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Donoso Cortes y el Syllabus
Luis Ortiz y Estrada. CRISTIANDAD. Barcelona, número 72, 15 de marzo de 1947.
Nos vamos acercando al año del primer centenario de la publicación del Ensayo estampado a la vez por las prensas de Madrid y Paris en 1851. Con el objeto de atraer la atención de la juventud estudiosa hacia la obra y el autor nos proponemos dar cuenta de algunos particulares que a ellos se refieren, particulares harto olvidados de las generaciones actuales a pesar del interés y gran valor aleccionador que tienen. No se trata de descubrir cosa tan a la mano como es el Ensayo, ni figura tan atrayente y conocida como la de Donoso. Las cosas olvidadas de que nos proponemos hablar enriquecen no poco la gloria de nuestro autor y renuevan, multiplicándola, la gran vitalidad de la obra iniciada en aquella serie de grandes discursos, prólogo del Ensayo, obra que no ha sido estéril ni mucho menos. Es el Ensayo, leido con verdadera pasión por nuestros padres, un antecedente necesario de la Cruzada de liberación, como lo es El liberalismo es pecado de Sardá y Salvany. Si estos dos libros de combate no hubieran sido pasto espiritual de los católicos militantes de la generación que nos ha precedido, no tendría explicación una tan pujante reacción del pueblo español.
Esto no obstante, preciso es hacer notar que se ha olvidado demasiado el Ensayo, como se olvida también El liberalismo es pecado, cuyas respectivas historias tienen un asombroso paralelismo. Se han olvidado en la sustancia de su doctrina, restando eficacia al propósito de sus autores que las escribieron tratando de encender al rojo vivo el catolicismo español, haciéndolo militante al servicio de la verdad, como lo ha sido en sus épocas de esplendor. La influencia de Alemania, en donde Donoso ha estado de moda, pesa demasiado en no pocos españoles y les hace entenderlo a la alemana. Pesa tanto, que alemán ha sido quien ha ordenado, anotado y prologado a la alemana la reciente colección de las obras completas de nuestro autor. El valor sustantivo de la obra de Donoso no está en la sublime grandilocuencia de su estilo majestuoso, ni en lo certero y profundo de su crítica o en los atisbos proféticos que brotan a cada paso de su certera pluma; todo ello, muy bello y adecuado para hacernos estimar su obra, es accidental. Lo esencial, aquello que nos importa recoger y asimilar convirtiéndolo en sustancia de nuestros pensamientos y timón de nuestras acciones, está en la médula de su doctrina, aunque muchos, y entre ellos sus modernos editores, traten de desviar nuestra vista hacia lo otro. Es incómoda y no agrada la santa intransigencia de la verdad predicada por Donoso en todas las páginas de su obra excelsa. En ella se encuentrnn el fruto de su conversión y la razón de que manejara la pluma con el acierto que le mereció la elevadísima estima en que le tuvieron aquel gran Pontifice que se llamó Pío IX y la cristiandad entera.
El estudio de Donoso en su verdadero sentido se hará siempre con excelentes resultados en beneficio de las causas de Dios y de la patria a las que todos estamos tan obligados. Y ofrece el aliciente de encontrarse en él con noticias ignoradas que aumentan con quilates de subido valor el elevado mérito de una obra que honra al catolicismo español que la dió vida. Al acercarnos casualmente a sus aledaños tropezamos nosotros con uno de estos datos, ignorado hasta hoy, y mucho hemos de equivocarnos si no es punto de partida de investigaciones que den resultados de mucho aprecio en la oportunísima ocasión del ya próximo centenario: Donoso fué invitado a colaborar en el famosísimo Syllabus de Pío IX, cuando en los primeros momentos la Comisión competente pedía para aquella trascendentalísima obra el auxilio de los prelados más eminentes de la cristiandad; esta consulta dió origen a uno de los mejores frutos donosianos, quizás aún de mayor precio que el tan justamente celebrado Ensayo.
