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Sugerencias sobre la Tradición catalana

Francisco Canals Vidal, Cristiandad. Barcelona, nn 425-426, julio-agosto 1966

La «Tradició Catalana» de Torras y Bages ha de ser contada entre las obras más influyentes y significativas del movimiento catalanista; sólo Lo Catalanisme de Valentí Almirall y la Nacionalitat Catalana de Prat de la Riba admiten ser comparadas con ella. El cincuentenario de la muerte del gran Obispo de Vich nos da ocasión a reanudar, como homenaje a su memoria, las reflexiones iniciadas hace algunos años en torno al catalanismo y a la tradición catalana (1).

(1) Del "Estudi General" de Barcelona a la Universidad de Cervera, de M. A. López Suñé; Catalanismo y Tradición Catalana, de Francisco Canals Vidal, CRISTIANDAD, núm. 362, abril 1961, págs. 80 y ss. - El Dr. Torras y Bages y el Regionalismo, de J. Grenzner Montagut; Obispo de santa mernoria, de Luis Creus Vida1, CRISTIANDAD, núm. 69, febrero de 1947, págs. 54 y ss.

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Al intervenir en la cuestión del regionalismo catalán se proponía Torras y Bages evitar que el renacimiento cultural y político catalanista fuese arrastrado por las tendencias que, en nombre de las ideas y corrientes políticas nacidas de la revolución francesa, se apartaban de la tradición cristiana de Cataluña.

La voluntad de «marchar con el siglo» llevaba en algunos momentos a los dirigentes «liberales» de la Renaixensa a afirmar aquel origen extrinseco y revolucionario del despertar de la conciencia de Cataluña. La actitud más generalizada no obstante, impulsada por el empeño romántico que buscaba comprender el «espíritu del pueblo», era la de apoyarse en la «tradición» por la que permanecían vigentes ideales y sentimientos originados en la edad media catalana. De aquí que tantas veces afirmasen los líderes y los pensadores «modernizantes» que la tradición catalana era liberal, democrática, y aún gibelina y heterodoxa.

La tesis de La Tradició Catalana fue, por el contrario la del arraigo cristiano de los elementos nucleares del modo de ser de nuestro pueblo. Cataluña llegó a plenitud connaturalizada con el espíritu que «consumó» las grandes síntesis de la cristiandad medieval. El tenaz aferrarse de Cataluña a los valores de la edad media cristiana fundamenta, aún en los siglos modernos, el perseverante amor a la verdadera libertad; de aquí que Torras y Bages apreciase menos y considerase artificiales y extrínsecas a la catalanidad las aportaciones culturales del humanismo renacentista o del siglo de la ilustración; el sistema intelectual característico de nuestra mentalidad es la síntesis doctrinal del Doctor Angélico.

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" .. .. En la voluntad de toma de conciencia del proceso histórico de Cataluña, el recuerdo del alzamiento contra el primer monarca de la casa de Borbón fue siempre elemento esencial de la obra de los historiadores y de los literatos de todas las tendencias del catalanismo; fue también siempre el principal revulsivo de la conciencia popular.

La Nueva Planta era sentida como la tragedia que habia consumado el «fin de la nación catalana». Consiguientemente, la Universidad fundada en Cervera por Felipe V, después de la supresión de las antiguas universidades catalanas, era vista como signo del servilismo dinástico en un siglo de muerte cultural.

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La obra del P. Ignacio Casanovas, S. I. significó un cambio de orientación; sus investigaciones se dirigieron a reivindicar la cultura catalana del siglo XVIII y a señalar en la Universidad de Cervera el ambiente que posibilitó los orígenes remotos del renacimiento catalán. La generación de los románticos y de los iniciadores de la Renaixença es culturalmente hija de la última floración cervariense.

Todavia al P. Ignacio Casanovas le resultaba sorprendente descubrir que los antepasados espirituales del catalanismo eran hombres que, como Llatzer de Dou o Capmany, pensaban y sentían «como verdaderos botiflers». Permanecía en el gran historiador jesuita la comprensión tradicional del sentido de la guerra de 1705-1714, a la que había seguido la destrucción de las antiguas libertades catalanas. Un lenguaje ya decisivamente opuesto a este sentir popular lo hallamos, en cambio, en Vicens Vives que en algunos momentos de su obra afirma explícitamente que, «al echar por la borda del pasado un anquilosado régimen de privilegios y fueros», la Nueva Planta de Felipe V fue un «desescombro» que «obligó a los catalanes a mirar hacia el porvenir», y los libró de las «paralizadoras trabas de un mecanismo legislativo inactual».

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Los juicios de valor últimamente aludidos chocan dolorosamente con el sentimiento común de los catalanes; por esto la misma significación de sus autores resulta una sugerencia en favor de la tesis de que el catalanismo venía a ser, en sus dimensiones derivadas de su génesis romántica y burguesa, algo extrinseco a las corrientes profundas de la auténtica catalanidad.

