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San Justino el Filósofo, Padre de la Iglesia, mártir (100-165)

Escribe Canals (El reino mesiánico, Cristiandad. Barcelona. 1969)

El tema secular de la polémica entre "los judíos", hijos del pueblo escogido que había recibido la promesa del Mesías y que no recibieron su advenimiento, y los cristianos, los que creemos que Jesús de Nazaret, hijo de María Virgen, es el Mesías prometido a Israel, el Hijo de Dios Salvador del mundo, ha sido el del cumplimiento de las profecías mesiánicas. Para el judío creyente en la Ley y en los Profetas, y que en nombre de ellos niega que Jesús sea el Rey Mesías, el argumento de su incredulidad fue siempre el de que por Jesús de Nazaret no han venido a Israel y las naciones los bienes profetizados como signo y fruto del advenimiento.
Leemos en el profeta Miqueas:

"Acontecerá en los últimos tiempos que el monte de la casa de Yahveh será constituido por cabeza de todos los montes; más alto que todo collado, los pueblos correrán a él; muchas naciones vendrán y dirán: venid, subamos al monte de Yahveh, a la casa del Dios de Jacob; nos enseñará sus caminos, andaremos por sus sendas, porque la Ley saldrá de Sión, la palabra de Yahveh saldrá de Jerusalén; y juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a las naciones fuertes hasta muy lejos, y convertirán las gentes sus espadas en azadones, sus lanzas en hoces. Ninguna nación alzará la espada contra otra; ya no se ensayarán para la guerra; cada uno se sentará debajo de su vid y debajo de su higuera y no habrá quien amedrente porque la boca de Yahveh de los ejércitos así lo ha dicho. Bien que todos los pueblos anduvieren cada uno en el nombre de sus dioses, nosotros andaremos en el nombre de Yahveh, nuestro Dios para siempre y eternamente."

y en Isaías:

"Saldrá una vara del tronco de Jesé, un vástago retoñará de su raíz y sobre El reposará el espíritu de Yahveh, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor de Yahveh, y hará entender diligente en el temor de Yahveh, no juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oyeren sus oídos, sino que juzgará con justicia a los pobres y argüirá con equidad para los mansos sobre la tierra, y herirá la tierra con la vara de su boca, con el espíritu de sus labios matará al impío y será la justicia cinto de sus lomos y la fidelidad ceñidor de sus riñones; morará el lobo con el cordero y el tigre con el cabrito se acostará, el becerro y el león y la bestia doméstica dormirán juntos y un niño los podrá pastorear; la vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas, y el león comerá paja como el buey y el niño de teta se entretendrá sobre la cueva del aspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna del basilisco; no harán mal ni dañarán en todo mi santo monte, porque la tierra estará llena del conocimiento de Yahveh como el mar cubierto por las aguas; y acontecerá que la raíz de Jesé será puesta como enseña sobre las naciones y buscada por todas las gentes; acontecerá que Jahveh tornará a tomar otra vez su mano para reunir las reliquias de su pueblo de Asur, de Egipto, de Partia, de Etiopía y de Persia, de Caldea, de Jamat y de las Islas; juntará los desterrados de Israel y los reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro cantones de la tierra."

A los judíos es prometida la reunión del Israel disperso, la liberación de Israel y del mundo entero de las guerras, de la opresión, de la tiranía, la justicia para los pobres y los mansos; todo el mundo, como está el mar lleno de agua, lleno de conocimiento de Yahveh; todas las naciones buscando en Jerusalén la Ley salvadora de Dios, la paz mesiánica, los bienes mesiánicos;las naciones viendo en Israel brillar la bendición de Yahweh, todos los ídolos de las gentes, hundidos, derribados por la manifestación del rey Mesías. Esto es lo que los profetas anunciaban.
También anunciaban un siervo sufriente, rechazado por su pueblo, también anunciaban que el pueblo rechazaría y sería reprobado, dejaría de ser pueblo; también anunciaban que el pueblo que Dios buscaba quedaría rechazado y que las naciones que no le buscaban serían ahora el pueblo de Dios. Pero también anunciaban esto que acabamos de leer. ¿Es muy extraño que el pueblo de Israel considerase que el advenimiento del Mesías tenía que ser la bendición para Israel? ¿Es muy extraño que pudiese preguntar a los cristianos si acaso Jesús de Nazaret había hecho desaparecer las guerras entre las naciones o había hecho desaparecer toda tiranía y opresión en el mundo?