De esta noticia vamos a dar ahora cuenta pormenorizada, como muy sucintamente la dimos antes en Misión. Desde entonces una feliz casualidad nos ha permitido encontrar el texto de la carta en que la consulta se le hizo, acompañada de un Syllabus de veintiocho proposiciones, germen del Syllabus gloria del pontificado de Pío IX, jalón éste de primer orden en la historia de la humanidad.
En 1849 se reunió un Concilio provincial en Spoleto, al que asistió el arzobispo de Perusa. Lo era entonces el cardenal Pecci, futuro León XIII, Papa al que se ha querido presentar como quintaesencia de la transigencia en oposición a la intransigencia que se cifra en Pio IX y el Syllabus. Por iniciativa del cardenal Pecci, que en ello puso gran empeño, el Concilio tornó el siguiente acuerdo que elevó a la Sede Apostólica:
«Pidamos insistentemente a S. S. el Papa que nos dé una constitución en la que, censurando los diversos errores relativos a este triple asunto -Iglesia, autoridad, propiedad- cada uno con su nombre propio y de tal manera que se pueda, por decirlo asi, abarcarlos de una sola ojeada, se les aplique la censura teológica debida y se les condene en la forma ordinaria. En efecto, aunque estos »mismos errores modernos hayan sido ya separadamente condenados por la Iglesia, el santo Concilio está, no obstante, persuadido de que sería de gran provecho para la salud de los fieles presentárselos en la forma que se presentan en nuestros días agrupados en índice y calificados con su nota específica».
Resulta, pues, que ya en 1849 el futuro León XIII urgía el Syllabus; para dar mayor autoridad a este apremiante deseo puso su empeño en que la petición se elevara a la Silla de Pedro en forma de acuerdo conciliar. Pio IX, que tanto hubo de sufrir por su intransigencia, y muy principalmente por el Syllabus, con la prudencia característica en los Papas, recogió la idea, y con el auxilio de las más preclaras inteligencias de la cristiandad la estuvo madurando años y años hasta que, en 1864, después de muchos y muy arduos trabajos preparatorios, pronunció la expresa condenación, tal y como deseaban los padres de Spoleto.
El mundo entero tenia por aquel entonces la atención puesta en la proclamación del dogma de la Inmaculada. No se dudaba de que había llegado el momento de la proclamación en honra y gloria de la Santisima Virgen y como remedio heroico contra los estragos de tantísimos errores que andaban sueltos por el mundo. ¿No es la Virgen quien ha de quebrantar la cabeza de la serpiente? Asi, en la Cíviltà Cattolica, la famosa revista recién fundada por un Breve de Pio IX, en aquellos tiempos del P. Liberatore y tantos otros célebres jesuitas, al tratar de las consecuencias sociales de la proclamación del dogma, hablaba de la conveniencia de unir en el mismo acto ésta con la condenación de los errores más corrientes y perniciosos. No se hizo así, pero es lo cierto que no dejaron de estar unidos una y otra.
Por aquellas fechas, Donoso, después de su conversión, era embajador en Berlín. Es la época de sus grandes discursos que anuncian el Ensayo. Los pronunciaba en Madrid y resonaban cual retumbantes aldabonazos en toda Europa. Se traducían en París y en los bulevares se vendían millares y millares de ejemplares; de ellos estaba pendiente la atención de los sabios más famosos de la época; las cancillerias los enviaban a sus gobiernos para que éstos y los soberanos pudieran estudiarlos.
«No sé sí conoce usted el éxito de su último discurso: es europeo, escribia Veuillot a Donoso, añadiendo: Todos los diarios católicos de Francia y Bélgica lo han reproducido después de traducido por el Univers; otros lo publican en largos extractos; he visto ya las traducciones italianas y alemanas».
Desde Berlin escribia Meyendorff a Nesselrode:
«... ahora que Metternich y Montalembert, Hanke y Schelling se entusiasman con él (discurso), no puedo excusarme de enviároslo».
