...Centenario de Canals (1922-2009).. .Aportaciones urgentes a la teología de la historia...Textos de Canals .....Textos de Canals en Cristiandad de Barcelona....artículos de Cristiandad de Barcelona.....Textos 2022.. Fátima...INDEX

Torras i Bages y el catalanismo
La acción de Torras i Bages, inculturación de la fe católica en Cataluña*

Este artículo contiene las palabras pronunciadas por nuestro redactor FRANCISCO CANALS I VIDAL
en el acto de presentación del libro del Dr. D. Oriol Colomer i Carles titulado El Pensament de Josep Torras i Bages
(Ed. Claret, Barcelona. Prólogo de Monseñor Guix, obispo de Vic).
Dicha presentación tuvo lugar el 13 de mayo de 1992 en el Salón de Actos de la Balmesiana,
organizado conjuntamente por esta institución y por la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.

Francisco Canals Vidal. Cristiandad. Barcelona, núms. 738-739, noviembre-diciembre de 1992, págs 46-50

Publicado también en Cristiandad. Barcelona, núm. 897, abril de 2006

*Publicado también, tras el fallecimiento de Canals en el número dedicado a su memoria: Cristiandad. Barcelona, núm. 932, marzo de 2009, págs. 38-39, [sin el antetítulo, "Torras i Bages y el catalanismo" y ccon la segunda mitad sustituida por un resumen].

En un estudio sobre las ideas políticas de Valentí Almirall –que con su obra Lo catalanisme iniciaba la actuación política del catalanismo–, Alexandre Plana distinguía dos corrientes opuestas en la interpretación de este movimiento: la que llama «centrífuga» (que mejor podría llamar «intrinsecista») y la «centrípeta» (que con más propiedad podemos llamar «extrinsecista»). La primera posición busca explicar la génesis y la orientación del catalanismo en un esfuerzo de concentración en las vivencias e ideales tradicionalmente arraigados en Cataluña; el origen del catalanismo sería interno al propio ser de la Cataluña histórica. La segunda propugnaría el reconocimiento de que el catalanismo procede de un impacto extrínseco y, concretamente, proveniente de los ideales y de las realidades políticas que se originaron con la Revolución francesa. Seguidor de Almirall, Alexandre Plana adopta esta tesis extrinsecista: el catalanismo procede del espíritu revolucionario francés.

La posición intrinsecista está expresada en algunos pasajes de la obra de Prat de la Riba La nacionalitat catalana. En esta obra su autor afirma como origen lejano pero esencial del despertar de Cataluña en la Renaixença, la entrada de la «gent pagesa» en la vida política, que se produjo en las Cortes de 1702, poco antes del alzamiento catalán contra Felipe V que iniciaría la guerra que había de terminar en Barcelona el 11 de septiembre de 1714. Pero el historiador Rovira i Virgili, en su Historia dels moviments nacionalistes, advierte que esta interpretación histórica se contradice con la tesis del propio Prat según la cual los pueblos despiertan con movimientos iniciados en elites culturales a partir de las cuales se produce un movimiento de círculos concéntricos que llega finalmente a la masa del pueblo y a la multitud de los ciudadanos. De hecho, nota este historiador en otro lugar, hacia el año 1900 apenas había catalanismo en Cataluña fuera de la ciudad de Barcelona. [Lo mismo dice a su manera Josep Pla].

Rovira i Virgili asume, pues, la tesis de Plana, el nacimiento del catalanismo por influencia de ideales revolucionarios franceses, pero con una importante corrección: el influjo revolucionario no pudo ser directo, en razón de los planteamientos centralistas del jacobinismo, a partir de las Cortes de Cádiz. El espíritu revolucionario –precisa Rovira i Virgili– sólo pudo penetrar en Cataluña por mediación de las actitudes culturales del romanticismo.

