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El liberalismo

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El liberalismo proviene de la Ilustración, aunque por vía de ruptura, que es la revolución liberal.
El intento de revolución con orden de los ilustrados, su intento de revolución desde arriba, se les irá de las manos y provocará la revolución violenta y desde abajo que les derribará también a ellos.
Pero todos los planes de "reformas" revolucionarias de los ilustrados, de las que sólo realizan ellos una pequeña parte, serán realizadas por los liberales.
Y las ideas desencadenantes son las de los ilustrados.

Se basa en la proclamación de la libertad sólo con las normas éticas propias o inmanentes, sin reconocerle autoridad sobrenatural a la Iglesia para enseñar infaliblemente las normas morales en nombre de Dios, es la libertad absoluta, que quiere decir desligada de lo que no sea el hombre, convertido así, al ignorar a Dios, en ser supremo colectivo del que cada individuo es una partícula infinitesimal. "Su moral evoluciona en función del consenso de las sociedades". El individuo queda así ninguneado por el ser supremo colectivo que impone vivir como si Dios no existiera e ignorar en la práctica normas objetivas que le obliguen a nada. (Absoluto quiere decir desligado).
En realidad, es consecuencia de la creencia racionalista de que no hay nada por encima de la razón humana. Spinoza, el máximo filósofo racionalista, ya proclamaba en el siglo XVII que el hombre en estado de naturaleza tiene derecho a todo, hasta donde llegue su fuerza. También se basa Spinoza en el mito del Contrato Social precediendo a Hobbes, Locke y Rousseau.
Rousseau es el que dice que la libertad en el estado de civilización, de sociedad, consiste en
la alienación total de cada individuo y de todos sus derechos (absolutos según él) entregándolos y entregándose al colectivo social. Por consiguiente, el Pueblo Soberano, el colectivo social de Rousseau y de sus seguidores tiene un derecho ilimitado, es un soberano absoluto, el más absoluto de todos. No tiene nada por encima, ni humano, ni divino, creen ellos.
Pero en Spinoza y en el liberalismo propiamente dicho, la libertad se basa en el determinismo, la libertad la proclaman como absoluta porque creen que se actúa por necesidad, no con libre albedrío responsable, sino que todo está permitido porque todo está determinado: "la libertad constituye una fuerza vital inseparable de la necesidad. ¿Puede haber, en resolución, prontuario más liberal?", dice Fernando R. Genovés, uno de los creyentes en el liberalismo y en Spinoza (Benedictus de Spinoza, democracia y virtud, por Fernando R. Genovés, LIBERTAD DIGITAL. Martes, 13.12.2005).
Los liberales hablan de la
necesidad de las normas morales, pero, al no reconocerle a la Iglesia autoridad sobrenatural para enseñarlas infaliblemente, constatan que cada uno da unas normas y considera inmoral lo que otros consideran lícito;
y se lamentan los liberales de no poder saber siempre con seguridad si algo es inmoral o no, siendo así que las normas morales son cognoscibles por la luz natural de la razón; y aún se lamentan más de que las normas morales no se cumplen siempre, sino cada vez menos, al renunciar a los medios sobrenaturales de la Iglesia para cumplirlas siempre o repararlo.
Y se dan cuenta de que la pretensión de que un consenso de sabios establezca las normas morales sólo aportará una versión discordante más, no cognoscible ni practicable generalizadamente al no ir dotada de más medios que los policiales o las predicaciones ateas. Como el esperanto es un idioma más. "Su moral evoluciona en función del consenso de las sociedades".

El liberalismo, además de la proclamación de la libertad absoluta, tiene como bases:

La doctrina del Pueblo Soberano, o de la Soberanía Nacional es la creencia número uno del liberalismo en el plano ideológico. Lleva consigo la negación o rechazo de la doctrina tradicional de que el poder viene de Dios, aunque se suele expresar diciendo que el poder reside en el Pueblo o en la Nación y que del Pueblo o de la Nación emanan todos los poderes.

