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El reino mesiánico

Francisco Canals Vidal  
Catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona

CRISTIANDAD Al Reino de Cristo por la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María
Año XXVI, nº 457, Barcelona, marzo 1969

(Artículo aparecido en la revista Verbo, nn.71-72, año 1969)

La temática de Teología de la Historia anunciada con este título va a ser desarrollada en una conversación con ustedes; no en forma de conferencia ni de lección magistral. Nadie podría ser maestro; mucho menos yo, en la interpretación de la palabra de Dios sobre el sentido de la historia. Será una confidencia íntima entre amigos, con los que se tiene la seguridad de poder hablar sin el riesgo a ser mal interpretádo. Trataré así de dar a conocer, o de recordar a los que ya lo conocen, el pensamiento teológico en torno a la historia que profesó y enseñó el P. Ramón Orlandis, S. J., fundador de Schola Cordis Iesu, inspirador de la revista Cristiandad; el que fue maestro de muchos de nosotros y también de algunos amigos inolvidables que ya nos dejaron.
No pretendemos abarcar, naturalmente, el sistema completo del P. Orlandis, sino de señalar algunas líneas orientadoras y sugerencias nucleares. Esta confidencia merece ser dicha y oída con humildad cristiana, espíritu de fe y deseo de confirmar nuestra esperanza en Jesucristo Rey.

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El tema secular de la polémica entre "los judíos", hijos del pueblo escogido que había recibido la promesa del Mesías y que no recibieron su advenimiento, y los cristianos, los que creemos que Jesús de Nazaret, hijo de María Virgen, es el Mesías prometido a Israel, el Hijo de Dios Salvador del mundo, ha sido el del cumplimiento de las profecías mesiánicas. Para el judío creyente en la Ley y en los Profetas, y que en nombre de ellos niega que Jesús sea el Rey Mesías, el argumento de su incredulidad fue siempre el de que por Jesús de Nazaret no han venido a Israel y las naciones los bienes profetizados como signo y fruto del advenimiento.
Leemos en el profeta Miqueas:

"Acontecerá en los últimos tiempos que el monte de la casa de Yahveh será constituido por cabeza de todos los montes; más alto que todo collado, los pueblos correrán a él; muchas naciones vendrán y dirán: venid, subamos al monte de Yahveh, a la casa del Dios de Jacob; nos enseñará sus caminos, andaremos por sus sendas, porque la Ley saldrá de Sión, la palabra de Yahveh saldrá de Jerusalén; y juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a las naciones fuertes hasta muy lejos, y convertirán las gentes sus espadas en azadones, sus lanzas en hoces. Ninguna nación alzará la espada contra otra; ya no se ensayarán para la guerra; cada uno se sentará debajo de su vid y debajo de su higuera y no habrá quien amedrente porque la boca de Yahveh de los ejércitos así lo ha dicho. Bien que todos los pueblos anduvieren cada uno en el nombre de sus dioses, nosotros andaremos en el nombre de Yahveh, nuestro Dios para siempre y eternamente."

y en Isaías:

"Saldrá una vara del tronco de Jesé, un vástago retoñará de su raíz y sobre El reposará el espíritu de Yahveh, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor de Yahveh, y hará entender diligente en el temor de Yahveh, no juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oyeren sus oídos, sino que juzgará con justicia a los pobres y argüirá con equidad para los mansos sobre la tierra, y herirá la tierra con la vara de su boca, con el espíritu de sus labios matará al impío y será la justicia cinto de sus lomos y la fidelidad ceñidor de sus riñones; morará el lobo con el cordero y el tigre con el cabrito se acostará, el becerro y el león y la bestia doméstica dormirán juntos y un niño los podrá pastorear; la vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas, y el león comerá paja como el buey y el niño de teta se entretendrá sobre la cueva del aspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna del basilisco; no harán mal ni dañarán en todo mi santo monte, porque la tierra estará llena del conocimiento de Yahveh como el mar cubierto por las aguas; y acontecerá que la raíz de Jesé será puesta como enseña sobre las naciones y buscada por todas las gentes; acontecerá que Jahveh tornará a tomar otra vez su mano para reunir las reliquias de su pueblo de Asur, de Egipto, de Partia, de Etiopía y de Persia, de Caldea, de Jamat y de las Islas; juntará los desterrados de Israel y los reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro cantones de la tierra."

