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«Los castigos no vienen para la destrucción, sino para la corrección de nuestro pueblo» (2Macab 6,12).

Como enseñaba san Juan Pablo II en la carta apostólica Salvifici doloris,

«el sufrimiento debe servir para la conversión, es decir, para la reconstrucción del bien en el sujeto, que puede reconocer en esta llamada a la penitencia la misericordia divina. La penitencia tiene como finalidad superar el mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y consolidar el bien tanto en uno mismo como en su relación con los demás, y sobre todo con Dios» (1984; 12).

"El Apocalipsis, sin embargo, es muy principalmente un libro de consolación, que anuncia las grandiosas y definitivas victorias de Cristo Salvador sobre todos los males del mundo, logrando que Dios reine en la tierra como reina en el cielo".

(José María Iraburu, sacerdote, 2.05.2011)

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Obrar y no sólo escuchar la palabra de Dios

 

El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre. (Mc 3,35)

«dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,28)

«No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?"
Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!"
«Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca:
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca.
Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena:
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».
Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina;
porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas (Mt 7 21-29).

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«¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo?
«Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante:
Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada.

Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa».
(Lc 6,46-49).

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Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos.
Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se olvida de cómo es.
En cambio el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz (St 1,22-25).

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Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las normas que yo os enseño para que las pongáis en práctica, a fin de que viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que os da Yahveh, Dios de vuestros padres.
No añadiréis nada a lo que yo os mando, ni quitaréis nada; para así guardar los mandamientos de Yahveh vuestro Dios que yo os prescribo. (Dt 4,1-2)
Mira, como Yahveh mi Dios me ha mandado, yo os enseño preceptos y normas para que los pongáis en práctica en la tierra en la que vais a entrar para tomarla en posesión.
Guardadlos y practicadlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos estos preceptos, dirán: «Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente»
(Dt 4,5-6)

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"La palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica" (Dt 30,14)

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«Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres»
(Marcos 7, 6-8).

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“Uno de los mayores males de nuestro tiempo es la mediocridad en las cuestiones de fe. No nos hagamos ilusiones. O somos católicos o no lo somos. Si lo somos, es preciso que se manifieste en todos los campos de nuestra vida”
(Palabras pronunciadas por el beato mártir Stepinac en 1943, citadas por el papa Benedicto XVI en su visita pastoral a Croacia de 2011).

Antinatalidad y eutanasia

"Los padres devorarán a sus hijos, en medio de ti, y los hijos devorarán a sus padres" (Ez 5,10).

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Por eso la conversión el día de la segunda venida de Cristo será no sólo de los hijos a los padres, sino también de los padres a los hijos:

He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible.
Él hará volver el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que venga yo a herir la tierra de anatema (Za 3, 23-24).

Los libros deuterocanónicos de la Biblia

Los judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús (Catecismo de la Iglesia Católica de 1992, 597-598)
Eres tú quien lo has crucificado, deleitándote en los vicios y en los pecados, decía en la Edad Media san Francisco de Asís

Catecismo de la Iglesia Católica:

597 Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato), lo cual solo Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las acusaciones colectivas contenidas en las exhortaciones a la conversión después de Pentecostés (cf. Hch 2, 23. 36; 3, 13-14; 4, 10; 5, 30; 7, 52; 10, 39; 13, 27-28; 1 Ts 2, 14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34) y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de los judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Menos todavía se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el tiempo y en el espacio, apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que equivale a una fórmula de ratificación (cf. Hch 5, 28; 18, 6):

Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II: «Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy [...] No se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la sagrada Escritura» (NA 4).

Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo

598 La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos, no ha olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor" (Catecismo Romano del Concilio de Trento, 1, 5, 11; cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4-5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:

«Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia" (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de Él con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre Él nuestras manos criminales» (Catecismo Romano del Concilio de Trento, 1, 5, 11).

«Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados» (S. Francisco de Asís, Admonitio, 5, 3).

El Apostolado de la Oración y el Sagrado Corazón
"Dios quiso entrar en los límites de la historia y de la condición humana, tomó un cuerpo y un corazón, de modo que pudiéramos contemplar y encontrar lo infinito en lo finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno
Toda persona necesita tener un "centro" de su vida: Cristo, corazón del mundo
Os invito a renovar durante el mes de junio vuestra devoción al Corazón de Cristo
También la tradicional oración de ofrecimiento de la jornada y teniendo presentes las intenciones que propuse a toda la Iglesia". (Benedicto XVI, Angelus, 1.06.2008)

Unirse a Jesucristo en su sacrificio de la cruz y del altar

“La Cruz es el único sacrificio de Cristo «único mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2,5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, «se ha unido en cierto modo con todo hombre» (GS 22,2), Él «ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual» (GS 22,5). El llama a sus discípulos a «tomar su cruz y a seguirle» (Mt 16,24) porque él «sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas» (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10,39; Jn 21,18-19; Col 1,24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35): «Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo» (Sta. Rosa de Lima, Vida)”.