El parlamentarismo es en el plano político la definitiva expresión del liberalismo: quien ejerce ese poder total y absoluto del Pueblo Soberano es quien controla el Parlamento, son los representantes de ese Pueblo Soberano absoluto o Nación soberana.
Bien sean elegidos por sufragio restringido de tipo censitario (sólo votan los ricos), como es característico del liberalismo decimonónico.
O bien sean elegidos por sufragio universal, que definirá el liberalismo democrático o democracia liberal que se generaliza en Occidente en el siglo XX.
La doctrina de la separación de poderes de Locke y de Montesquieu, que sirve para la llegada al poder de los liberales en la primera fase, derribando la monarquía absoluta,
quedará eclipsada por el ensanchamiento de ese poder, hasta ocuparlo totalmente en las fases siguientes con la plena imposición del parlamentarismo y del sistema de partidos, sustituyendo el absolutismo monárquico por el absolutismo del partido que tiene la mayoría en el Parlamento y que, desde el Parlamento, controla los tres poderes, diferenciados ya sólo de nombre.
No es lo mismo liberalismo que democracia, puesto que ya eran liberales cuando se basaban en el sufragio censitario (derecho de voto sólo de los ricos).
No es lo mismo parlamentarismo que democracia, porque existe el parlamentarismo, como poder supremo de quienes controlan el Parlamento, desde las revoluciones inglesas del XVII y desde las revoluciones liberales del XVIII y del XIX, y sin embargo, esos parlamentarios no tenían representatividad, porque actuaban en nombre del Pueblo con mayúscula, pero excluían de la participación política al pueblo real.

No es lo mismo el parlamentarismo que la existencia de los Parlamentos.
Los Parlamentos, Cortes, Estados Generales existen desde la Edad Media como expresión inicial de la participación del pueblo en el poder.

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Pocos pueblos participaron en su gobierno en el transcurso de la historia como el pueblo español en la Edad Media. Esto ha hecho que se hable de “democracia” medieval española
Pierre Vilar, 1906-2003. (Citado por Juan Ignacio Crespo 11.05.2023. Mercados, Cinco Días, elpais@newsletter.elpais.com)

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La democracia es una idea que existe desde la antigüedad clásica.
La democracia se define en la Edad Media como la participación del pueblo en el poder "eligiendo gobernantes de entre el pueblo y por el pueblo" de forma que actúen según la justicia, como expresa santo Tomás de Aquino en el siglo XIII. También los electores deben
elegir según la moral a los gobernantes. Esta democracia tradicional, muy diferente de la democracia liberal, es una democracia participativa y no la base de un poder absoluto.
Apenas empezaba a formarse en aquellos parlamentos medievales y a perfeccionarse poco a poco, cuando las distorsiones antropocéntricas de la modernidad, empezaron a desvirtuar esa democracia tradicional, con las monarquías autoritarias, con la monarquía absoluta, y más aún posteriormente con el liberalismo y con el socialismo:
porque la monarquía absoluta suprime el Parlamento,
y el liberalismo proclama el poder absoluto del Parlamento, y después del partido que controla el Parlamento en la
democracia liberal,
y en las que se han formulado después con otros adjetivos derivados de las ideologías que han pretendido imponerse de una forma absoluta e incluso totalitaria en nombre de la Nación o de la clase social.
Los sistemas totalitarios basados en el marxismo se denominan "democracias socialistas", o "democracias populares" y dicen actuar en nombre de la "democracia real"; y también los terroristas hablan en nombre de la democracia y del Pueblo.

En realidad, la democracia es para elegir según la moral gobernantes que gobiernen según las normas objetivas de moralidad, respetando los derechos de todos, sus libertades y buscando honradamente el bien común; y no para que estos gobernantes manden lo que quieran y hagan lo que quieran. Puesto que la democracia no es para elegir o cambiar de moral, de modelo de vida, de país o de religión. Así se entiende en sentido tradicional.

Gobernar es conducir honradamente a la sociedad a su fin, el bien común. No cambiar el fin. A los gobernentes elegidos se les entrega el timón, el gobernalle, para que conduzcan por el trayecto para el que se ha embarcado la gente para ir a su destino, no para que cambien de trayecto y conduzcan a la gente a otro sitio. Así se entiende en sentido tradicional.

La democracia liberal es la democracia absoluta, porque la democracia liberal es tomarse los gobernantes el poder de hacer y mandar lo que ellos quieran, diciendo que es en nombre del Pueblo o que ellos son el Pueblo ("We the People") y que "ellos, el Pueblo", no tienen nada por encima, ni humano, ni divino. Es atribuirse el poder de cambiar o imponer la moral, la religión, el modelo de vida o la nacionalidad y el país. Absoluta significa desligada. De Dios y del pueblo con minúscula, el pueblo formado por las personas concretas, que, según Rousseau, deben hacer entrega de todos sus derechos al colectivo social. Es un absolutismo mucho mayor que el de la monarquía absoluta. Esto es según Spinoza la democracia: el más absoluto de los sistemas.