Muy resueltamente enfrentado a Prat de la Riba, Rovira i Virgili desde su opción valorativa resueltamente extrinsecista, niega que pueda establecerse una conexión entre las actitudes de la Cataluña rural de los primeros años del siglo XVIII y las de los catalanistas de su época, en el siglo XX. Los herederos de 1640 y 1705, precisa Rovira i Virgili, son más bien los carlistas de la montaña catalana. La línea que arranca en las gentes y hechos aludidos por Prat de la Riba, culminados en la oposición a Felipe V, es la que conduce a la «Guerra Gran» contra la Revolución francesa –tan popular en Cataluña–, se continúa inmediatamente con la guerra de la Independencia contra la invasión napoleónica y en una continuidad de ideales y de actitudes va a parar hasta las guerras carlistas. Podemos añadir aún, en el período inmediatamente anterior, la guerra «dels agraviats» de 1827, primer precedente de las guerras carlistas, e incluso, un poco antes, el alzamiento en favor de la Regencia de Urgel durante el Trienio liberal de 1820-23; ambos hechos de armas fueron exclusivos de Cataluña y no se dieron en el resto de España.

[Si no se tiene en cuenta que en 1822 se produjo el alzamiento de los realistas de Navarra contra el liberalismo impuesto por militares golpistas y la subsiguiente lucha de la División Real de Navarra durante el Trienio liberal, historiada por Andrés Martín, cura de Ustárroz.
En la provocación a base de falsificación documental que originó la guerra dels Agraviats en Cataluña, no cayeron los realistas de Navarra, como tampoco el infante don Carlos María Isidro. Cuando Inglaterra logró que la guerra de Sucesión se convirtiese en guerra civil en España, al conseguir en 1705 que cuajase la sublevación austracista en Cataluña, y en los demás Estados y países de la Corona de Aragón, que anteriormente no había conseguido, Navarra y Vascongadas siguieron apoyando a Felipe V, al que habían jurado como rey sus Cortes y sus Juntas en 1701, como
habían hecho las Cortes de Cataluña, y las de los reinos de Aragón y Valencia. Los que acaudillaron dichas sublevaciones y las mantuvieron numantina o saguntinamente incluso cuando ya era imposible que evitaran la derrota, dejando de lado lo que dice santo Tomás en conformidad con el sentido común, lo que muestra la historia de lo que hicieron y lo que consiguieron los gaditanos frente a Escipión en el año 106 antes de Jesucristo, y desoyendo lo que es doctrina de la Iglesia, tuvieron su parte entre los causantes de la catastrófica y lamentable pérdida de los fueros constitucionales y políticos de aquellas tierras de la Corona de Aragón, su parte entre los causantes de proporcionar una derrota a sus pueblos y pérdidas humanas y materiales adicionales a ellos y a sus hermanos de las otras tierras de España. Mantuvieron, en cambio, sus fueros constitucionales y políticos Navarra y Vascongadas, las "provincias exentas". De los que en Navarra lucharon en esa guerra descienden los que lucharon como carlistas hasta la guerra de 1936, con la densidad, intensidad y efectividad que son tan conocidas, como documentadas, que no haría falta ponderarlas, si no es para que no se les imponga la mala memoria histórica a las nuevas generaciones].

Contemplada desde fuera, y con un esfuerzo de objetividad, esta polémica entre intrinsecismo y extrinsecismo podríamos verla políticamente reflejada en el enfrentamiento entre un catalanismo de «derechas» y uno de «izquierdas», habiendo tenido ambos diferente despliegue y habiendo pasado por diferentes vicisitudes a lo largo de los últimos cien años de nuestra historia.

Lo sintetizaba muy bien Pujols cuando decía que así como Rovira i Virgili, con su síntesis entre Almirall y Prat de la Riba, entre el izquierdismo laico del primero y la filosofía nacionalista del segundo, trataba de pescar federales, la «Lliga» con su doctrina de un nacionalismo historicista y su lenguaje y táctica política regionalista trataba de pescar –por cierto con mejor éxito que el correlativo intento izquierdista– a los carlistas y los integristas, para el movimiento político catalanista.

Sin embargo, el común entronque nacionalista es equívoco, pues leyendo La nacionalitat catalana de Prat de la Riba, y tomando sin más matizaciones como un catalanismo de «derechas» o incluso «tradicionalista», sorprende su afirmación de que una Cataluña nacional será solamente catalana, y por ello podrá ser católica o librepensadora, centralizada o descentralizada, socialista o liberal. Es sorprendente porque esta posición desplaza y deja sin efecto político las actitudes iniciales del catalanismo tradicional del «grup vigatà» de las Bases de Manresa y de la «Unió catalanista». Todo ello nos muestra una complejidad e incluso una ambigüedad de la que es preciso que nos ocupemos con decisión y que hay que afrontar con sinceridad contemplando cara a cara el problema.

