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La liberación de Barcelona el 26 de enero de 1939, datos y testimonios

Los nacionales aclamados a su entrada en Barcelona

El escritor inglés James Cleugh, autor del libro “Furia española. 1936-1939”, describe de este modo el recibimiento del pueblo de Barcelona:

«Los soldados eran obstaculizados en su avance, no por la resistencia del enemigo sino por las densas multitudes de demacrados hombres, mujeres y niños que afluían desde el centro de la ciudad a darles la bienvenida, vitoreándolos en un estado que bordeaba la histeria».

El soldado del Ejército Popular, Juan Font Peydró, que se había escondido, como tantísimos otros en evitación de seguir una retirada inútil, narró así sus impresiones del momento de la liberación:

«Cuando llegamos a la Diagonal, la bandera que vimos pasar desde el balcón, apenas ha podido recorrer unos metros. Los primeros soldados desaparecen entre una muchedumbre que los abraza, que los vitorea, que besa la bandera. Esto no se puede describir. Hay que vivirlo para tener una idea de tales momentos. Van llegando más tropas. Y es un río de gente el que los asalta... Un enorme trimotor vuela bajísimo a lo largo de la Diagonal. Miles de manos le saludan. Unos tanques van caminando airosos; pero casi no se les ve. El gentío se ha encaramado en ellos y tremolando banderas y vitoreando a España y a Franco, los hace desaparecer entre olas de alegría. Ya ha llegado la noticia a todas partes. Barcelona se ha lanzado a la calle. Y se desborda el entusiasmo. Llegamos a la plaza de Cataluña. Brillan algunas luces. Empiezan a rasgarse las tinieblas. Todo parece un sueño. En todas partes, el mismo entusiasmo. Y banderas españolas. ¡Muchas banderas!»

Tagüeña, jefe comunista de un Cuerpo de Ejército:

«Nuestras unidades también retrocedían apresuradamente y el enemigo que, con gran prudencia había estado acumulando sus fuerzas en el lindero de la ciudad, se lanzó rápidamente en pequeñas columnas, precedidas de tanques, que rápidamente penetraron por las principales avenidas. Fueron minutos de tremenda confusión. Mientras por una calle entraban los conquistadores, aclamados por los gritos de sus simpatizantes, por la de al lado se retiraban nuestros maltrechos hombres, las piezas de artillería, los tanques, los blindados. Muchos de nuestros soldados, e incluso oficiales, que hasta entonces habían sido magníficos combatientes, tiraban las armas y se entregaban, considerando inútil seguir adelante».
Testimonio de Tagüeña, comunista, a sus 25 años jefe de un Cuerpo de Ejército de 35.000 hombres en la batalla del Ebro, en sus memorias: Testimonio de dos guerras

La 5ª División de Navarra al mando de Camilo Alonso Vega entró por Vallvidrera hacia las 10 de la mañana del 26 de enero de 1939

Las tropas nacionales pertenecientes a los cuerpos de Ejército de Marruecos y de Navarra, mandadas por los generales Yagüe y Solchaga, llegaron a orillas del Llobregat el 24 de enero y al día siguiente el CTV (Corpo Truppe Volontarie) de Gastone Gambara lo cruzó por Martorell, el de Navarra por Molins de Rey y el Marroquí por El Prat, para en un movimiento envolvente, atenazar Barcelona por el sur y el oeste. La vanguardia estaba formada por la 105 División marroquí, mandada por el general Barrón, y las Divisiones navarras 4ª, 5ª –que entró por San Pedro Mártir y Vallvidrera hacia las 10 de la mañana– y 12ª, mandadas por los generales Juan Bautista Sánchez González, Camilo Alonso Vega y José Asensio Cabanillas, respectivamente.

A las tres de la tarde, las tropas navarras alcanzan la cumbre del Tibidabo. Bajaron hacia Sarriá, Pedralbes, Diagonal, Paseo de Gracia, Aragón y plaza de Jacinto Verdaguer, siendo aclamados por la multitud.

La comunista Teresa Pàmies confiesa que huyeron abandonando a sus heridos

En su libro Memòries de guerra i d’exili, Teresa Pàmies recuerda su huida de Barcelona:

«Jamás podré olvidar una cosa: los heridos que salían del Hospital de Vallcarca. Vendados, casi desnudos, a pesar del frío, bajaban a las carreteras pidiendo a gritos que no les dejasen en manos de los vencedores. La certeza de que los republicanos abandonamos Barcelona dejando en ella a esos hombres siempre habrá de avergonzarnos».

Parte oficial de Guerra de los nacionales del 26 de enero de 1939

«Los Cuerpos del Ejército de Tropas voluntarias y de Navarra son los que, en brillantísimos combates, envuelven y arrollan la defensa roja al Norte de Barcelona, mientras el Cuerpo del Ejército Marroquí, operando inmediato a la costa, avanza por el Oeste, clavando la bandera de España en la fortaleza de Montjuich. Fuerzas legionarias, de Navarra y marroquíes cruzan en las primeras horas de la tarde la capital, tomando posesión del puerto y lugares estratégicos, siendo aclamados con entusiasmo delirante por la población. El rápido avance de nuestras tropas ha permitido liberar 1.200 hermanos cautivos en la fortaleza de Montjuich».

El Himno Nacional por Radio Asociación de Cataluña

Frente de Cataluña.– La emisora E.A.J.-15 acaba de comunicar: Radio Asociación de Cataluña, a las cinco menos ocho minutos lanzaba por su micrófono las notas del Himno Nacional español y la noticia de que toda la ciudad de Barcelona acababa de ser conquistada por las tropas de España, con las siguientes palabras:

«Hace poco menos de una hora el segundo regimiento de la 105 División del Cuerpo de Ejército marroquí que manda el general Yagüe ha entrado en Barcelona. Los soldados de Franco han entrado en Barcelona como lo que son, como caballeros, con los brazos abiertos y reflejando en sus rostros la emoción de su victoria. Todas las propagandas que hasta hoy se habían hecho han caído ante la verdad del Caudillo. Uno de los primeros soldados que entraron en Barcelona, José García Juncal, dirigió a sus familiares un saludo desde este micrófono de E.A.J.-15 Radio Asociación».

El secretario de la Juventud Tradicionalista de Barcelona convocó a todos sus miembros y dirigió unas palabras por el micrófono.

Radio Toulouse da la noticia

Toulouse 26, 12 noche.– La emisora francesa, a pesar de estar al servicio de los Frentes Populares, no pudo ocultar la verdad de la victoria de las tropas españolas en el frente de Cataluña liberando la ciudad de Barcelona.

Radio Toulouse, después de comunicar la entrada de las fuerzas en la capital de Barcelona, añadía que las tropas del Cuerpo de Ejército de Navarra, del Cuerpo de Ejército marroquí y destacamentos legionarios fueron los primeros en llegar a la ciudad. Los batallones y tercios hicieron su entrada con las banderas desplegadas, con esas banderas sucias de tantos meses de guerra y con las bandas de música a la cabeza. La población de Barcelona ha recibido a las fuerzas liberadoras con muestras de entusiasmo, aplaudiéndolas frenéticamente.

