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Encuentro con estudiantes (1)
Francisco Canals Vidal Cristiandad. Barcelona. Año XXXIII. Nº. 550. Diciembre de 1976. Pgs. 299-303
Quiero recordar por escrito lo que en el encuentro que tuvimos en la reunión de la Ciudad Católica el día primero de noviembre, festividad de todos los Santos tuve ocasión de deciros a los estudiantes y profesores que estábais allí presentes. Al escribir esto pienso también, además de los que me oísteis aquel día, también en otros muchos a quienes tal vez podrán ser útiles las cosas allí tratadas.
Nos sentimos apremiados por una cuestión urgente: ¿Qué hacer para defender la fe cristiana de los estudiantes frente a los ataques del ateísmo marxista?, y también por otra cuestión relacionada con aquélla: ¿Cómo liberar los ambientes universitarios y escolares de la opresión del comunismo que los va dominando cada vez más?
En la homilía del P. Victorino Rodríguez hemos oído comentar las palabras del Señor, las que en las sinagogas se repetían todos los sábados: «Oye Israel: Yahvé, nuestro Dios, es el único Yahvé. Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza».
En nuestros días se debilita la fuerza de nuestra fe, porque se enfría la caridad. Con pretextos engañosos referentes a la libertad y al pluralismo social, olvidamos el deber de adorar sólo a Dios.
«Es necesario adorar a mi Dios, porque sólo Él es Dios, señora, y el vuestro es nada»,
dice Joas a la reina Atalía en la tragedia de Racine. Actualmente ocurre con demasiada frecuencia que son los marxistas los únicos que hablan con la certeza de quien tiene algo que enseñar, es decir, un «dogma». Mientras con lenguaje hegeliano rechazan como «dogmatismo» la verdad cristiana y toda la verdad puesta por Dios como cognoscible naturalmente por el hombre, se reservan para sí mismos la ventaja de hablar y obrar desde una convicción no relativizada.
«El mal no obra sino por virtud del bien». No podemos dejar los cristianos a quienes combaten a Dios y a Jesucristo el privilegio de la afirmación absoluta. Ellos absolutizan su error en actitud soberbia y llena de odio; nosotros debemos con fidelidad humilde, hasta el heroísmo si hace falta, proclamar con generosidad y amor la firmeza de nuestra fe.
El antiteísmo marxista es «anticristiano», en el sentido en que se habla en la epístola a los tesalonicenses del misterio de «anomia», de «ilegalidad», de «anormalidad», que obra en el hombre pecaminoso y perverso y se enfrenta «a todo lo que se llame Dios o reciba su culto».
Advirtamos bien que el espíritu del Anticristo, según enseña allí San Pablo, se opone incluso a las idolatrías, se opone a lo que es verdaderamente la religión, y también incluso a todas las falsas o aparentes religiones, y aún a cualquier suplantación por la que se quiera dar culto a algo superior al hombre «hasta llegar a manifestarse el hombre del pecado como si fuese él mismo dios».
Es este espíritu por el que Sartre desprecia incluso a los que acatan como valores absolutos la libertad o la justicia. Es el espíritu con que el marxismo critica como religioso a Feuerbach porque afirma predicados divinos de la «humanidad», con lo que todavía reconoce algo superior al hombre concreto.
Conviene darse cuenta de que la consigna «antifascista», al ser invocada por los marxistas, se dirige contra la afirmación de un principio absoluto de unidad superior a la multitud. El «fascismo» propiamente dicho, es de inspiración hegeliana, y viene a ser una idolatría del Estado, entendido como el advenimiento de lo divino sobre la tierra. Frente a esta idolatría, o más bien a pretexto de dirigirse contra ella, el antiteísmo anticristiano del marxismo se levanta contra «todo lo que reciba culto».