La teoría o propaganda constitucional de la democracia liberal y socialista es que la constitución es el límite para que los políticos no puedan mandar lo que quieran, pero a la vista está que cada vez que han querido imponer algo más allá de esos límites, han cambiado la constitución, como lo evidencia la colección de constituciones impuestas y desechadas en España. Llevan dos siglos cambiando la constitución en España y han demostrado así una y otra vez que la democracia liberal no es democracia, y menos todavía la versión socialista de la democracia liberal.

En los USA, aparentemente la Constitución no ha cambiado, puesto que está hoy vigente allí la Constitución de 1787. Pero, aunque nos olvidemos de los Artículos de Confederación de 1781, la Constitución de 1787 la han ido cambiando a base de añadirle enmiendas constitucionales desde el mismo año 1789 en que entró en vigor y le añadieron ya las diez primeras enmiendas. En los USA, los que mandan también les han ido imponiendo lo que han querido, sin que la supuesta Constitución se lo haya impedido; también allí, si encuentran límites a su poder absoluto, los cambian.

Y en Inglaterra no hay constitución escrita, por lo que "ellos", los que mandan, no tienen que molestarse en cambiar los límites a su poder cuando quieren ampliarlo. Los manuales constitucionales británicos decían que el Parlamento inglés puede hacer todo menos cambiar a un hombre en mujer y que podrían decretar la muerte de los niños como Herodes, pero que naturalmente los honorables MP (miembros del parlamento) no lo van a hacer porque ellos son unos gentlemen.

Por desgracia los caballeros que nos mandan allí y aquí han pretendido cambiar antinaturalmente lo que por naturaleza son los sexos y han conseguido que sea legal matar a los niños en el vientre de su madre.

La sustitución del liberalismo que se imponía inicialmente mediante el terror jacobino o los pronunciamientos, las guerras civiles y el falseamiento de las elecciones, por los métodos "pacíficos" de la actual democracia liberal,
y la renuncia al marxismo por los partidos socialistas occidentales, que consistió en cambiar la imposición totalitaria del socialismo por su implantación también mediante la democracia liberal
es ejercer en realidad un poder mucho mayor que el de imponer la obediencia mediante la fuerza externa, porque es conseguir la adhesión mediante la interiorización. Conseguir que alguien obedezca o se someta voluntariamente es tenerlo más dominado que si lo hace por la fuerza.
La seducción mediante el engaño, la manipulación, la demagogia o el sistema educativo adoctrinador son violaciones no menores, sino mayores de la libertad y de la dignidad humana.
El tema de la coacción mediante la interiorización lo denuncia ya san Juan Pablo II en 1980:

"El hombre tiene precisamente miedo de ser víctima de una opresión que lo prive de la libertad interior, de la posibilidad de manifestar exteriormente la verdad de la que está convencido, de la fe que profesa, de la facultad de obedecer a la voz de la conciencia que le indica la recta vía a seguir. Los medios técnicos a disposición de la civilización actual, ocultan... la posibilidad de una subyugación «pacífica» de los individuos, de los ambientes de vida, de sociedades enteras y de naciones, que por cualquier motivo pueden resultar incómodos a quienes disponen de medios suficientes y están dispuestos a servirse de ellos sin escrúpulos" (Dives in misericordia, 11).

La clave está en que la libertad está unida a la verdad y al bien, a obrar conforme a la naturaleza humana. Conseguir que otro actúe en discordancia con la ley natural, con lo que es un comportamiento humano, es violar su dignidad, y si se consigue mediante la seducción o el sistema educativo es mayor violación de la libertad y de la dignidad y es ejercer más poder que si se consigue mediante la fuerza de la coacción externa. Aunque suele funcionar un trinomio de miedo + simpatía + interés. O a veces es un polinomio de miedo + simpatía + interés + ignorancia + chantaje...

Mientras que el objetivo de toda educación, en todas las edades de la vida, es que los hombres (varones y mujeres) y los pueblos obren bien y que sea voluntaria y libremente por su propio convencimiento, consciente y bien informado.

