucarística celebrada en la basílica de San Pedro el 19 de octubre de 1997 que cuando el Magisterio proclama a alguien doctor de la Iglesia señala un punto de referencia no solo porque es conforme su doctrina a la verdad revelada, sino porque aporta nueva luz sobre los misterios de la fe y una más profunda comprensión del misterio de Cristo.
En la Iglesia crece por la asistencia del Espíritu Santo la comprensión del depositum fidei y a ello no contribuye sólo el estudio teológico, ni siquiera la enseñanza cierta de la verdad por el Magisterio, sino también la profunda inteligencia de las cosas espirituales dada con riqueza y diversidad de dones a quienes se han dejado guiar dócilmente por el Espíritu de Dios. Por los santos es Dios mismo quien nos habla y por eso para profundizar en los misterios divinos, siempre mayores que los saberes humanos, tiene un valor especial la experiencia espiritual de los santos.
No es casual que la Iglesia otorgue el título de doctor sólo a quienes previamente haya canonizado, es decir, declarado su santidad, propuesta como ejemplo a los cristianos.
Decía allí mismo Juan Pablo II que Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es la más joven entre los doctores de la Iglesia, pero que en sus escritos expresa comprensiones de la fe tan vastas y profundas que merece un lugar entre los grandes maestros espirituales.
La singularidad del magisterio doctoral de la santa carmelita está conexa con la juventud de quien terminó su vida y su tarea en la tierra a los veinticuatro años y con pequeñez que ella ponderaba siempre con misteriosa sinceridad: «Yo no soy una santa, soy un alma pequeña a la que Dios ha colmado de gracias. En el cielo veréis que es verdad lo que digo». Así hablaba en su lecho de muerte a sus hermanas.
El entonces cardenal Pacelli, el futuro Pío XII, al inaugurarse la basílica de Lisieux aludía al genio fascinante de Agustín, a la sabiduría luminosa de Tomás de Aquino, al poema divino que es la vida de Francisco de Asís por el que Dios hecho hombre ha sido más amado, por su ejemplo de millones de hombres y mujeres, y notaba que «una carmelita enclaustrada apenas llegada a la mayoría de edad, en menos de medio siglo ha conquistado innumerables legiones de discípulos. Niños parecen en su escuela los doctores de la Ley. El Papa la ha glorificado y la invoca a diario con humildes súplicas, y al presente millones de almas de todos los continentes han sentido en su vida interior la influencia benéfica del librito de La historia de un alma.
El propio Pío XII ponía en el núcleo de su mensaje el texto evangélico: «Si no os hiciereis como niños no entraréis en el reino de los cielos». Que la infancia espiritual no es el infantilismo ni la inmadurez de la infancia humana es algo de lo que era muy consciente Teresa del Niño Jesús al agradecer a Dios el haberla librado de los «defectos de la infancia» con la gracia de la Navidad que ella llama su conversión, y por la que dice «entró en mí la caridad y con ella la necesidad de olvidarme por siempre de mí misma para pensar en los otros y desde entonces soy feliz». Pero la analogía -semejanza y diversidad- entre la infancia humana y la infancia espiritual consiste precisamente en que la maduración en la vida cristiana a que llegamos por este camino evangélico nos hace ser cada vez más conscientes de no poder nada por nosotros mismos, y sentir nuestra impotencia como una disponibilidad para dejarnos conducir, como por un divino ascensor, por los brazos paternos de Dios.
Es un tesoro nuevo y antiguo el que nos descubre el singular mensaje nuevo de la doctora santa Teresita del Niño Jesús: es la confianza, y nada más que la confianza, la que debe conducirnos al amor. El sentimiento de nuestra debilidad e impotencia es el misterioso camino por el que nos lleva la gracia paternal de Dios a poner únicamente en Él toda nuestra confianza.
Santa Teresita sentía que la vocación universal a la santidad no es un estímulo para que pongamos nuestro corazón en el progreso en cualidades humanas; es para ella una exhortación decisiva la que dirige a su hermana María del Sagrado Corazón al advertirle con cariñosa efusión fraterna: «si no me comprendéis es porque sois un alma demasiado grande», para exhortarla así: «Quedémonos siempre lejos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez y Dios mismo vendrá a buscarnos, por lejos que estemos». Santa Teresita sintió la vocación de llamar a la santidad a «una legión de almas pequeñas». El Padre Orlandis decía que por su mensaje, que Pío XII calificaba como «redescubrimiento del Evangelio», había querido Dios inaugurar una nueva época en el pueblo cristiano, que definía como la de la «democracia en la santidad»; quería decir: la santidad para todos, alcanzada por la pobreza y la sencillez, en la que se manifestarían plenamente los divinos mensajes de misericordia de quien «no había venido a llamar a justos sino a pecadores» y de quien ya en el Antiguo Testamento invitaba: «Si alguno es pequeñito, venga a mí».
El mensaje de la infancia espiritual y de la entrega confiada al amor misericordioso del Corazón de Jesús estaba en el núcleo del carisma apostólico del Padre Orlandis e inspiró su tarea apostólica que fructificaría en la fundación de Schola Cordis Iesu como sección el Apostolado de la Oración.
Podrá encontrar el lector en este mismo número de Cristiandad el testimonio de la convicción del Padre Orlandis de la sabiduría doctoral de Santa Teresita, dado por el padre Roberto Cayuela. También encontrará el hecho alentador de que se ha escrito ya autorizadamente y en el seno del Apostolado de la Oración sobre la congruencia de poner esta obra apostólica bajo el patrocinio de santa Teresa del Niño Jesús.
Creo que confirma plenamente esto el que santa Teresita dijera:
«Quiero ser hija de la Iglesia como nuestra madre Santa Teresa y rogar por todas las intenciones del Vicario de Jesucristo, que abarcan el universo. Tal es el fin general de mi vida».
Santa Teresita dice también estar convencida de que «el celo de una carmelita ha de abarcar todo el mundo».
La expectación del patrocinio de Santa Teresita del Niño Jesús sobre el Apostolado de la Oración y la próxima presencia en Barcelona de las reliquias de la santa doctora, los días 14 y 15 de diciembre, nos han de estimular, a quienes hemos sido formados en su escuela espiritual en Schola Cordis Iesu, a vivir su espiritualidad y sus actividades apostólicas con anhelo de universal difusión de todo cuanto recibimos en ella como fruto del magisterio del Padre Orlandis y bajo la protección providente de Santa Teresita del Niño Jesús, que el Padre Orlandis sentía, al modo de Pío XI, como «la estrella» de su apostolado.