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Actualidad de la Reparación

FRANCISCO CANALS

Conferencia pronunciada el 31 de mayo de 1991 en el Monasterio de las Salesas de Barcelona

Revista CRISTIANDAD de Barcelona. Año XLIX, núms. 728-730, enero-marzo de 1992, págs. 9-14
y de nuevo en Revista CRISTIANDAD de Barcelona Año LXX, núms. 983-984, junio-julio de 201
3, págs. 25-27

Todo comenzó entonces en el sentido que la Iglesia ha explicado en sus documentos de Magisterio. Es muy cierto que el culto al Corazón de Jesús, que es adoración a Cristo, viendo en su Corazón el símbolo del Amor divino y humano con que nos ofrece la Redención y nos pide correspondencia, tiene su fundamento en el Evangelio y en la Tradición, en la Revelación pública. Lo que a veces no se advierte es que es la misma Revelación pública, el mismo Evangelio, el mismo lenguaje de los Apóstoles, el que nos dice que en la Iglesia animada por el Espíritu Santo, que tiene en Cristo su cabeza, de la cual nosotros somos miembros en un cuerpo místico, en esta Iglesia, el Espíritu del Señor alienta dones extraordinarios para bien del pueblo cristiano, los carismas misteriosos. San Pablo, entre estos carismas, después del que caracteriza a los Apóstoles, cuyos sucesores son los Obispos, habla de los profetas, de los doctores, etc. ¿Qué misión tiene en la Iglesia santa Margarita María Alacoque? ¿Por qué talmente no se podría mencionar la historia del culto moderno al Sagrado Corazón, el culto litúrgico al Sagrado Corazón, la espiritualidad del Corazón de Jesús en el pueblo cristiano desarrollado a partir del XVII-XVIII-XIX, estallando en la Consagración Universal de León XIII y en la fiesta de Cristo Rey?; ¿por qué no se puede hablar de todo esto sin hablar de santa Margarita María Alacoque?

Si nosotros ahora interfiriéramos como con un escrúpulo teológico y dijéramos como que los documentos de la Iglesia en que se ha instaurado la fiesta del Corazón de Jesús y se ha señalado cuál es el contenido y el mensaje de esta devoción... ¿qué misión tiene santa Margarita María Alacoque en la Iglesia? Voy a ser muy rápido en esto. Un sacerdote amigo mío, excelente apóstol del Corazón de Jesús, ha suscitado, y yo he firmado alguna vez, peticiones de que santa Margarita María Alacoque fuese declarada doctora de la Iglesia, como lo han sido santa Teresa de Jesús y santa Catalina de Siena. Si la Iglesia la declarase doctora de la Iglesia estaríamos todos muy felices, daríamos gracias a Dios. Yo, que he firmado la petición, pienso que tal vez la Iglesia nunca la declare doctora de la Iglesia y que hay un carisma más importante que el carisma de los doctores a los que Dios da la palabra de sabiduría y de ciencia para ilustrar al pueblo cristiano, hay un carisma más excelente que éste, el cual sólo cede en importancia al de los Apóstoles sobre los que se funda la Iglesia, que es el carisma profético.

Los profetas del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento -el Apocalipsis es libro profético- son órganos inspirados por el Espíritu Santo, de la Revelación pública. Aquella Revelación de los profetas y los Apóstoles sobre la que la Iglesia se funda. San Pablo dice que en la Iglesia hay profetas; santo Tomás lo comenta. A mí me parece que esto hace entender lo que ha ocurrido en la Iglesia con santa Margarita María, me parece que el Señor escogió a esta hija de san Francisco de Sales para que fuese en la Iglesia profeta. Voz que en nombre de Dios anunciase nuevamente de una forma renovada con un esfuerzo, como una segunda Redención amorosa, como ella misma dice, el mensaje del Amor Redentor Misericordioso de Cristo, lo anunciase del modo que el Espíritu Santo suscitó para que, en un tiempo de enfriamiento de la caridad y de confusión de la fe y desintegración de la vida cristiana, como era el tiempo de santa Margarita María, mantuviese vivo el mensaje que encontramos en el Evangelio de san Juan y en todo el Evangelio y todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento.