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El nacionalismo surge de la doctrina del Pueblo Soberano en combinación con la de los hechos diferenciales. También se la denomina doctrina de la Soberanía Nacional. Según esa doctrina, todo pueblo o nación es proclamado Pueblo Soberano o Nación Soberana si se dice que tiene supuestos hechos diferenciales, y entonces se pone en marcha la ecuación del nacionalismo:

Pueblo = Nación = Estado = Soberanía absoluta= Imperio

El nacionalismo no se basa en el amor a la patria, sino en el rechazo a todas las demás, se basa en lo que diferencia, no en lo que une, y va, no a la convivencia, sino a la independencia y a la xenofobia. Y después a someter a los demás, porque proclamarse diferentes es considerarse superiores sin atreverse a decirlo. Pero el que dice que ama a su patria basándose en proclamar que es la mejor, está reconociendo sin darse cuenta que no la ama, porque si no fuera la mejor no la amaría. Como el que dice que ama a su madre porque es la más bella, y a su padre, por ser el más rico, están proclamando que no los amaría si el espejito le dijera que otra es más bella, que otro es más rico. Los nacionalistas no aman a su patria por ser la suya, no comprenden que los otros aman cada uno a la suya tanto o más, siendo otra.

Es la raza lo utilizado como principal hecho diferencial para autofundamentarse por todo nacionalismo, hasta que a mediados del XX en Occidente se procura omitir y disimular el racismo por el desprestigio al que le llevó la soah, el holocausto de seis millones de judíos por los nazis, como desembocadura que ahora les parece impresentable. En el Tercer Mundo aún se sigue utilizando explícitamente como base del nacionalismo en el XXI. Todo el que habla de hechos diferenciales es para pretender una superioridad. Nadie pretende ser partícipe de hechos diferenciales que le hagan inferior a lo que otros le consideren o le valoren.

El patriotismo tradicional es muy diferente del nacionalismo liberal y socialista. El patriotismo tradicional, no es una idolatría, o algo antinatural, sino que es algo enraizado en la moral natural, la cognoscible con la sola luz de la razón, que consiste en obrar conforme a la naturaleza, en conformidad a la ley natural impresa en la naturaleza, que no se la ha dado el hombre a sí mismo, sino el autor de la naturaleza, cuya existencia también es cognoscible por la luz natural de la razón.

El patriotismo tradicional, no sólo es lícito, a diferencia del nacionalismo liberal y socialista, sino que es uno de los deberes incluidos en el cuarto de los preceptos del decálogo, de los diez mandamientos, que son el núcleo de esa ley natural, de esa moral natural cognoscible por la luz natural de la razón. El mandamiento de honrar al padre y a la madre, incluye el amor a la patria, palabra que significa literalmente la tierra de los padres. Y no es que la diferencia sea de palabras, porque nación, que significa literalmente la tierra en la que se nace, es lo mismo que la patria natal. Patria y nación son palabras que vienen del latín, que ya eran usadas en la antigüedad y que tienen un significado tradicional muy diferente del que les da el liberalismo.

El problema está en que los nacionalistas parten de la base de la democracia liberal, que es la doctrina del Pueblo Soberano o de la Soberanía Nacional. El problema está en lo de soberano, no en lo de pueblo o nación, si no se los proclama con esa soberanía que el liberalismo, al eliminar a Dios de la vida pública, pretende que es soberanía absoluta del Pueblo o Nación así idolatrados. Es el mismo problema proclamar Nación a España, partiendo de la democracia liberal, la democracia absoluta, que proclamar Nación a una u otra de sus regiones, partiendo de la misma falsa base; en este caso el problema es el mismo, corregido y aumentado.
El problema de los nacionalistas es que perjudican a su nación como el cáncer.

No se pueden basar las autonomías en la doctrina del Pueblo Soberano. No puede haber varios Pueblos Soberanos. Pero desde que se proclama un pueblo como Pueblo Soberano nada puede impedir que se proclamen otros pueblos como soberanos tras autodefinirse como pueblos distintos en nombre de la doctrina de los hechos diferenciales. Desde que se proclama la doctrina del Pueblo Soberano o de la Soberanía Nacional, que entiende la soberanía del Estado como absoluta por actuar en nombre del Pueblo, sólo hay o sometimiento de pueblos o independentismo, y encima enfrentamientos y rivalidades por basarse en lo que diferencia y no en lo que une. No hay ya convivencia y solidaridad de pueblos autónomos.