A los judíos es prometida la reunión del Israel disperso, la liberación de Israel y del mundo entero de las guerras, de la opresión, de la tiranía, la justicia para los pobres y los mansos; todo el mundo, como está el mar lleno de agua, lleno de conocimiento de Yahveh; todas las naciones buscando en Jerusalén la Ley salvadora de Dios, la paz mesiánica, los bienes mesiánicos;las naciones viendo en Israel brillar la bendición de Yahweh, todos los ídolos de las gentes, hundidos, derribados por la manifestación del rey Mesías. Esto es lo que los profetas anunciaban.
También anunciaban un siervo sufriente, rechazado por su pueblo, también anunciaban que el pueblo rechazaría y sería reprobado, dejaría de ser pueblo; también anunciaban que el pueblo que Dios buscaba quedaría rechazado y que las naciones que no le buscaban serían ahora el pueblo de Dios. Pero también anunciaban esto que acabamos de leer. ¿Es muy extraño que el pueblo de Israel considerase que el advenimiento del Mesías tenía que ser la bendición para Israel? ¿Es muy extraño que pudiese preguntar a los cristianos si acaso Jesús de Nazaret había hecho desaparecer las guerras entre las naciones o había hecho desaparecer toda tiranía y opresión en el mundo?

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Este es el tema de los judíos con los cristianos. En el siglo II, San Justino el Filósofo nos lo refiere en su diálogo. El judío Trifón le arguye a Justino que los cristianos han abandonado a Dios para adorar a un hombre, a Jesús; que han abandonado la Ley de Yahveh. Justino comienza por vindicarse de la acusación de que los cristianos no adoran al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y dice:

"Reconocemos que no hay otro Dios que el que creó el universo, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacoh, nos consideramos linaje israelítico, hijos de Judá, de Jacob, de Isaac y de Abraham, a quien Dios cuando le llamó -dice el cristiano al judío- le prometió que sería padre de muchas naciones. Nosotros somos este linaje de Abraham."

Pero Trifón, el judío, le replica:

"Pero vamos a ver, dime, ¿reconocéis vosotros que Jerusalén será restaurada, que vuestro pueblo se congregará; esperáis triunfar juntamente con los Patriarcas y Profetas, los que fueron de nuestro linaje, los que se juntaron con nosotros antes de que viniese vuestro Cristo?"

Y le dice:

"¿no será que para aparentar que nos superáis en las controversias os refugiáis en la aceptación de todo esto?"

Estamos ante el problema central. El judío le dice al cristiano: ¿esperáis vosotros lo que los Profetas anunciaron, o no lo esperáis?
¿Esperan los cristianos lo que anunciaron los Profetas? ¿Esperan la restauración de Israel y la reunión de las naciones con él? ¿Esperan la paz mesiánica? El judío sospecha que para el cristiano son ésas vanas e ilusorias esperanzas del pueblo judío, que veía en el Mesías a quien había de restituir el reino a Israel. Cuando los creyentes en Cristo confiesan que también ellos esperan la conversión de Israel y el cumplimiento de los bienes mesiánicos por la consumación del Reino, sospecha el judío que habla así para no verse obligado a reconocer que vanamente cree en Jesucristo. En el lenguaje del apologista cristiano se patentizaría sólo la argucia hipócrita que disimula la no aceptación del mensaje de los Profetas de Israel.

San Justino replica airadamente:

"No soy tan miserable que diga una cosa sintiendo otra. Yo y otros muchos cristianos así pensamos, de modo que tenemos como absolutamente cierto que así será. Así pues, yo y los cristianos que en todo sienten rectamente sabemos y creemos esto: Creemos en la resurrección de la carne, en la restauración de Jerusalén, la que profetizaron Ezequiel e Isaías y todos los demás Profetas. Pero he reconocido también -añade- que por su parte muchos, incluso del linaje de los cristianos, no reconocen lo que afirma la sentencia pura y piadosa".