Al marxismo le interesa acusar al cristiano de «fascista», y es natural que lo haga para afectar desprecio, como hacia un mito alienante, a la doctrina de nuestra fe sobre el origen divino del poder. No tenemos por qué acomplejarnos. No somos «fascistas», pero hemos de recordar que durante los años de la Cruzada española se acusaba de «fascista» y se martirizaba por «fascista» a quien tenía en su casa un crucifijo o una imagen de María.
No nos acomplejemos por las acusaciones. Dejemos que nos llamen lo que quieran y afirmemos, urgidos por la caridad, nuestra fe firme, que exige de nosotros una entrega total con todas nuestras fuerzas, y toda nuestra mente y con todo nuestro corazón.
Puesto esto como principio y fundamento, es decir, convencidos de que sólo por nuestra fe podemos tener fuerza para defenderla en nosotros mismos y en nuestro prójimo, podríamos sacar de él algunas consecuencias prácticas adecuadas a la actual situación.
Sea la primera la necesidad de vivir una vida de oración y de piedad. La fe sin obras es muerta, y la fe obra por la caridad. Pero si las buenas obras son el fruto de la fe animada por la caridad, y la fe misma es la raíz de la vida cristiana, la oración y la piedad podríamos compararlas a las flores del árbol enraizado en la fe. Ningún árbol da frutos si no florece. Decía mi maestro el P. Ramón Orlandis, S. 1. que la piedad, la plegaria perseverante y confiada, es la flor de la fe.
No sabría dar a los estudiantes y profesores cristianos de nuestros días otro consejo más radicalmente práctico o más urgente que éste: rezad. Sed devotos del Corazón de Cristo y de la Santísima Virgen. Toda vida de piedad en la que no ocupa un lugar central la devoción a María, la Virgen Madre de Dios, la Madre de la Iglesia, es signo de contaminación deletérea y suele terminar en una catástrofe espiritual. Rezad el Padrenuestro con el Ave María. Rezad el Rosario.
Sed devotos de San José. En la encíclica contra el comunismo ateo, Pío XI pone bajo el patrocinio de San José el combate cristiano frente al marxismo. Hay aquí un misterio admirable, y sencillo para la luz de la fe. El Padre de la familia en que nació Jesús por obra del Espíritu Santo, el glorioso patriarca del nuevo pueblo de Dios según el Espíritu, es modelo de obediencia silenciosa: San José no habló palabras que el Evangelio refiera. Es modelo de abandono en manos de la Providencia, y por lo mismo modelo de espíritu de pobreza. La pobreza como bienaventuranza es la fructificación de la esperanza que se apoya en la Providencia de Dios.
Sin el espíritu de pobreza nadie puede resistir eficazmente al materialismo y al espíritu de odio y de lucha que el marxismo fomenta. Los que abundan en bienes de este mundo, si se dejan llevar por el orgullo de la riqueza, son incapaces de combatir al marxismo, antes transigen e incluso pactan con el poder de la revolución y con la tiranía de la dictadura comunista.
La vida de oración y el espíritu de piedad son también el único camino para mantener en nosotros la esperanza, y con ella la alegría, sin la que la vida cristiana carecería de aliento.
No sustituyamos la esperanza cristiana que nos da el poder de vivir gozosos, con ilusiones engañosas que nos dejan siempre abocados a la desilusión y al desengaño, y son siempre causa de tristeza y desaliento.
Sienten algunos la tentación de desconocer la importancia práctica de este punto, y para distraerse de la exigencia de la esperanza cristiana, invocan urgencias activistas demasiadas veces verbales. No hay que olvidar esto: la impaciencia por triunfos fáciles, en tareas planteadas sin un conocimiento de la realidad y del sentido de los males presentes de nuestra sociedad, es uno de los principales obstáculos y frenos a la eficacia y perseverancia en la acción. Repito que el deseo desordenado y desorientado de triunfo fácil es un freno a la acción, aunque se disfrace a veces de crítica de las limitaciones o de las deficiencias de las acciones de los otros.