* * *

Este es el tema de los judíos con los cristianos. En el siglo II, San Justino el Filósofo nos lo refiere en su diálogo. El judío Trifón le arguye a Justino que los cristianos han abandonado a Dios para adorar a un hombre, a Jesús; que han abandonado la Ley de Yahveh. Justino comienza por vindicarse de la acusación de que los cristianos no adoran al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y dice:

"Reconocemos que no hay otro Dios que el que creó el universo, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacoh, nos consideramos linaje israelítico, hijos de Judá, de Jacob, de Isaac y de Abraham, a quien Dios cuando le llamó -dice el cristiano al judío- le prometió que sería padre de muchas naciones. Nosotros somos este linaje de Abraham."

Pero Trifón, el judío, le replica:

"Pero vamos a ver, dime, ¿reconocéis vosotros que Jerusalén será restaurada, que vuestro pueblo se congregará; esperáis triunfar juntamente con los Patriarcas y Profetas, los que fueron de nuestro linaje, los que se juntaron con nosotros antes de que viniese vuestro Cristo?"

Y le dice:

"¿no será que para aparentar que nos superáis en las controversias os refugiáis en la aceptación de todo esto?"

Estamos ante el problema central. El judío le dice al cristiano: ¿esperáis vosotros lo que los Profetas anunciaron, o no lo esperáis?
¿Esperan los cristianos lo que anunciaron los Profetas? ¿Esperan la restauración de Israel y la reunión de las naciones con él? ¿Esperan la paz mesiánica? El judío sospecha que para el cristiano son ésas vanas e ilusorias esperanzas del pueblo judío, que veía en el Mesías a quien había de restituir el reino a Israel. Cuando los creyentes en Cristo confiesan que también ellos esperan la conversión de Israel y el cumplimiento de los bienes mesiánicos por la consumación del Reino, sospecha el judío que habla así para no verse obligado a reconocer que vanamente cree en Jesucristo. En el lenguaje del apologista cristiano se patentizaría sólo la argucia hipócrita que disimula la no aceptación del mensaje de los Profetas de Israel.

San Justino replica airadamente:

"No soy tan miserable que diga una cosa sintiendo otra. Yo y otros muchos cristianos así pensamos, de modo que tenemos como absolutamente cierto que así será. Así pues, yo y los cristianos que en todo sienten rectamente sabemos y creemos esto: Creemos en la resurrección de la carne, en la restauración de Jerusalén, la que profetizaron Ezequiel e Isaías y todos los demás Profetas. Pero he reconocido también -añade- que por su parte muchos, incluso del linaje de los cristianos, no reconocen lo que afirma la sentencia pura y piadosa".

"En cuanto a los que se llaman a sí mismo cristianos, pero que son impíos y ateos herejes, te he ya mostrado que en todo sienten impíamente".

Las últimas palabras de San Justino aluden a quienes niegan, con la restauración de Israel y el reino mesiánico, también la resurrección de la carne, la realidad de Cristo encarnado -del Cristo histórico diríamos hoy- y blasfeman del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Son los gnósticos, que se oponían antitéticamente a los cristianos judaizantes, ebionitas y milenaristas: los que, aun aceptando la fe en Cristo, deformaban la esperanza del segundo advenimiento, reduciendo a Cristo a ser rey de un reino mundano y visible, unívoco con las potestades terrenas.
Para los gnósticos carecía de sentido la Encarnación, pues todo lo que hay sobre la tierra y en el mundo visible es constitutivamente malo, efecto de un principio inferior y "caído", es decir, del Dios de Israel. Cristo no venía sino a liberamos de la naturaleza y de la ley. Los milenaristas esperaban un Cristo y un reino mesiánico, cuyo sentido acertaríamos probablemente a expresar refiriéndonos a la empresa religioso-política de los primeros califas islámicos.