A la vez que escribia al mismo Donoso:
«Con copia de las palabras de Metternich envié el discurso en la versión francesa, tal y como lo publica el Univers, al conde de Nesselrode, y no dudo que el emperador mismo lo habrá leido».
En ocasión de su paso por Paris, de regreso de Berlín -noviembre de 1849- visitó Donoso a Veuillot en la redacción del Universo Fué ésta la primera entrevista de aquellos dos atletas del catolicismo militante, cimiento de una estrecha amistad que perduró hasta la muerte. Parece cierto que en ella habló Donoso de escribir, sobre los errores de la época, una obra que en proyecto debia tener varios tomos. Lo cierto es que Veuillot no tardó en enviarle el prospecto de aquella Bibliotheque Nouvelle para la que contaba con la colaboración de las más eminentes plumas de lengua francesa, entre ellas Melchor Du Lac y Dom Geranger, restauradur de la sagrada liturgia en Francia. Proyectaba el gran periodista una enciclopedia de ciencia cristiana muy sólida. Le pidió, además, a Donoso, que escribiera la obra proyectada adaptada a las condiciones de la biblioteca, en donde se publicaria a la vez que la edición castellana, si le enviaba las galeradas a medida que se fueran componiendo. Puso Donoso manos a la ohra, y en 1851 vió la luz el Ensayo en sus ediciones castellana y francesa. Con razón escribió Donoso que su obra habia hecho explosión, aunque el más peligroso de los estallidos se retardara algún tanto.
En aquel entonces el Nuncio en París, Mgr. Fornari, gran amigo de Veuillot, fué creado cardenal y elegido, si no recordamos mal, Prefecto de la Sagrada Congregación de Estudios. Pío IX le confió, además, la presidencia de la Comisión encargada de preparar la proclamación del dogma de la Inmaculada. Rinaldi, en Il valore del sillabo, inserta una carta de dicho cardenal a Luis Venillot, en la que le da cuenta de haber recibido de S. S. la orden de
«emprender estudios acerca del estado intelectual de la sociedad moderna referente a los errores más generalmente difundidos en relación al Dogma y sus puntos de contacto con las ciencias morales, políticas y sociales»,
a cuyo efecto le encarga recoger
«las más amplias y seguras informaciones, recurriendo a los personajes que, por sus trabajos y por su situación parecen los más aptos para llenar esta misión»,
por lo que le ruega que él tome parte en tan importante trabajo. Acompaña a esta carta un Syllabus de los diversos puntos que pueden tenerse a la vista para recoger y anotar los errores, en forma de veintiocho proposiciones. Dada la importancia que para nuestro objeto tienen los documentos en cuestión, según creemos no publicados en España hasta ahora, daremos a continuación de este articulo su traducción exacta.
Indudablemente estaba muy puesta en razón la colaboración de Veuillot, pero a nuestro entender, era aún más indicada la de Donoso, político de primera fila en España, embajador en Berlín y París en una época particularmente interesante para dicho objeto, autor de aquellos discursos que habían dado la vuelta al mundo y del Ensayo que estaba haciendo explosión en aquel entonces. Si no hubiera sido consultado puede afirmarse que no se hubieran cumplido del todo los deseos de Su Santidad. De entonces data la maravillosa Carta de Donoso al eminentísimo cardenal Fornari sobre el principio generador de los más graves errores modernos. Esto basta para afirmar que dicha carta es contestación a la consulta en cuestión. Pero hay más, y es ello, sin duda alguna, decisivo. Dice Donoso en la carta que con ella contesta a la del cardenal de mayo de 1852. Y en este dia precisamente el cardenal escribió la carta dirigida a Veuillot, según consta en la fecha de la misma. ¿Cabe dudar de que aquel mismo dia el cardenal, en cumplimiento de su misión, escribiria, además, la carta a Donoso? Si alguien queda con algún recelo, lea los dos documentos insertos al pie de este articulo y lea a continuación la CARTA de Donoso al cardenal y se convencerá de cómo es ésta contestación puntual a aquellos en sus menores detalles. Lo es evidentemente en la materia, y ya hemos visto como lo es en la fecha del acuse de recibo. Por encargo de Su Santidad, el cardenal hace en su escrito dos importantes advertencias: que, sin perjuicio de sucesivas ampliaciones, se conteste dentro del plazo de un mes, y a la vista está que escribió el cardenal el 20 de mayo y contestó Donoso el 19 de junio; no antes, que hubiera sido precipitado no agotar todo el tiempo posible en el estudio de un asunto de tanta importancia, ni después, para cumplir puntualmente en todo los deseos del Papa. Encárgase, también, que se guarde sobre todo el negocio religioso silencio; tan celosamente lo guardó Donoso que se llevó el secreto a la tumba y nada se ha sabidu de todo ello hasta muy cerca de un siglo después.