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En el gestarse del estado de ánimo que a partir de 1701 distanció progresivamente el ambiente ciudadano de Barcelona respecto al primer monarca borbónico, y que había de conducir al alzamiento popular austracista de 1705, tuvo importancia decisiva, según los testimonios contemporáneos -algunos de los cuales se publican en este número-- el conflicto que enfrentó nuestra antigua universidad barcelonesa al virrey y a los ministros de la Corona.

El Consejo de Ciento, bajo cuya jurisdicción estaba la Universidad o Estudi General, defendió entonces a la vez la libertad de la Ciudad y la tradición tomista de su universidad; tradición tomista seguida «por la mayoría de los catalanes» y que, por el arraigo e influencia del convento dominicano de Santa Catalina, tenía en su favor la simpatía de los sectores menestrales barceloneses «los plebeyos y oficiales mecánicos» de que habla Castellví.

En aquellos años se vinieron a plasmar dos «partidos». Los sectores de la nobleza que habían sido educados en el artificioso humanismo barroco que describe admirablemente Alejandro Gali integraron el grupo de los felipistas, motejados desde entonces como botiflers. Los defensores del Estudi y de su tradición tomista representaron el ambiente mayoritario ciudadano y fueron el primer núcleo del partido conocido a partir de 1705 como el de los vigatans, por la vigorosa actuación que tuvieron en favor de la causa del Archiduque las dinastías campesinas del llano de Vich.

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Apuntó Maragall la idea de que por debajo de las sucesivas apariencias y formulaciones ideológicas de los partidos políticos modernos subyacen, como fondo permanente, corrientes más profundas que constituyen el dinamismo interno de aquellas actitudes expresas. En el fondo, dice, los catalanes tal vez somos siempre nyerros o cadells. No le seguimos ahora en esta sugerencia suya; pero pensando en aquellas corrientes profundas que atraviesan los siglos diremos: tal vez en el fondo de la vida de Cataluña han permanecido desde entonces los vigatans y botiflers.

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Ningún pueblo podría compararse con Cataluña en su perseverancia en la guerra «antimoderna». La guerra gran, contra la revolución francesa; la guerra de Independencia; el alzamiento realista y la regencia de Urgel; la guerra de los agraviats; la de los siete años; la de los matiners; y la última guerra carlista. Tenemos por evidente la pervivencia de la mentalidad vigatana en este secular impulso antirevolucionario de la Cataluña tradicional.

El artificial humanismo botifler, trasmitido a través de la cultura ilustrada y afrancesada del siglo XVIII, condiciona las reacciones de la burguesía isabelina y puede ser percibido en época más reciente en el caciquismo de los partidos turnantes, en la «Defensa social», para transformarse después en el centrismo o en las «aperturas» del «catolicismo» político.

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El tremendo peso de la tragedia de 1714 en el subconciente colectivo del pueblo catalán le mantenia cotidianamente en disposición a la repulsa frente a lo que sentía como supervivencia de la fuerza que había causado su derrota. El hecho de que la alianza de lo dinástico con la oligarquía liberal-conservadora pretendiese presentarse tantas veces como la defensa del orden social, explica que el sentimiento popular, agriado por la demagogia revolucionaria lanzase contra aquellas estructuras a las clases menestrales y obreras urbanas con toda la carga de un secular resentimiento vigatá. La hegemónica fuerza de las «bullangas» catalanas de 1840 a 1843 que hundieron a la regente María Cristina y sucesivamente elevaron y derrotaron a Espartero y a Prim, muestra bien, en el odio popular hacia la «Ciudadela», el persistente impulso de venganza por el 11 de septiembre de 1714. Se trata de un sentimiento que pervive inconfundiblemente y que se revela en momentos como el de 1868, en que el pueblo destruye, con el retrato de la reina destronada, el del primer monarca de la casa de Barbón, el «verdugo» de Cataluña.

Nacido en el ambiente social de la burguesia romántica isabelina, el catalanismo se caracterizó tanto en su fase cultural como en la política por la lentitud y dificultad en connaturalizarse con las vívencias y actitudes populares. El entronque que en sus sectores conservadores, y a través de los elementos económicos incorporados en el regionalismo, le mantenia vínculado a la politica dinástica, es congruente con aquella génesis que le transmitia elementos culturales básicamente pertenecientes a la España «borbónica».

El catalanismo conservador, no «separatista» sino «hegemónico», el que propugnó la Espanya gran empresa politíca de la burguesía catalana, y también el que, enfrentándose a este lema, afirmaba querer trabajar por la Catalunya petita, tuvieron el mísmo carácter «europeizante», que matizó todo el conjunto de actividades sociales culturales o artisticas del movimiento catalanista en su maduración novocentista. Ya Balmes habia dicho que la España de más allá del Ebro seguía viviendo en los tiempos del rey Carlos II.

