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Memorias del beato Sopocko

En el original se firmó: Bialystok 27.I.1948.
/-/ Sacerdote Miguel Sopocko confesor de sor Faustina
MIS MEMORIAS DE SOR FAUSTINA Q. E. P. D.

A modo de introducción consideremos esto que dice santa Faustina para situar su contacto con el beato Sopocko:

"Una vez, cansadísima por las múltiples dificultades que tenía por el hecho de que Jesús me hablaba y exigía que fuese pintado el cuadro, decidí firmemente, antes de los votos perpetuos, pedir al padre Andrasz que me liberara de estas inspiraciones interiores y de la obligación de pintar el cuadro. 
Al escuchar la confesión, el padre Andrasz me dio la siguiente respuesta:

"No la dispenso de nada, hermana, y no le está permitido sustraerse de estas inspiraciones interiores, sino que debe decir todo al confesor, eso es necesario, absolutamente necesario, porque de lo contrario se desviará del buen camino a pesar de estas grandes gracias del Señor. De momento usted se confiesa conmigo, pero ha de saber que debe tener un confesor permanente, es decir un director espiritual".

(...) Me afligí muchísimo. Pensaba poder liberarme de todo y había pasado todo lo contrario: una orden clara de seguir las peticiones de Jesús. Y otra vez el tormento porque no tengo un confesor permanente. (...) Sin embargo la bondad de Jesús no tiene límites, me prometió ayuda visible en la tierra y la recibí poco después en Vilna (Vilnius), Lituania. En el padre Sopocko reconocí esa ayuda de Dios. Le había conocido en una visión interior antes de llegar a Vilna. Un día lo vi en nuestra capilla entre el altar y el confesionario. De repente en mi alma oí una voz: 

«He aquí la ayuda para ti, visible en la tierra. Él te ayudará a cumplir Mi voluntad en la tierra»” (Diario, 47 - 50).

La obra encargada a sor Faustina por el Señor Jesús fue imposible de realizar en términos humanos porque no tenía conocimientos básicos de creación artística. Sin embargo, quería cumplir la Voluntad de Dios e intentaba pintar el cuadro sola, pero su gran esfuerzo no superó su poca destreza.

Los apremios del Señor Jesús y la desconfianza de los confesores y los superiores causaban un gran sufrimiento a sor Faustina. Durante su estancia en Plock (unos 3 años) y en Varsovia, siguió pensando en el incumplido deseo del Señor Jesús, que le hizo sentir la gran importancia que tenía en los planes divinos la misión que le había asignado.

“De repente vi al Señor que me dijo: «Has de saber que si descuidas la cuestión de pintar este cuadro y de toda la obra de la Misericordia, el día del juicio responderás por un gran número de almas»” (Diario, 154).

Despu és de profesar sus votos perpetuos, sor Faustina fue trasladada a la casa conventual de Vilna (25 de mayo de 1933). Aquí encontró la ayuda prometida anteriormente: el confesor y director espiritual, el p. Miguel Sopocko, que intentó realizar los deseos del Señor Jesús.

“Más bien por curiosidad de cómo iba a salir el cuadro, que por la fe en las visiones, pedí al pintor Eugenio Kazimirowski que pintara el cuadro” (padre Sopocko, Memorias).

El cuadro con la imagen de Jesús Misericordioso nacía en un ambiente lleno del misterio de los milagros Divinos: las experiencias místicas vividas por Santa Faustina. El padre Miguel Sopocko le dio a conocer al pintor de forma parcial la misión de sor Faustina y le comprometió a guardar el secreto. Este pintor (véase Kazimirowski) muy apreciado y muy culto renunció a su propia concepción artística para representar detalladamente lo que relataba sor Faustina, quien venía al estudio del pintor por lo menos una vez a la semana, durante medio año, para añadir los detalles e indicar los errores. Quería que la imagen de Jesús Misericordioso fuera igual a la imagen revelada en sus visiones.