El patriotismo tradicional no se basa en la doctrina de los hechos diferenciales, porque es absurda y tóxica; es un disparate criminal. El patriotismo tradicional se basa en el amor al prójimo. Se debe amar a la patria no por pretender que es la mejor, sino porque es la propia. Como se ama a la madre no por ser la más bella, sino porque es la propia, sea o no la más bella o deje de serlo con la edad. El que ama a su patria o nación con un patriotismo tradicional, sin nacionalismo, comprende perfectamente que los demás amen a la suya de la misma manera y puede convivir con ellos. El patriotismo tradicional a diferencia del nacionalismo liberal o socialista hace perfectamente compatible el amor a la patria y su autonomía con la convivencia y la unidad de varias o de todas en un Estado sin problema de separatismo por más competencias autonómicas que haya.

Sólo puede haber pluralidad, coexistencia y convivencia de pueblos, o naciones, así con minúscula, si no se pretende atribuirles la Soberanía, y ponerlos con mayúscula como Dios. La experiencia popular expresaba la autonomía compatible con la convivencia en la fórmula:

"Cada uno en su casa y Dios en la de todos".

Y todavía el nacionalismo y el cesarismo tienen como ídolos a la Nación y al César, pero el cosmopolitismo (hoy llamado alianza de las civilizaciones) es más absoluto todavía, porque el nacionalismo conserva algunos elementos naturales de la nación a los que debe atenerse, aunque los haya distorsionado y desnaturalizado al convertir a la patria o nación con minúscula en un monstruo, por idolatrarla como la Nación con mayúscula por haber dejado de acatar a Dios por encima, como fuente de todo poder, pese a que la existencia de Dios es cognoscible y demostrable por la razón natural; es un tema de filosofía.

Es más absoluto el poder ejercido en nombre de la Voluntad General del Pueblo, que elimina no sólo a Dios, sino la idea misma de Dios referida a un ídolo. El que discrepa de la Voluntad General, es que rompe el consenso y no forma parte del Pueblo, sino que es un enemigo del Pueblo al que se le puede y debe eliminar. Previamente se le aniquila moralmente llamándole fascista, como durante el Terror de la Revolución Francesa se le llamaba aristócrata, y así ya no se le considera persona y se le puede matar, como los nazis a los judíos, que antes de exterminarlos físicamente ya los habían dejado de considerar hombres, o los que matan niños en el vientre de su madre, no les llaman niños, sino embarazos no deseados para poderlos eliminar.
Es nuestra actual transición hacia la democracia absoluta, en la que el terror impuesto desde fuera ya sólo es complementario de la interiorización de la Voluntad General del Pueblo en la que los que mandan basan su poder absoluto, que para ser del todo absoluto debe descartar a Dios y cualquier vestigio de la ley natural cognoscible por la razón, porque la ley natural es la norma de comportamiento conforme a la naturaleza que cada ser tiene, que en el caso del hombre es comportarse como racional, como persona, según su naturaleza. Sólo que su naturaleza no se la ha dado a sí mismo, y por consiguiente ha recibido esa normativa de comportamiento racional al recibir esa naturaleza racional que no se la ha dado a sí mismo, por eso la ley natural es ley, es una normativa del que puede establecerla, que no son ellos, como se deduce racionalmente. Por eso ellos eliminan absolutamente a Dios para absolutizar su poder en la democracia absoluta.

El problema de la democracia liberal es que no es democracia; y la versión socialista de la democracia liberal, menos todavía.

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La teoría de los hechos diferenciales ha producido en el ámbito de dominio catalanista un complejo de superioridad generalizado, por ser contagioso; y, por ser un complejo, compatible con la veneración reverente y sumisa de lo europeo europeísta, que delata el complejo de inferioridad, tan común en toda España, que es typical spanish.

El contagio de este complejo de superioridad a personas que no son nacionalistas catalanistas lo podemos evidenciar en las continuas proclamaciones de que en Cataluña se da "lo más" de cualquier cosa que se hable.