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Catequesis de Benedicto XVI:
San Justino el Filósofo fue “el pionero del encuentro positivo del cristianismo con el pensamiento filosófico”

San Justino, filósofo y mártir, es el más importante entre los Padres apologistas del siglo segundo. Nació entorno al año 100. Fundó una escuela en Roma, donde gratuitamente iniciaba a los alumnos en la nueva religión. Denunciado por este motivo, fue decapitado bajo el reinado de Marco Aurelio.
La palabra “apologista” designa a los antiguos escritores cristianos que se proponían defender el cristianismo naciente de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana exponiendo los contenidos de la fe en un lenguaje comprensible.
En las obras que conservamos, las dos Apologías y el Diálogo con Trifón, ilustra ante todo el proyecto divino de la creación y de la salvación que se cumple en Jesucristo, el Logos, el Verbo de Dios, del que participa todo hombre, como criatura racional. Su primera Apología es una crítica implacable de la religión pagana y de los mitos de entonces.
(Benedicto XVI, Audiencia general, 21.03.2007, resumen de su catequesis hecho por el Santo Padre en español ).

San Justino

Queridos hermanos y hermanas: 

En estas catequesis estamos reflexionando sobre las grandes figuras de la Iglesia primitiva. Hoy hablamos de san Justino, filósofo y mártir, el más importante de los Padres apologistas del siglo II. Con la palabra "apologista" se designa a los antiguos escritores cristianos que se proponían defender la nueva religión de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana de una manera adecuada a la cultura de su tiempo. Así, los apologistas buscan dos finalidades:  una, estrictamente apologética, o sea, defender el cristianismo naciente (apologhía, en griego, significa precisamente "defensa"); y otra, "misionera", o sea, proponer, exponer los contenidos de la fe con un lenguaje y con categorías de pensamiento comprensibles para los contemporáneos.

San Justino nació, alrededor del año 100, en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa; durante mucho tiempo buscó la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega. Por último, como él mismo cuenta en los primeros capítulos de su Diálogo con Trifón, un misterioso personaje, un anciano con el que se encontró en la playa del mar, primero lo confundió, demostrándole la incapacidad del hombre para satisfacer únicamente con sus fuerzas la aspiración a lo divino. Después, le explicó que tenía que acudir a los antiguos profetas para encontrar el camino de Dios y la "verdadera filosofía". Al despedirse, el anciano lo exhortó a la oración, para que se le abrieran las puertas de la luz.

Este relato constituye el episodio crucial de la vida de san Justino:  al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana. Fundó una escuela en Roma, donde iniciaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religión, que consideraba como la verdadera filosofía, pues en ella había encontrado la verdad y, por tanto, el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y decapitado en torno al año 165, en el reinado de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien san Justino había dirigido una de sus Apologías.

Las dos Apologías y el Diálogo con el judío Trifón son las únicas obras que nos quedan de él. En ellas, san Justino quiere ilustrar ante todo el proyecto divino de la creación y de la salvación que se realiza en Jesucristo, el Logos, es decir, el Verbo eterno, la Razón eterna, la Razón creadora. Todo hombre, como criatura racional, participa del Logos, lleva en sí una "semilla" y puede vislumbrar la verdad. Así, el mismo Logos, que se reveló como figura profética a los judíos en la Ley antigua, también se manifestó parcialmente, como en "semillas de verdad", en la filosofía griega. Ahora, concluye san Justino, dado que el cristianismo es la manifestación histórica y personal del Logos en su totalidad, "todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos" (2 Apol. XIII, 4). De este modo, san Justino, aunque critica las contradicciones de la filosofía griega, orienta con decisión hacia el Logos cualquier verdad filosófica, motivando desde el punto de vista racional la singular "pretensión" de verdad y de universalidad de la religión cristiana.