En el proceso de pintar el cuadro participó activamente el p. Miguel Sopocko, el fundador 
de la obra, quien, a petición del pintor, posó para el cuadro vistiendo un alba. El tiempo pasado juntos dedicado a pintar fue una oportunidad para una interpretación más profunda del contenido del cuadro. Las cuestiones discutibles las resolvía el mismo Señor Jesús (Diario 299; 326; 327; 344).

En el original se firmó: Bialystok 27.I.1948.
/-/ Sacerdote Miguel Sopocko confesor de sor Faustina
MIS MEMORIAS DE SOR FAUSTINA Q. E. P. D.

Hay verdades de la santa fe, que supuestamente se conocen y muy a menudo se habla de ellas, pero en realidad no se entienden y no se viven. Es lo que me pasó a mí en cuanto a las verdades de la Misericordia Divina. Tantas veces pensé en esa verdad cuando meditaba, sobre todo durante los retiros, tantas veces hablé de ella en los sermones y la repetía en los oraciones litúrgicas, pero no profundizaba su significado para la vida espiritual. Más que nada no entendía, y de momento no podía aceptar, que la Misericordia Divina es la mayor cualidad del Creador, Redentor y Santificador.
Hacía falta un alma simple y piadosa, muy unida a Dios, que, tal y como creo, por medio de la inspiración divina me habló de ello y me incitó a estudiar e investigar el tema. 
Fue el alma de  sor Faustina (Helena Kowalska) Q. E. P. D., de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, que poco a poco logró el hecho de que el asunto de la Misericordia Divina y, sobre todo, la institución de la Fiesta de la Misericordia Divina el primer domingo después de la Pascua, considero hoy como una de las prioridades de mi vida.

Conocí a sor Faustina en verano (en julio o agosto de 1933), como penitente en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia Divina en Vilna, Lituania (calle Senatorska 25), donde por entones fui un simple confesor. Llamó mi atención su conciencia sutil y su unión muy profunda con Dios. Normalmente no había motivo para la absolución y ella nunca había ofendido a Dios con un pecado grave. Ya al principio me dijo que me conocía de alguna revelación, que yo iba a ser el director de su conciencia, y que tendría que realizar algunos planes de Dios que ella iba a revelarme.

Ignoré lo que me había contado y la sometí a una prueba cuyo resultado fue que sor Faustina, con el permiso de la Madre Superiora, empezó a buscar otro confesor. Sin embargo, más tarde volvió y me dijo que soportaría todo pero no me dejaría. No puedo repetir aquí todos los detalles de nuestra conversación, cuya parte está incluida en su Diario, que le ordené escribir, porque le prohibí hablarme de sus vivencias durante la confesión.

 Al conocer mejor a sor Faustina constaté que los dones del Espíritu Santo funcionan dentro de ella en estado oculto, pero a ratos se revelan más visiblemente, repartiendo la intuición que llenaba su alma, despertaba el amor, llamaba a acometer actos heroicos de sacrificio y de renunciar a sí mismo. Especialmente a menudo se notaba el don de la habilidad, la razón y la sabiduría, gracias a los cuales sor Faustina veía claramente la vanidad de las cosas terrenales y la importancia del sufrimiento y de la humillación.

Conocía directamente las cualidades de Dios, y más que nada su Misericordia Infinita. A veces miraba la inaccesible luminosidad que proporcionaba la felicidad. Fijaba su mirada en esa inconcebible luminosidad desde la cual surgía la silueta de Cristo caminando, bendiciendo el mundo con la mano derecha y con la mano izquierda levantando las vestiduras a la altura del corazón. Debajo de las vestiduras levantadas se veía salir dos rayos, uno rojo y el otro blanco. Sor Faustina tenía este tipo de revelaciones sensoriales y mentales desde hacía ya varios años, escuchaba palabras sobrenaturales, que se podían percibir con el oído, la imaginación y la mente.

