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Sobre el carácter «científico» del conocimiento histórico

(Notas introductorias sobre la necesidad de una Teología de la Historia)

Francisco Canals Vidal, Cristiandad. Barcelona, nº 119, marzo de 1949

El creciente interés por la Historia y por una consideración del aspecto histórico de todos los problemas, conduce repetidamente a plantear la cuestión acerca del carácter y valor «científico» del conocimiento histórico, y de la posibilidad ulterior de una Filosofía de la Historia.

Preguntas paralelas a las que versan acerca del «sentido» de la Historia. Porque sólo lo que tiene «sentido», lo que tiene «razón de ser» es inteligible, es decir, capaz de ser alcanzado por el entendimiento.

El auge del positivismo, al producirse contemporáneamente a una sobrevaloración de la «ciencia», considerada sin reservas como el más elevado tipo de conocimiento, contribuyó a dejar incompletamente planteados estos problemas.

Entender como una «ciencia» el conocimiento histórico equivalía, para la mentalidad positivista, a explicar por un determinismo sujeto a leyes naturales todos los fenómenos de la vida individual y colectiva del hombre. Una concepción ulterior, que reconoce la libertad como constitutivo característico de «lo histórico», ha incluido el conocimiento de la Historia dentro de un nuevo grupo de «ciencias» llamadas «culturales» en contraposición a las ciencias «naturales»; mas con ello ha levantado un nuevo problema por la imposibilidad de reducir la vida de la libertad como tal a la determinación de leyes universales y necesarias. Se ha venido, entonces, a pensar si habría que negar al conocimiento de la Historia el carácter de «ciencia», creyendo volver al pensamiento de Aristóteles.

En efecto: parece preciso conceder que, si bien la libertad humana, sobre todo en la vida social, está condicionada por las leyes de la naturaleza del Mundo y del Hombre (1),

(1) Véase Determinismo y libertad en la Historia, por Enrique Ferran, CRISTIANDAD núm., 32-33, págs., 325-27,

y aún es posible formular leyes más o menos probables que regulan la existencia y el progreso de la Sociedad, sin embargo estas leyes Se alejan de ser «históricas» en la misma proporción en que tienden a ser «científicas», es decir, fundadas en la esencia de los sujetos y relaciones sobre que versan.

Estas leyes formarán parte de un conocimiento «esencial» que podemos incluir dentro de la Antropología filosófica, o de la Sociología; pero dejarán de expresar la realidad histórica como tal, mientras que las «leyes» propiamente históricas que pretendamos inducir de los hechos tendrán quizá poco de «ley».

El «saber» histórico

Así se inicia una posible reacción «antí-historicista». Porque si la ciencia es de lo universal y necesario, y lo contingente, como tal, escapa a todo interés especulativo, la contingencia del obrar libre del hombre sustrae el devenir histórico como tal a todo conocimiento propiamente «científico» y deberíamos contentarnos con la formulación de leyes exclusivamente del tipo citado, sin poder dar razón o explicar intelectualmente lo que es intrínsecamente original, y, por lo mismo, no esencial sino contingente y existencial.

Esta posirión está desmentida por los hechos. Porque ella implicaría, conducida a un extremo, el negar todo interés intelectual a lo «histórico», cuando en realidad tenemos cada vez más un profundo interés por lo «hístórico» como tal. Será, pues, necesario enfocar el problema desde otro punto de vista que nos permita justificar el valor especulativo que tiene en si mismo el mundo de lo contíngente histórico. revisando ya la noción de «ciencia» anteriormente establecida, ya, si se prefiere, el del «objeto» de nuestro conocimiento intelectual.

Mas entonces la distinción de unas ciencias de lo natural y de lo cultural reaparece de alguna manera.

Porque, en efecto, si el objeto de nuestro entendimiento en el orden especulativo «científico» es sólo de lo universal y lo esencial, es porque lo existente se nos da como un «ens per accídens» producto de una coincidencia material y pasiva. Pero en el mundo del espíritu la contingencia y síngularidad de sus actos personales se presenta como la manifestación de la soberania del espíritu, como un reflejo de la libertad divina.