Desde el punto de vista cultural y, concretamente lingüístico, hay que tener presente que la cultura romántica en Cataluña, iniciada con la revista El Europeo durante el Trienio liberal y reasumida durante la primera guerra carlista con El Vapor, y que es presentada por Rovira i Virgili como la que introduce en Cataluña la modernidad, es realizada por una generación que no sólo escribe en castellano sino que es la definitiva introductora de un lenguaje castellano en Cataluña desde los tiempos de Boscán. Ante tal evidencia Rovira i Virgili se ve obligado a afirmar que, aunque pervivía en Cataluña entonces una poesía popular en lengua catalana, tiene que reconocerse que por su nivel «vallfogonesco» no cuenta para el renacer de Cataluña, y en consecuencia, tiene que buscar su génesis en la cultura expresada en lengua castellana por los románticos catalanes.

Bajo otro aspecto, esta cultura vista como globalmente moderna por un hombre de tan característica tendencia ideológica, tiene en realidad, en muchos de sus representantes y dimensiones, el carácter de un romanticismo histórico con mucho entronque con pensamiento europeo en la línea de la restauración. No sólo se pueden rastrear en Cataluña vagas influencias escocesas en lo filosófico en Martí de Aixela y Llorens Barba, sino también de filosofía tradicionalista, que precisamente entra en España por la generación romántica catalano-balear: Ferrer Subirana y José María de Quadrado por una parte, mientras el obispo Costa i Borras introduce a su vez en Barcelona a Ventura de Ráulica. Como expresión de esta paradoja es notable atender el juicio del P. Ignacio Casanovas quien nota que muchos que en su juventud habían vestido el uniforme de la milicia nacional -o sea republicanos convencidos- se integran después en una corriente globalmente apologética y de pensamiento católico, diríamos, conservador.

Esta última dimensión que está inserta en el romanticismo hace posible que en la búsqueda de raíces intrínsecas al catalanismo -con un intento en cierto sentido análogo al que llevaba a Prat de la Riba a aludir a los hombres de las cortes catalanas de 1702- se haya podido señalar el entronque de este catalanismo con corrientes de arraigo secular en Cataluña a través de los movimientos culturales que hicieron posible el surgir en Cataluña de la cultura romántica, poniendo además de relieve su resultado "modernizador y europeizador"·. Se pretende encontrar en esto un argumento de intrincesismo frente a la iconoclasia del izquierdismo y del catalanismo de izquierda.

Dentro de esta línea puede situarse la interpretación del P. Ignacio Casanovas sobre las raíces históricas de la Cataluña contemporánea. El ilustre historiadorse [se] sitúa así en una posición intrinsecista, pero invirtiendo la valoración de los hechos acaecidos en el siglo XVIII. La acompasada uniformidad oficial, impuesta por el decreto de Nueva Planta y la fundación de la Universidad de Cervera -con la abolición de todas las demás-, ya no es juzgada como la que preside la decadencia de Cataluña sino, al contrario, el origen de su despertar. Escribe el P. Casanovas en su estudio sobre Finestres que "aquella Universidad misteriosa, fulgurante y huidiza como la estrella que guió a los Reyes hacia la cuna del Redentor, es la que nos ha de llevar a nosotros hasta la cuna de la nueva cultura catalana. El siglo de muerte para nosotros es el siglo XVII, el siglo XVIII es de verdadera resurrección y ha llevado tras de sí por la fuerza de las cosas todo lo que ahora tenemos". Los precursores de la Renaixensa son Balmes, Roca i Cornet, Mila i Fontanals, Rubió i Ors, Martí d'Aixela, Javier de Llorens, Bofarull, etc. y proceden de Ramon Llatzer de Dou, el último canciller de Cervera, Vega i Sentmenar y, a través de ellos, llega la gran figura de Josep Finestres. El sentido humanista y crítico, el espíritu jurídico, la mentalidad antiquo-nova típica de la escuela filosófica cervariense, la renovación científica concretada en las instituciones creadas por la Junta de Comercio de Barcelona, son los rasgos fundamentales de esta cultura catalana del siglo XVIII, cuya herencia se centra en Barcelona después de trasladarse aquí la única Universidad de Cataluña.