* * *
Murió Donoso el año siguiente, y en el posterior a éste -1854- se proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción, con gran consuelo y alegria del mundo católico, sin que en la Bula Ineflabilis se condenaran expresamente los errores, tal y como aconsejaron Veuillot y el conde Avogadro de la Motta en las respuestas a sus respectivas consultas, no porque creyeran que no fuera necesario condenar los errores, sino por la naturaleza del privilegio de la Concepción Inmaculada que a su entender exigía una Bula especial. Apenas proclamado el dogma, ordenó Pío IX a la comisión que en él habia entendido continuar reunida trabajando en la investigación de los errores de la época en orden a una futura condenación. Así lo cuenta el jesuita P. Schrader en su De theologia generatim. Como se comprende, dada la índole de la materia y en atención a la enconada persecución que estaba sufriendo la Iglesia en la persona de su Pontífice Pío IX, estos trabajos, como los hasta entonces realizados en este orden, se llevaban a cabo dentro del más religioso silencio.
Se sabe que en 1860 dicha comisión procedió a una nueva consulta, más extensa que aquella primera reducida a algunos eminentes prelados y a laicos tan preclaros como Donoso, Veuillot y de la Motta. Se consultó ahora a Mgr. Pie, que tanto brilló en el Concilio Vaticano, y ti Mgr. Gerbet, obispo de Perpiñán, al que dieron los franceses, con poco acierto, el nombre de padre del Syllabus. Este prelado publicó el 23 de junio de 1860 una Pastoral dirigida al clero de su diócesis «sobre diversos errores del tiempo presente» resumidos en ochenta y cuatro proposiciones que fueron base de los trabajos de la comisión y del futuro Syllabus. Pero ahora se sabe que antes habia habido el Concilio de Spoleto y las consultas en que participó Donoso.
Con motivo de la canonización de San Miguel de los Santos y los Mártires del Japón, llamados por el Papa, se reunieron en Roma casi todos los prelados del mundo entero. Cada uno de ellos recibió en aquellos dias una lista de proposiciones, calificadas por teólogos romanos, con el encargo de que cada prelado la estudiara y calificara junto con un teólogo de su confianza, todo ello dentro del mayor secreto. El famoso Mgr. Dupanloup, presente en Roma recibió esta vez como los demás, la lista en cuestión y la despachó muy ligeramente, haciendo notar que le sorprendía se le diera en Roma, donde abundan los teólogos eminentes, una lista de errores formulada en una Pastoral de un obispo de Perpiñán. Ignoraba sin duda alguna que era parte de un largo proceso guiado por la prudencia del mismo Papa. El secreto en que tuvo que desenvolverse todo el asunto ha sido causa de algunos juicios tan poco acertados como el de atribuir la paternidad al obispo de Perpiñán, cuando en todo caso le correspondería a quien fué más tarde León XIII. Bien pudiera ser que con la consulta recibiera Mgr. Gerbet un índice de errores análogo al que hizo público en su Pastoral, como antes lo recibieron Donoso y Veuillot, y después se entregó a todos·los obispos cuando fueron consultados.