Martirio de don Anselmo Polanco, obispo de Teruel

En Barcelona tenían encarcelados los del Frente Popular a monseñor Anselmo Polanco, obispo de Teruel y al coronel Rey d’Harcourt, prisionero en la batalla de Teruel. El 27 de enero de 1939 se los llevaron a Ripoll, y desde allí, a pie, a San Juan de las Abadesas. El día 31 los trasladaron a Pont de Molins. El 1 de febrero de 1939 llegó un camión militar, con un comandante, un teniente, un comisario político, dos sargentos, seis cabos y treinta soldados, exigiendo la entrega del obispo Polanco, la de Rey d’Harcourt y de otros 38 presos. Maniatados por parejas, los llevaron a un barranco, el de Can Tretze, entre Pont de Molins y Les Escaules, donde los acribillaron a tiros y luego prendieron fuego a los cuerpos, tras rociarlos con gasolina.

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El socialista Juan Simeón Vidarte, sobre esto trae lo siguiente:

«Años más tarde, hablando en la emigración con el general José Asensio Torrado, éste me dio una explicación de todo lo ocurrido, que transcribo por lo que valga: El coronel Claudín había proyectado con más de ocho meses de anticipación un plan de defensa de Barcelona, en un radio de acción de más de cincuenta kilómetros. Comenzó unas obras de defensa que principiaban en el Perelló, pasaban por los Bruchs y enlazaban cerca de Manresa. Para su ejecución la CNT había ofrecido un cuerpo de voluntarios para la construcción de trincheras, parapetos, nidos de ametralladoras. No se pedía más que la autorización y el material necesario para cierto tipo de fortificaciones. [...] Cajas sindicales correrían con aquella parte de trabajo que no pudiera ser totalmente gratuito. No se nos hizo caso y de aquella línea de defensa que ellos llamaban la ‘Maginot de Barcelona’, no se hizo nada».

El socialista Julián Zugazagoitia, sobre la huida:

«El Estado, en su forma más miserable, estaba derrumbado por calles y plazas. Archivos, mesas, sillas, y en el mismo grado de abandono, ministros, subsecretarios, jefes de administración y la masa anónima, en grupos, de los burócratas, a los que lo precipitado del viaje, la velada y el frío de la noche habían derrotado toda compostura».

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Julián Gorki, preso y encausado en el célebre proceso contra los dirigentes del POUM, aporta estos datos que delatan a qué extremos había llegado la situación:

«Los últimos meses de 1938 son verdaderamente trágicos para el pueblo español de la zona republicana: no hay casi nada que comer. Antes les quedaba un recurso a los habitantes de las ciudades: ir en busca de alimentos a los pueblos rurales. Pero ahora, los pueblos pasan hambre también. Todo el mundo desprecia el dinero; únicamente se consiguen algunos productos a cambio de tabaco, de medicinas, de aceite... Nos señalan de la calle un hecho espantoso: las empresas funerarias se niegan a proporcionar ataúdes y a enterrar a los muertos si no es a cambio de productos. Se comercia con todo; hay mujeres que se entregan por un pan, medio kilo de arroz o un paquete de cigarrillos. Nuestro rancho carcelario se compone, generalmente, de un cazo de lentejas dos veces por día, y no recibimos más que sesenta gramos de pan. A veces faltan incluso las lentejas. Nos hemos visto condenados a comer nabos durante diez días seguidos, unos nabos duros y amargos que provocan náuseas. Sin embargo, los presos recién llegados suelen exclamar. “¡Lentejas o nabos que hubiera en la calle!”».

Manuel Tagüeña escribe:

«Pocos durmieron en la gran ciudad aquella noche del 25 al 26. Unos esperaban con ansiedad y otros con temor la inminente llegada de las tropas enemigas».

Según el escritor y combatiente republicano, Eduardo Pons Prades,

«Muy poca gente parecía admitir que la capital catalana pudiera caer sin ser defendida. Corrían rumores, incluso, de que los anarquistas, como en Irún, se disponían a organizar grupos de defensa y a disputar la ciudad al enemigo calle por calle y casa por casa. Este proyecto era prácticamente inviable entre otras razones, según se pudo comprobar, por el estado de abatimiento y de postración en que se encontraba la población civil. Es decir, poco inclinados a gestas numantinas ni nada por el estilo...»

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Las primeras divisiones que penetraron en Barcelona fueron:

La 105 del coronel López Bravo y la 13 del general Fernando Barrón Ortiz, adscritas al Cuerpo de Ejército Marroquí, que mandaba el general Yagüe, así como la 4 y la 5, a las órdenes respectivas de los generales Camilo Alonso Vega y Juan Bautista Sánchez González, integradas en el Cuerpo de Ejército de Navarra, cuyo jefe era Solchaga. Al alba, las tropas del Cuerpo de Ejército de Navarra ocupan Vallvidrera sin lucha y descienden sobre Pedralbes. Otras fuerzas del mismo Cuerpo de Ejército encuentran leve resistencia en el Tibidabo, que al mediodía cae en manos de los Nacionales. Montjuich se rindió a los soldados de Yagüe, que liberaron, entre aclamaciones y lágrimas a 1.200 presos que estaban encarcelados en el Castillo, siendo izada la Bandera Nacional en la fortaleza.

Desde “Terminus”, que es el puesto de mando avanzado del Cuartel General del Generalísimo, Franco va dando órdenes. En el mapa del Estado Mayor se van clavando las banderitas sobre los puntos que señalan los teléfonos de los puestos de mando de Solchaga y Yagüe. El ritmo de la entrada ha sido minuciosamente preestablecido por el Mando Supremo y se cumple rigurosamente por los jefes de las tropas.

Del Cuartel General sale el primer parte precursor:

“En estos momentos se está terminando de rodear Barcelona, habiéndose ocupado la Rabassada, el Tibidabo, Vallvidrera y Montjuich. Nuestras tropas están empezando a entrar en la población".

A las doce horas, “Terminus” envía a toda España el parte de la victoria:

"Las tropas Nacionales terminan de rodear la ciudad de Barcelona, ocupando Montjuich y el Tibidabo. A las 12 comienzan las tropas Nacionales a entrar. Las fuerzas que entran en Barcelona son el Cuerpo de Ejército Marroquí, el Cuerpo de Ejército de Navarra y una fracción perteneciente al Cuerpo de Ejército de Flechas".

Del Tibidabo y Vallvidrera empiezan a bajar las divisiones de Navarra. Al pie del Funicular, unos mozos de escuadra esbozan una breve resistencia. Una gran explosión destruye los talleres de las Escuelas Salesianas de Sarriá, donde los rojos fabricaban material de guerra. De algunas terrazas se oyen los restallidos de los últimos pacos. Grupos de soldados rojos tiran sus fusiles y huyen a ocultarse.

La ocupación de San Gervasio y Gracia es completada por las fuerzas motorizadas de las tropas Legionarias mixtas que penetran en Barcelona por Vallcarca y los Penitentes desfilando por la calle de Salmerón [calle Mayor de Gracia]. A las 17:30 todas las barriadas altas de la capital estaban ocupadas.

Por Las Corts se abre la Diagonal, el camino del triunfo por donde a las 17 horas empiezan a bajar ordenadamente los carros de combate seguidos del grueso de las fuerzas.

Se forman los primeros grupos de ciudadanos estallando las primeras aclamaciones. Corren multitudes saludando brazo en alto y cantando el himno de Falange. Cuando llegan al convento de Pompeya, Diagonal esquina al Paseo de Gracia, convertido en policlínica, les saluda la primera Bandera Nacional que se iza en Barcelona tremolada por una enfermera.