"En cuanto a los que se llaman a sí mismo cristianos, pero que son impíos y ateos herejes, te he ya mostrado que en todo sienten impíamente".

Las últimas palabras de San Justino aluden a quienes niegan, con la restauración de Israel y el reino mesiánico, también la resurrección de la carne, la realidad de Cristo encarnado -del Cristo histórico diríamos hoy- y blasfeman del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Son los gnósticos, que se oponían antitéticamente a los cristianos judaizantes, ebionitas y milenaristas: los que, aun aceptando la fe en Cristo, deformaban la esperanza del segundo advenimiento, reduciendo a Cristo a ser rey de un reino mundano y visible, unívoco con las potestades terrenas.
Para los gnósticos carecía de sentido la Encarnación, pues todo lo que hay sobre la tierra y en el mundo visible es constitutivamente malo, efecto de un principio inferior y "caído", es decir, del Dios de Israel. Cristo no venía sino a liberamos de la naturaleza y de la ley. Los milenaristas esperaban un Cristo y un reino mesiánico, cuyo sentido acertaríamos probablemente a expresar refiriéndonos a la empresa religioso-política de los primeros califas islámicos.

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En el Adversus Haereses de San Ireneo, el mayor de los Padres antignósticos, leemos:

"No sería ya Jesucristo quien tiene carne y sangre por la que nos redime si no recapitulase en sí todo lo que creó antes Dios en Adán. Vanos son, pues, los de Valentín que así dogmatizan y excluyen la salvación de la carne y desprecian la creación de Dios. Y vanos son también los ebionitas, que no aceptan la unión de Dios y el hombre, sino que perseveran en la vieja levadura. Reprueban éstos la conmixtión del vino celeste y quieren ser sólo agua secular (Conmixtionem vini coelestis reprobant et solamt aquam salecularem volunt esse). No aceptan que Dios venga a unirse con ellos y perseveran en el Adán que cayó y fue arrojado del paraiso".

En estas palabras de un Padre del siglo II tenemos una definición rigurosamente actual de la reducción del reino mesiánico en el horizonte de un humanismo judío, de una comprensión ebionita, esto es, de defensa y revancha de los pobres, en fuerza de la cual se desdeña la gracia y el orden sobrenatural.

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Rafael Gambra nos ha hablado con rigor y profundidad de la dialéctica hegeliana. Hegel llegó a considerar la dialéctica como el método absoluto a partir de una reflexión sobre la historia de la filosofía griega. La historia de los errores religiosos muestra también movimientos de oposición y de superación sintética de contrarios, cuya correcta interpretación no podría conducir a un determinismo racionalista ni al reconocimiento del carácter absoluto del devenir dialéctico; antes al contrario, pondría de manifiesto la inestabilidad, e inconsistencia del error.
En cuanto mal en el orden intelectual, todo error proviene de un cerrarse soberbio del hombre sobre sí mismo. Siempre se "recortará" así la realidad; y la parcialidad de las afirmaciones impulsará el movimiento de contradicción y de superación de los opuestos. Pero la síntesis de los momentos opuestos no podrá alcanzar la integridad y coherencia de la verdad y de la unidad ontológicas.
Desde los primeros siglos hallamos un enfrentamiento antitético en los errores y herejías que deforman la vida cristiana: la antítesis entre el error judío, el ebionismo negador de la divinidad de Cristo, y la gnosis antinomista, hostil al orden creado, despreciadora de lo humano en odio al Creador.
El reflexionar sobre esta
dialéctica del error, escisión satánica del misterio, que contrapone aspectos parciales para dar fueza y apariencia de verdad cristiana a la herejía, puede ayudamos hoy a comprender nuestra situación. Muchos autores han mostrado en el marxismo la reducción, ya explícitamente antiteística, del ebionismo judaico, que ya San Ireneo caracterizaba como desprecio de lo divino y opción de exclusivismo secular.