Santa Hildegarda de Bingen amonesta al Papa

Santo Tomás de Aquino y el magisterio de la Iglesia

Durante siglos los Papas han recomendado atenerse al magisterio de santo Tomás de Aquino. Así lo dispuso también el concilio Vaticano II (OT 16). Y en 1983 el Código de Derecho Canónico ordenó que la teología dogmática, fundada en la Biblia y la Tradición, fuera estudiada «teniendo principalmente como maestro a santo Tomás» (c.252,3). Por eso es llamado el Doctor común, porque extiende su luz a todas las escuelas católicas de pensamiento. La iconografía del Doctor angélico suele poner en su pecho el sol de la Eucaristía, centro de su doctrina y devoción. Canonizado en 1323, fue declarado Doctor de la Iglesia en 1567, y Patrón de las universidades y centros católicos de estudio en 1880.
Como nos recuerda oportunamente el padre Iraburu el 15.03.2010. Y trae estos textos de santo Tomás:

Dice santo Tomás:

«El hombre necesita para vivir rectamente un doble auxilio [de Dios]. Por un lado, un don habitual [la gracia santificante] por el cual la naturaleza caída sea restaurada y, así restaurada [sanada y elevada], sea capaz de hacer obras meritorias de vida eterna, que exceden las posibilidades de la naturaleza. Y por otro lado, necesita el auxilio de la gracia [actual] para ser movida por Dios a obrar… ya que ningún ser creado puede producir cualquier acto a no ser por la virtud de la moción divina» (STh I,109,9). Por tanto, «la acción del Espíritu Santo, mediante la cual nos mueve y protege, no se limita al efecto del don habitual [gracia santificante, virtudes y dones], sino que además nos mueve y protege juntamente con el Padre y el Hijo» (I, 105, 5 ad 2m).

«Dios no nos justifica sin nosotros, porque por el movimiento de la libertad, mientras somos justificados, consentimos en la justicia de Dios. Sin embargo, aquel movimiento no es causa de la gracia, sino su efecto. Y por tanto toda la operación pertenece a la gracia» (I-II,111, 2 ad 2m).

«El libre albedrío es causa de su propio movimiento, pues el hombre se mueve a sí mismo a obrar por su libre albedrío. Ahora bien, la libertad no requiere necesariamente que el sujeto libre sea la primera causa de sí mismo; como tampoco se requiere para que una causa sea causa de otra el que sea su causa primera. Dios es la causa primera que mueve, tanto a la causas naturales [no libres], como a las causas voluntarias [libres]. Y de igual manera que al mover a las causas naturales no impide que sus actos sean naturales, así al mover a la voluntarias tampoco impide que sus acciones sean voluntarias [esto es, libres], sino que más bien hace que lo sean, pues Él obra en cada criatura según su propio modo de ser» (I, 83, 1 ad 3m).

«Algunos, que no entienden cómo Dios puede causar la moción de la voluntad en nosotros sin lesionar la libertad de la voluntad, interpretan mal [estas enseñanzas de la Escritura], entendiendo que Dios causa en nosotros el querer y el obrar en cuanto que causa en nosotros la virtud de querer [virtutem volendi, la voluntad], pero no en cuanto que nos haga querer eso o lo otro… Éstos resisten evidentemente la enseñanza de las Sagradas Escrituras. Isaías dice: “tú obras, Señor, en nosotros todo lo que nosotros hacemos” (26,12). Por tanto, no sólamente tenemos de Dios la virtud de la voluntad, sino también el querer» (CGentes 3,84). «Dios, sin duda, mueve la voluntad inmutablemente, por la eficacia de su fuerza motora; pero por la naturaleza de la voluntad movida, que está abierta a diversas acciones, no le impone una necesidad, sino que permanece libre» (De malo 6 ad 3m).

«Sólo Dios puede mover la voluntad como agente sin violentarla» (CGentes 3,88);

«sólo Dios puede inclinar la voluntad, cambiándola de esto a lo otro, según su voluntad» (De veritate 22,9).