El P. Casanovas constata que los hombres de la última generación cerverina, que amaban de corazón a Cataluña, sentían una gran reverencia por Felipe V y por Carlos III. El Dr. Dou proclama a Felipe de Anjou el Solón de Cataluña, por razón precisamente de su decreto de Nueva Planta. Como también advirtió Miguel de los Santos Oliver los espíritus selectos de la Cataluña de aquella época "escriben como verdaderos botiflers y la opinión ilustrada se muestra abiertamente filipista". Nada más lejos del odio expresado setenta años después en los cenáculos literarios que lo que sentían o decían los abuelos intelectuales de los modernos floralistas.

Pero mientras el historicismo romántico de la generación de los juegos florales y de la Renaixensa valoró negativamente el siglo XVIII y glorificó a los hombres del alzamiento antiborbónico, lo que implicaba en definitiva una perspectiva medievalizante, la política de la Mancomunitat -fundada por Prat de la Ribaconcretada en el Institut d' Estudis Catalans, el Noucentisme, el "seny ordenador", el "Neoclasicisme" de La ben plantada, no sólo reaccionaba contra todo lo decimonónico, incluido lo floralesco, lo pairalista, lo ruralista, y el teatro de Guimerá y la poesía de Verdaguer, sino que afinnaba decididamente que los hombres de 1714 habían presidido la decadencia de Cataluña ytendía a afirmar que hacía falta encontrar la Europa perdida desde los comienzos de la edad moderna y vivir, por primera vez, una cultura clásica y "urbana". De aquí el ideal de la "Catalunya ciutat" que no se refería tanto a lo que llamaríamos glorificación material de la ciudad, sino necesidad de vivir por primera vez de un modo análogo a la urbe latina o a la polis griega, porque Cataluña había sido tierra de oscuridad y tenía que ser por primera vez tierra de ilustración y racionalidad civilizada. El Noucentismo se enfrentó al modernismo -culminación artística y literaria del romanticismo-- y no aceptó ninguna raigambre genuinamente catalana en sus aspiraciones europeístas. A diferencia de la admiración por Balmes del P. Casanovas, el filósofo de Vic fue despreciado y , en general, se juzgó que en la época moderna Cataluña no había creado nada de valor pennanente. Tenemos, pues, aquí el más rotundo y desafiante extrinsecismo.

Más recientemente, este extrinsecisrno ha sido asumido y radicalizado por un historiador que ha sintetizado, sin oposición, una mentalidad próxima a los intelectuales de izquierda con una admiración, no exenta de crítica y de ironía, por la burguesía catalana del siglo pasado. Se trata de la visión del catalanismo ofrecida por Jaume Vicens Vives, que ha tenido reciente influencia en un sector que podemos llamar "conservadorprogresista". Conviene recordar aquí sus palabras: "La Nueva Planta de Felipe V fue un desescombro que al echar por la borda del pasado un anquilosado régimen de fueron y privilegios, obligó a los catalanes a mirar hacia el porvenir y los libró de las paralizadoras trabas de un mecanismo legislativo inactual". A juicio de este historiador el catalanismo incorporaba Cataluña a Europa de una manera total e irrenunciable. Con este movimiento -escribe Vicens Vives- entraron en Cataluña el impresionismo, la música de Wagner, los dramas de Ibsen y la filosofía de Nietzsche. Junto a estas preferencias culturales se constata un deseo de "teléfonos" y"buenas carreteras", en fin de tener para Barcelona el ambiente de París, de Londres y de Berlín. En definitiva, "el encuentro de Europa, después de cuatro siglos de ausencia, es el significado más relevante del movimiento catalanista después de Almirall, Mañé i Flaquer y Torras i Bages".

