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Confesionalidad católica desactivada, inconsecuente e inoperante en la España del XIX y del XX
Estado confesional católico consecuente
Un Estado confesional
católico es el que, además de proclamar la divinidad de
Cristo Rey y de su Iglesia católica, actúa en
consecuencia de modo que reconoce y acata la
autoridad infalible de la Iglesia católica y del Papa
cuando habla excátedra, no sólo en materia de fe, sino
también de moral, aunque las normas de moral natural son
cognoscibles por la luz natural de la razón, pero no de
forma infalible y son discutidas frecuentemente. Si hoy
en día en el siglo XXI, dado el avance canceroso del
proceso de descristianización, no es posible aspirar a
un Estado confesional católico por el momento, siempre
es posible aspirar a que no se oculte lo que el Concilio
Vaticano II proclamó con seguridad:
Lo que es proclamar la esperanza cierta y segura de la futura confesionalidad consecuente de todos los pueblos, con los judíos a la cabeza de los creyentes en Jesucristo; la futura unidad católica mundial, no por exclusión legal de la libertad religiosa, sino cimentada en la aceptación voluntaria del reinado del Sagrado Corazón de Jesús en todos los corazones movidos por Su gracia divina, la extraordinaria efusión de gracia que Jesús, el Verbo hecho carne, iniciará con Su Parusía, Su segunda venida gloriosa con la que, al evidenciar Su existencia, eliminará el poder anticristiano que, cada vez más, impone vivir como si Dios no existiera. Bien entendido que es Dios el que concede a todos invocarle y servirle:
Y tenerlo como un ideal que se va a alcanzar con toda seguridad. Y siempre es posible aspirar a que se alimente la esperanza cierta e imborrable que aporta la Iglesia de que con toda seguridad se llegará en el mundo a un modo de vida humano en plenitud de justicia y de paz como resultado de llegar a "conformar en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor la historia humana con el orden divino"; se llegará a la paz que es "resultado de un orden diseñado y querido por el amor de Dios", como proclamó Benedicto XVI en su mensaje para la jornada por la paz de 2006, precisando que "es un don celestial y una gracia divina". Sabiendo con certeza que eso se producirá por una intervención victoriosa del propio Dios, según enseña la Iglesia en su Catecismo,
Y así un partido confesional católico debe esperar la civilización del Amor proclamada por los papas Benedicto XVI y el beato Juan Pablo II:
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Sólo un Estado confesional católico consecuente acatará lo que proclama el Concilio Vaticano II en su decreto sobre la libertad religiosa:
El poder civil debe asumir con eficacia, mediante leyes justas y otros procedimientos adecuados, la tutela de la libertad religiosa de todos los ciudadanos y crear condiciones propicias para fomentar la vida religiosa, para que los ciudadanos puedan realmente ejercer los derechos y cumplir las obligaciones de su religión y la sociedad goce de los bienes de justicia y de paz que dimanan de la fidelidad de los hombres a Dios y a su santa voluntad (Dignitatis humanae, nº 6).
Sólo en un Estado confesional católico que actúe en consecuencia pueden ejercer plenamente su derecho a la libertad religiosa los ciudadanos de todas las confesiones religiosas. La tolerancia es una virtud y las virtudes sólo con la gracia, de la que es dispensadora la Iglesia, es posible que arraiguen y se desarrollen socialmente de forma permanente.
Esto no es posible en el liberalismo, y tampoco es posible en el liberalismo la democracia, que no es lo mismo que la democracia liberal, sino lo contrario, y menos aún es democracia la versión socialista de la democracia liberal.
El Estado no se define como aconfesional para poder garantizar la libertad de todos los ciudadanos. Y menos en una sociedad católica como España. La libertad de todos los ciudadanos sólo se puede garantizar en un Estado católico. No en un Estado aconfesional, digan lo que digan sus leyes.
Lo que dice el Concilio Vaticano II de la laicidad sólo lo acatará un estado confesional católico.
"Con frecuencia se invoca el principio de laicidad, en sí legítimo si se concibe como distinción entre la comunidad política y las religiones" (Gaudium et spes, 36).
En lo técnico de cada asunto, los técnicos son los competentes, incluidos los políticos. En lo moral, la autoridad infalible es la de la Iglesia. Las leyes y los políticos deben atenerse a la moral.
El problema es que no se concibe la laicidad "como distinción entre la comunidad política y las religiones" (Gaudium et spes, 36), sino como separación y además definitiva entre la comunidad política y la autoridad de la iglesia en lo moral, no como distinción, que es lo que enseña ahí el Concilio Vaticano II.
El papa Benedicto XVI reafirmó el 4.01.2006:
"La historia se dirige hacia una humanidad unida en Cristo".
La Iglesia aporta la esperanza cierta e imborrable de que con toda seguridad se llegará en el mundo a un modo de vida humano en plenitud de justicia y de paz como resultado de llegar a "conformar en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor la historia humana con el orden divino"; se llegará a la paz que es "resultado de un orden diseñado y querido por el amor de Dios", como proclamó Benedicto XVI en su mensaje para la jornada por la paz de 2006, precisando que "es un don celestial y una gracia divina".
El papa Benedicto XVI explicó lo que es en realidad el progreso en el mismo mensaje del 4.01.2006:
"Sí, hay progreso en la historia, ...hay una evolución de la historia. Progreso es todo lo que nos acerca a Cristo y así nos acerca a la humanidad unida, al verdadero humanismo".