El 25.03.2012 en la TV Intereconomía se pudo ver y oír al señor Fuster proclamando insistentemente que Cataluña era la que había creado y configurado la tauromaquia de la Edad Contemporánea; dijo:

"Lo más importante que ha tenido España para los toros es Cataluña"
(José Antonio Fuster el 25 de marzo de 2012 a las 14:36 en Intereconomía TV)

Pueblo ilusorio, nación fatua
«Ellos me han dado celos con lo que no es Dios,
me han irritado con sus vanos ídolos;
¡pues yo les daré celos con un pueblo ilusorio,
los irritaré con una nación fatua!»
(Dt 32,21)

El inicio en España de los nacionalismos antiespañoles

El nacionalismo catalanista contra el seny

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El liberalismo económico es el capitalismo se basa en la búsqueda del beneficio por encima de todo, sin reconocer ninguna norma por encima de las normas morales que ellos mismos imponen políticamente, al margen de la autoridad de la Iglesia sobre la moral natural, que no acatan. La fórmula actual es "como sea", igual que en política.

El liberalismo y lo que ha venido después, es consecuencia de la creencia racionalista de que no hay nada por encima de la razón humana. Spinoza, el máximo filósofo racionalista, ya proclamaba en el siglo XVII que el hombre en estado de naturaleza tiene derecho a todo, hasta donde llegue su fuerza. También se basa Spinoza en el mito del Contrato Social precediendo a Hobbes, Locke y Rousseau.
Rousseau es el que dice que la libertad en el estado de civilización, de sociedad, consiste en
la alienación total de cada individuo y de todos sus derechos (absolutos según él) entregándolos y entregándose al colectivo social. Por consiguiente, el Pueblo Soberano, el colectivo social de Rousseau y de sus seguidores tiene un derecho ilimitado, es un soberano absoluto, el más absoluto de todos. No tiene nada por encima, ni humano, ni divino, creen ellos.
Pero en Spinoza y en el liberalismo propiamente dicho, la libertad se basa en el determinismo, la libertad la proclaman como absoluta porque creen que se actúa por necesidad, no con libre albedrío responsable, sino que todo está permitido porque todo está determinado: "la libertad constituye una fuerza vital inseparable de la necesidad. ¿Puede haber, en resolución, prontuario más liberal?", dice Fernando R. Genovés, uno de los creyentes en el liberalismo y en Spinoza (Benedictus de Spinoza, democracia y virtud, por Fernando R. Genovés, LIBERTAD DIGITAL. Martes, 13.12.2005).

Es maniqueísmo, gnosticismo, decir que la autoridad es mala. Ahí está la raíz del rechazo del principio de autoridad por los sistemas surgidos de las revoluciones de la Edad Contemporánea. Es maniqueísmo, es gnosticismo lo que hay en el liberalismo y en lo que ha venido después. Esa actitud tan simpática de condenar las normas, las leyes, las obligatoriedades, los castigos, es maniqueísmo.

Es el liberalismo, el gnosticismo, el que al condenar la autoridad la equipara a la subyugación, al sometimiento, a la explotación. Es mucho más absolutista el estado liberal basado en la Soberanía Nacional, en la doctrina del Pueblo Soberano.
Es la democracia liberal la que cumple la afirmación de Spinoza de que la democracia es el más absoluto de los sistemas. Y aún más absoluta es la versión socialista de la democracia liberal. Ellos son spinozianos.

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En noviembre de 2002, la Conferencia Episcopal Española impugna el nacionalismo independentista injusto en la Instrucción pastoral Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias (XI-2002); nº 33. En este documento la CEE no condena solamente el terrorismo, sino también el nacionalismo independentista

33. «La pretensión de que a toda nación, por el hecho de serlo, le corresponda el derecho de constituirse en Estado, ignorando las múltiples relaciones históricamente establecidas entre los pueblos y sometiendo los derechos de las personas a proyectos nacionales o estatales impuestos de una u otra manera por la fuerza, dan lugar a un nacionalismo totalitario, que es incompatible con la doctrina católica.
(
Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias (noviembre de 2002); nº 33).

34. Por ser la nación un hecho, en primer lugar, cultural, el Magisterio de la Iglesia lo ha distinguido cuidadosamente del Estado (Pío XII, Radiomensaje 21-IX-1949; Juan Pablo II, en la UNESCO, 2-VI-1980; en la ONU, 5-X-1995). A diferencia de la nación, el Estado es una realidad primariamente política; pero puede coincidir con una sola nación o bien albergar en su seno varias naciones o entidades nacionales. La configuración propia de cada Estado es normalmente fruto de largos y complejos procesos históricos. Estos procesos no pueden ser ignorados ni, menos aún, distorsionados o falsificados al servicio de intereses particulares.