Es, en efecto, la materialidad y no la individualidad lo que hace al singular ininteligible; lo espiritual humano, la singularidad del hecho «personal» ofrece una nueva inteligibilidad, un valor «satisfactivo» de la inteligencia, un interés objetivo superior al del conocimíento científico de los seres inferiores. Porque la «intentio naturae», la corriente de la vida y de las fuerzas reales, que en todos los seres inferiores «pasa» tan sólo por el individuo, apuntando en definitiva a la especie y ordenándola al homhre, se dirige, en lo humano, al mismo individuo como tal; por lo cual en el orden del Universo (la mejor de las cosas creadas, en cuya contemplación ponían los filósofos la sabiduría) tiene la persona humana el carácter de algo buscado por si mismo.

De suerte que, si en el orden de lo material, de lo infrahumano, lo «universal» es siempre y exclusivamente lo «especifico»; en el orden humano, en cambio, la naturaleza intelectual y social del hombre, el carácter creador de su libertad fundamenta el valor universal de la persona y de sus actos.

El hecho individual, esporádico, presenta un doble aspecto. Por una parte es puramente contingente, anecdótico, carente de significación y de «sentido», desprovisto, en este caso, de interés «intelectual»; pero puede gozar tamhién de fin valor universal, ser la clave de la explicación del devenir histórico en un grupo social más o menos amplio. El primer aspecto se funda en que la naturaleza del hombre es todavia una naturaleza material, y sus actos individuales están condicionados por leyes especificas; el segundo, se funda en que la naturaleza del hombre es ya una naturaleza espiritual, y la «originalidad» de sus actos puede ser una «creación» de su talento y de su lihertad; en lo que hay de «personal» en un hombre tiene éste un valor universal.

II. - La Filosofía de la Historia

Nuestra consideración de los hechos históricos, si no apunta meramente a la formación de leyes abstractas de carácter «científico», si se interesa por lo existencial, no puede reducirse, con todo, a la consideración de la «multiplicidad» de los hechos, sin comprenderlos en la unidad de un orden.

Descubrir en lo histórico un valor absoluto, significa, no que debamos renunciar a ver en él la realización de un plan universal, antes al contrario, indica precisamente la posibilidad de ver en lo humano la realización de este plan. Así es claro que no tiene sentido alguno el estudio de la Historial, como una mera catalogación de hechos particulares (2).

(2) Véase La historia y sus aspectos, nº. 5, pág. 102

De aqní que el problema de la Historia sea, ante todo, el problema de su sentido, de hallar la razón universal, no con universalidad de esencia abstracta, sino de causa eficiente, ejemplar y final, que explique la vida histórica de la Humanidad. De aqui la actualidad de la Filosofía de la Historia. Porque nuestra comprensión de los hechos y nuestra interpretación de los mismos en orden a hallar el sentido de la Historia depende de los principios o concepciones filosóficas de que partamos.

La Filosoffa cristiana de la Historia

La certeza que la fe comuníca a fundamentales verdades de orden filosófico nos permite hablar de una Filosofía cristiana de la Historia. En estas notas no pretendemos estudiar los problemas y dificultades insolubles que se ofrecen en esta materia a los pensadores que rehusan la debida subordinación de la Filosofia a la fe, en estas cuestiones más útil, si cabe, que en otras.

Deseamos precisamente sugerir que para la comprensión del sentido de la Historia y, por tanto, para llegar al fin a que en su estudio tendemos, es absolutamente necesaria la Teologia y que toda investigación de orden meramente racional, aun la misma Filosofía cristiana no es suficiente para ello.

Una Filosofía cristiana nos ofrece en primer lugar unas tesis fundamentales previas a toda investigación sobre cualquier realidad creada: la libertad de Dios en la creación, la contingeneía del mundo y su dependencia y ordenación a Dios como a su principio y fin. Estos principios metafísicos se cumplirán en cualquier Universo posible y así no dan directamente explicación del concreto devenir de la Historia en el Universo existente.

Aun las conclusiones a que puede llegar la Filosofía de la Historia en el tratado sobre la Providencia de Dios y en una metafísica del hombre en cuanto temporal y social. se mantendrán necesariamente en el orden de las leyes esenciales. La marcha histórica de la humanidad que Dios dirige (respetando la libertad pero con certeza e infalibilidad absolutas) a su fin, según sus decretos libérrimos, según Sus planes que nadie puede conocer sino en cuanto Él lo manifieste, permanecerá inasequible a toda averiguación metafísica.