Temiendo la ilusión, la alucinación y el delirio de sor Faustina, me dirigí a la Superiora, Madre Irena, para que me informara quien era sor Faustina, qué fama tenía dentro de la Congregación entre las hermanas y los superiores, y la pedí que le hicieran reconocimiento médico de su estado de salud físico y psíquico.

Cuando recibí la respuesta positiva en cada aspecto, todavía durante una temporada estuve esperando, en parte no creía en todo aquello, estuve pensando, rezaba e investigaba. 
Les pedí un consejo a varios sacerdotes ilustrados para saber qué hacer sin decir de qué y de quién se trataba. En realidad se trataba de realizar algunas de las supuestas exigencias firmes de Jesucristo, de pintar la imagen que veía sor Faustina y de instituir la Fiesta de la Misericordia Divina el primer domingo después de la Pascua.

Finalmente, dirigido más por la curiosidad por saber cómo iba a quedar la imagen que por la fe en la veracidad de las revelaciones de sor Faustina, decidí realizar la tarea y pintar el cuadro. Hablé con un artista pintor que vivía conmigo en la misma casa, Eugenio Kazimirowski, quien aceptó pintar el cuadro a cambio de una suma de dinero, y con la Hermana Superiora, la cual permitió a sor Faustina ir dos veces a la semana a donde el pintor para darle las indicaciones y decir cómo tiene que ser el cuadro.

Tardaron varios meses trabajando en la imagen, pero por fin, en junio o julio de 1934 el cuadro estaba terminado. Sor Faustina se queiaba de que el cuadro no era tan bello como la imagen que ella veía, pero Jesucristo la tranquilizó diciendo que estaba bien y añadió: “Ofrezco a los hombres un recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese recipiente es esta imagen con la inscripción: Jesús, en Ti confío” (véase Cuadro).

De momento sor Faustina no sabía explicarse a sí misma el significado de los rayos de la imagen. Sin embargo, unos días más tarde dijo que Jesucristo se lo explicó mientras ella rezaba: 

“Los rayos en la imagen significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas. Ambos rayos brotaron de Mi Corazón que fue abierto en la Cruz por la lanza. Estos rayos protegen el alma de la furia del Padre Celeste... Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios… 
Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos, sobre todo, a la hora de la muerte. Yo mismo la defenderé como Mi gloria.  Deseo que el primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Misericordia Divina... quien celebre ese día el Sacramento del Amor, recibirá el perdón total de las culpas y de las penas… La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a la Misericordia Divina. Antes de venir como el Juez Justo, vengo como el Rey de Misericordia, para que nadie se disculpe el día del juicio que ya no es lejano…”

Esa imagen tenía un significado algo nuevo y por eso no pude colgarlo en la iglesia sin permiso del Arzobispo. Me daba vergüenza pedírselo y más aún contarle el origen del cuadro. De ahí que lo colgué en un pasillo oscuro al lado de la iglesia de San Miguel (en el convento de las Bernardas) donde me nombraron rector. Sor Faustina me predijo las dificultades relacionadas con la permanencia en esa iglesia y realmente pronto empezaron a suceder unos acontecimientos poco habituales. Sor Faustina exigía que colgara el cuadro a toda costa en la iglesia, pero yo no tenía prisa. Finalmente durante la Semana Grande de 1935 me dijo que Jesús exigía que yo colgara el cuadro en la Puerta del Amanecer durante 3 días, donde se celebraría el triduo para finalizar el aniversario de la Redención que caía en el Fiesta previsto de la Misericordia Divina, en el Domingo Blanco.

Pronto me enteré de que en ese triduo, al que me invitó el párroco de la Puerta del Amanecer, y el canónigo Estanislao Zawadzki me pidió que dijera el sermón. Lo acepté a cambio del permiso para poder colgar el cuadro como decoración en la ventana de la galería, donde ese cuadro quedaba divinamente y llamaba la atención de todos, más que la imagen de la Virgen Maria.