35. España es fruto de uno de estos complejos procesos históricos. Poner en peligro la convivencia de los españoles, negando unilateralmente la soberanía de España, sin valorar las graves consecuencias que esta negación podría acarrear, no sería prudente ni moralmente aceptable.

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Juan Sebastián Elcano (Guetaria 1476-cerca de las islas Molucas 1526) firmaba: “Un castellano de Guipúzcoa”; ésa es la firma de Elcano en todos los documentos.

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José A. Sentís, periodista y profesor en la Universidad Complutense, hace notar en referencia al caso vasco: …«en lugar de reivindicar su paternidad compartida en la fundación de España, que objetivamente les pertenece, los nacionalistas crean un imaginario de sumisión y dominación, como si les avergonzara su pasado glorioso y se enorgullecieran de sus fracasos inexistentes. Digan lo que digan estos intérpretes victimistas de la Historia, ellos no son España porque España les hubiera colonizado o doblegado por las armas, sino porque la compusieron desde el principio. Son más España que otros antiguos reinos de esta península» [e islas adyacentes].

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Luis Suárez, en su artículo La nación española (La Gaceta fin de semana, 10/11-I-2004):

«En su origen el término nación carece de las connotaciones políticas que en el siglo XIX se le asignaron. Significa únicamente naturaleza o nacimiento. En los Estudios Generales, origen de nuestras Universidades, se empleó para agrupar a profesores y alumnos de acuerdo con el lugar de procedencia (…) Es preciso llegar al Concilio de Constanza (1412-1414) para que se obtenga una definición más concreta. Se dijo entonces que la Cristiandad, es decir, Europa, estaba ordenada en cinco naciones: Italia, Alemania, Francia, España e Inglaterra. Cada una de ellas contaba con una pluralidad en las estructuras políticas y administrativas, si bien se reconocía que poseían vínculos de unidad (…) Pedro IV el Ceremonioso [Balaguer 1319-Barcelona 1387, Rey de Aragón, decía] desde Barcelona que “Cataluña es la mejor tierra de España. Y los arzobispos de Braga, Toledo y Tarragona reclamarían para sí el título de primado de España (…)

La Generalidad de Cataluña cuando, en 1463, al rechazar a su rey, Juan II, al que culpa de quebrantar la legitimidad de ejercicio, se dirige a Enrique IV de Castilla le pide que ciña la corona porque él significa la legitimidad de España entera.

Pedro IV pidió a su yerno, Juan I de Castilla, que admitiese a catalanes y valencianos en los privilegios de Brujas, porque españoles somos todos.

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Ángel María Iraburu (La Razón 24-V-2002):

«Jon Juaristi, ex etarra, euskaldún, catedrático: “Hay que hacer saber a los engañados vascos que jamás hubo una patria vasca ocupada y destruida por España”. El nacionalismo vasco “reclama la reparación de unas ofensas que no existen en nombre de una patria vasca que no existió nunca”. José Andrés-Gallego, catedrático de Historia: “Llevamos los vascos en España entre mil y quinientos años de historia común y pacífica”. Juan Pablo Fusi, donostiarra, catedrático de Historia: “Las ficciones nacionales alumbradas por los nacionalismos del XIX no resisten el examen de la Historia”. Fernando G. de Cortázar, jesuita, catedrático de Historia: “La región en que se manipula la Historia de una manera más escandalosa es el País Vasco”. Gabriel Jackson, historiador e hispanista norteamericano: “No sé de ningún otro caso en que unas falsedades, sinceramente creídas, hayan llevado a cientos de seres humanos, por lo demás decentes, a creer que sirven a una buena causa asesinando a ochocientas personas en unas condiciones de libertad política y con un Gobierno representativo (…) Es sólo entendible desde una nefasta y parcial interpretación de la Historia”».

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Francisco Cambó (1876-1947), político catalán, en octubre de 1937 publicó en La Nación un artículo titulado La cruzada española, en el que decía: «No es hoy momento de discutir cómo se regirá la nueva España [cuando termine la guerra civil]. Pero una cosa podemos decir: España (…) fue un más grande valor universal en cuanto fue más española, más íntimamente unida a la solera medieval que la forjó preparando la gran obra de los Reyes Católicos y de los primeros Austrias, mientras que las etapas de su decadencia coinciden con las de su decoloración tradicional» (en R. de la Cierva, Misterios de la historia, Planeta 1990, 144).

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