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....Textos de Canals en la revista Cristiandad de Barcelona

Para la síntesis doctrinal de Santo Tomás de Aquino

Francisco Canals Vidal

Cristiandad, Barcelona, núms 875-876, junio-julio de 2004, págs. 22 - 24

1 PARA LA SÍNTESIS DOCTRINAL DE SANTO TOMÁS DE AQUINO.................RIIAL

http://www.riial.org/stda/leccion.htm#

Por haber aceptado, con agradecimiento gozoso, el encargo de colaborar a las tareas de la Red Informática para la Iglesia en América Latina (RIIAL) –venido del presidente del Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, el arzobispo John P. Foley, y de monseñor Enrique Planas, coordinador general de RIIAL– he tenido ocasión, en 2003 y en los cuatro primeros meses de 2004, de ofrecer veintiséis trabajos, que he titulado «Aportaciones para la síntesis doctrinal de santo Tomás de Aquino», al espacio interdisciplinar que RIIAL propone. Como el mismo título expresa, no he pretendido redactar una síntesis tomista completa, ni mucho menos, sino presentar algunos puntos de vista que, según las orientaciones y sugerencias que durante trece años –entre 1945 y 1958– recibí del magisterio del padre Ramón Orlandis, S.I., creo que pueden llevar la atención hacia aspectos muy nucleares de su doctrina, algunos de los cuales han sido menos atendidos en las que podríamos llamar «formulaciones escolásticas» del tomismo. Para dar una noticia global de estos trabajos, me parece oportuno subrayar algunas líneas de pensamiento centrales, en el conjunto de los trabajos aportados y que pueden sugerir la que podríamos llamar actitud o intención con que, a través de ellos, he querido invitar a los lectores al acercamiento a la síntesis doctrinal de santo Tomás. Lo hago en la triple temática sugerida por estos títulos: la comunicatividad perfectiva de lo perfecto, el realismo pensante, y el sentido efusivo y filantrópico del teocentrismo de santo Tomás.

La comunicatividad perfectiva de lo perfecto

El acto, porque es perfección...» Las veinticuatro tesis comienzan con estas palabras y el tomismo, en el último siglo, ha avanzado en el redescubrimiento del ser –esse– como acto, y por ello como «lo perfectísimo de todo, la actualidad de todas las cosas, aun de las mismas formas». Se ha profundizado, así, en la comprensión del sentido de la «distinción real entre el ser y la esencia» pero el acto, todo acto, con el carácter de ser constitutivo de perfección y plenitud de lo que está por él constituido, tiene también un carácter sin el que no habría actividad ni orden en el universo, ni alcanzaríamos a pensar a Dios ni como Creador del universo de los entes a los que da la participación finita en las perfecciones diversas y graduadas ni a pensarlo,en modo alguno, en sí mismo y en su vida íntima,tal como él mismo nos lo ha revelado.

Lo perfecto es perfectivo de otro. Lo que, por ser perfecto, es bueno, es difusivo de sí mismo. «Es de la naturaleza de cualquier acto que se comunique a sí mismo en cuanto es». Por esta comunicatividad de lo perfecto explica santo Tomás la fecundidad de los vivientes y que todo lo consistente y permanente como substancia que posee en sí misma el ser sea principio de sus propias operaciones. Toda acción (las que llamamos transeúntes, porque por ellas se causa un efecto extrínseco al agente, y las inmanentes, por las que emana en el propio operante algo que le es intrínseco, como son todas las que caracterizan a las substancias que son personas) es efectiva y emanativa porque «obrar no es otra cosa que comunicar aquello por lo que el agente es en acto».

La causación de efectos no es, pues, algo que se reduzca a una región del ente predicamental, que se limite a la categoría de la acción. La comunicatividad de lo perfecto es un carácter trascendental del acto en cuanto tal. Si toda substancia es por su operación, si el obrar sigue al ser, es porque el ser, como acto por antonomasia, exige y fundamenta la comunicación del acto que es el obrar, en el que se manifiesta la plenitud misma del ser. Por esto, afirmar la comunicatividad de lo perfecto es lo mismo que afirmar la trascendentalidad del bien y la consiguiente conversión del ente con lo bueno. Según el primer ser, que es substancial, algo es llamado «ente» simplemente tal, y de alguna manera bueno. Según el último acto, que es la operación, algo se dice en el ente predicamental simplemente bueno, y ente de alguna manera.