«Por parte del acto de la voluntad, Dios no ama más unas cosas que otras, porque lo ama todo con un solo y simple acto de voluntad, que no varía jamás. Pero por parte del bien que se quiere para lo amado, en este sentido amamos más a aquel para quien queremos un mayor bien, aunque la intensidad del querer sea la misma… Así pues, es necesario decir que Dios ama unas cosas más que a otras, porque como su amor es causa de la bondad de los seres, no habría unos mejores que otros si Dios no hubiese querido bienes mayores para los primeros que para los segundos» (STh I,20, 3).

Un intento de interpretación del tercer secreto de Fátima por Ratzinger en 2000

Santa Teresa de Jesús fue la verdadera promotora de la devoción a san José

Los textos del capítulo VI del Libro de la Vida de santa Teresa sobre san José han tenido "una influencia incomparable en la historia de la piedad cristiana", como dice Canals, que añade que con estos textos Santa Teresa "marca el comienzo de una nueva época en la historia de la Iglesia". De estos textos parte la costumbre, antes inexistente, de poner el nombre de José y de Josefa a los hijos como indicador de la universalización de esta devoción y patrocinio (Francisco Canals Vidal: San José en la fe de la Iglesia, pág., 90).

Selección de textos sobre san José del Libro de la Vida de santa Teresa (capítulo 6, números 6, 7 y 8):

«Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. (Leer más)

La Santa Sede demuestra que el Papa no firmó la condena a Galileo

Las cinco vías o pruebas filosóficas de la existencia de Dios de santo Tomás de Aquino

San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), Doctor de la Iglesia, afirma la existencia de «la gracia intrínsecamente eficaz con la que nosotros infaliblemente, aunque libremente, obramos el bien… No puede negarse que San Agustín y Santo Tomás han enseñado la doctrina de la eficacia de la gracia por sí misma y por su propia naturaleza» (Tratado de la oración… II p., cp. IV).

La interpretación de la Biblia en la Iglesia. Documento de la Pontificia Comisión Bíblica de 1993

CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA DEI VERBUM  SOBRE LA DIVINA REVELACIÓN Concilio Vaticano II

Más de cien mil niños mueren por el aborto en España
«Ningún católico puede admitir en ningún caso prácticas como el aborto, la eutanasia o la producción, congelación y manipulación de embriones humanos», afirman los obispos

El obispo de Almería denuncia que el plan laico de supuesta educación sexual ha aumentado la brutal plaga de abortos

«La Carta de la Tierra, un monismo panteísta», dice Schooyans

Los 5 años de la muerte de Sor Lucía con un artículo de Monseñor Munilla

Un intento de interpretación acomodaticia del secreto de Fátima por Ratzinger en 2000

 

"Cuando el católico Joe Biden fue elegido vicepresidente de Barack Obama, el entonces obispo de Denver, Charles J. Chaput, hoy en Filadelfía, dijo que el apoyo dado por Biden al llamado "derecho" al aborto es una culpa pública grave y "en consecuencia, por coherencia él se debería abstener de presentarse a recibir la comunión".
Es un hecho que el pasado 19 de marzo, en la Misa de inauguración del pontificado de Francisco, el vicepresidente Biden y la presidente del Partido Demócrata, Nancy Pelosi, también ella católica pro aborto, formaron parte de la representación oficial de Estados Unidos.

Y ambos dos recibieron la comunión. Pero no de las manos del papa Bergoglio, quien estaba sentado detrás del altar".
(Sandro Magister. Religión en Libertad. 9 de mayo de 2013.
http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=29097 )

La Iglesia aporta la esperanza: La confesionalidad católica de todos los pueblos en el futuro será de palabra y de obra, como proclamó el Concilio Vaticano II

La nueva síntesis de fe y vida, el reinado de Dios, en las enseñanzas de la Iglesia

Los precursores de Jesucristo en su primera venida y en su segunda venida

Jesús se aplica a Sí mismo el nombre de Dios YO SOY

La rosa deshojada Santa Teresita del Niño Jesús
En memoria de Luis Creus Vidal y en oración por su alma.

La derrota de la ETA y la victoria completa

A san José de Cupertino, patrón de los estudiantes, cuya fiesta es el 18 de septiembre,
se le pide ayuda para aprobar con ésta oración:

"Haz que me toquen en suerte puntos en los que yo está más fuerte".