La misión de santa Margarita María, yo por mi cuenta, pero fundándome en lo que los Papas han dicho de ella, la caracterizo como de profeta. La Iglesia declara a santos doctores, pero nunca ha declarado a santos profetas, pero los hay. Son lo que tienen un especial carisma de transmitir el mensaje de Dios. Más que ilustrarlo, explicarlo, darlo a comprender como hacen los doctores de la Iglesia, transmitirlo como fuerza que de una forma nueva llegue al pueblo cristiano; un mensaje permanente, nuevo y antiguo. Así santa Teresita del Niño Jesús, que yo también suscitaba que fuese doctora de la Iglesia y probablemente no lo será nunca, tal vez sí, pero que es también la profeta de la confianza filial en Dios, del abandono en los brazos paternales de Dios y de la entrega al Amor Misericordioso. Santa Margarita María ha sido la santa profeta del mensaje que se ha concretado en la espiritualidad y en la liturgia de la que conocemos hoy como devoción y culto al Corazón de Jesús.

Voy a leer unos textos pontificios para que no parezca infundada esta afirmación que yo hago de la elección divina de santa Margarita María como profeta del Amor simbolizado en el Corazón de Cristo. La Iglesia habla de santa Margarita María de una forma sorprendente, inusitada. En Montmartre, Juan Pablo II citó un texto del Señor en la Cena: «El Señor nos dijo», y citó unas palabras que están en el Evangelio de san Juan. «El Señor nos dijo también», y citó unas palabras de santa Margarita María Alacoque. Allí, en Montmartre, el Papa ni siquiera se entretuvo en distinguir un texto de Escritura perteneciente al canon de los libros inspirados y una carta contenida en las obras de una religiosa.

Y ha hablado así la Iglesia frecuentísimamente. En Paray-le-Monial decía Juan Pablo II: «'Yo os daré un Corazón nuevo' (Ezequiel). Nos encontramos en un lugar en el que estas palabras del profeta Ezequiel resuenan con fuerza. Ellas son confirmadas aquí, confirmadas las palabras del profeta Ezequiel, por una sierva pobre y oculta del Corazón divino de Nuestro Señor, santa Margarita María. Muchas veces a lo largo de la historia ha sido confirmada la verdad de esta promesa por la Revelación, en la Iglesia, a través de la experiencia de los santos, de los místicos, de las almas consagradas a Dios. Toda la historia de la espiritualidad cristiana da testimonio de ella. ¿Por qué la verdad sobre el Corazón de Jesús nos ha sido confirmada de un modo especial aquí, en el s. XVII, en el umbral de los tiempos modernos?». Sigue citando textos de la Escritura:

«Os daré un Corazón, derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará».

Si quisiéramos hacer una antología de textos en que hallamos esta alusión a santa Margarita María como la mensajera de aquello mismo que han anunciado los profetas y los apóstoles en la Sagrada Escritura, podríamos reunir un volumen entero. Es constante este modo de hablar. He comenzado citando a Juan Pablo II. Recordaré sólo que Pablo VI, al cumplirse el II Centenario de la extensión de la Fiesta del Sagrado Corazón a la liturgia por la aprobación para el reino de Polonia, en 1765, de la fiesta litúrgica en cuya petición a la Santa Sede intervinieron activamente las religiosas de la Visitación de Cracovia, escribió una Carta Apostólica en la cual habla de santa Margarita María como el alma escogida por Dios para que en la Iglesia se suscitara en nuestros tiempos el culto al Corazón de Jesús y respondiendo a los superiores de las órdenes y congregaciones religiosas que le agradecieron su documento, pocos meses después en otro documento volvía a hablar de santa Margarita María Alacoque y volvía a decir algo que en el primer texto ya estaba insinuado, que el vivir hoy lo que santa Margarita María transmitió a la Iglesia era el camino para que se cumpliesen los designios de Dios expresados a la Iglesia en el Concilio Vaticano II. Esto lo dijo Pablo VI en 1965.