Temía Mgr. Dupanloup que la expresa condenación de determinados errores, dadas las circunstancias de los tiempos, atraería a la Iglesia, sobre todo en Francia, calamidades que podían sortearse mediante una actitud más conciliadora con la Revolución. Temía las consecuencias de la intransigencia y por ello andaba en lucha a brazo partido con Veuillot, que tan denonadamente combatía a la Revolución en sus principios y en sus consecuencias sociales y políticas. Algo le tranquilizó el ver que la consulta recibida no habia tenido consecuencias visibles durante la estancia en Roma de los prelados. De todos modos, y habida cuenta de la creciente influencia de Veuillot y el Univers, no dejaba de estar con algún cuidado.
Este mismo año de la consulta a los prelados, cuando ya el de Orleans habia regresado a su diócesis, hubo una reunión en la Roche-en-Brenil, posesión del famoso conde de Montalembert, que tuvo mucha y no buena influencia en el movimiento católico francés. Andando el tiempo se tuvo conocimiento de la reunión por una lápida de mármol que perpetuó su recuerdo en la capilla de dicha posesión. La traducción de la inscripción latina dice asi:
«En esta capilla, Félix, obispo de Orleans, ha distribuído el pan de la palabra y el pan de vida a un pequeño grupo de amigos crístianos, que, acostumbrados hace tiempo a luchar por la Iglesia libre en el Estado libre, han formado pacto de consagrar a Dios y a la libertad los años que les restan de vida, hoy, 13 de octubre del año del señor de 1862. Estaban presentes: Alfredo, conde de Falloux; Teófilo Foisset; Agustín Cochin; Carlos de Montalembert; ausente de cuerpo pero presente con el espiritu, Alfredo, príncipe de Broglie».
La fórmula adoptada, la Iglesia libre en el Estado libre, muy expresiva de las ideas del catolicismo liberal, la haría suya Cavour para despojar a la Iglesia del' patrimonio de San Pedro, y, ya sin poder temporal los Papas, tratar de reducirlos a súbditos del Estado y convertirlos en instrumento de dominio de los pueblos. Muy saladamente aquel gran apologista, gloria de la Iglesia española, que se llamó Mateas Gago, la traducía diciendo: la Iglesia liebre en el Estado galgo.
En seguida apareció la obra de Montalembert, Los intereses católicos en el siglo XIX; luego el congreso de Malinas con el discurso del conde que promovió tanto ruido, y otro congreso posterior en el que habló Dupanloup más suavemente con el intento de apaciguar la alarma del anterior. No se podía esperar más. La infatigable actividad de aquellas inteligencias de primer orden, bien intencionadas pero sín duda alguna extraviadas, iban consumiendo el plazo que se había fijado la prudencia extraordinaria de Pio IX. Y estalló el rayo con la publicación del Syllabus y la Quanta cura el día 8 de diciembre de 1864, día de la Inmaculada Concepción de la Virgen cuyo pie ha de quebrantar la cabeza de la serpiente. Obra de lenta y prudente preparación, resumen y quintaesencia del trabajo de las más grandes inteligencias de la cristiandad, de la experiencia de cuantos en ella tenían gobierno de las almas, presididas por la sabiduria infalible del Vicario de Cristo, que imploró durante largos años con oraciones y sacrificios la prometida asistencia del Espíritu Santo.
