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Canals explica lo que es un doctor de la Iglesia

La declaración de un santo como doctor de la Iglesia tiene un sentido completamente heterogéneo con el reconocimiento de una eminente categoría en el orden de la ciencia teológica o de los saberes humanos que la doctrina sagrada incorpora y utiliza. La declaración del doctorado de la Iglesia no tiene analogía con las más eminentes distinciones académicas o artísticas; no es algo así como un premio Nobel o un óscar cinematográfico.

Comentaba Juan Pablo II en la celebración eucarística celebrada en la basílica de San Pedro el 19 de octubre de 1997 que cuando el Magisterio proclama a alguien doctor de la Iglesia señala un punto de referencia no solo porque es conforme su doctrina a la verdad revelada, sino porque aporta nueva luz sobre los misterios de la fe y una más profunda comprensión del misterio de Cristo.

En la Iglesia crece por la asistencia del Espíritu Santo la comprensión del depositum fidei y a ello no contribuye sólo el estudio teológico, ni siquiera la enseñanza cierta de la verdad por el Magisterio, sino también la profunda inteligencia de las cosas espirituales dada con riqueza y diversidad de dones a quienes se han dejado guiar dócilmente por el Espíritu de Dios. Por los santos es Dios mismo quien nos habla y por eso para profundizar en los misterios divinos, siempre mayores que los saberes humanos, tiene un valor especial la experiencia espiritual de los santos.

No es casual que la Iglesia otorgue el título de doctor sólo a quienes previamente haya canonizado, es decir, declarado su santidad, propuesta como ejemplo a los cristianos.

(El carisma doctoral de Santa Teresita del Niño Jesús y la vocación apostólica de Schola Cordis Iesu Francisco Canals. CRISTIANDAD. Barcelona. Octubre de 2003)

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Según santo Tomás, aunque los carismas pertenezcan a pocos y la gracia santificante esté destinada a todos, no hay que deducir de esto que los carismas tengan mayor excelencia que la gracia; la dignidad o excelencia no se mide por la «particularidad» o escaso número, sino por el orden de las cosas: las de menor perfección se ordenan a las de mayor dignidad y perfección.

En la economía de la salvación, todo carisma se ordena a la gracia santificante, es decir, lo que tienen pocos se ordena a lo que todos están llamados a tener; lo particular se ordena a lo más común, que es precisamente lo más excelente.

Según santo Tomás, la perfección cristiana no consiste esencialmente en la práctica de los consejos, sino en el cumplimiento perfecto de los preceptos. El nuevo Catecismo, reiterando algo que estaba ya en el Catecismo tridentino, subraya que el «sacerdocio ministerial» se ordena al «sacerdocio común» de que todo cristiano participa como miembro de Cristo y partícipe de su dignidad regia, profética y sacerdotal.

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Podemos notar que es santo Tomás de Aquino quien, afirmando que la perfección consiste esencialmente en la caridad teologal, y que el fundamento de la «justificación», obra de la gracia operante que nos traslada del pecado a la adopción divina de hijos, es la fe, advierte también que, en la disposición del sujeto, la humildad, parte de la modestia, es decir, virtud en el orden moral de menor entidad que la justicia, la prudencia o la fortaleza, y la parte más sencilla de la templanza, la más fácil –lo difícil es la soberbia y por esto es tan culpable– la humildad es también, en un sentido más «básico», el fundamento de la vida cristiana. Sin humildad no se recibe la gracia de la justificación por la fe ni se puede tener esperanza teologal, que requiere el confiar sólo en Dios y la total desconfianza de sí mismo, y por lo mismo no se puede llegar al amor por la confianza filial en Dios sin ser humilde. «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes».

(El carisma de Teresa de Lisieux Francisco Canals. CRISTIANDAD. Barcelona. Octubre de 1993)

- “El Doctorado en la Iglesia de Santa Teresita del Niño Jesús” (nº 749-751, 1993)

Santa Teresa del Niño Jesús. La declaración pontificia de su Doctorado en la Iglesia ( sept-octub 1997.)

“Santa Teresita del Niño Jesús, Doctor de la Iglesia” (nº 484, 1971)