Después de la misa el cuadro volvió a su sitio anterior, escondido, y ahí permaneció todavía durante dos años. Hasta que el 1.IV.1937 pedí permiso al Excelencia Arzobispo Metrópolitano de Vilna para colgar el cuadro en la iglesia de San Miguel, donde todavía era rector. El Arzobispo Metropolitano dijo que no quería tomar sólo esa decisión. Ordenó una comisión para ver el cuadro, organizada por el canónigo Adán Sawicki, el canciller de la curia Metropolitana. El canciller mandó sacar el cuadro el día 2 de abril en la sacristía de la iglesia de San Miguel porque no sabía a qué hora iban a mirarlo.

Estando muy ocupado por el trabajo en el Seminario Conciliar y en la Universidad no pude estar presente cuando miraban el cuadro y no sé quiénes formaban esa comisión. El día 3 de abril de 1937 su Excelencia el Arzobispo Metropolitano de Vilna me informó que ya tenía una información detallada acerca del cuadro y que permitía bendecirlo y colgarlo en la iglesia con la condición de no ponerlo en el altar y no revelar su origen.

Ese mismo día se bendijo y colgó cerca del altar grande del lado de la lección, desde donde en varias ocasiones lo cogían a la parroquia de San Francisco (después de la parroquia de San Bernardo) para sacarlo en la procesión de Corpus Christi junto con los altares preparados para esa ocasión. El 28 de dicembre de 1940 las Bernardas lo cambiaron de sitio y fue cuando el cuadro sufrió unos pequeños daños, y en el año 1942, cuando las arrestaron las autoridades alemanas, el cuadro volvió a su sitio cerca del altar grande, donde se encuentra hasta hoy en día, adorado por los fieles y adornado con numerosas ofrendas.
Pocos días después del triduo en la Puerta del Amanecer, sor Faustina me contó sus vivencias durante esa celebración cuyos detalles describió en el Diario. Más tarde, el 12 de mayo vio al presidente J. Pilsudski muriéndose y habló de su terrible sufrimiento. Jesucristo debía enseñárselo y decirle: “Mira como termina la grandeza de este mundo”. Luego vio un juicio sobre él y cuando pregunté como terminó ese juicio me respondió: “Parece que la Misericordia Divina ganó gracias a la Madre de Dios”.

Pronto empezaron las grandes dificultades predichas por sor Faustina (relacionadas con mi estancia en la iglesia de San Miguel), que se multiplicaban cada vez más hasta que lograron su clímax en enero de 1936. No le mencioné casi a nadie nada acerca de esas dificultades hasta el día crítico cuando le pedí oración a sor Faustina. Me sorprendí profundamente cuando el mismo día todas esas dificultades desaparecieron como un mal encanto, y sor Faustina me dijo que tomó la carga de mi sufrimiento y ese día sufrió más que nunca en su vida. 
Cuando ella pidió ayuda a Jesús escuchó las palabras: “Tú sola has cogido la carga de su sufrimiento y ¿ahora te estremeces? Vertí en ti sólo una parte de su sufrimiento”.

Es cuando me explicó con detalles la causa de mis problemas que según ella le fue revelada de modo sobrenatural. Los detalles eran sorprendentes, más aún porque ella no pudo saber nada sobre ellos, de ninguna manera. Los acontecimientos parecidos a este sucedieron varias veces.

A mediados de abril de 1936, por la orden de la Madre Superiora General, sor Faustina fue a Walendow y luego a Cracovia. Mientras yo más en serio estuve pensando en la idea de la Misericordia Divina y empecé a buscar entre los Padres de la Iglesia la confirmación de que es la mayor cualidad de Dios, como decía sor Faustina, porque entre los teólogos más recientes no encontré nada acerca de ese tema.