Carta pastoral de Monseñor Demetrio Fernández sobre el Jesús de Pagola
Publicada en diciembre de 2007 con motivo de la gran difusión del libro "Jesús. Aproximación história" de J.A Pagola

Manuel Carreira
Einstein decía que no se puede hacer ciencia si uno no comienza con la persuasión de que el mundo es algo real y ordenado
El universo no tiene explicación si no es por la presencia de un creador inteligente
Hay un paso directo de nada a algo y esto no lo puede explicar ninguna ley física
La ciencia no puede explicar cómo se ha formado la primera célula

EL PRIMADO PIDE UNA ORACIÓN POR ESPAÑA ANTE ESTA HORA CRUCIAL
El cardenal Cañizares recuerda que la doctrina de la Iglesia es que"ETA no puede ser un interlocutor político"
(2.07.2006)

 

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El abandono no es la inacción, sino por el contrario, aplicarse con todas las facultades a lo que Dios manda cada día

Santa Joaquina Vedruna en una carta a uno de sus nueve hijos le exhortaba al abandono en manos de la divina Providencia. Ahora se oye hablar en ambientes buenos del abandono, pero a la Providencia no se la nombra, al revés de lo que se hacía en la época de esta santa. Y Dios, Padre amoroso, cariñoso y misericordioso sigue actuando providentemente, sigue permanentemente actuando la divina Providencia.

San Claudio de la Colombière, propulsor de esta espiritualidad del abandono en la misericordia de Dios, lo concreta luminosamente en la divina Providencia. Y aclara que el abandono no es la inacción, sino todo lo contrario. Esto es muy importante tenerlo claro, porque se oye tanto decir que "lo único" que tenemos que hacer es abrirnos a la gracia, que "lo único" que tenemos que hacer es dejar actuar a la gracia, que nos podría parecer que no tenemos que hacer nada, sino que todo lo hará la gracia, menos abrirnos o abandonarnos, que eso es lo que hemos de hacer nosotros. ¡Como si abrirnos y dejar actuar a Dios no fuese también una gracia! Y algo que sólo podemos hacer movidos por la gracia. Pero es que la gracia nos hace actuar y nos mueve a no parar y a hacer todo lo que está en nuestra mano para cumplir la voluntad de Dios. Esto es lo que se ve que Jesús dice continuamente en los Evangelios: que obremos, que hagamos lo que Dios quiere, lo que Jesús manda. Dice san Claudio de la Colombiére:

"Llena de la alegría que le inspira también suaves palabras, el alma recibe con respeto esta dichosa disposición, todos los acontecimientos presentes de manos de la divina Providencia y espera todos los venideros con una dulce tranquilidad de espíritu, con una paz deliciosa. Vive como un niño al abrigo de toda inquietud. Pero esto no quiere decir que permanezca en una espera ociosa de las cosas teniendo necesidad de ellas o que descuide el aplicarse a los asuntos que se presenten. Al contrario, hace por su parte, todo lo que depende de su mano, para llevarlos bien, emplea en ellos todas sus facultades; pero sólo se da a tales cuidados bajo la dirección de Dios, no mira su propia previsión más que como sometida enteramente a la de Dios y le abandona la libre disposición de todo, no esperando otro éxito que el que está en los designios de la voluntad divina". (El abandono confiado a la divina Providencia. Ed. Balmes. Pág. 62-63).

Cristo constituyó a los Apóstoles y a sus sucesores «intérpretes auténticos de toda ley moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también de la natural»
(Beato Pablo VI, enc. Humanæ vitae 25-VII-1968, 4). [Citado por Iraburu en Infocatólica, 14.12.2012]

La esperanza es un ancla en el cielo

Como explicaba Canals, la esperanza es un ancla en el cielo. En Dios (Hb 6,19). Como ha recordado el papa Francisco recientemente (Catequesis en la audiencia general del 3 de abril se 2013), y el papa Benedicto XVI (Regina Coeli del 4 de mayo de 2008).

"La esperanza es "el ancla del alma", segura y firme, que penetra... a donde entró por nosotros como precursor Jesús" (Hb 6, 19-20)
[CIC, 1820]

Como dice san Claudio de la Colombière la certeza está en la esperanza misma, pues es Dios el que pone esta esperanza en el alma y no la pone en balde, sino para colmarla.

 

Hay que “recaptar el espíritu de la cristiandad y crear una nueva cultura cristiana”
(Cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos desde 2010, antes Arzobispo de Québec y Primado de Canadá).