Removida, en nuestra concepción ontológica de Dios, toda estructura de composición acto-potencial, hemos de afirmar que el ser divino es la misma esencia de la bondad porque también hemos de afirmar que la esencia de Dios es su misma operación: acto subsistente de intelección de sí mismo, Amor esencial y subsistente.

Si los actualismos, que ponen la operación antes que el ser, o los personalismos que, desorientadamente, ignoran la consistencia substancial del ente personal, son profundamente opuestos a la ontología verdadera de santo Tomás, no es menos desorientador ignorar que la difusividad de lo bueno, la comunicatividad de lo perfecto, exige reconocer en toda actividad el ejercicio de la comunicación de la actualidad misma del agente y, al pensar en Dios, afirmar, en la simplicidad de su actualidad pura, la identidad del ser y de la operación. Es esto lo que permite a santo Tomás entender que, en el mismo simplicísimo ser divino, no afirman composiciones las distinciones entre lo entitativo y lo operativo en nuestros conceptos acerca de Dios, y alcanzar, en la teología trinitaria, la afirmación, mutuamente exigida, de la distinción real de las personas, que son relaciones subsistentes, y la real identidad entre el ser divino, uno y simple, con los actos comunicativos y receptivos de la generación por la que el Padre genera al Hijo y el Hijo nace del Padre, y por la que el Padre y el Hijo, amándose mutuamente, espiran el mutuo Don divino del Amor personal, que es el Espíritu Santo.

El realismo pensante

La referencia del hombre al conocimiento de la verdad del ente es el «fundamental» tema de la filosofía primera. Es la ontología fundamental. Ésta exige pensar la verdad trascendental como la perfectividad inmaterial por la que todo ente es, en su esencia, apto para perfeccionar aquellos entes que, por el modo inmaterial de posesión de su ser, están destinados a que se describa en ellos, conscientemente, el orden entero del universo y de sus causas.

La pérdida del sentido esencial de todo conocimiento como ser del cognoscente, por el que tiene en sí las formas y esencias de las otras cosas, y las inadecuadas representaciones de la presencia de lo conocido en el cognoscente como una unión de un objeto enfrentado a un sujeto, pensado como «quien ve lo que tiene ante los ojos», llevaron a descalificar el mundo de la intencionalidad cognoscitiva e inteligible en el hombre como un «tinglado» sucedáneo que supliría la imposible presencia intuitiva de los objetos. En este caso, todo el lenguaje mental de los conceptos y juicios dejaría de ser el lugar propio de la manifestación de la verdad del ente en el hombre.

Para santo Tomás, el acto de conocer es constitutivamente manifestativo y al entendimiento le pertenece esencialmente la locución mental como algo que se sigue a su misma actualidad consciente. Es tan consecuente santo Tomás en esto que llama al eterno Verbo divino «como Dios entendido». Piensa también Juan de Santo Tomás fidelísimamente el pensamiento de santo Tomás al decir que «el verbo mental, en su línea formal en el orden de lo inteligible, es substancial, y que sólo por la finitud y accidentalidad entitativa de nuestros actos de conocer tiene también el carácter de algo representativo y accidental».

Esta substancialidad del concepto dice aquí lo opuesto que en el idealismo absoluto, pues el concepto es, precisamente, lo vitalmente concebido para expresar el ser de lo real. La doctrina de santo Tomás sobre el conocimiento es, pues, un «realismo pensante». El entendimiento es proporcional al ente, pero el ente es entendido al ser en acto el entendimiento pensante y al expresar, por la fecundidad manifestativa del pensamiento, al ente mismo en nuestros conceptos y enunciaciones conceptuales.