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La Escritura presenta insistentemente al pueblo elegido por Dios pobre y oprimido, y a los gentiles opresores como poderosos y ricos; se promete la liberación de los oprimidos frente a las naciones y a los poderosos soberbios.
El marxismo, heredero, secularizado hasta el antiteísmo, del concepto ebionita de la esperanza mesiánica, ha convertido en resentimiento contra Dios la esperanza incumplida de la justicia sobre la tierra.
El proletariado ocupa el puesto de Israel; la burguesía el de la gentilidad; El Capital suplanta a la Biblia; Carlos Marx es el Mesías; el Partido sustituye a la Iglesia; el segundo advenimiento y el reino consumado sobre la tierra es sustituido por la revolución; el hundimiento de la burguesía equivale al castigo de las naciones idólatras; en lugar del milenio tenemos la sociedad sin clases.
Estos paralelismos, establecidos por Russell y otros autores, revelan la vigencia en nuestro tiempo, después de la apostasía de las naciones cristianas, de
un humanismo antiteístico cuyo origen no es "gentil", sino "judío"; humanismo que consiste en la radicalización del orgullo judío por el que Israel fue reprobado: el error de creer que la elección del pueblo pobre de Israel se fundaba en su propia justicia.
No merecemos ante Dios por nuestro talento,
ni tampoco por falta de él; por nuestra riqueza o prestigio, ni porque carezcamos de prestigio y de riqueza. Y si Dios se complace en elegir las cosas que "no son'" para confundir a las que "son", al ignorante y al pobre con mayor benevolencia que al rico y al prestigioso y poderoso en el mundo, lo hace para patentizar ante los hombres que es Él quien salva por su gracia. Y exige que quien es salvado tenga fe en la salvación de Dios y reconozca que no tenía ante El títulos para serlo. Para que no se gloríe el sabio en su sabiduría ni el rico en su riqueza, ni el pobre y el ignorante en la justicia de sus obras.
La esencia del fariseísmo consiste en esta gloria en las obras propias. Los fariseos se gloriaban en las promesas de Dios a Israel como si les fuesen debidas en virtud de su observancia de la Ley, y así despreciaban a las naciones. El extremo fariseísmo contagió al cristianismo judaizante; se comprende así el sentido del ebionismo: Nosotros, los judíos, los pobres, somos los justos ante Dios. Y este ebionismo es el que persevera en el marxismo.
Y
este mismo ebionismo originó paradójica y dialécticamente el capitalismo; porque si el pobre y el oprimido se siente elegido por sus propios méritos y se enorgullece en su elección, se instala en la más profunda de las soberbias; la que sintieron los grandes dirigentes del jansenismo o del calvinismo puritano; la exaltada estrechez de los dirigentes del islamismo. Y en la expansión musulmana realizan los árabes lo que los judíos creían leer en sus profetas; y los "santos" de Cronwell aniquilan y oprimen a los irlandeses; y los descendientes de los "peregrinos" emigrados al Nuevo Mundo se enriquecen con el exterminio de los indios y la compra de los hijos de Cam. En todo esto persevera también el fariseísmo judaico en Occidente a través de la orgullosa lectura calvinista de la Biblia.
Es este un modo de
entender la bendición divina como enriquecedora del pobre: es la revancha de los elegidos, que toman los despojos de sus opresores y se sitúan por encima de ellos, para ser ahora los elegidos los tiranos y tener los gentiles a su servicio. Esto es propiamente el milenarismo.
Los Padres que se enfrentan a él aducen textos en que se interpretan las bienaventuranzas
como si prometiesen a los santos resucitados en el reino milenario el ciento por uno en riquezas y placeres en premio de la renuncia y de la pobreza. Y esto, que no ocurrirá en la resurrección, lo hemos visto realizado en la fundación del capitalismo occidental.