 

Arcángel San Miguel, defiéndenos en la batalla; sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes; y tú, príncipe de la celestial milicia, lanza al infierno, con el divino poder, a Satanás y a otros malignos espíritus que discurren por el mundo para la perdición de las almas.

"La historia demuestra con gran claridad que las mayorías pueden equivocarse. La verdadera racionalidad no queda garantizada por el consenso".
(
Benedicto XVI, 5 de octubre de 2007W.W.LEER MÁS )

Los primeros reformadores protestantes identificaban el pecado heredado por cada hombre con la tendencia al mal, que sería insuperable (CEC Cat Igl Cat, 406)

“Nada temas, Yo reinaré a pesar de Mis enemigos y de todos aquellos que quieran oponerse
(Santa Margarita Mª de Alacoque: Autobiografía, 92).

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Jesús a santa Margarita Mª Alacoque le suplicaba que le queramos:

Le refería el exceso de su amor a los hombres y que a cambio no recibía de ellos más que ingratitudes «lo que me es mucho más sensible --se lamentaba Jesús-- que todo lo que he sufrido en mi pasión: tanto que si me rindiesen algún retorno de amor, yo estimaría poco todo lo que he hecho por ellos, y querría, si ello se pudiera, hacer aún más; pero no tienen más que frialdades y rechazo hacia todos mis apremios».
(Bougaud: Histoire de la Bienheureuse Marguerite-Marie, pág. 243).

«Reinará por fin el divino Corazón, a pesar de los que a ello querrán oponerse. Satanás quedará confuso con todos sus partidarios. ¡Dichosos aquellos de quienes será servido para establecer su imperio! Paréceme que Él es semejante a un rey que no piensa en dar sus recompensas mientras va haciendo sus conquistas y triunfando de sus enemigos, pero sí cuando reine victorioso en su trono. El adorable Corazón de Jesús quiere establecer su reinado de amor en todos los corazones y destruir y arruinar el de Satanás». (Carta de Santa Margarita de 1690).

«Yo creo que se cumplirán aquellas palabras que hacía oír de continuo al oído del corazón de su indigna esclava, entre las dificultades y oposiciones que fueron grandes en los principios de esta devoción: “¡Reinaré, a pesar de mis enemigos y de todos aquellos que se opondrán a ello!"» (Carta de Santa Margarita de 1689 al Padre Croisset).

«Él me fortificaba con estas palabras, que oía yo en lo más íntimo de mi corazón con un regocijo inconcebible: “¡Reinaré, a pesar de mis enemigos y de todos los que a ello querrán oponerse!”» (Otra carta de Santa Margarita al Padre Croisset).

«Reinaré en España y con más veneración que en otras partes».
(Jesús al beato Bernardo de Hoyos en la acción de gracias de la misa del jueves, 14 de mayo de 1733, fiesta de la Ascensión).

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Cristo constituyó a los Apóstoles y a sus sucesores «intérpretes auténticos de toda ley moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también de la natural»
(Beato Pablo VI, enc. Humanæ vitae 25-VII-1968, 4).

"La civilización del Amor es el Reino del Corazón de Cristo"

"Sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, podrá levantarse la civilización del Amor, el Reino del Corazón de Cristo"
(San Juan Pablo II, 5.10.1986. Carta al General de la Compañía de Jesús. Insegnamenti, vol. IX/2, 1986, p. 843)

"La civilización del Corazón de Cristo"

"Sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá edificarse la civilización del Corazón de Cristo"
(Benedicto XVI, 15.05.2006, Carta sobre el culto al Corazón de Jesús, repitiendo las palabras de Juan Pablo II de 5.10.1986, Insegnamenti, vol. IX/2, 1986, p. 843).

"La civilización del Amor punto de llegada de la historia humana"

"La civilización del amor debe ser el verdadero punto de llegada de la historia humana"
(San Juan Pablo II, 3.11.1991. Homilía en la Parroquia de San Romualdo de Roma. L'Oss. 21.11.91).

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El Reino con relación a Cristo y a la Iglesia

Redemptoris Missio de san Juan Pablo II, 7 12 1990

17. Hoy se habla mucho del Reino, pero no siempre en sintonía con el sentir de la Iglesia. En efecto, se dan concepciones de la salvación y de la misión que podemos llamar «antropocéntricas», en el sentido reductivo del término, al estar centradas en torno a las necesidades terrenas del hombre. En esta perspectiva el Reino tiende a convertirse en una realidad plenamente humana y secularizada, en la que sólo cuentan los programas y luchas por la liberación socioeconómica, política y también cultural, pero con unos horizontes cerrados a lo trascendente. Aun no negando que también a ese nivel haya valores por promover, sin embargo tal concepción se reduce a los confines de un reino del hombre, amputado en sus dimensiones auténticas y profundas, y se traduce fácilmente en una de las ideologías que miran a un progreso meramente terreno. El Reino de Dios, en cambio, « no es de este mundo, no es de aquí » (Jn 18, 36).