* * *
De la historia que a grandes rasgos acaba de leerse se deduce sin género de duda que la consulta del cardenal Fornari, presidente de la Comisión del dogma de la Inmaculada, consulta de la que participaron Donoso y Veuillot, es una etapa de gran importancia del largo proceso en que fué madurando el Syllabus. Puesto ello en evidencia y ya que providencialmente tenemos a la vista la CARTA en que Donoso tan magníficamente evacuó la consulta, procede a nuestro entender considerar ésta como tal y hacer un estndio comparado de ella y aquel primer Syllabus del cardenal Fornari, único que Donoso conoció, y el índice de la Pastoral de Mgr. Gerhet, quizás eco de un índice que éste recibiera de la Comisión, sin perder de vísta el Ensayo, por aquel entonces en Francia a la vista de todos, conocido sin duda alguna del cardenal Fornari y de Mgr. Gerbet cuando redactaron sus respectivos documentos. De todo ello ha de resultar la gran oportunidad del Ensayo y cuán sólida es la doctrina que en él se defiende. Esta sí que es excelente gloria de Donoso, la única por él ambicionada, de muy gran provecho para todos, pues nos hará estimar mucho más una obra de tan raro valor. Si por este camino llegamos a convertirla en sólido alimento de nuestro espíritu, habriamas adelantado muchisimo por el camino de asegurar la salvación de España.
Luis Ortiz y Estrada.
DOCUMENTOS QUE SE CITAN
Son dos: la carta del cardenal Fornari a Luis VeuilIot y el Syllabus que la acompaña, en italiano la primera y en latín el segundo. Tenemos los textos a la vista en un folleto de la excelente biblioteca del que fué redactor de El Siglo Futuro y maestro de períodistas católicos, paladin del Syllabus, devoto de Donoso y Veuillot, cuyas obras leyó y anotó cuidadosamente, que escribió millares de artículos con el tan conocido seudónimo de Chafarote y era un ferviente enamorado del gran Pío IX, cuyo elogio hizo centenares de veces. A don Juan Marín del Campo nos referimos, que hoy se alegraría lo indecible al ver tan íntimamente unidos en el Syllabus aquellos que fueron sus tres
grandes amores -Pio IX, Veuillot y Donoso-, con tanta gloria para éste. Se titula el folleto Le Syllabus y es su autor Pedro Hourat, sacerdote de Bayona. Este señor recoge los textos de la obra italiana antes citada. Otros datos los hemos visto en la excelente Historia del catolicismo liberal de Barbier, en las obras de Veuillot y en la vida de éste escrita por su hermano Eugenio, interesantísima en grado sumo. Como hemos probado antes, al leer la carta del cardenal Fornari dirigida a Veuillot, podemos estar seguros de que leemos un texto exactamente igual a la que sin duda alguna el mismo dia escribió a Donoso y éste contestó con su conocida carta.
CARTA DEL CARDENAL FORNARI
~Señor:
»Habiendo la Santidad de nuestro Señor decidido emprender estudios sobre el estado intelectual de la sociedad »moderna en lo que toca a los errores más generalmente difundidos relativos al Dogma y a sus puntos de contacto con las ciencias morales, políticas y sociales, ha deseado que se recurra para tener más amplias y seguras informaciones, a los personajes que por sus trabajos y por su situación se juzguen más capaces de desempeñar esta misión. »Habiendo sido encargado por Su Santidad de dar cumplimiento a sus órdenes y apreciando por otra parte el mérito de los conocimientos de V. S. y la pureza de su celo por cuanto concierne al bien de la Iglesia Católica, no he dudado un momento en invitarle a tomar parte en este trabajo que no puede dejar de ser útil a los intereses de toda la Cristiandad. A fin de lograr cierta uniformidad en las respuestas, se le ruega seguir el modelo adjunto en tanto lo permitan las notas que tenga a bien enviarnos, cuyas notas puede escribir en la lengua que le sea más familiar.
»Para el feliz y rápido cumplimiento de los deseos del Padre Santo es de suma necesidad:
»1.º Que se guarde un religioso silencio sobre todo »este asunto;
»2.º Importa aún más la rapidez del trabajo. Como no se trata ahora de desarrollar las materias, sino únicamente de indicaciones, es intención de Su Santidad que en el término de un mes a partir de la recepción de esta carta se me expida el primer fruto de sus investigaciones. Digo el primero, porque todas las observaciones ulteriores serán aceptadas con placer y con provecho. Estoy persuadido, señor, de que el celo por la causa de la Religión y el deseo de Su Santidad el Papa, el cual concede a este asunto la mayor importancia, serán dos poderosos móviles que le inducirán a favorecernos con el concurso de sus luces y de su piedad. Dígnese, señor, recibir los sentimientos de mi más alta consideración.