Los soldados son abrazados, apretujados. Se besan las banderas, los muchachos se suben a los camiones, a los tanques. Se cantan himnos, se salta, se baila.

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Manuel Tagüeña, el último jefe militar en abandonar Barcelona, manifestó:

«Mientras por una calle entraban los conquistadores aclamados por los gritos de sus simpatizantes, por la de al lado, se retiraban nuestros maltrechos hombres...»

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El viernes 27 de enero reaparece La Vanguardia que se subtitula Diario al servicio de España y del Generalísimo Franco. Los carabineros, antes de retirarse, entraron en las instalaciones de la calle Tallers y causaron grandes destrozos, por lo que el diario salió solamente con una sencilla hoja. El 19 de julio de 1936 se publicó el número 22.574 y el del 27 de enero de 1939 es el 22.575. Nada se quiso saber de los dos años y medio en el que el periódico estuvo bajo el poder de los rojos. En este número singular aparecía la siguiente nota:

«Automáticamente, con la sola presencia en nuestras calles de las heroicas fuerzas nacionales mandadas por el glorioso general Yagüe, ha quedado restaurada, como tantas otras cosas, la propiedad de La Vanguardia, de la que inmediatamente se han hecho cargo los responsables autorizados del señor conde de Godó».

También salió a la calle El Correo Catalán que había dejado de aparecer desde el 20 de julio de 1936. Sus instalaciones las ocupó el POUM y en ellas se confeccionó La Batalla.

El Correo se hizo en los locales y talleres de Treball, ocupados por las Juventudes Tradicionalistas.

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La multitudinaria misa de acción de gracias en la Plaza de Cataluña de Barcelona el 28 de enero de 1939

La apoteosis del triunfo tuvo su escenario grandioso en la Plaza de Cataluña, con la primera y multitudinaria Misa de campaña celebrada en una ciudad en la que tanto se ensañaron contra toda idea religiosa. Una descomunal muchedumbre que llenaba la plaza siguió la ceremonia con gran devoción, inmensa alegría y enorme emoción, haciendo saltar las lágrimas de los barceloneses y catalanes, que no habían podido asistir a ningún acto religioso, durante toda la contienda. Sólo pocos, y gracias a la organización secreta del Socorro Blanco, habían conseguido en la clandestinidad mantener el culto en casas privadas y con todas las prevenciones. En esa magnífica Misa en la Plaza Cataluña, el altar había sido revestido con unos manteles que provenían del vestido de novia de una «margarita» carlista. Estaba a punto de casarse antes del inicio de la contienda; el novio escapó al bando nacional para alistarse con los requetés y perdió la vida en el campo de combate. Todavía hoy se conservan y usan en ocasiones especiales en una iglesia de Barcelona que la discreción nos impide desvelar. Igual que en otro lugar de Barcelona se usa para la adoración eucarística una custodia en forma de Laureada de San Fernando que Franco regaló. Por desgracia, el temor a que esos objetos sean retirados ha obligado al silencio de los pocos que conocen esos vestigios de la memoria de la Barcelona liberada.

Fuente: barraycoa.com

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https://www.rtve.es/play/videos/documentales-b-n/guerra-civil-espanola-diputacion-barcelona-1939/2846073/

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El día 5 de febrero de 1939 se abrió la frontera francesa, y ese mismo día el presidente de la II República española Manuel Azaña Díaz, que se había instalado en La Bajol, abandonaba el territorio nacional. La entrevista entre los dos presidentes [Azaña y Negrín] fue seca y agria. Azaña quería ir a Francia, anunciándole a Negrín que no quiere acceder a tomar plaza en ningún avión, ante el temor de que le condujeran a la zona Centro-Sur. Para él la guerra está perdida y es una demencia pretender continuarla. Juan Negrín le comunica que el Gobierno ha decidido que se instale momentáneamente, en la Embajada en París.

Acompaña a Azaña el ministro sin cartera, José Giral Pereira. La caravana presidencial hace el recorrido de La Bajol a Les Illes. En el pueblecito francés, Azaña se despide de Negrín, el cual regresa a España. Dirigiéndose a Zugazagoitia, le dice:

«Debería haberle obligado a acompañarme. Hubiese hecho observaciones de mucho valor psicológico».

El testimonio prosigue:

"¡El pobre Azaña es bien digno de lástima! Tiene una encarnadura medrosa, propia de su naturaleza. El miedo le descompone como si fuese un cadáver y toma un color amarillo verdoso. Da lástima."

De regreso, el doctor Negrín se cruza con la caravana de Companys, Aguirre, Irujo... Comenta que no podía esperar tropezarse con ellos, aunque los más sorprendidos habrán sido los que huyen, pues habrían sospechado que él abandonaba el país sin notificarles su decisión. Negrín quiso proseguir la resistencia, confiando en que el horizonte europeo, lleno de nubarrones, no tardaría mucho en descargar la tormenta de la II Guerra Mundial.

A continuación pasaron la raya fronteriza el presidente de la Generalidad de Cataluña Luis Companys Jover y el lendakari José Antonio de Aguirre.

El 10 de febrero de 1939, las tropas nacionales ocuparon todos los puestos fronterizos. Había finalizado la liberación de Barcelona y la ocupación de Cataluña.

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Estos son los impactantes testimonios y las muy valiosas obsevaciones tomados de la aportación de Barraycoa

Ese 26 de enero quedó grabado en una parte de la conciencia colectiva de los barceloneses que durante varias generaciones no podrían olvidarla, por mucho que ahora se intente reformular un relato alternativo. Pues hay improntas históricas que son imposibles de borrar; de hecho, aún hoy cada año se celebra en la ciudad una Misa por la liberación de Barcelona. Hace años, Arcadi Espada relató en un artículo cómo se mitificó la «caída» de Barcelona: 

«En Barcelona los franquistas no tuvieron que aplastar una sola barricada. Ni desarmar a un solo francotirador. Barcelona fue una capital abierta, como el París rendido a los nazis. Un día me hablaba Joan Capri, el humorista, de aquella mañana. Salió a la Diagonal, era crío, vio pasar los tanques y se puso delante de uno, levantando las manos, para rendirse y provocarles. No le echaron en cuenta y siguieron. Creo que ésa fue toda la resistencia. No sólo eso. Al día siguiente fueron a la plaza Cataluña las multitudes, y la más hermosa sonreía al más fiero de los vencedores, en perfecta lírica hispánica».
2 ESPADA, Arcadi: «Liberación, caída, genuflexión»El Mundo, 25-01-2009.

La recreación de la Transición de una Barcelona «gris y triste» de la posguerra contrasta con los testimonios de la época. Barcelona no sólo fue liberada desde fuera, sino que se liberó a sí misma, porque su deseo era acabar con la guerra, no seguir combatiendo. Muchas biografías y memorias de políticos del bando republicano de aquellos tiempos, manifiestan este deseo común: que llegaran las fuerzas nacionales y terminara la guerra. Un testimonio significativo es el del socialista José Recasens, hermano de los banqueros propietarios del Banc de Catalunya, que había sido un entusiasta republicano. En sus memorias, escribe desde un pueblecito de Cataluña: 

«Por fin, hoy 28 de enero de 1939 han llegado a este pueblo pintoresco Figaró las tropas nacionales. Los esperábamos con ansia. Han hecho su entrada triunfal hacia las dos de la tarde. Nos han hecho cenar tarde, pero no nos ha dolido ni poco ni mucho, porque el acontecimiento nos ha satisfecho más que la mejor de las comidas. Lo he de declarar sinceramente: hasta incluso yo que tenía dos hijos en las filas del Ejército republicano, que he combatido implacablemente el fascismo, que he sido enemigo indomable del militarismo y de las revueltas militares, estaba anhelando, esperando aquel momento»
3
Cf. RECASENS, Josep: Vida inquieta. Combat per un socialisme català, Biblioteca Universal Empúries, Girona, 1985.