Algunas conclusiones a que puede llegar la Filosofía de la Historia

a) Dios gobierna a los seres según su naturaleza dirigiéndolos a su fin, a la perfección a que respectivamente se ordenan. Si el hombre tiende como a su perfección suprema, a la unión con Dios en la bienaventuranza eterna, esto no supone que todos los bienes limitados sean para él meros medios; tienen valor en sí, subordinado al último fin y ordenables a él, pero con apetibilidad propia; de modo que se les puede con verdad llamar fines humanos.

b) El hombre es naturalmente social, y si su naturaleza espiritual inmortal le da un valor trascendente a todo el orden temporal, ello no obsta a que el individuo humano se ordene a la sociedad como la parte al todo, y que sólo socialmente adquiera el hombre su perfección. Por tanto, la sociedad temporal y terrena y su perfección dice para el hombre razón de fin, de bien honesto y no solamente útil.

c) Ahora bien, por la misma naturaleza el hombre y la socíedad están sujetos al tiempo, y como todos los seres sometidos a la mutabilidad y temporalidad, es por un movimiento temporal como alcanzan su perfección. ¿No es por esta razón par lo que tendemos a relacionar en nuestros conceptos, el «fin» en el sentido de perfección a que se aspira y el «fin» como término último y final en el tiempo?

Así la idea de progreso, de que ha vivido la sociedad europea durante más de dos siglos, y que atraviesa hoy la crisis de la amargura y desengaño por las consecuencias catastróficas de los sistemas liberales, a los que se habia identifkado con el progreso mismo, tiene tal vez en una filosofía tomista de la Historia un nuevo y firme fundamento en que apoyarse.

d) No obstante, este plan de la Providencia deberá realizarse gobernando sin destruirla la libertad humana; no impedirá, por lo tanto, que la separación de las sociedades de Dios pueda desviar a éstas del camino por el que el plan de Dios tiende a conducirlas.

e) ¿Fracasará o triunfará en definitiva este plan divino? La respuesta a esta pregunta exigiría la previsión del futuro. A ello no puede responder la sola investigación racional. Pero esto equivale, creemos, a reconocer la incapacidad de llegar a dar la última respuesta a la cuestión del sentido de la Historia.

Pasado, presente y futuro

¿Es tan cierto como a veces creemos que la Historia tiene por objeto de su estudio el conocimiento del pasado?

Lo pasado, en cuanto tal, no ofrecería interés alguno ni especulativo ni práctico. Se dirá tal vez que el pasado puede ser objeto de estudio en cuanto pervive en el presente, y podremos admitirlo, pero, ¿no se deberán hacer algunas observaciones que precisen el sentido en que se debe entender esta pervivencia?

Lo que en el presente es herencia de las generaciones pasadas, será. cuando se haga la Historia del presente, considerado como condicionante de las posibilidades de las empresas históricas de los hombres de hoy; lo que será con toda propiedad hecho histórico realizado por nosotros será precisamente aquello por lo que habremos influído en el caminar de la Humanidad. ¿No podría decirse con mayor razón que la que tenemos para afirmar que lo histórico es lo pasado, que éste es histórico, no como pasado sino en cuanto en él se desarrollaba y se desenvolvía la vida de la humanidad que continúa en el presente y continuará en el futuro?

En sentido irónico decimos de una institución o una empresa política o cultural que pasará a la historia para indicar que morirá para pertenecer al pasado muerto sin influir en el curso de la vida, ironía que es una sarcástica burla del lenguaje común, contra los historiadores «cicerones de cementerio» de que habla Papini en su maravillosa carta de Celestino VI «a los historiadores».

Pero en sentido verdadero decímos de unos hombres o de un pueblo que están hacíendo Historia cuando creemos que sus trabajos tendrán una eficacia que influirá en la vida futura de la Humanidad.