»Roma, 20 de mayo de 1852.
»Su afectísimo servidor,
»R. Card. Fornari.
»Al señor Luis Veuillot».
SYLLABUS DE LOS DIVERSOS PUNTOS QUE SE PUEDEN TENER A LA VISTA PARA RECOGER Y CALIFICAR LOS ERRORES
«l. Unidad de la substancia divina. - Panteísmo.
»II. Trinidad de personas. - Diversos errores y nuevas formas de Sabelianismo.
III. Creación y su razón ortodoxa. - Sistemas de la emanación.
»IV. Origen del hombre. - Teorias de los materialistas, preexistencia de las almas, su transmisión, el alma universal y el intelecto universal.
»V. Concepto católico de lo que llamamos sobrenatural. - Teorías de los racionalistas.
»VI. Destino sobrenatural del hombre. - Antropolatria.
»VII. Prevaricación y ruina del hombre. -- Su autonomía.
»VIII. Efectos de la culpa original; la muerte, la ignorancia, la concupiscencia y el odio a Dios.
»IX. Orden moral. - Idealismo de Kant y materialismo de los Utilitarios.
»X. Reparación del género humano. - Sus explicaciones posteriores.
»XI. Manera de la reparación y su cumplimiento por Cristo. - Errores muy graves sobre este punto.
»XII. Cristo substantivamente Dios-Hombre. - Múltiples maneras de Socinianismo encaminadas a mirar a Cristo como Dios-Hombre únicamente en el sentido de que Dios se ha manifestado en él de un modo superemi- »nente.
»XIII. Misión de Cristo, que es al mismo tiempo la suprema formación religiosa del hombre. - Sistemas al progreso indefinido.
XIV. Inmutabilidad objetiva de la Revelación cristiana, bien sea teórica, bien prácticamente. - Errores sobre el Cristianismo considerado como una forma temporal de religión.
XV. Necesidad de la fe. - Pietismo y afirmaciones de los Latitudinarios.
»XVI.-Necesidad de la expiación y de la penitencia. -Puntos capitales de las doctrinas que favorecen y satisfacen las pasiones.
»XVII - . Continuación de la misión de Cristo por la Iglesia y en la Iglesia. - Errores sobre la Iglesia que »sería una institución humana sujeta a cambios.
»XVIII. Unidad de la Iglesia. Error sobre la libertad concedida a cada hombre de escoger por sí mismo la secta cristiana que él prefiera. - .
»XIX. Derechos de la Iglesia. - Opiniones de los Regalistas.
»XX Derecho de enseñar. Errores opuestos a este »derecho.
»XXI. Derecho de dirigir.- Errores contrarios a este derecho
»XXII. Jerarquía y su origen inmediato y mediato. Errores relativos a las elecciones.
»XXIII. El cristiano en la sociedad civil
»XXIV. Derechos y deberes de la Sociedad civil cristiana.
»XXV. Proscripción del Despotismo así como de la Anarquía y de las rebeliones.
»XXVI. Deberes del cristiano con respecto a la sociedad civil.
»XXVII. De la muerte y de la otra vida. - Errores que se refieren a la explicación de la muerte, a la inmortalidad de las almas y a la expiación en el Purgatorio y a la eternidad de las penas.
»N. B. _1.º Al proponer estos puntos no tenemos la intención de excluir cualquiera otros que se crean oportunos; deseamos tan sólo dar una indicación. 2.° Al señalar los errores, se tendrá a la vista sobre todo cuídado en tanto sea posible, anotar con el mayor esmero las palabras mismas de los autores, indicando las páginas. 3.° Será útil intercalar algunos puntos que ayuden a determinar la antítesis católica».