No hubo otro 11 de septiembre

A pesar de los continuos llamamientos del Gobierno de la República y de la Generalitat de Cataluña en imitar a Madrid y su «No pasarán» o rememorar un nuevo 11 de septiembre de 1714, prácticamente nadie quiso defender Barcelona frente al avance de las fuerzas nacionales. Las líneas defensivas caían como castillos de naipes, lo que denotaba la farsa de la retórica sobre la que se fundaba una prácticamente extinta República. Las fuerzas nacionales emprendieron la ofensiva desde Lérida el 23 de diciembre de 1938. En poco más de un mes llegaron a Barcelona. Las cuatro líneas defensivas del general Vicente Rojo sólo son marcas en los planos de guerra que fácilmente se sobrepasan. Poco importa que el 16 de enero el Gobierno republicano en Barcelona movilice a todos los hombres de entre 17 y 55 años.

El domingo 22 de enero, mientras las radios catalanas llaman al combate y a la resistencia numantina de la Ciudad Condal, el presidente Juan Negrín ya está instalado en Gerona con su Gobierno y el de la Generalitat, bien cerca de la frontera. La deserción de la clase política fue total. Ese mismo día 22, el Gobierno de Negrín celebró su último Consejo de Ministros en Barcelona, después del cual publicó una nota oficial en la que se comunicaba: 

«El Consejo de Ministros acordó en su reunión de hoy hacer pública la decisión del Gobierno de mantener su residencia en Barcelona, si bien desde hace tiempo adoptó las medidas necesarias para garantizar, ante cualquier eventualidad, el trabajo continuo de la administración del Estado y de la obra de Gobierno, preservándolas de las perturbaciones inherentes a las continuas agresiones aéreas de que es objeto Barcelona».

Pero al día siguiente estaban en Gerona y al otro en Francia.

Enterada la población civil de la huida de sus dirigentes, emprende la propia iniciándose un éxodo de la capital catalana. El periodista inglés Herbert Matthews, corresponsal de Time y testigo de los últimos días de la Barcelona republicana, narró en un libro su experiencia. El último día antes de la caída de Barcelona marchó para Perpiñán y desde ahí se lamentaba: 

«Por amor a la República y a la democracia se debió combatir por Barcelona Había razones suficientes para la caída de la ciudad y sin embargo suscita resentimiento que los catalanes, a diferencia de los castellanos de Madrid, de los polacos de Varsovia y de los rusos de Stalingrado no escribiesen una página heroica para consignarla en la historia».

Las grandilocuentes retóricas se las llevó el viento. La comunista Teresa Pàmies fue de las que como tantos otros habían prometido defender hasta la muerte la República, pero que huyeron abandonando a sus camaradas heridos en los hospitales. Trágicas son las palabras que deja estampadas en sus memorias: 

«Jamás podré olvidar una cosa: los heridos que salían del Hospital de Vallcarca. Vendados, casi desnudos, a pesar del frío, bajaban a las carreteras pidiendo a gritos que no les dejasen en manos de los vencedores. La certeza de que los republicanos abandonamos Barcelona dejando en ella a esos hombres siempre habrá de avergonzarnos».
4
Cf. PÀMIES, Teresa: Memòries de guerra i d'exili, quan erem capitans, quan erem refugiats, Proa, Barcelona, 2000.

Josep Andreu i Abelló, presidente del Tribunal de Casación de Cataluña, relata la última noche con Companys por la Barcelona acechada por las tropas nacionales: 

«Fue una noche como nunca olvidaré. El silencio era total, un silencio terrible, como sólo se advierte en el punto culminante de una tragedia. Fuimos a la plaza de Sant Jaume y nos despedimos de la Generalitat y de la ciudad. Eran las dos de la madrugada. La vanguardia del ejército nacionalista estaba ya en el Tibidabo y cerca de Montjuich. No creíamos que volviésemos jamás».
5 Cf. BEEVOR, Antony: La Guerra Civil Española, Crítica, Barcelona, 2005.

Companys salió de Barcelona a las tres de la madrugada del 24. Dejaba una ciudad engañada que aún creía que sus dirigentes les acompañaban en la tragedia. La mentira sistemática negaba lo evidente. El Parte de Guerra republicano del 25 de enero afirma:

«Frente de Cataluña. En la jornada de hoy han continuado librándose vivísimos combates en todos los sectores de este frente, en los que las tropas españolas continúan resistiendo con heroísmo».

Al día siguiente las tropas nacionales entraban en Barcelona.

El parte de guerra del 26 de enero del bando republicano ignora completamente que haya caído la Ciudad Condal y sólo menciona los frentes del centro y levante. No obstante, la noticia había llegado a los dirigentes de la República que ya estaban a tocar la frontera. Negrín la recibió en Figueras. Con él estaba el dirigente socialista italiano y ex comisario de las Brigadas Internacionales Pietro Nenni; éste le inquirió dónde iba a poner nueva línea defensiva. A lo cual Negrín le confesó que la guerra estaba perdida, pues la voluntad del pueblo republicano estaba desmoronada y el problema ya no era técnico, sino psicológico. Manuel Azaña estaba en Perelada y su actitud denotaba que ya poco le importaba la guerra. En el famoso castillo estaba buena parte del patrimonio pictórico del museo del Prado. Y en ese ambiente, se puso metafísico. Empezó a departir con los funcionarios encargados de custodiar las obras de arte y les comentó: «Dentro de cien años habrá mucha gente que no sepa ya quiénes éramos Franco ni yo, pero todo el mundo sabrá quiénes fueron Velázquez y Goya».

Companys, recibió la noticia en Montsolís junto a Abelló. Las malas nuevas las trajeron los consellers de su gobierno que iban llegando de Barcelona. En un nuevo acto de ilusión política, acuerdan que Olot sea la sede del Gobierno de la Generalitat. Mientras, el cainismo catalanista ya se ha puesto nuevamente en marcha. Por la ciudad de Gerona deambulan los diputados del Parlamento catalán. Se reúnen simulando reuniones parlamentarias en algún hotel. Algunos de ellos piden que se destituya al Gobierno de Companys. El todavía presidente del Parlament, Josep Irla, les acusa de traidores y les amenaza con detenerles a todos. Poco después, los diputados amenazados consiguieron un autocar que les trasladó a Cantallops, cerca de la frontera francesa.

La ficción de una Generalitat se iba deshaciendo conforme pasaban las horas. Mientras los partes de guerra republicanos siguen contribuyendo al simulacro. El del 27 de enero contiene las siguientes risibles palabras:

«Nuestras tropas resisten tenazmente la intensa presión enemiga, en todos los sectores, ejecutando con orden total y magnífica disciplina, los repliegues que el Alto Mando ha estimado conveniente realizar en contados lugares. Los soldados españoles, dando muestras de su elevadísimo espíritu patriótico y desafiando la acción constante de la artillería y aviación de las fuerzas invasoras, han realizado con éxito algunos contraataques en el sector central de este frente».