Con gran alegria encontré unas expresiones similares en los escritos de San Fulgencio y de San Indelfonso, y más todavía en los de Santo Tomás y San Agustín, que al comentar los Salmos hablaba ampliamente de la Misericordia Divina llamándola la máxima cualidad de Dios. Entonces ya no tuve más dudas serias acerca de lo sobrenatural de las revelaciones de sor Faustina y de vez en cuando empecé a publicar artículos sobre la Misericordia Divina en revistas teológicas explicando a la vez racionalmente y litúrgicamente la necesidad del Fiesta de la Misericordia Divina el primer domingo después de la Pascua.

En junio de 1936 publiqué en Vilna el primer folleto titulado “Misericordia Divina” con la imagen de Cristo Misericordioso en la portada. Esa primera publicación la envié sobre todo a los Excelentísimos Obispos reunidos en la Conferencia Episcopal en Czestochowa, pero no recibí ninguna respuesta de ninguno de ellos. El año siguiente, en 1937, publiqué en Poznan el segundo folleto titulado “Misericordia Divina en la liturgia”, cuyas críticas encontré en varias revistas teológicas, casi todas muy positivas. Escribí también varios artículos en los diarios de Vilna, pero en ninguno revelé que sor Faustina fue la “causa movens”.

En agosto de 1937 visité a sor Faustina en Lagiewniki y encontré en su Diario la novena a la Misericordia Divina que me gustó mucho. Cuando la pregunté cómo la había adquirido me respondió que se la había dictado el mismo Jesucristo. Parecía que ya anteriormente el Señor le enseñó el rosario a la Misericordia Divina y otras oraciones que decidí publicar. 
Con la ayuda de algunas expresiones incluidas en esas oraciones escribí una letanía a la Misericordia Divina y la entregué junto con el rosario y la novena al Sr. Cebulski (Cracovia, calle Szewska 22) para lograr Imprimátur en la Curia Cracoviense e imprimirla con la imagen de la Misericordia Divina en la portada.

La Curia Cracoviense me dio el Imprimátur Nº 671 y en octubre en las estanterías de las librerías apareció esa novena con la letanía y el rosario. En 1939 traje una parte de esas imágenes y novenas a Vilna y cuando estalló la guerra y entraron las tropas soviéticas (19 de septiembre de 1939) le pedí permiso a Su Excelencia Arzobispo Metropolitano de Vilna para su reparto con la información del origen de las novenas y de la imagen, y recibí su permiso oral. Fue cuando empecé a divulgar el culto privado de ese cuadro (para lo cual recibí un permiso oral) y de las oraciones compuestas por  sor Faustina y aprobadas en Cracovia.

Cuando se agotó la edición de Cracovia tuve que copiar las oraciones a máquina y cuando no daba abasto frente a la gran demanda pedí a la Curia Metropolitana de Vilna el permiso de reimpresión añadiendo en la primera página la explicación acerca del significado de la imagen. Recibí ese permiso, firmado por el censor padre prelado Leon Zebrowski y el notario de la Curia padre J. Ostrewka, el día 7 de febrero de 1940 con el Nº 35. Quería subrayar que no sabía si alguien iba a firmar el Imprimátur ni quién sería y no hablé acerca de este asunto con Su Excelencia Arzobispo Sufragan que murió varias semanas más tarde.

El padre prelado Zebrowski como censor efectuó algunos cambios estilísticos en el texto de la edición cracoviense, pero la mayoría de los fieles prefirieron dejar ese texto sin cambios. De ahí que con el permiso del censor me dirigí de nuevo a la Curia (ya después de la muerte de Su Excelencia Arzobispo Sufragan) pidiendo la aprobación de mis oraciones sin cambios. Padre notario J. Ostrewka llevó la petición al Metrópolitano que, a través de ese notario dijo que iba a aprovechar la aprobación firmada por el difunto Obispo Sufragan, lo que hice. Hablo extensamente sobre esta circunstancia porque más tarde empezó a decirse (en la esfera oficial) que logré la aprobación gracias a alguna trampa.