Si el Antiguo Testamento tiende hacia Cristo del mismo modo que una figura se orienta hacia la realidad que significa, también la filosofía griega tiende a Cristo y al Evangelio, como la parte tiende a unirse con el todo. Y dice que estas dos realidades, el Antiguo Testamento y la filosofía griega, son los dos caminos que llevan a Cristo, al Logos. Por este motivo la filosofía griega no puede oponerse a la verdad evangélica, y los cristianos pueden recurrir a ella con confianza, como si se tratara de un bien propio. Por eso, mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II definió a san Justino "un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento":  pues san Justino, "conservando después de la conversión una gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el cristianismo había encontrado "la única filosofía segura y provechosa" (Diálogo con Trifón VIII, 1)" (Fides et ratio, 38).

En conjunto, la figura y la obra de san Justino marcan la decidida opción de la Iglesia antigua por la filosofía, por la razón, más bien que por la religión de los paganos. De hecho, los primeros cristianos no quisieron aceptar nada de la religión pagana. La consideraban idolatría, hasta el punto de que por eso fueron acusados de "impiedad" y de "ateísmo". En particular, san Justino, especialmente en su primera Apología, hizo una crítica implacable de la religión pagana y de sus mitos, que consideraba como "desviaciones" diabólicas en el camino de la verdad.

Sin embargo, la filosofía constituyó el área privilegiada del encuentro entre paganismo, judaísmo y cristianismo, precisamente en el ámbito de la crítica a la religión pagana y a sus falsos mitos. "Nuestra filosofía":  así, de un modo muy explícito, llegó a definir la nueva religión otro apologista contemporáneo de san Justino, el obispo Melitón de Sardes (Historia Eclesiástica, IV, 26, 7).

De hecho, la religión pagana no seguía los caminos del Logos, sino que se empeñaba en seguir los del mito, a pesar de que este, según la filosofía griega, carecía de consistencia en la verdad. Por eso, el ocaso de la religión pagana resultaba inevitable:  era la consecuencia lógica del alejamiento de la religión de la verdad del ser, al reducirse a un conjunto artificial de ceremonias, convenciones y costumbres.

San Justino, y con él los demás apologistas, firmaron la clara toma de posición de la fe cristiana por el Dios de los filósofos contra  los  falsos  dioses de la religión pagana. Era la opción por la verdad del ser contra el mito de la costumbre. Algunas décadas  después  de san Justino, Tertuliano definió esa misma opción de los cristianos con una sentencia lapidaria que sigue siendo  siempre  válida:  "Dominus noster Christus veritatem se, non consuetudinem, cognominavit", "Cristo afirmó que era la verdad, no la costumbre" (De virgin. vel., I, 1).

A este respecto, conviene observar que el término consuetudo, que utiliza Tertuliano para referirse a la religión pagana, en los idiomas modernos se puede traducir con las expresiones "moda cultural", "moda del momento".

En una época como la nuestra, caracterizada por el relativismo en el debate sobre los valores y sobre la religión -así como en el diálogo interreligioso-, esta es una lección que no hay que olvidar. Con esta finalidad -y así concluyo- os vuelvo a citar las últimas palabras del misterioso anciano, con quien se encontró el filósofo Justino a la orilla del mar:  "Tú reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden comprender" (Diálogo con Trifón VII, 3).

© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana

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La misa en el siglo II según san Justino el Filósofo

José María Iraburu InfoCatólica 31 05 2013

San Justino, filósofo samaritano converso, hace una descripción de la Misa que viene a tener la misma estructura que la que hoy vivimos. En su I Apología (año 155) refiere, y cito el texto abreviándolo: «El día que se llama del Sol [el domingo: todavía en inglés, sun-day] se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos. Se leen los recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los Profetas [liturgia de la palabra]. El que preside hace una exhortación [homilía]. Todos en pie, elevamos nuestras preces [preces de los fieles]. Se ofrece el pan y el vino [ofertorio]. El presidente eleva a Dios la acción de gracias, y el pueblo exclama: “Amén” [plegaria eucarística]. Se distribuye a cada uno los alimentos consagrados [comunión]. Y los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente, y él socorre a huérfanos y viudas, a enfermos y necesitados, a los encarcelados y a los forasteros, y así él se constituye en provisor de cuantos se hallan en necesidad [comunicación de bienes y limosnas]. Y celebramos esta reunión general el día del Sol, por ser el día primero, en el que Dios hizo el mundo, y el día también en el que Jesucristo, nuestro Señor, resucitó de entre los muertos, al día siguiente al día de Saturno [sábado]» (67).