La encíclica «Miserentissimus Redemptor», de la cual nos hemos de ocupar con algún detalle porque es la encíclica que trata de la Reparación, está toda ella organizada sobre la base de textos de santa Margarita María que el Papa va comentando y desarrollando. Y un teólogo, Stierling, en una obra monográfica sobre el Corazón de Jesús dijo esto, conectando unas palabras de la encíclica de Pío XII «Haurietis aquas», dice Pío XII

«Entre todos los que promovieron esta devoción merece sin duda el puesto principal santa Margarita María, que con la ayuda de su director espiritual el beato Claudio de la Colombiere, movida por un celo extraordinario consiguió que esta forma de culto tuviese un gran desarrollo y se distinguiese entre las demás formas de la piedad cristiana».

Stierling, comentando esto, decía:

«Por voluntad divina, la santa de Paray-le-Monial desempeña un papel decisivo en la devoción al Corazón de Jesús. Sería injusto disminuir su importancia por motivos apologéticos, es decir, para que alguien no creyese que nos apoyamos en una revelación privada, que no tenemos fundamento escriturístico y tradicional para ser devotos del Corazón de Jesús. El desarrollo de la devoción del Corazón de Jesús enseñada y vivida por la propia Iglesia estará unida para siempre a su nombre. La religiosa, desconocida, y sin ninguna formación cultural, escondida en el silencio de un convento de la Visitación, se convirtió en el instrumento de Dios para la realización de sus planes redentores en nuestro tiempo».

Esto está escrito no hace muchos años por un teólogo jesuita alemán, Stierling. Por tanto, teniendo en cuenta el testimonio del magisterio eclesiástico, testimonio de la cátedra apostólica, que se ha realizado no sólo en lenguaje de encíclica, en locuciones y documentos, sino en actos institucionalizados, como la consagración del universo al Corazón de Jesús, de León XIII, en el cambio del siglo XIX al siglo XX; y como la institucionalización de la fiesta de Cristo Rey, coronación de esta idea de consagración universal, de la que ustedes oyeron hablar el viernes pasado aquí; y toda una serie de gestos propios de la obra del Apostolado de la Oración, las muchísimas congregaciones religiosas que tienen por nombre el Corazón de Jesús, la solemnidad litúrgica, la aprobación reiterada por el Magisterio eclesiástico de la fructificación y utilidad pastoral de la práctica de los Primeros Viernes, la Hora Santa mencionada también en la encíclica «Miserentissimus Redemptor» como inspirada literalmente en los escritos de santa Margarita María, el culto eucarístico en la forma en que fue tomado en el siglo pasado, que llevó a los Congresos Eucarísticos. Todo esto, consagraciones familiares, consagraciones públicas, consagraciones eucarísticas, Hora Santa, Primeros Viernes... Todo esto, aprobadísimo por la Iglesia jerárquica, está todo, todo, incluso la misma fecha litúrgica del viernes siguiente a la octava del Corpus, está todo contenido en las cartas de santa Margarita María como habiéndoselo comunicado a ella Cristo mismo para que lo anunciase a la Iglesia.

El carácter de instrumento, órgano escogido por Dios para hacer vivir en la Iglesia esta floración, «río que alegra la ciudad de Dios», como decía Pío XII en su primera encíclica, es un hecho patente, un hecho admirable. Por tanto hacemos muy bien si nos ponemos a pensar en el mensaje central de la devoción al Corazón de Jesús cuyos dos actos esenciales son la Consagración y la Reparación.

Se habló de Consagración y hoy vamos a centramos en la Reparación. La Reparación, que es la finalidad misma de la institución de la fiesta, fue tratada por Pío XI en la admirable encíclica «Miserentissimus Redemtor», de doctrina de permanente actualidad reiterada en documentos recentísimos; en la aprobación de estatutos del Apostolado de la Oración se reitera otra vez la idea de Reparación, etc.

Vamos a pensar en esto un poco, es un abismo insondable que sólo podemos pedir a Dios que nos lo haga entender algo, pero no tengo más remedio que intentar pensar en voz alta algo sobre esto.