Tal vez la paradoja y ambigüedad radical de la actitud catalanista era precisamente el hecho de que, por la incorporación de los descendientes burgueses de las familias campesinas de la Cataluña carlista, sus dirigentes llevaban todavía en la sangre, a su pesar, el impulso de una lucha secular por la pervivencia en España de los ideales de la «época del rey Carlos II». Es interesante notar que los catalanistas de todas las tendencias tuvieron siempre que defenderse de la acusación de tradicionalismo retrógrado que se les dirigía desde los sectores más diversos.

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Fue la nueva «venganza catalana» de una burguesia de ascendencia rural o menestrala. El imponer desde Cataluña, con energía renovada, la exigencia de modernidad y europeismo; con la que conseguía a la vez encubrirse a si misma la entrega a lo que en tantas ocasiones le había sido violentamente impuesto por el despotismo unitario del Estado español ilustrado o jacobino.

Ets una menestrala pervinguda, que tot ho fa per punt, dijo de Barcelona Maragall. Una ciudad tenazmente tradicional se complacía en imponer a España «el impresionismo, la música de Wagner, los dramas de Ibsen, la filosofia de Nietzche, la estética modernista, el deseo de teléfonos y buenas carreteras, la necesidad de museos y universidades, el ambiente de Paris, de Londres y de Berlin...». Per punt, ahora, el arte abstracto y la nova cançó, la sedicente linea conciliar teilhardiana, el pseudoliturgismo jansenistizante, el diálogo y la colaboración con el marxismo soviético...

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Diriase que todo el énfasis progresivo y europeizante del catalanismo conservador fue visto por el pueblo como un renovado gesto botifler de aquel «orgull de la riquesa» que los republicanos barceloneses del tiempo de las grandes bullangas denunciaban con el canto «La Campana», la «Marsellesa catalana» -letra de Abdón Terrades, música de Anselmo Clavé- «la cort i la noblesa -l'orgull de la riquesa-, caiguen d'un cop al nostre nivell». Al margen y por debajo de las actuaciones de los grandes politicos de la oligarquía dirigente, el resentimiento tradicional que se desbordaba ante el monumento de Rafael de Casanovas, en los entierros de Mossen Cinto o de Francesc Maciá, estallaba, como fuerza política incontenible en el alzamiento colectivo de la Solidaridad Catalana en 1906, y en la inesperada explosión de 1931 [«¡mori Cambó!»].

Francisco Canals Vidal

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LA TRADICIÓ CATALANA

« ...els Frares-Predicadors, queden tant identificats amb la corrent civilitzadora d'aquella epoca a Catalunya, que creiem bé es pot dir que així com l'historiador Gibbon assegura que l'Anglaterra fou obra dels monjos, com la bresca ho és de les abelles, igualment se pot assegurar que'ls frares foren qui donaren forma a l'esperit catalá. Expressió sintomatica de lo que acabem de dir, és que potser la major part de les constitucions i altres drets de Catalunya es formaren en Corts reunides en els convents de Predicadors i Menorets, com una planta que per a naixer cerca la terra que més li agrada...»

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«L'orient i l'ocas de la nostra nació en son sér propri i independent, coincideixen exactament amb l'orient i l'ocas de la gran filosofia escolastica; d'aquí que's pugui dir que fou una nació qui porta l'esperit d'aquella maravellosa filosofia, i per lo mateix havem afirmat que l'ordre de frares predicadors, especie de sacerdoci no sols de l'lglésia catolica, sinó també d'aquella escola filosofica, fou la vera educadora de la nostra gent. No és, doncs, estrany que en aquella interessantíssima epoca de la civilització europea, que's desenrotlla als fecundants raigs de la síntesi científica que personifica Sant Tomas d'Aquino, Catalunya tingués excepcional importancia dins el quadro de la civilització general...»

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Per aixo, en l'epoca del reneixement els dos pensadors nostres més il-lustres, Sant Vicens i Fra Francesc Eximenis, són vehements sostenidors de l'antic ordre de coses, de més humils apariencies, pero de major solidaritat i bondat que la nova manera d'ésser social, que baix formes brillants i grandioses havia d'ofegar la llibertat pública, l'espontaneitat del pensament, i substituir a la jerarquia social, fundada en la naturalesa i produida per la terra, una altra provinent de la llei humana».

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«...l'admirable doctrina tomística en que l'experiencia i la raó van sempre agermanades, ...perseverant sempre en el nostre país, ha sigut el sosteniment i l'anima del pensament nacional clar, serè, enèrgic, pràctic, assimilador i conciliador...».

TORRAS i BAGES

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