Y da San Justino la razón de la comunión de bienes: «Los que antes amábamos por encima de todo el dinero y el acrecentamiento de nuestros bienes, ahora ponemos en común lo que tenemos, y de ello damos parte a todo el que está necesitado. Los que nos odiábamos y matábamos unos a otros, y no compartíamos el hogar con quienes no fueran de nuestra propia raza por la diferencia de costumbres, ahora, después de la aparición de Cristo, vivimos todos juntos, y los que tenemos socorremos a todos los necesitados, y nos asistimos siempre unos a otros» (XIV,2-3; cf. 15,10; 67,1-6). Y el momento más apropiado para realizar esta maravilla de la caridad cristiana es precisamente la Eucaristía.

Antes ha advertido San Justino que no cualquiera puede participar en la Eucaristía. «Este alimento se llama entre nosotros Eucaristía, de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree verdaderas nuestras enseñanzas [creyente fiel], y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración [bautizado], y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó [en gracia de Dios]. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino como la carne y la sangre del mismo Jesús encarnado» (n. 66). Fe - bautismo - estado de gracia: son las mismas exigencias tradicionales de la Iglesia para la comunión eucarística (Código 915-916; Catecismo 1484, 1487).

JMI.-Cáritas tiene una realización local y concreta, según sitios, según gente que la lleva, párroco, etc. tiene un sentido cristiano-religioso mayor, menor o regular, como es normal que así sea. Lo que yo he conocido suele ser de calidad bastante bastante alta.
Lo que no me gusta es la orientación de carteles y revista. Pero eso, claro, no afecta al colaborador de pié, que puede ser re-bueno.
31/05/13 11:57 PM

Hoy, en las Iglesias descristianizadas, la mayoría de las grandes Obras benéficas ha roto con esa tradición grande y santa.

–La secularización reciente de la beneficencia católica es un gran error. Las obras de beneficencia, como todas las demás realidades cristianas, han ido perdiendo en las Iglesias descristianizadas la religiosidad tradicional explícita de sus formas propias. Allí donde se ignora o no se conoce suficientemente que (208) La Iglesia es para la gloria de Dios, (210) que La Iglesia es sagrada, es decir, allí donde han sido (211) Las Iglesias arruinadas por la secularización, se impone en todo, también en las Obras benéficas cristianas, un planteamiento horizontal y naturalista, que lesiona gravemente la naturaleza verdadera de la Iglesia. Y para más INRI, es una planteamiento que nada tiene que ver con la inmensa mayoría de quienes colaboran en esas Obras, cristianos convencidos, que quieren servir a Cristo sirviendo a sus hermanos pobres.

En efecto, la secularización desfigura todas las diversas realidades de la Iglesia: la ascesis, el matrimonio, la familia, el trabajo, el sacerdocio ministerial, la educación y la enseñanza, la actividad política, el arte, hasta la misma liturgia. Y por supuesto, la secularización quita también toda significación abierta de religiosidad en la obras cristianas de beneficencia. De este modo, se ha producido una clara ruptura con las formas propias tradicionales de la beneficencia cristiana. Y en ocasiones, con toda conciencia, se ha llegado a preferir la forma filantrópica del amor fraterno a su plena modalidad caritativa y cristiana. Y se hace norma, establecida al menos tácitamente, no mencionar el nombre de Dios y de su Cristo. Ya recordé hace poco un cartel publicitario de Cáritas de hace ya muchos años: «El amor es del cristiano, la caridad, de la señora marquesa».