La razón por la que debiéramos hacer del pasado el solo objeto de la Historia es que sólo él nos es conocido, pero entonces deberiamos confesar que no sabemos el culrso que sigue la vida de la Humanidad, que no podemos considerar como en un orden universal la multiplicidad de los hechos humanos. Los historiadores deben sí estudiar el pasado pero deben ser «los Profetas del mismo», es decir, deben poder exponer el sentido de la evolución, del progreso (o de la marcha) de los acontecimientos. No podemos renunciar a la comprensión del presente y en cuanto al futuro, ¿no podrá decirse con verdad que es lo que mayor interés nos ofrece? Y esto no sólo por una curiosidad que provenga de la dificultad o imposibilidad de abarcarlo. Para la comprensión del sentido de la Historia, la relación que señalábamos antes entre la perfección de la humanidad y el transcurso del tiempo hace que se tienda en muchas épocas de la Historia a esperar del futuro la realización de la finalidad histórica de la Humanidad. En nuestra época, en que aparece más vivamente planteada la cuestión del sentido de la Historia, tienen extraordinaria difusión los «mesianismos», hemos oído hablar de la creación de un mundo mejor, y a pesar del aturdimiento colectivo sentimos pesar sobre nosotros la responsabilidad del destino de la Humanidad futura.

III. - La Teologfa de la Historia

En varios sentidos podría entenderse la necesidad de la consideración de las verdades reveladas y del estudio de la Teologia para la completa constitución de la «Historiosofía». En primer lugar podemos inferir conclusiones de alcance histórico de las verdades reveladas: vgr. cuando Enrique Ramière expone que una de las leyes fundamentales de la Providencia sobre la marcha de la Humanidad en la tierra e incluso en la eternidad es la glorificación de Jesucristo» (3).

(3) Véase ¿Tiene la Historia un sentido?, n°. 32-33, pág. 313.

En otro sentido podemos tener en cuenta que la revelación se ha realizado en la Historia y que sólo por la fe podemos comprender el sentido de los hechos en los que Dios mismo ha entrado en ella para la Redención del mundo y su elevación al orden sobrenatural. La Encarnación ha hecho con verdad a Dios sujeto de la Historia por la unidad de Persona de Jesucristo Dios-Hombre, a la vez que ha elevado de tal modo la naturaleza humana que Dios le ha comunicado a Cristo, «en cuanto es Hijo del Hombre», la soberanía sobre la Historia y la realeza sobre el tiempo y la eternidad. Pero lo que creemos se debe llamar propiamente Teologia de la Historia, genialmente concebida por el Padre Enrique Ramiere, S. I. (4),

(4) Véase Enrique Ramière y la Teología de la Historia, por José Mª. Minoves Fusté, n°. 5, pág. 103.

no es sólo aplicación de verdades teológicas a la comprensión de la Historia ni conocimiento por la fe de la «Historia de la salvación» del homhre.

La ciencia divina de visión. Los Profetas

Dios ha revelado no sólo las leyes generales de su Providencia, como la que antes señalábamos de la glorificación de Jesucristo, sino que nos ha manifestado en medio de misteriosas y sublimes obscuridades sus planes concretos sobre los hombres y los pueblos: Un ejemplo, la revelación de los planes divinos sobre el pueblo judío. Pero no sólo estos planes, sino que incluso los futuros contingentes conocidos por la ciencia divina de visión han sido revelados por los Profetas y con la debida prudencia nos es lícito a los hombres rastrear en sus oráculos el sentido de algunos hechos fundamentales en la realización de los planes divinos a través del tiempo. Sólo en esta perspectiva podemos llegar a la actualización del futuro a la vez que a la consideración de todo el devenir histórico desde el punto de vista del plan divino, descubriendo,. por tanto, el sentido absoluto y último que explica en la unidad del orden establecido por los decretos divinos la vida universal de la Humanidad (5).

(5) CRISTIANDAD ha estudiado en muchas ocasiones temas concretos de Teología de la Historia. Véase además de los artículos citados la Advertencia previa, del P. Ramón Orlandis, S. I. (nº. 27, págs 193-195) y en el nº. 5 Perspectiva histórica en Daniel, por Dommgo Sanmartí Fout, y San Pablo, Profeta, por Fraxinus Excelsior.

Francisco Canals Vidal