Tratemos ahora de un segundo punto práctico. Si por la gracia de Dios habéis sido puestos por el curso de vuestra vida en unión con otros, en comunidad de ideales y de actividades, perseverad en vuestra unión y no desbaratéis este tesoro. Recordad la palabra del Señor, su promesa a los que sean dos o tres unidos en su nombre. y no os dejéis desunir ni siquiera bajo la apariencia o el pretexto de pasar a grupos más amplios, o que pretendan ser más eficaces -insisto en que la pretensión de eficacia no suele ser signo de la misma, sobre todo cuando se invoca para apartar a los otros de su camino- si tenéis la convicción de que Dios os llamaba a la tarea en que estáis y a la convivencia con los que comparten vuestra misma vocación concreta y vuestra espiritualidad.
Hay en esto muchas equivocaciones. Porque siempre que la acción de alguien comienza a dar algún fruto, puede ocurrir que otros que no han conseguido realizar nada, asuman no solo la tarea de aconsejarles, sino incluso de recriminarles por todas las tareas todavía no realizadas. y a veces les proponen algunas que no deberían realizar. En todo caso hay que recibir los consejos con humildad, siendo a veces más heroico soportar la que puede ser inocente envidia de los hermanos que la hostilidad de los enemigos.
No os desaniméis ni os desunáis; colaborad con generosidad y amplitud de espíritu, y no os dejéis dispersar bajo ningún pretexto.
Un tercer punto muy práctico también quisiera proponeros en este encuentro. En apariencia se refiere menos que los anteriores a la vida cristiana y apostólica, y también hay el peligro de que no se advierta su carácter de algo ineludible para la práctica. Me refiero a la perseverancia en una tarea y actitud de formación impulsada por una voluntad de seriedad y de modestia.
A veces se dice que tendríamos que tomar ejemplo de nuestros enemigos. Esta consigna es completamente desorientadora si con ella se nos quisiera decir que fracasamos al no atrevernos a utilizar el chantaje y la calumnia, el engaño, la amenaza y los métodos terroristas. Lo que sí hemos de atender es a la exhortación del Evangelio. Cristo nos reprende al recordarnos que los hijos de las tinieblas son más diligentes y hábiles en los negocios mundanos que los hijos de la luz al servicio del reino de Dios.
Pues bien, he aquí que los marxistas, que defienden teóricamente la primacía de la praxis, atienden prácticamente en gran manera al carácter fundamental de la teoría. Se preparan con tenacidad y perseverancia para su acción, y procuran, aunque decididos después a deformar y alterar la perspectiva de las cosas de acuerdo con su tarea revolucionaria, estudiar con detenimiento la realidad sobre la que actúan.
La concepción cristiana de la vida nos exige a nosotros asumir bajo la fe, penetrar por el amor cristiano, y divinizar por la gracia, la totalidad de las dimensiones humanas; la fe supone y vivifica, sanándolo de las heridas del pecado y de la oscuridad que de ellas resulta, nuestro sentido común de hombres. El deber de seriedad, que exige evitar la ligereza y la pedantería y no ceder a las improvisaciones de la pereza, es en estos momentos ineludible para cumplir con responsabilidad nuestras tareas en el mundo cultural, escolar y universitario.
Un peligro para nuestra seriedad es el sentir celos de los que obran lo inicuo, envidia por el prestigio pretencioso de los adversarios de nuestra fe. No podemos tomar como criterio y medida de la verdad los engaños y las propagandas con que se crean los espejismos de lo falsamente prestigioso.
Del acomplejamiento, que nos tienta con mucha frecuencia, deriva el abandonar el culto austero de la verdad, el perder el gusto por la sana doctrina, el lanzarse a la lectura sin discernimiento ni preparación de las filosofías falsas y protervas. Se alega el pretexto de la necesidad de conocer a nuestros enemigos, pero más o menos inconscientemente se da el impulso de procurar que no pueda decirse de nosotros que no hemos leído tal o cual autor de moda. Quien tenga cada año que leer a los autores de moda no tendrá nunca tiempo de estudiar nada en serio.