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La vana deformación ebionita de la esperanza del Reino en un humanismo secular ha continuado su obra a lo largo de los siglos. E igualmente la antítesis, la gnosis hostil a la naturaleza y que reviste el odio a Dios de desprecio de los bienes terrenos.
Gnosis y milenio se sintetizan, por otra parte, reiteradamente en la historia y, con influencia patente y universal, se entrañan en los errores de nuestro tiempo.
La expresión más "moderna" de la gnosis, en el sentido en que ahora nos interesa considerar, la hallamos en la obra de Marción. Cristo representa la antítesis del Antiguo Testamento.
Su enseñanza revela que la obra del Dios de Israel, el mundo creado, es mala; que todo lo que hay en la naturaleza es contrario a la libertad que Cristo nos trae, la que nos emancipa y opone a la Ley y a la naturaleza creada por el Dios de Israel. y si hoy hallamos en el
cristianismo social secularizado, continuador del ebionismo, también el concepto de un cristianismo sin Dios, y el rechazo de la idea del poder divino, para ponderar la debilidad y humillación de Cristo, vemos sobrevivir aquí la idea marcionita: el Padre de Cristo no es Señor del mundo, no es omnipotente y dominador, sino que el Dios supremo y bueno del que Cristo es Hijo, y que se opone al Dios de Israel, es sólo bondadoso y liberador.
Otros aspectos de las corrientes gnósticas los podemos hallar explicados en San Ireneo:

"Después de que el Anticristo haya devastado todas las cosas de este mundo, sentándose en el Templo de Jerusalén -según los Santos Padres el reino del Anticristo sería recibido como el esperado reino mesiánico por los judíos nuevamente reunidos en Jerusalén en el que de nuevo reconstruirían el Templo- vendrá el Señor en la gloria del Padre y restituirá a Abraham la promesa de la herencia.
"Pero algunos de los que creen pensar rectamente
alteran el orden de la resurrección de los justos e ignoran el proceso hacia la incorrupción por tener sentimientos heréticos: pues los herejes, despreciando lo que Dios ha creado y no aceptando la salvación de su carne, afirman que con la muerte se sobrepasan los cielos y el Demiurgo para ir hacia la Madre o hacia aquel Padre fingido por ellos. Pues no es de extrañar que los que reprueban la resurrección universal ignoren también el orden de la resurrección".

"Hay algunos cuya opinión es desviada por el lenguaje de los herejes y vienen a ser ignorantes de la dispensación divina y del misterio de la resurrección de los justos y del Reino".

Antitética a la vanidad ebionita, la "herejía", la "gnosis" impugnada por San Ireneo no reconoce en este mundo nada que salvar. Podríamos decir que se trata de un "cristianismo de trascendencia". No hay esperanza del reino mesiánico y no la hay tampoco de la resurrección de los justos. La muerte es un retorno a la Madre -la suprema divinidad femenina, la Gran Madre de los cultos asiáticos que pervive hoy en lo femenino unitivo de Teilhard de Chardin- o hacia "aquel Padre que fingen": que no es sino el principio, el indeterminado abismo de que todo se origina.
Si el milenarismo representa la deformación de la esperanza mesiánica, la visión secularizada del segundo advenimiento, el pasaje de San Ireneo -paralelo al que antes hemos citado del diálogo con el judío Trifón de San Justino- muestra la
negación de la esperanza del reino como una minimización o recorte de la fe cristiana, efecto de la influencia de las gnosis enemigas del Dios de Israel, hostiles a la Ley y a los Profetas, y despreciadores de los dones y de la creación de Dios.
Milenarismo ebionita y gnosis negadora del Reino de Cristo y de la plenitud del Israel restaurado son errores antitéticos que
desconocen la dispensación del Reino de Cristo.