–Los que colaboran con Caritas, con Manos Unidas, etc., suelen ser en su gran mayoría cristianos practicantes, que permanecen en la Eucaristía, donde Cristo «se entrega», donde entrega su Cuerpo y su Sangre para la salvación temporal y eterna de los hombres. Y ellos, con más o menos conciencia, pero de hecho siempre, están prolongando en favor de los pobres la entrega de Cristo, movidos por el amor del Crucificado, que dió su vida por nosotros. Suelen ser muchas veces la flor de la parroquia: gente que no está en este mundo para «pasarlo bien», sino que quieren estar en él como Cristo, que «pasó haciendo el bien» (Hch 14,38). Todos ellos –laicos y sacerdotes, religiosos, misioneros–, prestan su abnegado servicio a los necesitados movidos por la caridad sobrenatural evangélica, no por una mera filantropía naturalista, ni por un sentido solamente de justicia.

Suelen organizar su servicio con total honradez –cosa que no puede decirse de «todas» las ONGs– y con un alto nivel de eficacia. No se implican a veces tanto como algunos quisiéramos en causas como la lucha contra el aborto, para salvar en el seno de su madre al niño concebido, ayudando así al más pobre e indefenso de los seres humanos. Pero, en general, estas grandes obras cristianas de beneficencia material hacen un bien inmenso, tanto a sus beneficiarios, como a los que en ellas colaboran. Son sin duda una gloria de la Iglesia Católica, y tanto en la extensión como en la calidad y la diversidad de sus servicios –pobres, parados, inmigrantes, discapacitados, exiliados, enfermos del sida, etc.– son las Obras mayores y mejores que existen actualmente en el mundo.

–Hay, sin embargo, magníficas Asociaciones benéficas cristianas que deberían tener una expresión de Cristo mucho más clara e inteligible. Cáritas y otros organismos semejantes se realizan frecuentemente con una base local en la parroquia o en un centro religioso. Y en cada sitio sus reuniones de trabajo tendrán muy distintas formas, a veces más religiosas o a veces más profanas: dependerá de quienes componen el grupo o del laico o párroco que lo dirige. Pero quizá fuera bueno que adoptasen algún estímulo orante que fuera común. Lo tienen ya algunas Obras.

+Un buen Crucifijo presidiéndolo todo y una estampita con breves oraciones ayudan a dar sentido, unión en la espiritualidad y mérito de vida eterna a las buenas obras que una persona o un grupo hacen en los locales de Cáritas, Manos Unidas, etc. Rezar el Angelus o algunas otras oraciones al comienzo o al final. Por ejemplo:

–En el nombre del Padre… –Padrenuestro –AveMaría – Gloria

–Oremos. Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestros trabajos en N.N., para que nuestras obras comiencen en ti como en su fuente y tiendan siempre a ti, como a su fin. Por nuestro Señor Jesucristo.

V/.–Lo hacemos por Jesús. R/.–Lo hacemos con Jesús y movidos por su gracia.

Ya vale con eso. O con algo semejante. Lo que importa es que los trabajos sean ofrenda a Dios y a los pobres, que sean hechos en el nombre de Jesús, para gloria de Dios y para ayuda temporal y eterna de los necesitados, y que quienes los hacen tengan claro que obran con Jesús y movidos por su amor.

No se entiende por qué en algunas Obras casi nunca se menciona a Dios, a Cristo, al Evangelio, en sus carteles publicitarios y en sus revistas, destinadas a suscriptores, donantes habituales, parroquias y otros centros católicos. Como si obedecieran a un acuerdo común, nunca mencionan la gracia de Cristo que está en el origen, en la acción y en la perduración de la Obra. Es decir, mantienen ocultos a quienes son protagonistas absolutos de esa acción benéfica: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Entre las grandes Obras benéficas de la Iglesia una de las pocas que son explícitamente cristianas es Ayuda a la Iglesia Necesitada. Y hay otras, por supuesto.

Puede darse que en las 80 páginas de la revista de una de estas Obras de beneficencia secularizadas en su apariencia, apenas una, tres, cinco veces se mencione a Dios y a su enviado Jesucristo –en 80 páginas, y quizá sólo de paso–. Da que pensar que podría ser igualmente la revista de un Centro benéfico agnóstico. Las ideas lanzadas en sus carteles casi siempre, aparte de que suelen valer muy poco, son de tono pelagiano, y evitan casi sistemáticamente citar frases bíblicas o de santos.

