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Sin acepción de personas

Jesús, el Verbo hecho carne, se movía exclusivamente por la voluntad de Dios Padre, es decir por el puro amor de Dios, simbolizado y expresado en su Corazón ardiente y purísimo. Con un amor tan puro que, incluso dejaba de lado favorecer y tener en cuenta a sus familiares en cuanto tales. Apenas uno o dos de sus numerosos primos están entre Los Doce, y no por ser parientes tan cercanos, sino por el espíritu de apóstoles que Él les iba a dar con el Espíritu Santo.

Su madre la Virgen Santísima y san José, su padre en la tierra, comenzaron a aprenderlo muy pronto por experiencia y reflexión inspirada, cuando aquel paso del Niño perdido, hallado en el Templo.

Cuando le hallaron, quedaron atónitos, porque la angustia que Él les había hecho pasar no se compaginaba con su comportamiento constante y su carácter; y su madre, la siempre virgen María, espontáneamenteasí así se lo expresó, haciéndole ver la angustia con la que le buscaban. Todos los padres se habrían angustiado, pero además, en este caso, hay que recordar que ellos sabían el peligro desde que tuvieron que huir a Egipto avisados por el ángel de que Herodes quería matar al Niño. Jesús, en su respuesta, les empieza a mostrar a sus padres el carácter plenamente divino de su persona y de su misión con independencia absoluta de todo lo que es «carne y sangre», como explica Juan Leal, S. I., el cual también dice que, María y José lo irían entendiendo progresivamente, aunque entonces no lo entendieron del todo.
(Cfr. Comentario de la Sagrada Escritura por profesores de la Compañía de Jesús, Evangelios. BAC, 1961, pág. 607).

"Después de tres días,sucedió que le encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles. Todos los que le oían se maravillaban de su sabiduría y de sus respuestas. Al verle se asombraron (quedaron atónitos), y su madre le dijo:

«Hijo, ¿por qué has procedido así con nosotros? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados».

"Y les respondió:

«Pues ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre?»

Y ellos no entendieron la respuesta que les dio.
(Lc 2,46-50).

Cuando las bodas de Caná, María estaba entre los asistentes e incluso parece ser que ayudaba en la organización, probablemente por parentesco o amistad con los familiares del novio. Ella hace propio el problema de la falta de vino que sobreviene. Problema catastrófico, porque una boda hay que celebrarla. Es Dios el que ha establecido la unión definitiva corporal y espiritual de los varones y las mujeres, en el ámbito de su amor irrevocable; y por voluntad de Dios hay que celebrar las bodas. María recurre rápidamente a Jesús, que también asistía junto con sus primeros discípulos. Pero lo que se produce inicialmente es el rechazo tajante de Jesús a intervenir. Incluso la expresión literal aparenta un imposible rechazo personal. En realidad, Jesús rechaza intervenir para solucionar un problema personal anteponiéndolo a la voluntad divina, a su misión mesiánica, "su hora". La carne y la sangre se han de posponer a la voluntad de Dios. Pero la Virgen Santísima, ya ha aprendido que Dios, soberano excelso que lo trasciende todo, siempre es accesible por el lado de su misericordia, su máximo atributo. De ahí que María sepa ya que Jesús va a intervenir y a solucionar el problema, porque si a Ella le interesa, porque la celebración de las bodas es un bien que sería lástima que se frustrara, Ella sabe que a Dios también le interesa lo mismo, sólo que infinitamente más. De ahí que María de forma inmediata a la respuesta de rechazo les diga a los sirvientes que hicieran lo que Jesús les iba a decir. Que fue que llenaran las tinajas con agua y la sirvieran convertida en vino de la mejor calidad. Recurrir a la Misericordia sirve hasta para que Dios adelante la hora de su reinado, principalmente si se recurre por medio de María, la siempre virgen madre de Jesús, el Verbo hecho carne.

"Se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos.

Y no tenían vino, porque se había acabado el vino de la boda. Le dice a Jesús su madre:

«No tienen vino».

Jesús le responde:

«¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora».

Dice su madre a los sirvientes:

«Haced lo que él os diga».

Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una.

Les dice Jesús:

«Llenad las tinajas de agua».

Y las llenaron hasta arriba.

«Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala».

Ellos lo llevaron.

Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice:

«Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora».

Tal comienzo de los signos hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos".
(Jn 2,1-11)

Jesús, el Verbo hecho carne, nos enseña a anteponer a todo el cumplimiento de la voluntad de Dios, incluso a todo vínculo familiar, a la carne y a la sangre. Su propio ejemplo es que cumplió la voluntad de Dios Padre hasta la muerte en medio de los padecimientos más atroces, físicos, morales y espirituales. En el paso en el que aparentemente pospone Jesús a su madre a los que hacen la voluntad de Dios, hay que tener presente que María, la siempre virgen madre de Jesús, es la persona humana que más y mejor ha cumplido la voluntad de Dios, más y mejor que todos los santos y ángeles juntos. Y san José en segundo lugar. Por eso María es la que tiene el parentesco espiritual más cercano a Jesús, no sólo es la madre corporal de Jesús, sino su madre en el espíritu. Él se ha hecho hermano nuestro y nosotros podemos ser hermanos de Jesús, que nos ha revelado a Dios como nuestro Padre, y lo podemos conseguir haciendo la voluntad de Dios, que Él nos concede hacer con su gracia y así nos concede con su gracia cooperante ser hijos de Dios.

"Su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con él.

Alguien le dijo:

«¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte».

Pero él respondió al que se lo decía:

«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?»

Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:

«Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre de los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
(Mt 12,46-50)..