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Religión y caridad

No es la religión la más importante virtud, sino la caridad, el amor de Dios que ha sido infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5,5)

«No todo el que me diga: "Señor, Señor", entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial».
(Mt 7,21)

«Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca:
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena:
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».
(Mt 7,24-27)

«Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madr.
(Mc 3,31-35)

Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar.
Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
El les responde:
«¿Quién es mi madre y mis hermanos?»
Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»
.
(Mc 3,31-35)

Lo importante es vivir según Dios. Vivir y obrar según la voluntad de Dios.

No sólo lo enseña Dios por medio de san Pablo (Gal 5,16-25; 6,7-8; 8,5-14. I Cor 3,3), según explica san Agustín (Civ. Dei, XIV, cap. 3 y 4), sino que lo enseña con insistencia en el propio Evangelio, como se ve. Nos exhorta a convertirnos, porque viene el Reino de Dios. Convertirmos es orientarnos a Dios en vez de a nosotros mismos. Darle nuestro corazón a Jesús para que Dios reine en él y no tengamos más voluntad que hacer lo que Dios quiere. Suplicándole a Jesús que reine en nosotros y nos dé su Corazón.

Lo enseña Dios por medio del apóstol san Juan:

En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. (I Jn 5,2-3).

No es que te escriba un mandamiento nuevo, sino el que tenemos desde el comienzo - que nos amemos unos a otros.
Y en esto consiste el amor: en que vivamos conforme a sus mandamientos. Este es el mandamiento, como lo habéis oído desde el comienzo: que viváis en el amor.
(II Jn 0,5-6 Bibl Jeru).

Y lo enseña santo Tomás de Aquino:

Las heridas que dejó el pecado original en nuestra naturaleza humana, según explica santo Tomás, siguiendo a san Beda el Venerable

El culto al Sagrado Corazón de Jesús, lleva a lo más importante, a su reinado en cada uno y en la sociedad entera.

Jesús no quiere sólo el culto a su Corazón, sino ante todo quiere darnos el reino de Dios, darnos el reinado de su Sagrado Corazón a cada uno y a toda la sociedad humana, porque ese es nuestro bien: que vivamos según la voluntad de Dios.

Obras son amores y no buenas razones. Y amor, con amor se paga. En este caso, la voz del pueblo coincide con la palabra de Dios.

Tarancón también tiene un libro sobre el Sagrado Corazón. Pero no basta con el culto o la invocación, sino que se requiere consecuentemente el reinado del Corazón divino de Jesús en cada uno y consiguientemente en todas las naciones.

Cuando se habla del culto al Sagrado Corazón de Jesús, está claro que se habla de la virtud de la religión. Y cuando se habla del Corazón de Jesús, se habla de la caridad que consiste en que´"Dios nos amó primero" (1Jn 4,19). y que le debemos corresponder con amor, con "el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5), con un amor verdadero, es decir amor con locura, como el que nos tiene Jesús. Pidiéndole su reinado en nuestro corazón, aceptándolo como nuestra liberación. Pidiéndole el Espíritu Santo, como Él nos enseñó (Lc 11,13). Pidiéndole que amemos al prójimo como Él nos ha amado. Pidiéndole, como enseña santa Teresa del Niño Jesús, que nos produzca alegría recibir sufrimientos y contrariedades, porque así tenemos algo para ofrecerle, ya que Él sufrió tanto por nosotros. Y pidiéndole, como Él nos enseñó, que venga el reino de Dios y que se haga en la tierra su voluntad como en el cielo. Que reine plenamente en la tierra el Sagrado Corazón de Jesús.

La segunda venida de Jesucristo tendrá como consecuencia, entre otras, el triunfo de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Y no al revés. No es a consecuencia de un triunfo debido a un proceso de crecimiento de la Iglesia como se producirá la consumación en la tierra del Reinado Social de Jesucristo por su misericordia y la consiguiente época profetizada de paz y prosperidad en la Iglesia (CEC 677, 673, 672, 675, 674). Este Reinado ha de venir ciertamente, pues está reiteradamente prometido y profetizado. Y será consecuencia, como está profetizado, de la segunda venida de Jesucristo, que producirá con su manifestación gloriosa, como cuerpo glorioso, no visible más que cuando Él quiere, la liquidación de la apostasía y el hundimiento del régimen anticristiano, que ahora ya domina y que llegará a imperar de forma total hasta que Él así lo hunda.

Y a este respecto dice Canals:

"Sería engañoso entender esta actualidad y adecuación del ideal del Reino de Cristo para nuestro tiempo, cual si pudiéramos esperar que se le acepte con fácil popularidad; o que sintonice cómodamente con la sensibilidad masificada por la propaganda, vertida hedonísticamente hacia lo inmediato, o torturada por la soberbia y endurecida rebeldía de los justicialismos y pacifismos «mundanos»...
No afirmamos con seductor naturalismo que la espiritualidad y doctrina del Reino de Cristo por su Corazón se armonice con el sentir de los amadores del mundo de nuestro humanismo secular. Tenemos que reconocer, por el contrario, la estridencia y la tragedia inevitable del choque y de la hostilidad"...
(Francisco Canals Vidal, 
El culto al Corazón de Cristo ante la problemática de hoyCRISTIANDADAño XXVII, Núm. 467, enero de 1970 ).

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