Se pierde así la disposición para nutrir nuestra mente con la verdad, para alimentarse en las fuentes del pensamiento cristiano y en el patrimonio perennemente válido de verdad natural de que habla el Concilio Vaticano lI. Sed en todo esto serios y modestos, amantes de la verdad, y deseosos de hacer el bien, y no pasar por sabios ante la falsa sabiduría del mundo enemigo de Cristo.
Hay que defender también la perseverancia en la formación frente a las precipitaciones y ligerezas de un activismo, que se deja seducir por el mito de la eficacia, y lleva muy pronto al desaliento y desilusión de que antes hemos hablado.
No hay cosa más imposible de conseguir que un resultado eficaz por medio de acciones realizadas sin un fundamento serio y criterio seguro, y en una actitud inconsciente del sentido de las cuestiones y de la gravedad de los problemas. Algunos os dirán que hace muchos años que algunos grupos u obras se dedican a la tarea formativa, que sería ya hora de que diesen mayor importancia y atención primaria a una acción comprometida y concreta. Es curioso que esto se diga a veces en reuniones en las que hay muchos jóvenes que durante aquellos años, supuestamente perdidos para la acción, eran adolescentes o niños, y que están llegando ahora al momento en que son ya capaces para una formación y estudio absolutamente necesario para su madurez. Estos jóvenes han de agradecer a quienes durante décadas han perseverado en la tarea de formación y orientación. Aprovechad ahora las publicaciones realizadas por estas obras, y cada uno individualmente y con los compañeros y amigos que la Providencia le ha concedido, encontrará el momento y la circunstancia de una acción tanto más eficaz cuanto más fundada en reflexión modesta y silenciosa.
Sobre estos principios prácticos de que he hablado hasta aquí: la piedad que nutre la esperanza y la alegría, la unión que tiene consigo la promesa de Cristo de estar en medio de nosotros, la seriedad que posibilita una formación sólida, podemos ahora darnos cuenta de la urgencia y del apremio de la acción.
En cada caso vosotros mismos deberéis conocer la situación en la que estáis, los objetivos que pretende la revolución marxista y la forma concreta de actuar.
Todo consejo dado desde fuera de la situación podría resultar vago y poco práctico. Prefiero señalar algunas actitudes sobre esta cuestión que pueden resumirse en las siguientes normas: Trabajad con perseverancia y con deseo de hacer todo lo que se pueda en cada momento. Estad convencidos, lo que es muy necesario para perseverar en la acción, de que tendréis muchas veces la sensación de fracaso e incluso fracasaréis realmente. También en este punto podemos recordar la advertencia evangélica y no ser menos diligentes que los hijos de las tinieblas. En algunos de los empeños en que están ahora llevan a veces diez años de perseverancia y han fracasado centenares de veces. Pero han ido avanzando; y a lo largo de los años, han ido imponiendo de hecho los métodos leninistas de las asambleas y de las comisiones, reiterando planteamientos inadecuados que a fuerza de repetición machacona van siendo ahora admitidos como algo obvio.
Para defender los criterios verdaderos, que están siendo ahora olvidados y cayendo en desuso, tendríamos nosotros que tener la misma perseverancia. Recordad siempre los principios fundados en el orden natural de las cosas y en las normas legítimas y en las costumbres coherentes con ellas, frente al desgaste a que el marxismo somete constantemente el principio de autoridad y el respeto al orden jurídico. Esta tarea no la podrá hacer nadie que parta de los presupuestos que llevan la sociedad hacia el camino que conduce al socialismo, es decir, nadie inspirado en el liberalismo o en la democracia roussoniana que inspiró las revoluciones modernas. Los criterios de la sana doctrina sobre el orden social fundados en el orden natural y cristiano son indispensables para esta defensa.
Perseverad, pues, aunque fracaséis, id haciendo todo lo que esté a vuestro alcance, y no os desaniméis por las resistencias del temor cada vez más generalizado ante el creciente poder del marxismo. Tened paciencia y trabajad con constancia, apoyados siempre en la oración, en la unión y en la seriedad.
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