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El Rosario, oración de Cruzada
Francisco Canals Vidal. Cristiandad. Barcelona, nº. 158, 15 de octubre de 1950. Editorial en portada, firmada como F. C.
Tal vez pudiera sorprender que una revista de la finalidad y el carácter de CRISTIANDAD consagre sus páginas, y de un modo tan insistente en este Año Santo, a temas como el que ocupa por completo las del presente número. ¿No serían más propios de una publicación de carácter piadoso o teológico? ¿No caen incluso fuera del objeto de un órgano que tiende más bien a subrayar las consecuencias y las exigencias sociales de una regeneración espiritual de la humanidad.
Quien haya meditado en las graves consignas contenidas, para dar un ejemplo concreto y excepcionalmente significativo, en el importantísimo documento publicado en las primeras páginas de nuestro número anterior, -y así exhortamos a hacerlo a todos nuestros lectores-, se formulará la respuesta por sí mismo. Alli habrá encontrado escrito: «Quien atentamente considere todo lo dicho, comprenderá fácilmente la trascendencia máxima de esta Cruzada, que es realmente una acción que quiere y puede aportar el más eficaz auxilio a las calamidades de nuestro tiempo».
Y esta Cruzada del Año Santo, que no nos exhorta a la inercia por cierto, sino a trabajar con la conciencia de que por nuestras oraciones y reparaciones, por nuestro apostolado y acción, podemos acelerar el advenimiento del Reino de Cristo, nos invita para ello a que se apoye «toda nuestra confianza en los medios sobrenaturales y únicamente en ellos». Porque por los medios sobrenaturales solamente podemos alcanzar «el verdadero auxilio, esto es el auxilio divino.»
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Nuestra revista, que se propuso desde el principio reaccionar contra los perniciosos encogimientos que nacen muchas veces del respeto humano, de cuál es la máxima actualidad de nuestro tiempo: «Esta es la necesidad más urgente de nuestro tiempo, sobrenaturalizarlo todo».
Por ello y puesto que es elemento esencial de esta Cruzada el rezo cotidiano del Santísimo Rosario, a ser posible por toda la familia reunida, como lo acaba de confirmar el propio Pio XIl, ha creído que en este mes de octubre debía consagrar un número a subrayar esta recomendación y ayudar a la vez a comprender el significado y trascendencia de esta forma de devoción tan excepcionalmtnte recomendada por la Iglesia. No podía, además, hallar mejores expositores de este tema que quienes lo han tomado a su cargo, haciéndose acreedores con ello a nuestra gratitud y honrando a CRISTIANDAD al adoptarla como órgano suyo en esta Cruzada del Rosario.
El Rosario ha sido desde todos los tiempos una Cruzada sobrenatural, la completa sobrenaturalización del espíritu de Cruzada. Desde el siglo de la herejía albigense, desde los tiempos de la batalla de Lepanto, cuya conmemoración, 7 de octubre, motiva la fecha de su festividad litúrgica, hasta las Enciclicas del Papa León XIII y de modo especial después de las revelaciones de la Virgen de Fátima, no es el Rosario una forma particular de piedad, ni se dinge solamente a alcanzar el remedio a necesidades individuales.
La Iglesia y la Santísima Virgen nos invitan en verdad a orar por medio del Rosario -de un modo análogo a como lo hace el sacerdote por la Misa y el Oficio divino- por la Iglesia y por el mundo, por la universal eficacia salvadora de la gracia de Cristo por la mediación de María.
«Ante todo -escribe León XIII en la «Adiutricem populi»-, esperamos de la virtud del Rosario abundante ayuda para la extensión del Reino de Cristo». Y pues en este Reinado del Corazón de Cristo y en él solamente puede hallar el mundo la solución de todos sus problemas, de imposible solución fuera de él, por esto el mismo Pontífice nos presenta en su gran Encíclica «Laetitae sanctae» al Santísimo Rosario como remedio especifico de los males del mundo moderno:
«Vean, pues, todos cuán grandes provechos deben esperarse del fecundo poder del Rosario y cuán maravillosamente apto es para curar los males de nuestro tiempo e impedirlos aún peores para nuestra civilización. Esta esperanza brilla ya para Nos, ella nos anima, en ella nos recreamos en gran manera en medio de nuestros sufrimientos; de María, dadora y maestra del Rosario, hay que esperar que por el mismo, lleguen a pleno cumplimiento».
La Santísima Virgen, en Fátima, vino ella misma a decirnos que el Papa tenía razón en su esperanza.
F. C