Todavía en Vilna, sor Faustina contaba que tenía prisa por dejar la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia con el fin de fundar una Nueva Congregación conventual. Esa prisa me parecía ser una tentación y le aconsejé no tomarla en serio. 
Más tarde, en las cartas de Cracovia seguía escribiendo acerca de esa urgencia y al final recibió el permiso de su nuevo confesor y de la Madre Superiora General para dejar la Congregación con la condición de lograr mi permiso. Tenía miedo de tomar la decisión en mis manos y le respondí que se lo permitiría sólo si el confesor cracoviense y la Madre Superiora General no sólo lo permitirían sino si lo ordenaban. Sor Faustina no recibió tal orden y por eso se tranquilizó y permaneció en su Congregación hasta la muerte.

Yo la visitaba entre semana y entre otros hablábamos de la Congregación que ella quería fundar y ahora se muere diciendo que probablemente todo fue una ilusión, igual que fueron una ilusión todas las demás cosas que ella contaba. Sor Faustina prometió hablar sobre ese tema con Jesucristo durante su oración. Al día siguiente dije la misa en honor a sor Faustina, durante la cual se me ocurrió que igual que ella no sabía pintar el cuadro y sólo dio las indicaciones, tampoco sabría fundar una congregación nueva, solo podía indicar algunas pautas, y la urgencia significaba la necesidad de fundar una nueva congregación en los tiempos difíciles que venían.

Más tarde, cuando llegué al hospital y le pregunté si tenía algo que decir sobre ese asunto, me respondió que no hacía falta que dijera nada, porque Jesucristo ya me había iluminado durante la misa. Luego añadió que he de esforzarme sobre todo por la Fiesta de la Misericordia Divina el primer domingo después de la Pascua y que no tengo que preocuparme demasiado por la nueva congregación porque gracias a algunas señales reconoceré quién y qué debe hacer acerca del tema. Dijo también que que la intención del sermón que pronuncié ese día no era del todo pura (era verdad) y que a partir de ahora deberia buscarla en todo este asunta. Me contó como me había visto de noche en una pequeña capilla de madera cuando recibía votos de las primeras seis candidatas a esa Congregación. Dijo que ella iba a morir en breve y que todo lo que debía decir y escribir lo había cumplido. Todavía antes de todo aquello me describió la iglesia y la primera casa de la Congregación y lloraba por la suerte de Polonia que tanto quería y por la cual rezaba a menudo.

Siguiendo el consejo de San Juan de la Cruz, casi siempre trataba las palabras de sor Faustina con neutralidad y no preguntaba por los detalles. Esa vez tampoco pregunté qué suerte iba a encontrar Polonia para que ella llorase tanto y ella sola no me lo contó y tan solo suspirando escondió la cara a causa del horror que probablemente se presentó entonces delante de sus ojos.

Casi todo lo que había previsto sobre esa Congregación se cumplió con exactitud. Cuando recibía votos privados de las primeras 6 candidatas, en una capilla de madera de las Hermanas Carmelitas en Vilna (véase Congregación), de noche del 10 de noviembre de 1944, o más tarde, hace tres años, cuando llegué a la primera casa de esa Congregación en Mysliborz, me quedé asombrado por la semejanza con lo que decía sor Faustina Q. E. P. D. (véase Santuario).

Previó también bastante detalladamente las dificultades y persecuciones que me esperaban a causa de difundir el culto de la Misericordia Divina e intentar instituir la Fiesta con ese nombre el primer domingo después de la Pascua. (era más fácil soportar todo aquello creyendo que esa era la voluntad de Dios desde el principio). Previó delante de mí que iba a morir el 26 de septiembre, diez días más tarde, y el 5 de octubre murió. A causa de falta de tiempo no pude asistir en el funeral.

QUÉ PENSAR ACERCA DE SOR FAUSTINA Y SUS REVELACIONES

Tenía el carácter natural y era una persona muy equilibrada, sin ninguna huella de psiconeurosis o histeria. Su naturalidad y simplicidad destacaban en sus relaciones tanto con las hermanas de la congregación como con la gente ajena. No había en ella nada artificial, ninguna teatralidad, ninguna actuación forzada, ni ganas de llamar la atención a su persona. Todo lo contrario, intentaba no destacar y no hablaba con nadie de sus vivencias internas, sólo con su confesor y sus superiores. Su emotividad era normal, atada con las riendas de la voluntad, que no se dejaba llevar por los cambios de humor. No sufría depresiones y aceptaba los fracasos con tranquilidad, sometiéndose a la voluntad de Dios.