Javier Barraycoa

Publicado en Razón Española, enero 2019.

 

La liberación de Barcelona (2): y Barcelona no ardió

3 de marzo de 2019 La liberación de Barcelona (2): y Barcelona no ardió

En la novela histórica de Guillem Martí ¡Quemad Barcelona! (Destino, 2015), el biznieto de Miquel Serra i Pàmies recrea una historia poco conocida. Serra en 1939 era consejero de Obras Públicas de la Generalitat y dirigente del comunista PSUC. Recibió una inesperada orden de la Komintern soviética. Debía arrasar completamente Barcelona antes de la entrada de las tropas de Franco: industrias, transportes, edificios Era la política «de tierra quemada para el enemigo» impuesta por la Unión Soviética. Ya en el exilio mexicano, en carta a su hermano le confesaba cómo consiguió dilatar los deseos comunistas; y así, paradójicamente, la entrada de las tropas nacionales evitó un desastre de dimensiones inimaginables. Su biznieto reconoce: 

«había tres gobiernos, por así decirlo: uno era la Generalitat catalana, que era un elemento residual; el segundo era el gobierno de la República; y el tercero, obviamente, era el Partido Comunista de España, el que daba las órdenes con el apoyo de la Internacional Comunista y sus agentes».

De hecho, tuvo lugar una reunión del PCE, el PSUC y los militares de demoliciones para destruir Barcelona: 

«La mayoría de militares eran de la Brigada Líster y se acordó comenzar la destrucción de las fábricas, todas las instalaciones portuarias, La Barcelonesa de la calle Mata (junto a La Canadiense) y la térmica de Sant Adrià y finalmente volar los túneles del Metro».

Serra se exilió, como tantos otros, pero fue conducido directamente a Moscú y juzgado como traidor por no obedecer órdenes directas y enviado al gulag.

 «Se le acusó de agente doble, de agente franquista, de ser el culpable de la caída de Barcelona, de hacer que el ejército republicano perdiera la Guerra Civil. Sin embargo, cuando llegó la hora del juicio se le comunicó que la pena consistía en ir a Chile para ayudar al partido allí. Cuando horas después cogió un tren que se dirigía al norte, comprendió que su destino no era Chile», explica el autor de ¡Quemad Barcelona! 

De ahí pasó a México, después de un penoso periplo tras un proceso moscovita de siete meses, en el que se le acusó, entre otros cargos, de masón, de promover una escisión en el PSUC, de minar la resistencia civil de Cataluña y de reconstruir la «aburguesada» Unión Socialista de Cataluña. Ahí es poco. Es de recomendable lectura la obra que publicó su hermano Josep Serra i Pàmies titulada Fou una guerra contra tots (1936-1939). Conté notícies inèdites sobre la projectada destrucció de Barcelona. (Pòrtic, 1980). En ella se describe el ambiente autodestructivo de los restos de la República. Ya Negrín había querido destruir la industria pesada de Bilbao, aplicando la política de tierra quemada, pero fueron sus aliados los gudaris del PNV los que lo impidieron. Semejante «traición a la causa» permitió a Franco contar con los Altos Hornos de Bilbao y el resto de la industria pesada vasca; ésta produjo más en 1938 para los nacionales que entre julio de 1936 y junio de 1937 para el Frente Popular.

La ausencia de autoridades en Barcelona, facilitó su salvación de la destrucción. Manuel Tagüeña Lacorte fue el jefe de máximo rango militar que quedaba en Barcelona. En el edificio que volvió a ser Capitanía General no había ningún mando y sólo unos soldados, adscritos a los servicios de esta dependencia. De los dirigentes políticos sólo quedaron algunos del PCE y el PSUC. Sólo unos pocos irredentos intentaron una absurda defensa cavando inútiles trincheras; aún se vieron carros o coches blindados de la CNT/FAI intentando desesperadamente movilizar una población que no sólo no combatió a las fuerzas nacionales sino que los recibió con lágrimas de alegría. Algunos anarquistas, sabiéndose perdidos, quisieron dinamitar el templo del Tibidabo. De hecho tenían colocados y preparados todos los explosivos. Por una providencia, las Brigadas Navarras junto a otras fuerzas estaban apostadas detrás del Tibidabo y enviaron unos requetés para otear la cima del monte. In situ sorprendieron a los anarquistas a punto de ejecutar la destrucción, pero les tirotearon a tiempo, con lo que salvaron el emblemático templo. En algunas memorias de requetés catalanes encuadrados en las filas de las Brigadas Navarras, se repiten anécdotas muy parecidas que dan una idea de la situación en Barcelona. Todavía el 25, la ciudad era republicana; sin embargo, algunos carlistas con familia ahí, se adentraron en sus barrios para saludar a sus familiares y avisarles de que al día siguiente iban a entrar las tropas nacionales. Pudieron cenar en sus casas y volver a su acuartelamiento fuera de la ciudad.

EL CURIOSO RELEVO POLÍTICO Y EL INESPERADO RECIBIMIENTO

La última autoridad republicana en abandonar la ciudad fue el alcalde Hilari Salvador. Entonces ocurrió un hecho inusitado. Las tropas nacionales habían podido penetrar hasta el centro de la ciudad y llegar al Ayuntamiento. Eran las cinco de la tarde cuando llamaron a la puerta del Ayuntamiento un teniente y un alférez. El teniente era el legionario Víctor Felipe Martínez de la Bandera de Carros de Combate del Cuerpo del Ejército Marroquí, el cual redactó de su puño y letra el acta de ocupación de la alcaldía, que provisionalmente desempeñaría el cargo en las próximas horas, hasta la posesión del cargo por Miguel Mateu. El acta decía: 

«A las cuatro y media del día hoy han sido tomados la Generalidad y el Ayuntamiento por el Capitán de la Legión Víctor Felipe Martínez. Barcelona, 26 de enero de 1939, III Año Triunfal. Actúan como testigos, Rafael García Aroca, Miguel Vergés Oller y José Suñé; como secretario José Rueda». 

Inmediatamente se cambió la bandera republicana por la rojigualda. Así, durante unas horas, Barcelona tuvo un alcalde legionario. A la misma hora se ocupó el edificio de la Generalitat.

La única autoridad republicana en la ciudad que hemos reseñado, Tagüeña Lacorte, escribió en sus memorias: 

«Nuestras unidades también retrocedían apresuradamente y el enemigo que, con gran prudencia había estado acumulando sus fuerzas en el lindero de la ciudad, se lanzó rápidamente en pequeñas columnas, precedidas de tanques, que rápidamente penetraron por las principales avenidas. Fueron minutos de tremenda confusión. Mientras por una calle entraban los conquistadores, aclamados por los gritos de sus simpatizantes, por la de al lado se retiraban nuestros maltrechos hombres, las piezas de artillería, los tanques, los blindados. Muchos de nuestros soldados, e incluso oficiales, que hasta entonces habían sido magníficos combatientes, tiraban las armas y se entregaban, considerando inútil seguir adelante».
1
Cf. TAGÜEÑA LACORTE, Manuel: Testimonio de dos guerras, Planeta, Barcelona, 2005.