Evidentemente Cristo pidió el culto a su Sagrado Corazón presentándose a sí mismo como habiéndose agotado y consumido todo su Amor, como si Dios infinito, habiéndose hecho hombre para descender hasta nosotros y hacerse en todo semejante a nosotros menos en el pecado, pero asumiendo sobre sí todas las consecuencias del pecado; de sufrimiento, de dolor, de humillación; hecho, como dice san Pablo, por nosotros, pecado; obediente al Padre hasta la muerte de cruz; anonadado, «de Creador», dice san Ignacio, «ha venido a hacerse hombre, de vida eterna a muerte temporal», a pasar pobreza, humillación, persecución. Como si Dios mismo hubiese hecho todo este don infinito y ahora para renovar el impulso en la Iglesia de su Amor redentor, a través de su instrumento, santa Margarita María, nos presentase con un gesto renovado algo que está ya en el Evangelio y está ya en los profetas del Antiguo Testamento.

La petición de la reparación tiene un doble sentido: Cristo ha sido el reparador de la humanidad pecadora expiando por nuestros pecados con la muerte redentora y por ahí ha llegado la Resurrección, que es el principio de nuestra salvación en la reinstauración de todas las cosas en el orden divino. Pero además de pedir que nos asociemos a esta reparación por la expiación, reconociéndonos pecadores y aceptando unirnos con Cristo que nos redime y haciéndonos, como miembros suyos, también corredentores y víctimas por los pecados, los nuestros y del mundo, además de esta dimensión, que está muy clara en santa Margarita María, además, ahora pide que tengamos compasión de Él. El Señor quiere obrar en nuestro corazón de hombres pecadores, en nuestro corazón petrificado por el egoísmo para darnos un corazón de carne animado por el Espíritu de Dios, capaz de ternura, de generosidad, de correspondencia, de caridad.

Para invitamos a corresponder al Amor redentor de Dios, Dios pide que tengamos compasión de Él. Y esto es lo que está en santa Margarita María, también está en el Evangelio, también está en los profetas. «No habéis podido velar una hora conmigo», dice el Señor a los más íntimos, que se durmieron en Getsemaní. Pío XI habla de que la humanidad de hoy está dormida, está adormecida. El Señor pide que tengamos misericordia de Él, nos pide la limosna de una correspondencia porque su corazón de hombre angustiado la necesita. En nuestro tiempo dije que se cavila pretendiendo hacer teología, se cavila y se prescinde de lo que la Iglesia ha dicho y de lo que ha dicho santa Margarita María y de lo que está en la Escritura. Algunos han puesto en duda el sentido mismo de la expiación. No dudemos, Pío XI lo dice bien claro. Los que dudan de la necesidad de la reparación, en sentido de expiación, precisamente es porque no tienen el sentido del pecado; ahora, si no tenemos el sentido del pecado, tampoco podemos pedir nunca humildemente como publicanos la misericordia de Dios y tampoco entenderemos nunca desde la fe el porqué de la Encarnación redentora y de la cruz.

El mensaje del Corazón de Jesús presupone que sabemos que somos pecadores y que Dios tiene misericordia de nosotros y que nos llama a conversión porque nuestra resistencia, la no aceptación de su don, es no sólo una ofensa a Dios en su Majestad infinita sino un agravio entristecedor al Dios que se ha humillado hasta ser hermano nuestro. Dios no tiene en su naturaleza humana la pecaminosidad nuestra, pero sí que tiene nuestra finitud y nuestra sensibilidad y, precisamente por este camino su corazón humano, su amor humano, sensible, quiere ser el órgano palpable, ya que en ella [en su naturaleza humana] habita la plenitud de la divinidad corporalmente, también habita sensiblemente, sentimentalmente el Amor infinito de Dios. Y, precisamente porque Cristo es Dios y hombre verdadero, en el corazón humano de Cristo en su voluntad humana, en su sensibilidad humana y en su imaginación humana, repercute el torrente infinito de la misericordia de Dios y de los designios redentores. El Corazón de Cristo siente, y esto es lo que enseña Pío XI y esto es lo que ha de mantenerse siempre, porque si no, nos apartamos de la verdadera doctrina sobre Cristo. En el corazón humano de Cristo, en el alma humana de Cristo, en su sentimiento humano, repercute la tragedia de que la humanidad pecadora y redimida resista, se vuelva de espaldas, sea fría, no sea agradecida al don divino. Todas las comparaciones humanas que queremos hacer: dice la Escritura que Dios tiene un amor más tierno que ninguna madre.