En cuanto a su desarrollo mental e intelectual era prudente y destacaba por su juicio sano sobre las cosas aunque no tenía estudios ni siquiera básicos. A penas sabía escribir y leer cometiendo muchos fallos. Servía de gran consejo a sus compañeras cuando se dirigían a ella, yo también, en varias ocasiones, para hacerle una prueba le comenté mis dudas y ella sacó unas conclusiones ciertas. Tenía una gran imaginación, pero no era exaltada. A veces ella misma no sabía distinguir entre su propia imaginación y la acción externa sobrenatural, sobre todo si se trataba de los recuerdos del pasado. Sin embargo, cuando se lo comenté y le pedí que subrayara en el Diario sólo aquello que podía jurar que no fue resultado de su imaginación, dejó muchos de sus recuerdos anteriores.

En cuanto a la moral era completamente sincera, no exageraba ni mentía. Siempre decía la verdad aun si a veces la verdad le hacía sufrir. En verano de 1934, estuve ausente durante varias semanas. Entonces ella hablaba con otros confesores sobre sus vivencias. Cuando volví me enteré de que había quemado su Diario en las siguientes circunstancias: Decía que se le reveló un Ángel y le ordenó que lo echara en la chimenea diciendo: “Escribes tonterías y te arriesgas a ti misma y a los demás a sufrir. ¿Qué tienes tú de esta misericordia? ¿Por qué pierdes el tiempo por unas ilusiones? ¡Quémalo todo y estarás más tranquila y más feliz!”Sor Faustina no tenía a nadie quien le aconsejara y cuando la revelación se repitió le hizo caso al Ángel. Luego se dio cuenta de que había actuado mal, me lo contó todo y escuchó mi consejo de volver a escribirlo todo de nuevo.

En cuanto a las virtudes sobrenaturales hacía un gran progreso. En realidad, desde el principio veía en ella una virtud de pureza consolidada y probada, la humildad, el afán, la obediencia, la pobreza y el amor hacia Dios y el prójimo. De todos modos, era visible su crecimiento progresivo, sobre todo a finales de su vida, cuando se intensificó su amor hacia Dios que se reflejaba en sus poemas. Hoy no me acuerdo muy bien de su contenido, pero me acuerdo de la gran impresión que me causó el contenido (no me refiero a la forma), cuando los leía en 1938.

Una vez la vi a sor Faustina en el éxtasis. Fue el 2 de septiembre de 1938 cuando la visité en el hospital en Pradnik y me despedí para ir a Vilna. Cuando me alejé unos pasos me acordé de que le había traído unos ejemplares de las oraciones publicadas en Cracovia que ella misma había escrito sobre la Misericordia Divina (la novena, la letanía y el rosario). Volví en seguida para entregárselos.

Cuando abrí la puerta de la habitación aislada donde se encontraba, la vi sumergida en la oración. Estaba sentada pero parecía flotar sobre la cama. Tenía la mirada fijada en un objeto invisible, sus pupilas estaban algo dilatadas. No se dio cuenta de mi llegada y yo no quería molestarla. Quería retroceder. Pero pronto volvió a sí misma, me vio y me pidió disculpas por no haber oído mi llamada a la puerta ni mi entrada.

Le entregué las oraciones y me despedí. Entonces ella me dijo: “Nos veremos en el cielo”. El 26 de septiembre, cuando la visité por última vez en Lagiewniki, ella ya no quiso hablar conmigo, o más bien, ya no podía explicando: “Estoy ocupada teniendo trato con Padre Celeste” y de verdad parecía un ser sobrenatural. Es cuando ya no tuve la más menor duda de que todo lo que estaba escrito en su Diario sobre la Comunión sagrada en la que asistía en el hospital con la presencia del Ángel, era verdad.