En el otro bando, otro testigo, el cronista Justo Sevillano, publicó en La Vanguardia Española del 18 de julio de 1939 los recuerdos de ese 26 de enero, bajo el título Así fue la liberación de Barcelona:

«A la una de la tarde me aventuré en el carro de combate 614, hasta Sarriá. Nos tiraban aún. Había un nido de ametralladoras, servido por voluntarios, que tiraban bastante y había unos tiradores sueltos, pero en casi todos los balcones y terrazas se veían banderas blancas y ya salía la gente a la calle alzando el brazo con la mano extendida. En aquellas condiciones no podíamos hacer fuego sin causar sensibles bajas entre los nuestros ¿Cómo nos iban a recibir aquella ciudad enorme? Alguien a mi lado, recelaba. ¡Estos catalanes! [pero] Estos catalanes se lanzaron a la calle en la más clamorosa manifestación de alegría que yo recuerdo».

El testimonio no es exagerado, se repite en todos los escritos de los protagonistas.

Quizá uno de los relatos más impresionantes es el del diario de Pere Tarrés, actualmente beatificado, miembro de la Federació de Joves Cristians de Catalunya (FJCC) y actualmente uno de los mitos de cristianismo catalanista. En la última página se lee la impresión que le causó la entrada de las tropas nacionales en Barcelona: 

«26 de enero: Noticias. Ruido de combate. La misma expectación de ayer, pero todavía más fuerte.

¡Dios mío salva a la Patria! Cuando pienso que todo este ruido es el mismo que oía antes de ocupar los pueblos de Catalunya en los que hacíamos resistencia, y que ahora lo oigo a las puertas de Barcelona, no sé que me ocurre de tanta alegría.

El ruido se acerca ¡se acerca la primavera y con ella la tan suspirada paz y el restablecimiento del Reino de Cristo!

Los partidos comunista, socialista, CNT, invitan al pueblo a la resistencia palabras que caían en el vacío casi daba risa. ¡Quién quieren que se levante, si toda la juventud ha sido asesinada o ha muerto en la guerra! ¿Quién puede levantarse para defender un terrible régimen de tiranía y de terror bajo la estrella roja y la bandera roja y negra o encarnada, del odio a muerte y la lucha de clases? Estoy convencido de que se acercan para España horas de gloria y de luz y de reconciliación, de fuerza creadora. Estoy convencido de que renacerá la llama viva del cristianismo, más viva que nunca.

Son las cuatro de la tarde. Vivimos momentos únicos. Momentos de emoción sublime. Saltaría de gozo. Lloraría de alegría. Noticias de que han comenzado a entrar. Barcelona reconquistada para España y para Cristo. Barcelona liberada del infierno rojo. El marxismo, bajo todos los aspectos, ha sufrido el golpe más decisivo. Cataluña, Cataluña ya está salvada. Dios mío, ¿es posible que llegue la hora de la liberación? Cuando todo parecía hundido, Tú has resurgido lleno de gloria ¡Señor, es tu gloria lo único que me interesa! ¡Dios mío, Dios mío, gracias por haberme permitido presenciar tanto gozo, la alegría de un pueblo que resucita! Estoy convencido de que se acercan para España horas de gloria y de luz y de reconciliación, de fuerza creadora. Estoy convencido de que renacerá la llama viva del cristianismo, más viva que nunca.

La entrada del ejército Nacional liberador de España en las Ramblas ha sido grandioso, a los gritos de Arriba España y Viva Franco. Nos abrazábamos por las calles ¡Ha sufrido tanto Cataluña! Me he sentido profundamente español y nunca como hoy me sale del corazón un grito bien alto de ¡Viva España! ¡Viva Cataluña española! Virgen María continua velando por nuestra Patria. ¡Viva Cristo Rey!  ¡Viva España cristiana! ¡Viva Cataluña española».
2 Cf. TARRÉS, Pere: Mi diario de guerra.1938-1939, Casals, Barcelona, 1985.

La multitudinaria misa de acción de gracias en la Plaza de Cataluña de Barcelona el 28 de enero de 1939

La apoteosis del triunfo tuvo su escenario grandioso en la Plaza de Cataluña, con la primera y multitudinaria Misa de campaña celebrada en una ciudad que tanto se ensañó contra toda idea religiosa. Una descomunal muchedumbre que llenaba la plaza siguió la ceremonia con gran devoción, inmensa alegría y enorme emoción, haciendo saltar las lágrimas de los barceloneses y catalanes, que no habían podido asistir a ningún acto religioso, durante toda la contienda. Sólo pocos, y gracias a la organización secreta del Socorro Blanco, habían conseguido que en la clandestinidad mantener el culto en casas privadas y con todas las prevenciones. En esa magnífica Misa en el la Plaza Cataluña, el altar había sido revestido con unos manteles que provenían del vestido de novia de una «margarita» carlista. Estaba a punto de casarse antes del inicio de la contienda; el novio escapó al bando nacional para alistarse con los requetés y perdió la vida en el campo de combate. Todavía hoy se conservan y usan en ocasiones especiales en una iglesia de Barcelona que la discreción nos impide desvelar. Igual que en otro lugar de Barcelona se usa para la adoración eucarística una custodia en forma de Laureada de San Fernando que Franco regaló. Por desgracia, el temor a que esos objetos sean retirados ha obligado al silencio de los pocos que conocen esos vestigios de la memoria de la Barcelona liberada.

Javier Barraycoa

 

La liberación de Barcelona (3): y aparecieron miles de banderas españolas

4 marzo de 2019 https://barraycoa.com/2019/03/04/la-liberacion-de-barcelona-3-y-aparecieron-miles-de-banderas-espanolas/

APARECEN MILES DE BANDERAS ROJIGUALDAS

Los escarceos de las escasas tanquetas anarquistas y comunistas de poco sirvieron. La ciudad bullía en animación y vitoreaba sin cesar a los soldados. La liberación de Barcelona, era en el fondo la ineludible primicia del fin de la guerra. Atrás quedaban tantos asesinatos, paseos, checas, hambre y demás calamidades. El mismo día 26, resueltas las escasas escaramuzas, a las 19 horas, el general Juan Bautista Sánchez, pronunciaba un discurso por la radio: 

«¡Catalanes! Hace pocos momentos que el glorioso Ejército español comenzó a entrar en la ciudad de Barcelona. Tomada ya totalmente la población, las fuerzas desfilan tranquilamente por las calles levantando indescriptible entusiasmo. La muchedumbre vitorea a los soldados. Ciudadanos, ¡engalanad vuestros balcones! Os diré en primer lugar a los barceloneses, a los catalanes, que os agradezco con toda el alma el recibimiento entusiástico que habéis hecho a nuestras Fuerzas Armadas. También digo al resto de españoles que era un gran error eso de que Cataluña era separatista, de que era anti-española. ¡Debo decir que nos han hecho el recibimiento más entusiasta que yo he visto! He asistido a la conquista de las cuatro provincias del Norte; he paseado la Bandera Nacional y el Escudo de Navarra por Aragón, por Castellón, por todas partes y en ningún sitio, os digo, en ningún sitio nos han recibido con el entusiasmo y la cordialidad que en Barcelona».

Este testimonio podría parecer manipulado e intencionado, pero ni las crónicas, ni las memorias de los republicanos, ni los testigos de esos hechos lo desmienten. El escritor inglés James Cleugh, describe el recibimiento del pueblo de Barcelona a las tropas nacionales: 

«Los soldados eran obstaculizados en su avance, no por la resistencia del enemigo sino por las densas multitudes de demacrados hombres, mujeres y niños que afluían desde el centro de la ciudad a darles la bienvenida, vitoreándolos en un estado que bordeaba la histeria».
1Cf. CLEUGH, James: Furia Española. La Guerra de España (1936-1939). Vista por un Escritor Inglés, Juventud, Barcelona, 1964.