Recordemos la parábola del Hijo Pródigo. Todas las comparaciones humanas que queramos hacer fundadas en la Escritura nos hacen entrever algo, pero es un abismo insondable y nunca llegaremos a comprender del todo, a sentir, a compadecer, a compartir la tragedia que sintió Cristo en su corazón de hombre. Una tragedia en que, según la doctrina que expone Pío XI, repercutían todos los males de la humanidad.

Cristo es contemporáneo de todos nosotros. Cristo sufre con todos nuestros sufrimientos, sobre todo sufre con todos nuestros pecados y con todas nuestras frialdades y con todas nuestras indiferencias y con toda nuestra falta de sensibilidad para agradecer y recibir el plan de Dios en Cristo. En su naturaleza humana repercuten todos los dramas de la humanidad que siente con un dolor personal, en que, precisamente por ser Dios infinito, repercutiendo el designio divino en su corazón de hombre, siente como nosotros no podemos sentir, toda la tragedia, todo lo doloroso, el abismo tremendo que esta tragedia de la infidelidad, infidelidad de la Iglesia [de los miembros de la Iglesia], de la humanidad que Cristo ha querido hacer su Esposa, no la Iglesia en cuanto tal sino los hombres que la componemos, los miembros. Somos una humanidad, diríamos, que no se deja penetrar plenamente por la gracia de Dios.

Y la devoción al Corazón de Jesús en santa Margarita María es presentada como un esfuerzo último de su amor, una segunda redención amorosa para enardecer los corazones fríos, para tiempos en que abunda la iniquidad y se enfría la caridad, como dice Pío XI, en que los hombres se ensoberbecen, no se dan cuenta de su debilidad, de su pecaminosidad, de la necesidad de reparar y de expiar, se nos presenta este llamamiento, con ese título misterioso y sutil; misterioso de que Cristo pide que le consolemos. Me sabe mal mencionar otra vez que algunos cavilosos, pretendiendo hacer teología, discutan el sentido de esto. Pío XI lo explica muy bien. Lo doy por explicado tal como lo explica Pío XI. Quiero decir sólo una cosa. Quiero decir que santa Teresita del Niño Jesús, al ofrecerse como víctima del Amor misericordioso, dice que ofrece su vida para consolar al Corazón de Jesús con el lenguaje mismo de santa Margarita María. Y así es. Cristo pide consuelo. Por tanto pensemos una cosa: la devoción al Corazón de Jesús, por ser el culto a Cristo que nos ama y que nos envía el Espíritu Santo desde su Corazón de carne de hombre que murió por nosotros y que vive para interceder por nosotros resucitado, esta devoción al Corazón de Jesús, abarca toda la historia y abarca todo el cosmos y abarca toda la humanidad y tiende a lo que se anuncia por san Juan en el Apocalipsis: «los reinos de este mundo se han convertido en, han pasado a ser, Reino de Dios y de Cristo». «Este mundo en el cual», dice san Juan, «que no hay otra cosa que concupiscencia de la carne y concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida», puesto que es el mundo que Cristo ha venido, no para condenar sino para salvarlo; este mundo que no puede dar la paz, pero este mundo es al que Cristo quiere traer la paz. Este mundo compuesto de pecadores pero que Cristo ha venido a salvar, a curar a los enfermos y no a los sanos que no necesitarían médico. Este mundo para el cual por tanto el Corazón de Jesús es signo de esperanza de todo bien.