Esta ontología fundamental, si fundamenta la ontología superando todo fenomenismo o empirismo, y también todo nominalismo, es también capaz de fundamentar el lenguaje de la teología sobrenatural y la verdad realista, en su fidelidad al misterio revelado, del lenguaje dogmático de la ortodoxia católica..

Sentido efusivo y filantrópico del teocentrismo de santo Tomás

Con mucha justicia se ha calificado a santo Tomás de Doctor humanitatis: lo es en todas las direcciones y sentidos en que se quiera tomar esta palabra. También se ha afirmado su profundo humanismo. No podría decirse, no obstante, que santo Tomás sea un pensador antropocéntrico. Para él «la filosofía se ordena al conocimiento de Dios» y el supremo acto contemplativo del hombre es el conocimiento del bien divino como tal, o por decir mejor, de Dios en cuanto bueno.

Por la continuidad profunda entre su pensamiento filosófico y su doctrina sagrada, podemos descubrir la asunción de sus líneas centrales ontológicas en la contemplación de Dios y de su dispensación salvífica en un universo, creado todo él en orden a la felicidad de las personas creadas. En las mismas afirmaciones en que brilla en forma admirable y sorprendente su humanismo, se está ejercitando en forma luminosa y atractiva, bellísima tendríamos que decir también, la orientación teocéntrica de todo su pensamiento.

Llegamos a encontrar en él –en un contexto de demostración ad absurdum– que si negásemos que Dios es el bien sumo del hombre no encontraríamos razón por la que el hombre deba amar a Dios. En el fondo, se trata de lo mismo que le lleva a afirmar que la humanidad de Cristo, instrumento de la divinidad del Verbo para comunicarnos de nuevo, a los hombres redimidos, la participación de la vida divina, es también, para el género humano, principio de la perfección propia de la naturaleza humana en cuanto tal, es decir, por Cristo somos, por Dios, divinizados y llevados a humanización perfecta.

La creación se ordena a la gloria de Dios, pero ésta, como ya afirmó san Agustín, no es buscada por Dios para sí mismo, sino para nosotros, porque es a nosotros a quienes perfecciona conocer y amar a Dios. Al bien infinito, al que nada falta, no le puede mover el deseo de adquisición alguna, sino sólo el de difusión de su bondad a las criaturas a quienes crea por amor liberalísimo y salva por efusión misericordiosa.

Ninguna contaminación podemos hallar en santo Tomás de un emanatismo por el que todos los entes del universo creados serían también necesarios participativamente. Santo Tomás, que afirma que el conocimiento de la Trinidad nos es necesario –con cierta necesidad moral– para sentir rectamente de la creación de las cosas, dice, al afirmar en Dios la procesión del Amor, que «se pone de manifiesto que Dios no produjo las criaturas por indigencia alguna, sino por el Amor de su bondad». En la procesión del Espíritu Santo, realización eterna de la donación amorosa del bien divino, en el que se abrazan eternamente el Padre y el Hijo, nos hace buscar la luz para comprender como contingentes todos los bienes finitos que Dios ha puesto liberal y libremente en el universo creado.

Todas las estructuras acto-potenciales, si tenemos en cuenta que el acto es perfección y la potencia capacidad de perfección, tienen que ser pensadas desde el acto creador como ordenadas a la participación del bien. Si las perfecciones divinas han podido ser participadas en la escala de los seres (que descubrió, en el universo, el neo-platonismo cristiano del Pseudo Dionisio) ello es porque toda capacidad de perfección, desde la materia individuante hasta las capacidades espirituales de conocimiento y amor, se ordena a que puedan ser partícipes entes finitos y móviles, vivientes corpóreos en que los mismos seres personales son individuos singularizados materialmente y numerables, que puedan ser ciudadanos de la Ciudad Celeste, cuya ley es la divina caridad, el mismo amor que mueve también el sol y los astros. El teocentrismo tomista responde a la afirmación del Apóstol: «Se mostró la benignidad y el amor a los hombres –filantropía– de Dios, salvador nuestro».