Escrita la obra de Torras i Bages La Tradició catalana (l ª ed. Barcelona 1892, 2ª ed. Vic 1905) frente a la de Almirall [Lo catalanisme], no nos hemos de extender en probar que su interpretación de la tradición catalana y sus opciones e ideales para el catalanismo están en posición antitética a la de cualquier extrincesismo revolucionario. Recordemos su total descalificación de la revolución francesa consecuente con sus constantes condenaciones del espíritu masónico, del naturalismo y secularismo liberal, y del socialismo. El regionalismo -ideal de Torras i Bages- no sólo no nace de la revolución francesa sino que «la Revolución» es un gravísimo mal social precisamente posibilitado por la previa desaparición del regionalismo que es su antítesis más exacta:

"La Revolució, dones vingué a conseqüencia de l'anihilació de la antiga societat regionalment organitzada, i, per tant, en virtut d'aquest pecat en que fou eoneebuda i que forma part de sa naturalesa, es necessariament antiregionalista. No és una institució indígena, nascuda espontaniament en el sí de la humana societat en aquestes o en aquelles circumstàncies históriques, en aquesta o en aquella regió; no és fruit d'una generació ni raça; no és l'encarnació d'una civilització determinada; és una pura i estéril negació, és un disolvent poderosíssim; no és el sentiment de l'amor que fecunda i engendra, és la torpíssima passió del odi que mata. La Revolució ni és francesa ni alemanya, ni espanyola; no és ni tan sois humana; no és planta o rebroll que neix en una terra convenient i creix fins a convertirse en arbre frondós; no la parí la terra; com el llamp es forma en la tenebrosa regió dels núvols amb els fluids malignants que es desprengueren de la fermentació de la carn i de la superbia humanes; vingué doncs de les altures, no nasqué del poble".

Para el gran obispo de Vic es un hecho evidente el tenaz aferrarse de Cataluña al espíritu de la Edad Media; a esto se debe el amor a la verdadera libertad, a la tradición y al modo de ser de la patria. Contradiciendo no sólo, y del modo más opuesto, a los novecentistas, sino también a quienes buscan en la cultura del siglo XVIII, cerveriense o ilustrada, el germen de la modernidad que caracteriza la Cataluña buscada por el catalanismo, Torras i Bages defiende una interpretación histórica audazmente «medievalizante»:

"Els frares Predicadors queden tan identificats amb la corrent civilitzadora d'aquella epoca a Catalunya, que creiem es pot dir que així com 1'historiador Gibbon assegura que l'Anglaterra fou obra deis monjos, com la bresca ho és de les abelles, igualment se pot assegurar que'ls frares foren qui donaren forma a I'esperit catala. Expressió sintomatica de lo que acabem de dir, és que potser la major part de les constitucions i altres drets de Catalunya es formaren en Corts reunides en els convents de Predicadors i Menorets, com una planta que per a naixer cerca la terra que més li agrada".

El oriente y el ocaso de la cultura catalana en su gran época coinciden con el predominio de la visión del mundo expresada en la síntesis doctrinal del Doctor Angélico, pues el tomismo es el sistema intelectual característico de nuestra mentalidad.

L'orient i l'ocas de la nostra nació en son ser propi i independent, coincideixen exactament amb l'orient i l'ocas de la gran filosofia escolastica; d'aquí que's pugui dir que fou una nació qui porta l'esperit d'aquella maravellosa filosofia, i per lo mateix havem afirmat que I'ordre de frares Predicadors, especie de sacerdoci no sols de la església catolica, sino també d'aquella escola filosófica, fou la vera educadora de la nostra gent. No és, doncs, estrany que en aquella interessantíssima epoca de la civilització europea, que's desenrotlla als fecundats raigs de la síntesi científica que personifica Sant Tomas d'Aquino, Catalunya tingués excepcional importancia dins el quadro de la civilització general.

De aquí que Torras i Bages apreciase menos y considerase artificiales y extrínsecas a nuestro modo de ser las aportaciones culturales del humanismo renacentista:

Per aixo, en l'epoca del reneixement els dos pensadors nostres més i1.1ustres, Sant Vicens i Fra Francesc Eiximenis, són vehements sostenidors de l'antic ordre de coses, de més humils apariencies, peró de major solidaritat i bondat que la nova manera d'ésser social, que baix formes brillants i grandioses havia d'ofegar la llibertat pública, I'espontaneitat del pensament, i substituir a la jerarquia social, fundada en la naturalesa i produida per la terra, una altra provinent de la llei humana.