* * *

En la "modernidad anticristiana", una síntesis gnóstico-ebionita, pone en movimiento el dinamismo del error y deforma de raíz la mágica idea del Progreso. Es esta una idea "anticristiana" en el sentido más profundo y propio de la palabra; la concreción en el dinamismo histórico de aquel misterio de iniquidad del que San Pablo dice que ya actúa y que prepara la manifestación del hombre del pecado, que se, enfrenta a todo lo que se llama Dios o recibe culto.
El carácter anticristiano de
esta idea del progreso radica precisamente en que escinde y desorienta conceptos e ideales presentes en la historia como herencia de Israel y de la revelación bíblica. Nos habla de redención, pero no es la redención del hombre por la gracia divina; es una redención según elementos del mundo y que obra diríamos mágicamente: por el proceso írreversible de la Historia, por las exigencias del nivel de nuestro tiempo, somos redimidos del pasado, constitutivamente malo. Esta redención progresista presenta los caracteres de inmanencia secular e intramundana del ebionismo, pero a la vez revela aquel dualismo de las gnosis. Por esto, más que un proceso lineal de maduración en el tiempo, se concibe el Progreso como una serie de choques dialécticos redentores: a fines del siglo XVIII la burguesía redimia de la nobleza; más tarde el proletariado redime de la burguesía; en nuestro tiempo la juventud redime de los "padres podridos".
Oímos frecuentemente afirmaciones universales de este tipo: Los jóvenes de hoy son justos, puros, exigentes, y quieren un mundo mejor, porque las generaciones anteriores lo habían construido injusto y opresor. En consecuencia, ya no tenemos que considerar el bien y el mal en su verdadera línea: el bien como integridad y el mal como privación y desorden. El bien como algo a agradecer últimamente a la bondad y poder de Dios, y el mal y el pecado como consistentes en la cerrazón de la soberbia. El bien es para el progresismo algo arrojado al mar de la existencia por la generación, y que va a causar el mundo nuevo, fecundo y creador,
al nivel de nuestro tiempo.
Dualismo maniqueo, y también ebionismo; ya que en todas las polaridades, y por satánico modo, también lo que "no es" confunde a lo que "es". Por satánico modo: porque lo que "no es" tiene el privilegio de la soberbia y del desprecio hacia lo que, precisamente por ser, es ya anquilosado, superado y destinado a la destrucción. Estamos ante
redenciones inmanentes, mágicas, maniqueas. Se ha escindido la divinidad misma en el dios del poder y de la justicia, legislador y señor, y el dios de la libertad y de la renovación. Se ha escindido la espiritualidad; se ha fragmentado la fe; se lanza una parte de misterio contra el otro, y se obtiene así la tensión en la que está la vida y el proceso del movimiento dialéctico redentor.

* * *

Las esperanzas de la Iglesia en la plenitud del Reino de Cristo son hoy, como en los primeros siglos cristianos, acusadas de milenarismo judaizante: quienes así sienten parecen exigir un cristianismo puro de contaminaciones "políticas", desarraigado de la historia, del que estuviese ausente el deseo y la esperanza de una integración del orden temporal bajo el signo de la fe y de la gracia.

Pero esta misma negación del Reino de Cristo en la historia, que desde los primeros siglos hallamos en las herejías gnósticas, se sintetiza también en nuestros días con el concepto humanista e inmanente de la redención. A la vez que parece exigirse un cristianismo "liberado de toda alianza", "despolitizado", es decir, liberado de la sobrevivencia del orden cristiano, se reduce la redención a la lucha social, y la tarea apostólica al compromiso temporal, que viene a ser la destrucción liberadora frente a la tradición y al pasado. Este cristianismo es simplemente revolucionario, lucha de clases, marxismo antiteístico. El príncipe de las tinieblas sigue obrando el misterio de iniquidad, sugiriendo en la mentalidad contemporánea las mismas deformaciones que se expresaron en Marción y en los ebionitas.

* * *

Dice Santo Tomás que la fe católica se presenta cual una vía media entre errores opuestos. El movimiento dialéctico del error sintetiza, como hemos visto, tales oposiciones en el confuso agregado de una concepción en la que se desintegra el sentido cristiano de la historia.
Si no seguimos ni el error judío del humanismo ebionita, presente en nuestro tiempo en las diversas corrientes del Evangelio social, ni el error herético, que desprecia el orden natural y no acepta la esperanza de su integración en el Reino de Cristo,
deberemos profesar la esperanza que la Iglesia vino a institucionalizar litúrgicamente en la fiesta de Cristo Rey.
No es erróneo milenarismo vivir, en
estos tiempos de misterio de iniquidad, en el consuelo y la esperanza a que nos invita el Evangelio: alzar los ojos y levantar la cabeza porque se acerca nuestra redención.
De esta esperanza vivimos los cristianos; a ella nos invita la Escritura, que nos alienta a esperar y nos invita a suplicar con ardiente plegaria la humillación de los poderes anticristianos.
No porque así vengamos a tener nosotros la oportunidad de llegar a ser poderosos al modo como lo son los enemigos de Cristo: sería esto envidiar la prosperidad de los malos y tener celos de quienes obran la iniquidad.