También si se reuniesen los textos en que la Iglesia anuncia los bienes que resultan en el mundo en la esperanza en el reinado del Corazón de Jesús..., está todo en este mundo desquiciado, en que estamos viendo tantas tragedias de injusticia, de drogadicción y de suicidio, de aborto y de divorcio, y de descristianización en tantos órdenes..., a este mundo, León XIII le prometió la cicatrización de todas las heridas, en el que caerían todas las espadas de las manos, en que todo el mundo sería, como está anunciado en la Escritura, reino de paz por Cristo.

Y así es la devoción al Corazón de Jesús. Es algo que tiene que ver con aquello que san Ignacio decía: «Cristo llama a todo el mundo y le dice: “Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos”». Pero para esto, porque Cristo es infinitamente trascendente e infinitamente íntimo, que está por encima de todas las realidades históricas y está más dentro de nosotros por su Espíritu que nuestra misma alma y corazón de cada uno de nosotros, el culto al Corazón de Jesús es, en orden a este Reino universal y a la vida eterna, un llamamiento profundamente íntimo y personal. No se puede ser devoto del Corazón de Jesús si no nos acercamos a Cristo y no tratamos de connaturalizarnos con Él. Pedirle que nos haga sentir qué significan sus palabras en los profetas, en los Evangelios y en las cartas de santa Margarita María en que nos pide que le hagamos compañía, que le consolemos. Algunos dicen: ¿cómo podemos decir vamos a reparar, vamos a consolar? ¿Acaso nosotros somos buenos y los otros malos? No, no se trata de eso. El que se pensase que él va a consolar al Señor porque él es un justo que a diferencia de los pecadores no da ningún disgusto al Señor, naturalmente sería un fariseo. No se trata de eso. Se trata más bien de que la aceptación agradecida y humilde de su Amor misericordioso, el reconocimiento de nuestro pecado y del pecado de todos los hombres y la petición humilde, esperanzada de su misericordia, es lo que consuela al Corazón de Cristo. Le consuela porque en Getsemaní mismo, en su ciencia humana, infusa, tenía ante sí la historia entera de la humanidad, sufría por todos los agravios e ingratitudes y se consolaba por toda las delicadezas y correspondencias de los que hubiesen recibido este mensaje.

Pero es que además, Pío XI se atreve a dar otro argumento muy notable: «¿No admitimos todos que los bienaventurados en el Cielo se gozan con los bienes de los pecadores? Dice el Evangelio que en el Cielo se hace fiesta por un pecador que hace penitencia. Pues bien, también en el Cielo, Cristo resucitado y sus ángeles y los resucitados y también los que están en el purgatorio se gozan por todo lo que es bien comunicado por Dios y recibido por los hombres, y por decirlo con lenguaje bíblico, que ahora no se trata de hacer análisis metafísicos o psicológicos de esto, dejan de alegrarse o, diríamos, se entristecen, como dice la Escritura «no queráis entristecer al Espíritu Santo». Se entristecen por las resistencias humanas. Pero en fin, precisamente si Cristo en su corazón de hombre tiene una ternura por los hombres y pide comprensión a la humanidad por la no correspondencia, tenemos que verlo todo eso desde la fe en la Encarnación redentora y pensar que en definitiva el Corazón de Cristo es tal como se presenta a santa Margarita María: un Corazón suplicante necesitado de consolación y que nos promete todos sus dones y todas sus bendiciones si nos dignamos compadecerle y consolarle. Pensemos que éste que así nos ama es el Hijo Eterno de Dios que, como dice el Vaticano II, «ha querido amarnos con corazón de hombre».

Tal vez toda la Revelación sobre el sentido de la reparación expiatoria y la reparación consoladora podría cesar si pensásemos siempre en la devoción al Corazón de Jesús como la propone santa Margarita María desde estas palabras del Concilio Vaticano II: «Dios ha querido amarnos con corazón de hombre». Por tanto, yo voy a terminar diciendo sólo una cosa: ¿qué sentido tiene hoy la reparación? ¿Tiene el sentido que explica Pío XI en la encíclica Miserentissimus Redemptor, que ratifica Pablo VI en Investigabiles divitias y en Diserti interpretes?, tanto más cuanto que algunas dificultades puestas sobre el sentido de la reparación en el culto al Corazón de Jesús, si las leemos desde la fe y desde la autoridad de la Iglesia, no harán sino convencernos de cuán actual, cuán necesaria es la reparación.