En lo que se refiere al objeto de las revelaciones de sor Faustina, no había en ello nada que fuese contrario a la fe, las buenas costumbres o las opiniones discutibles entre los teólogos. Todo lo contrario, todo estaba enfocado hacia el mejor conocimiento y amor por Dios. “El cuadro tiene valor artístico importante para el arte religioso contemporáneo”.  (El protocolo de la Comisión de la valoración y la conservación del cuadro del Salvador Misericordioso de la iglesia de San Miguel en Vilna, del día 27 de mayo de 1941, firmado por los expertos, el profesor de la historia del arte Dr. M. Morelowski, el profesor dogmático padre Dr. L. Puchaty y el conservador padre Dr. P. Sledziewski).

El culto a la Misericordia Divina (culto privado en forma de la novena, el rosario y la letanía) no sólo no contradice los dogmas, ni la liturgia, sino también tiende a explicar las verdades de la fe sagrada y de la presentación demostrativa de lo que hasta ahora no fue más que una relación. Tiende además a sobresaltar y presentar a todo el mundo todo aquello que aparecía en los escritos de los Padres de la Iglesia, lo que tenía en mente el autor de la liturgia y que hoy en día exige la gran pobreza de la humanidad.

La intuición de la simple monja, que apenas sabía el catequismo, en las cosas tan sutiles, tan acertadas y correspondientes a la psicología de la sociedad de hoy en día, no se puede explicar de otra forma que de la actuación de un factor sobrenatural y una revelación. Más de un teólogo, después de largos años de estudios, no sabría resolver los problemas de manera tan fácil y acertada, ni siquiera parcialmente, como lo sabía hacer sor Faustina. Aunque el factor sobrenatural, que actuaba en el alma de sor Faustina, se juntaba con la actuación de su gran imaginación, y a causa de ello religiosa tergiversaba algunas cosas sin darse cuenta. Sin embargo, eso le pasaba a mucha gente de ese tipo, lo cual testifican sus biografías, p.e. Santa Brígida, Catarina Emmerich, María de Zgreda, Juana de Arco, etc.

Con ello se pueden explicar las diferencias entre las descripciones de sor Faustina acerca de su llegada al convento, las de la Reverendísima Madre General Michaela Moraczewska y las expresadas en el Diario. De todos modos, son unas cosas ya antiguas que deberían ser olvidadas por ambas partes, o que tal vez no pertenecen a la esencia de las cosas.

Los resultados de las revelaciones de sor Faustina, tanto en su alma como en las almas de otra gente, sobrepasaron las esperanzas de todos. Si al principio sor Faustina tenía algo de miedo y temía por las posibilidades de realizar todas las exigencias y las eludia, con el paso del tiempo se tranquilizaba y llegó al estado de la seguridad completa y una profunda felicidad interna. Se volvía cada vez más humilde y obediente, más unida con Dios y paciente, conformándose totalmente con Su voluntad.

Probablemente no hace falta hablar extensamente acerca de los resultados de esas revelaciones en las almas de las demás personas, quienes escucharon de ellas, porque los hechos hablan por si mismos. Numerosas ofrendas (cerca de 150) al lado de la imagen del Salvador Misericordioso de Vilna y de muchas otras ciudades, testifican las gracias recibidas por los adoradores de la Misericordia Divina tanto en el país como en el extranjero. De todos lados llegan las noticias sobre las asombrosos casos de los ruegos por la Misericordia Divina, que muchas veces claramente fueron milagros.

Resumiendo, fácilmente podríamos sacar la conclusión, pero como la decisión final en este asunto pertenece a la inconfundible institución de la Iglesia, con toda la humildad 
y la tranquilidad nos entregamos a su sentencia.

Sacerdote Miguel Sopocko, el confesor de sor Faustina