La frase escrita en la abadía de Montserrat «Catalunya sera cristiana o no sera», resume con fide~ lidad el pensamiento de Torras i Bages. Así lo dice, con otros términos, al final de su obra La Tradició Catalana: el catalanisme, si vol reixir, mai deu separarse del catolicisme. Si el catalanismo no es católico no llevará sino a la construcción de una Cataluña de papel, es decir, a una fantasmagoría sólo real para intelectuales desconocedores de las cosas y de los pueblos. Parece evidente que la filosofía nacionalista de inspiración alemana que ve en el espíritu nacional algo absoluto, puso a Prat de la Riba en frente de Torras i Bages, en este punto decisivo.

Se discute también hoy la madurez nacionalista de Torras i Bages, pero es una discusión estéril e incluso sin sentido, no sólo porque Torras i Bages no era nacionalista, sino sobre todo porque sus tareas en el catalanismo tenían una intención explícita de lo que podríamos hoy llamar inculturación de la fe católica. Y si Torras i Bages no fue ciertamente -a diferencia de la inmensa mayoría del clero catalán de su época- ni carlista ni integrista, fue, muy explícita e inconfundiblemente, uno de los grandes hombres de Iglesia genuinamente ultramontano, en la línea de los grandes apologistas y servidores de la autoridad pontificia. Un fidelísimo, insistente y enfervorizado predicador de las orientaciones enviadas al pueblo cristiano, e incluso a toda la humanidad, desde la Cátedra de Pedro. Tal es la perspectiva de Torras i Bages que no puede, en modo alguno, coincidir con quienes a fuerza de nacionalismo tienden a convertirse, aprovechando tantas veces estructuras eclesiales, en «cristianos para el nacionalismo». Por contraste con esta desviación, puede decirse de Torras i Bages que fue «catalanista para la Iglesia católica», «catalanista para la vida cristiana», poniendo lo humano, lo natural y lo histórico, al servicio de lo divino, sobrenatural y escatológico. Desde esta preocupación fundamental, la tarea del obispo de Vic no puede tampoco asemejarse a la del sacerdote Carles Cardó, pues las tareas de éste -como las de Ángel Herrera en España, o las de Dom Sturzo en Italia- se dirigieron bastante inmediatamente a la creación de un partido democristiano nacionalista. Torras i Bages nunca fue un líder político ni se le puede atribuir la fundación o inspiración de partido alguno. Su vida estuvo totalmente caracterizada por ser la de un hombre de Iglesia en su tiempo y en su pueblo.

 

-------------------

...mientras el historicismo romántico de la generación de los juegos florales y de la Renaixença valoró negativamente el siglo XVIII y glorificó a los hombres del alzamiento antiborbónico, lo que implicaba en definitiva una perspectiva medievalizante, la política de la Mancomunitat –fundada por Prat de la Riba– concretada en el Institut d’Estudis Catalans, el noucentisme, el «seny ordenador», el neoclassicisme de La ben plantada, no sólo reaccionaba contra todo lo decimonónico, incluido lo floralesco, lo pairalista, lo ruralista, y el teatro de Guimerá y la poesía de Verdaguer, sino que afirmaba decididamente que los hombres de 1714 habían presidido la decadencia de Cataluña y tendía a afirmar que hacía falta encontrar la Europa perdida desde los comienzos de la edad moderna y vivir, por primera vez, una cultura clásica y «urbana». De aquí el ideal de la «Catalunya ciutat» que no se refería tanto a lo que llamaríamos glorificación material de la ciudad, sino necesidad de vivir por primera vez de un modo análogo a la urbe latina o a la polis griega, porque Cataluña había sido tierra de oscuridad y tenía que ser por primera vez tierra de Ilustración y racionalidad civilizada. El noucentisme se enfrentó al modernismo –culminación artística y literaria del romanticismo– y no aceptó ninguna raigambre genuinamente catalana en sus aspiraciones europeístas. A diferencia de la admiración por Balmes del P. Casanovas, el filósofo de Vic fue despreciado y, en general, se juzgó que en la época moderna Cataluña no había creado nada de valor permanente.