O un soldado republicano que decidió permanecer en Barcelona, Joan Font Peydró, relata su vivencia: 

«Cuando llegamos a la Diagonal, la bandera que vimos pasar desde el balcón apenas ha podido recorrer unos metros. Los primeros soldados desaparecen entre una muchedumbre que los abraza, que los vitorea, que besa la bandera. Esto no se puede describir. Hay que vivirlo para tener una idea de tales momentos. Van llegando más tropas. Y es un río de gente el que los asalta. Un enorme trimotor vuela bajísimo a lo largo de la Diagonal. Miles de manos le saludan. Unos tanques van caminando airosos; pero casi no se les ve. El gentío se ha encaramado en ellos y tremolando banderas y vitoreando a España y a Franco, los hace desaparecer entre olas de alegría. Ya ha llegado la noticia a todas partes. Barcelona se ha lanzado a la calle. Y se desborda el entusiasmo. Llegamos a la plaza de Cataluña. Brillan algunas luces. Empiezan a rasgarse las tinieblas. Todo parece un sueño. En todas partes, el mismo entusiasmo. Y banderas españolas. ¡Muchas banderas!».

En las crónicas se relata que la primera bandera nacional que se colgó en Barcelona, fue a instancias de una enfermera que la alzó en la iglesia de Pompeya, en la Diagonal, que había sido reconvertida en Policlínica. Aunque posiblemente la primera bandera española fue colgada por otra mujer, la señora Suriá, que era esposa del señor Vives, padre de una famosa saga de carlistas catalanes. El matrimonio vivía en un edificio municipal de la Plaza Lesseps, y en él ondeaba la bandera republicana. La señora Suriá, mientras que todavía corrían tanquetas republicanas por las calles, se subió al asta de la bandera, ayudada por un hijo pequeño Luís, y con un cuchillo rajó la bandera republicana sustituyéndola por la bandera nacional. Esta mujer, catalana de pura cepa, había guardado celosamente una bandera bicolor durante toda la guerra. Hoy esta bandera todavía se conserva familiarmente como una reliquia. Pero no fue el único caso. El día 26, los balcones de Barcelona se engalanaron con banderas que muchas familias habían conseguido guardar, a pesar de los innumerables registros en los que el descubrimiento de las telas les habría acarreado la cárcel y la muerte. Y los que no tenían banderas españolas, las componían colgando en las ventanas y balcones prendas de vestir amarillas y rojas.

EL RECICLAJE DE REPUBLICANOS EN FRANQUISTAS

Cuenta Solé Caralt en sus memorias que, al final de la guerra, volvió a su casa en la comarca del Baix Penedés.
2 Cf. SOLÉ CARALT, José: La Bisbal del Penedès en l'entramat de la història general del país, Fundació d'Història i Art Roger de Belfort, Girona, 1992.

Allí, sorprendido, se encontró a los izquierdistas del pueblo gritar «¡Viva Franco!». Un amigo suyo se encargó de la depuración, que fue muy limitada. Aunque se dio la sorpresa de que los dirigentes republicanos se delataban entre sí. Un articulista de El Noticiero Universal comentaba el 22 de marzo de 1939: 

«algunos empleados [de la Administración pública] que después de una actuación francamente marxista durante dos años y medio adaptados a la política de aquel tiempo, siguen tan tranquilos en el desempeño de su cargo y ahora son los primeros en manifestar su entusiasmo por la España de Franco y hasta alguno intenta encuadrarse en Falange».

En Barcelona, el que estuviera interesado en escuchar la historia de los mayores habrá oído muchas anécdotas de anarquistas conocidos de los barrios que, al día siguiente de la llegada de las tropas franquistas, ya se estaban afiliando al Movimiento. En la red de espionaje de la Gestapo en Barcelona, uno de sus más famosos colaboradores fue el jefe de los camareros del Ritz, Emiliano Bartolomé, que durante la guerra había estado en el frente en una milicia de la CNT. El rápido reciclaje político daría para muchos volúmenes, y sólo es comparable a la infinidad de franquistas y falangistas que se hicieron demócratas [de toda la vida] nada más morir Franco.

Al leer las actuales historias nacionalistas sobre el franquismo en Cataluña, los autores suelen plantear el tema como una invasión. Sin embargo casi ninguno se atreve a plantear la cuestión tan sencilla de cómo consiguió el franquismo organizar y gobernar casi un millar de ayuntamientos sin apoyos en Cataluña. El hecho es que muchos políticos se reciclaron rápidamente en franquistas y pudieron conservar sus cargos. En Hospitalet de Llobregat el alcalde franquista fue un antiguo militante del Partido Republicano Radical. Del mismo partido procedían regidores de los Ayuntamientos de Badalona y Esparraguera. Olot contó con un regidor del Casal Català, militante del antiguo partido Acció Catalana. En Barcelona hubo un regidor de la Unió Socialista de Catalunya y en Tarragona de la vieja ERC.

Otro tema que conviene mencionar es el papel de muchos catalanistas conservadores en la constitución de esos consistorios. Esta participación fue posible porque ya anteriormente muchos de los hombres de la Lliga, especialmente de poblaciones menores y cuadros intermedios, habían colaborado en el Ejército Nacional o habían sufrido persecución en la Cataluña republicana y, por tanto, contaban con el beneplácito del Régimen. José María Fontana en su obra Los catalanes en la Guerra de España lo señala con toda claridad: 

«Ni uno de los dirigentes o militantes destacados de la Lliga en su órgano político, o en los culturales que controlaban, estuvo al lado de la Generalitat bastantes, entre sus juventudes, lucieron la estrella de alférez provisional y muchas jerarquías locales y provinciales de la Falange catalana salieron de los cuadros lligueros. En Lérida y Gerona, sobre todo, dieron un porcentaje elevadísimo casi total en las listas de Caídos por Dios y por España».

En la medida que las tropas nacionales iban tomando ciudades y municipios se iban nombrando juntas gestoras que con el tiempo regularizarían los futuros gobiernos municipales. Entre los gestores de los ayuntamientos, se buscaron, en primer lugar, personas que ya habían formado parte de los ayuntamientos durante la Dictadura Primo de Rivera o en el período de suspensión del Estatuto después del 6 de octubre de 1934. También se recurrió a los falangistas anteriores a la guerra, de los que tampoco había tantos en Cataluña. Además se buscó a ex combatientes, ex cautivos, familiares de caídos y combatientes nacionales, así como a funcionarios de confianza. La inmensa mayoría la formaban catalanes, aunque no catalanistas. Aun así, los catalanistas de la Lliga tuvieron su parcela de poder; sobre todo en aquellos consistorios donde era más difícil encontrar hombres de confianza ajenos al catalanismo. La colaboración de estos catalanistas, hay que subrayarlo, fue entusiasta. Ello no quita, también, que muchos catalanistas integrados en la estructura de poder franquista acabaran siendo los más arduos conspiradores en favor del pretendiente Juan de Borbón.