Termino con estas palabras de Pío XI:

«Urgente necesidad, en cuanto agrade o apremie la necesidad de tal experiencia o reparación muy principalmente en estos tiempos, a nadie se le ocultará, a nadie que recorriese con los ojos de este mundo poseído del mal espíritu», «puesto en el maligno», como lo cita san Juan. «Pues de todas partes sube a nos el clamor de los pueblos que gimen cuyos gobernantes en verdad se han coaligado contra el Señor y su Iglesia».

Esto está escrito en pleno impulso creciente del comunismo ateo al cual dedicó pocos años después un documento Pío XI: «Vemos ciertamente que por aquellas tierras se transtornan todos los derechos divinos y humanos», ahora acaba de notar Juan Pablo II que han cesado unos desórdenes pero subsisten y se agravan otros.

«Estas cosas son tan tristes que se diría que se preanuncia el principio de los dolores que trae el hombre empecatado levantado sobre todo lo que es llamado Dios, lo que es llamado, reverenciado como Dios. Todavía más de lamentar es que entre los mismos fieles se encuentran tantos hombres ignorantes de las cosas divinas e inficionados de doctrinas falsas, llevan lejos de la casa paterna una vida viciosa, no iluminada por la fe ni deleitada por la esperanza de la futura felicidad, ni reanimada ni calentada por el ardor de la caridad, de manera que parecen estar sentados en tinieblas y sombras de muerte, se extiende entre los fieles el descuido de la disciplina eclesiástica y de las instituciones en que se apoya toda la vida cristiana y por las que se rige la familia y se defiende la santidad del matrimonio».

Desde que esto se escribió hasta hoy, esta oleada que ha transtornado en muchas partes toda la moral matrimonial, es descuidada totalmente o corrompida por muelles halagos la educación en la vida, principalmente en el vestido de la mujer (esto está escrito en el año 28); es desenfrenada la codicia de las cosas terrenas, desenfrenado el exceso de los intereses y desmedido el afán del aura popular, afán de prestigio y la rebelión contra la autoridad legítima y el desprecio de Dios con lo cual la fe misma se derrumba y se pone en próximo peligro. Y pone:

«Forman el colmo de estos males la inercia y la desidia de los que titubeando en la fe, a manera de los discípulos que dormitaban y huían abandonaban a Cristo, oprimido por la angustia o rodeado de los satélites de Satanás, no menos que la perfidia de aquellos que siguiendo el ejemplo del traidor Judas se fugan al campamento de los enemigos». Y así al espíritu, aun al espíritu que no estaría dispuesto a aceptar eso, se le ocurre que estamos en los tiempos profetizados por nuestro Señor:

«Se enfriará la caridad de muchos porque abundó la iniquidad».

He leído estos textos tan trágicos (sí a Pío XI, al escribir esto, le debía doler mucho el escribirlo, está haciendo de vicario de aquel que se angustió y sufrió lo que nunca sentiremos bastante en Getsemaní y en la cruz), los he leído porque son el testimonio, el hecho de que sean ahora, diríamos, una descripción más fiel de la vida colectiva que la que era en el momento de escribir la encíclica. Indica hasta qué punto todas las motivaciones que santa Margarita María da testimonio de que le revela el Señor y que los papas reiteran al pueblo cristiano que dieron a la devoción al Corazón de Jesús este mensaje urgente de reparación por el pecado, de consuelo al Corazón entristecido por el desagradecimiento de los hombres, todas las razones, todas las motivaciones que santa Margarita María nos testimonia, que los papas nos transmiten, son hoy más vigentes que nunca. Puesto que Dios no permite el mal sino para bien, tenemos que esperar en la misericordia del Corazón de Cristo y esto también forma parte de nuestra vocación a consolarle, tenemos que consolarle manteniendo firme la esperanza, humilde, implorante, suplicando su misericordia para que su gracia triunfe de todos estos males y brille la caridad de Cristo sobre la humanidad.

Muchas gracias por haberme escuchado.