"La altivez de los ojos del hombre será abatida; la soberbia de los hombres será humillada, y sólo Yahveh será ensalzado aquel día".

Si al leer esto en la Escritura esperamos que humillará a "nuestros" enemigos y que nosotros "los fieles" triunfaremos, seríamos puritanos o fariseos. Porque:

"el día de Yahveh de los ejércitos vendrá sobre todo lo soberbio y altivo y sobre todo lo ensalzado y sobre todos los cedros del Líbano altos y sublimes; sobre los alcornoques de Basán; sobre todos los montes altos y sobre todos los collados levantados; sobre toda torre alta y sobre todo muro fuerte; sobre todas las naves de Tarsis y sobre todas las pinturas preciosas".
"
La altivez del hombre será abatida y la soberbia de los hombres será humillada, y sólo Yahveh será ensalzado aquel día".

"Aquel día arrojará el hombre sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que se hicieron para que fueran adorados, y se entrarán en las hendiduras de las rocas y en las cavernas de las peñas, por la presencia temible de Yahveh y por el resplandor de su majestad, cuando se levantare para herir a la tierra. Dejaos estar del hombre, cuyo hálito está en su nariz, pues ¿por qué tiene que ser él estimado?”

Oremos con el salmista:

"Te alabaré Yahveh con todo mi corazón; cantaré tus maravillas; me alegraré y regocijaré en Ti; cantaré tu nombre altísimo porque mis enemigos han sido echados para atrás. Caerán y perecerán ante Ti porque has hecho juicio de mi causa. Te has sentado en tu silla y has juzgado justicia. Has reprendido a las naciones y has destruido al perverso. Raíste el nombre de ellos para siempre jamás. ¡Oh enemigo!, acabados son para siempre los asolamientos y las ciudades que elevaste; su memoria pereció con ellas; mas Yahveh permanecerá para siempre. Ha dispuesto su trono para juicio, y juzgará al mundo con justicia y a los pueblos con rectitud. Y será Yahveh refugio del pobre, refugio para el tiempo de angustia, y en Ti confiarán cuantos conocen tu Nombre, por cuanto no desamparaste a los que te buscaron. Cantad a Yahveh que habita en Sión. Dad a conocer a los pueblos sus obras: porque, demandando su sangre, no se olvidó del clamor de los pobres".

"Hundiéronse las naciones en la fosa que hicieron; en la red que escondieron fue tomado su pie. Yahveh fue conocido por el juicio que hizo: el perverso fue enlazado en la obra de sus propias manos. Serán los malos trasladados al infierno, y todas las gentes que se olvidaron de Dios: porque no será para siempre olvidado el pobre, ni la esperanza de los pobres perecerá para siempre. Levántate, ¡oh Yahveh!, no sea que prevalezca el hombre. Sean ante Ti juzgadas las naciones. Pon, ¡oh Yahveh!, temor en ellas: conozcan las naciones que no son más que hombres."

Para terminar esta confidencia alentémonos a la plegaria con la que roguemos a Dios que no tarde ya, que no calle por más tiempo.
En las profecías se nos habla del silencio de Dios, y
estamos en este misterioso momento. Pero leemos en Isaías:

"Callé por largo tiempo fui como sordo y me contuve. Como la que da a luz ahora grito y suspiro y respiro jadeante".
"Devastaré montañas y collados y secaré la lozanía de las plantas. En erial convertiré los ríos y dejaré en seco los estanques. "
"Haré marchar los ciegos por un camino ignoto y les haré pisar senderos ignorados.
Ante su faz haré de las tinieblas luz, de lo escarpado llano; todo cuanto Yo digo así lo cumpliré y no les dejaré."


Que así sea. ¡Ven, Señor Jesús!

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