Encontramos casos como el de la ciudad de Sabadell. Dos altos funcionarios del Ayuntamiento, y conocidos catalanistas, recibieron a las autoridades militares y se ofrecieron para poner en marcha la administración local. Se trataba de Pere Pascual Salichs, que ya había sido alcalde entre 1918 y 1922, y Francesc de Paula Avellaneda Manaut, uno de los fundadores de la Lliga en la ciudad. Los dos participaron en las pertinentes depuraciones y Pere Pascual colaboraría en la prensa local de FET-JONS con el pseudónimo de NihilEl delegado del Frente de Juventudes, el ex combatiente Pedro Riba Doménech, también había militado de joven en la Lliga. Allí donde antes de la guerra los hombres de la Lliga habían tenido equipos preeminentes, después de la contienda consiguieron mantener su influencia, por ejemplo en Badalona, Granollers y Santa Coloma de Gramanet. En Badalona, el primer Ayuntamiento tras la guerra tuvo como tenientes de alcalde a dos ex lligueros, uno ex combatiente y el otro ex cautivo. En Granollers, en el Ayuntamiento dirigido por Francisco Sagalés, entre 1941 y 1947, tres de cuatro tenientes de Alcalde eran también viejos militantes catalanistas. El primer alcalde de Santa Coloma, Francisco Badiella, había sido militante entusiasta de la Lliga, ex cautivo, fugitivo y ex combatiente. Y entre sus concejales ocho de nueve eran antiguos militantes del partido catalanista. Igualmente, el presidente de la junta gestora de Vic, José Vilaplana Pujolar, provenía de la Lliga Regionalista.

Javier Barraycoa

 

La liberación de Barcelona (y 4): mitos del catalanismo y del exilio

6 de marzo de 2019 https://barraycoa.com/2019/03/06/la-liberacion-de-barcelona-y-4-mitos-del-catalanismo-y-del-exilio/

Esta participación del catalanismo en la política municipal fue posible porque muchos de sus hombres colaboraron en la guerra con el bando nacional. Se calcula que hubo unos 6.000 catalanes que combatieron con las tropas sublevadas, así como 4.000 o 5.000 ex cautivos. Por eso, el nuevo Régimen pudo incorporar a catalanistas de la Lliga. A decir verdad, muchos de ellos no tuvieron ningún reparo en afiliarse a FET y de las JONS. La organización política fruto de la unificación forzada de la Falange y el carlismo contaba en Cataluña, en octubre de 1940, con 25.953 inscritos, de los cuales unos 10.000 eran militantes y el resto adheridos. La necesidad de completar los cargos públicos en los ayuntamientos permitió que el Régimen pusiera menos pegas de las que cabía suponer a la incorporación de hombres de la Lliga. Por poner un ejemplo, la provincia de Barcelona necesitaba cubrir 303 alcaldías y unas 2.000 regidurías. No podemos olvidar que esos cargos por aquel entonces no eran remunerados y, por tanto, no todo el mundo estaba dispuesto a ejercer responsabilidades que ocupaban mucho tiempo.

También antiguos catalanistas se pudieron incorporar a la política municipal gracias a que en muchos ayuntamientos se abrieron las puertas a miembros de la Acción Católica. La Falange buscaba consensos con otras fuerzas sociales de confianza en el movimiento de la Acción Católica, en la que se habían integrado muchos viejos catalanistas católicos. Así, hombres como Sallarés Llobet, antiguo hombre de la Lliga y factótum de la Acción Católica, llegaron a Teniente de Alcalde en la ciudad de Sabadell. Para ser sinceros hay que decir que otros antiguos militantes de la Lliga simplemente dejaron la política y no opusieron la más mínima resistencia al franquismo. Un informe del Gobierno Civil de Tarragona rezaba: 

«La Lliga si hubiera podido nos hubiera combatido en todos los pueblos. Pero los mejores hombres de esta antigua organización están ahora con nosotros o en sus casas. No se discute ni al Caudillo ni al Régimen, aparentemente, pero se suspira por el partidismo político y las libertades liberales, señalándose con astucia nuestros defectos. Y ni aun así no han logrado nada».

La historia de la etapa de Primo de Rivera y el catalanismo se repetía. Tendría que pasar una generación para que el catalanismo volviera a resurgir.

La historiografía nacionalista más radical intenta convertir la liberación de Barcelona en la causa de un éxodo masivo a Francia tras la llegada de las fuerzas nacionales. Se suelen repetir cifras del estilo que más de 200.000 catalanes huyeron al exilio; otros incluso hablan de 300.000 y los más exagerados de 500.000. La cifra real debe ser difícil de calcular, pero si atendemos a historiadores reconocidos (incluso entre los nacionalistas) como Borja de Riquer y Joan B. Culla la cifra rondaría entre 60.000 y 70.000.
1 Cf. Vol. VII de la Història de Catalunya, dirigida por Pierre Vilar.

Los cálculos ciertamente son difíciles y fáciles de manipular por el nacionalismo, pues muchos de los que marcharon al exilio desde Barcelona no eran catalanes, sino refugiados en Cataluña de zonas que el Frente Popular había perdido ante el avance nacional. Igualmente, excepto los que habían cometido delitos de sangre o se habían empeñado en su exilio, muchos regresaron a España a los tres o cuatro años de haber acabado la guerra. Las fuerzas vencedoras celebraron juicios sumarísimos y ejecutaron a unos 3.200 republicanos sobre las que recaían delitos de sangre. Companys dejaba tras de sí 8.500 asesinados en la retaguardia republicana la mayoría sin juicio.
2 Uno de los primeros listados de los asesinatos aparece en el estudio SOLÉ I SABATÉ, Josep Maria: La repressió a la reraguarda de Catalunya (1936-1939), vol II, Publicacions de L'Abadia de Montserrat, Barcelona, 1990.

Por acabar este breve bosquejo de las impactantes jornadas en la Barcelona de finales de enero de 1939, hay una anécdota que vale la pena recuperar, para ver cómo actúa la Ley de «Memoria Histórica». Como hemos reiterado, las tropas nacionales entraron en Barcelona el 26 de enero de 1939. Ya entonces existía en la Ciudad Condal una calle llamada «26 de enero», conmemorando la «batalla de Montjuic», en la que las tropas de Felipe IV habían sido derrotadas en 1641. Al llegar la democracia y su correspondiente represalia sobre el nomenclátor de la ciudad, algún político inculto pensó que la calle estaba dedicada a la llegada de las tropas nacionales y se decidió cambiar su nombre. Esta es una estupenda metáfora de la recreación falsificada de la historia.

Javier Barraycoa

La liberación de Barcelona el 26 de enero de 1939 Por Javier Barraycoa, 2019
La liberación de Barcelona (1): no hubo otro 11 de septiembre 2 de marzo de 2019
La liberación de Barcelona (2): y Barcelona no ardió 3 de marzo de 2019
La liberación de Barcelona (3): y aparecieron miles de banderas españolas 4 marzo de 2019
La liberación de Barcelona (y 4): mitos del catalanismo y del exilio 6 de marzo de 2019

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El final del Diario de guerra del Beato Pere Tarrés

El beato Pere Tarrés 1905 1950

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Pere Tarrés y Claret, fejocista, médico y sacerdote, un buen modelo para nuestros días, por José Vives Suriá. Cristiandad. Barcelona, nn. 821-822, nov. diciembre de 1999, págs. 45-50

Pere Tarrés: la Iglesia al servicio de los enfermos pobres, por Gerardo Manresa Presas y Gerardo Manresa Formosa. Cristiandad. Barcelona, agosto-septiembre de 2004

Cristianos para la liberación nacionalista de los pueblos

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