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La esperanza de la Iglesia de la conversión de Israel y de la unidad católica mundial, proclamada en el Concilio Vaticano II

"La Iglesia, juntamente con los profetas y con el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con voz unánime y le servirán hombro con hombro" (Nostra aetate, 4).

Lo que es proclamar la esperanza cierta y segura de la futura confesionalidad consecuente de todos los pueblos, con los judíos a la cabeza de los creyentes en Jesucristo; la Cristiandad futura; la futura unidad católica mundial, no por exclusión legal de la libertad religiosa, sino cimentada en la aceptación voluntaria del reinado del Sagrado Corazón de Jesús en todos los corazones movidos por Su gracia divina, la extraordinaria efusión de gracia que Jesús, el Verbo hecho carne, iniciará con Su Parusía, Su segunda venida gloriosa con la que, al evidenciar Su existencia, eliminará el poder anticristiano que, cada vez más, impone vivir como si Dios no existiera. Mientras que la futura confesionalidad consistirá en que todas las naciones obrarán en consecuencia, obedeciendole a Dios; y a la Iglesia y al Papa cuando enseñan con la autoridad que Dios les ha dado en materias de fe y de moral, estando la normativa ética de la política entre las materias sobre las que el Papa tiene autoridad, cuando la ejerce, lo mismo que la Iglesia Católica.

Esto es la síntesis de la religión y de la vida en la Cristiandad futura.

El Apóstol aludido es san Pablo y el profeta allí citado entre los demás, Sofonías.

Bien entendido que es Dios el que concede a todos invocarle y servirle:

«Volveré puro el labio de los pueblos, para que invoquen todos el nombre de Yahveh, y le sirvan bajo un mismo yugo».
(So 3,9).

Canals explica que ese texto del Concilio Vaticano II es el anuncio de la unidad religiosa de toda la humanidad:

"Tratando de la religión judía, y afirmando la futura conversión de Israel, el texto anuncia la futura unidad religiosa de toda la humanidad".
(La teología de la historia del Padre Orlandis, S. I. y el problema del milenarismo, Francisco Canals, CRISTIANDAD, Barcelona. Año LV. Núms. 801-802. Marzo-Abril 1998. Págs. 23-28)

Es el cumplimiento de la misión de la Iglesia, tal como fue formulada por el papa Benedicto XVI:

"Cristo llama, justifica, santifica y envía a sus discípulos a anunciar el Reino de Dios, para que todas las naciones lleguen a ser Pueblo de Dios".
(Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de las Misiones de 2009).

Es la esperanza de la Iglesia reiterada en el Catecismo de 1992

«La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39) ... San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21)» (CEC 674).

El mismo Jesús, el Verbo hecho carne, el hijo de David, el rey de los judíos, habla de la conversión a Él de su Pueblo judío, y la sitúa después de la Parusía, en el día del Señor:

«¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido!
Pues bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»
(Lc 13,34-35)

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!' (Sal 118,26)

Oraciones en los Salmos responsoriales de la Vigilia Pascual del 3.04.2021

Hiciste de tu siervo Abrahán el padre de todas las naciones

Te pedimos que los hombres del mundo entero lleguen a ser hijos de Abrahán y miembros del nuevo Israel.

Esta confesionalidad de todos los pueblos y de su organización política regional, nacional y mundial será posible, y se realizará con toda seguridad, con los medios que aporta la Iglesia, y la aceptación, por la gracia de Dios, de estos medios, en particular de la autoridad de la Iglesia en materias morales como infalible, que es lo que define a los Estados confesionales. (Véase: Lo que aporta la Iglesia).

Y destacadamente están llamadas a la santidad todas las tierras de España, Cataluña incluida entre las principales:

«Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes».
(Jesús al beato Bernardo de Hoyos en la acción de gracias de la misa del jueves, 14 de mayo de 1733, fiesta solemne de la Ascensión).

El proceso de cristianización y recristianización consiguiente a la Parusía tendrá como resultado el reinado de Jesús, el Verbo hecho carne, en todos los corazones y en todas las naciones, como está anunciado. Entonces las naciones serán cristianas y estarán en la Iglesia.

Las dos espadas en la Iglesia

Habrá dos poderes en la Iglesia, el de las autoridades políticas y el de la jerarquía eclesiástica con el Papa a la cabeza, el poder o espada de Nuestra santa Madre Iglesia Católica Jerárquica. Dos poderes coordinados y cada uno con su esfera o ámbito de competencias. El poder eclesiástico ejercerá su autoridad en materia de fe y moral.

La situación de tesis católica, el Reino de Cristo, es la aceptación y el acatamiento voluntario por todos los habitantes y todas las naciones del mundo, de la autoridad ejercida por la Iglesia y al Papa según su competencia, en materia de fe y de moral, incluida su autoridad sobre la normativa ética de la política.

Hablando desde la fe, el papa Benedicto XVI fundamentaba así la esperanza segura de la situación de tesis católica en el reino de Cristo en plenitud, implantado por Él mismo:

"No obstante las oscuridades, al final vencerá Él, como luminosamente muestra el Apocalipsis mediante sus imágenes sobrecogedoras". (Benedicto XVI, Encíclica Deus Caritas est, 39).

Por consiguiente, parece ser que vamos de derrota en derrota*, hasta la victoria final**

* nuestra

** de Jesús, el Verbo hecho carne

Los dos extremos, sí. Confianza total en Dios y desconfianza total en uno mismo