+Si queremos hacer algo por el hambre de los demás, no hay excusas, y sí hay muchas razones

+CON Respeto - Solidaridad - Tiempo - Amabilidad - Verdad - Generosidad - Fraternidad - VIVE

Vive sencillamente, CONVIVE con los demás, serás feliz

+CARITAS, trabajamos por la justicia [Trabajamos por la caridad, que da de sí mucho más que la justicia, y que hace a ésta posible. Caritas, el mismo nombre expresa su verdadera naturaleza. No está bien que ella niegue y re-niegue su propio ser].

La expresión pública de una Obra netamente cristiana debe ser netamente cristiana. Publicar una revista de la Obra sin apenas mencionar a Dios y a su enviado Jesucristo parece un fraude. No se le ve a ello ninguna ventaja, y sí muchos inconvenientes. En trípticos y carteles no hay ninguna razón para rehuir las expresiones de la Escritura, de los santos, de la tradición cristiana, con frases que serían mucho más verdaderas y motivadoras:

«Da a quien te pida, y no vuelvas la espalda a quien te pide algo prestado» (Mt 5,42); «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer…» (Mt 24,34ss); Cristo «dió su vida por nosotros, y nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos» (1Jn 3,16); «Quien ama a Dios ame también a su hermano» (4,21)… La Biblia es una fuente inagotable que mana palabras llenas de gracia y de verdad. Y lo mismo los escritos de los santos, especialmente de aquellos más directamente dedicados al servicio de los pobres. ¿Por qué se silencian estas palabras netamente cristianas, que en Cristo son luz y vida, y se nos dan a cambio palabras tan escasas de espíritu sobrenatural?

En una inmensa mayoría los miembros de las Obras benéficas católicas son cristianos, cristianos practicantes y convencidos, que hacen su trabajo con Cristo, por Él y en Él. Como es lógico, a ellos, lo mismo que a los donantes, les agrada y les ayuda oír la voz de Cristo y de sus santos, iluminando y motivando sus trabajos. Las revistas y los lemas secularizados de sus propias Obras no les dicen absolutamente nada, a algunos les indignan, y por supuesto no expresan en absoluto «el espíritu» que les mueve a colaborar en ellas con sus trabajos y con sus donativos. Es cierto que en estas Obras hay también a veces colaboradores no cristianos; pero si se integran en una obra cristiana, no es de esperar que se molesten o se alejen por alguna breve manifestación confesional cristiana. Es bueno, justo, equitativo y saludable que «se vea» que Cristo es el protagonista de esas obras benéficas, para que viendo estas «buenas Obras» los no creyentes, también ellos «glorifiquen al Padre que está en los cielos».

En una inmensa mayor parte las colectas y donativos que reciben y distribuyen estas Obras proceden de cristianos, es decir, proceden de Cristo. Cristianos practicantes, que viven la fe y la caridad, son aquellos hombres en los que vive Cristo, quien personalmente les mueve a esas buenas acciones de caridad benéfica. Es Cristo el que concede a los donantes la gracia de dar en las colectas de las Misas parroquiales. Es Cristo quien mueve a quienes hacen sus donativos en una suscripción, en el testamento, enviando un giro, un cheque, una transferencia. Es Cristo la Cabeza que mueve y dirige todo el movimiento de la Obra benéfica, dando ánimo a quienes ordenan y clasifican alimentos y objetos, a quienes atienden, serviciales y amables, a los necesitados. ¡Es Cristo el Donante total! Y está muy feo ocultar y silenciar al Donante principal en revistas y carteles, donde sólo se expresan filantropías naturales con lemas tontorrones. Hay que tener cuidado, porque lo que no se expresa, se oculta. Es bueno, pues, que tanto los pobres beneficiados como los propios benefactores sean muy conscientes de que en los servicios de esa Obra, la que sea, es Cristo quien se manifiesta para los hombres como fuente de todos los bienes materiales y espirituales, temporales y eternos. Así lo afirma el Canon Romano de la Misa, al terminar la plegaria eucarística, antes de la solemne doxología final trinitaria:

«Por Él [Cristo] sigues creando [Padre] todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los bendices y los repartes entre nosotros».

José María Iraburu, sacerdote

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