Se dan además determinadas concepciones que, intencionadamente, ponen el acento sobre el Reino y se presentan como « reinocéntricas », las cuales dan relieve a la imagen de una Iglesia que no piensa en si misma, sino que se dedica a testimoniar y servir al Reino. Es una «Iglesia para los demás», —se dice— como «Cristo es el hombre para los demás». Se describe el cometido de la Iglesia, como si debiera proceder en una doble dirección; por un lado, promoviendo los llamados «valores del Reino», cuales son la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad; por otro, favoreciendo el diálogo entre los pueblos, las culturas, las religiones, para que, enriqueciéndose mutuamente, ayuden al mundo a renovarse y a caminar cada vez más hacia el Reino.

Junto a unos aspectos positivos, estas concepciones manifiestan a menudo otros negativos. Ante todo, dejan en silencio a Cristo: el Reino, del que hablan, se basa en un « teocentrismo », porque Cristo —dicen— no puede ser comprendido por quien no profesa la fe cristiana, mientras que pueblos, culturas y religiones diversas pueden coincidir en la única realidad divina, cualquiera que sea su nombre. Por el mismo motivo, conceden privilegio al misterio de la creación, que se refleja en la diversidad de culturas y creencias, pero no dicen nada sobre el misterio de la redención. Además el Reino, tal como lo entienden, termina por marginar o menospreciar a la Iglesia, como reacción a un supuesto «eclesiocentrismo» del pasado y porque consideran a la Iglesia misma sólo un signo, por lo demás no exento de ambigüedad.

18. Ahora bien, no es éste el Reino de Dios que conocemos por la Revelación, el cual no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia.

Como ya queda dicho, Cristo no sólo ha anunciado el Reino, sino que en Él el Reino mismo se ha hecho presente y ha llegado a su cumplimiento: « Sobre todo, el Reino se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, quien vino "a servir y a dar su vida para la redención de muchos" (Mc 10, 45) » (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 5) 22. El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible (Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, 22) 23. Si se separa el Reino de la persona de Jesús, no existe ya el reino de Dios revelado por Él, y se termina por distorsionar tanto el significado del Reino —que corre el riesgo de transformarse en un objetivo puramente humano o ideológico— como la identidad de Cristo, que no aparece ya como el Señor, al cual debe someterse todo (cf. 1 Cor l5,27).

Asimismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es fin para sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a ambos. Cristo ha dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de salvación; el Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y la renueva sin cesar (Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 4) 24. De ahí deriva una relación singular y única que, aunque no excluya la obra de Cristo y del Espíritu Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia, le confiere un papel específico y necesario. De ahí también el vínculo especial de la Iglesia con el Reino de Dios y de Cristo, dado que tiene «la misión de anunciarlo e instaurarlo en todos los pueblos» (Ibid., 5) 25.

19. Es en esta visión de conjunto donde se comprende la realidad del Reino. Ciertamente, éste exige la promoción de los bienes humanos y de los valores que bien pueden llamarse «evangélicos», porque están íntimamente unidos a la Buena Nueva. Pero esta promoción, que la Iglesia siente también muy dentro de sí, no debe separarse ni contraponerse a los otros cometidos fundamentales, como son el anuncio de Cristo y de su Evangelio, la fundación y el desarrollo de comunidades que actúan entre los hombres la imagen viva del Reino. Con esto no hay que tener miedo a caer en una forma de «eclesiocentrismo». Pablo VI, que afirmó la existencia de « un vínculo profundo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización» (Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 16. l.c., 15.) 26, dijo también que la Iglesia «no es fin para sí misma, sino fervientemente solícita de ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo, y toda igualmente de los hombres, entre los hombres y para los hombres» (Pablo VI: Discurso en la apertura de la III sesión del Conc. Ecum. Vat. II, 14 de septiembre de 1964: AAS 56 (1964), 810) 27.

La Iglesia al servicio del Reino

20. La Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino. Lo está, ante todo, mediante el anuncio que llama a la conversión; éste es el primer y fundamental servicio a la venida del Reino en las personas y en la sociedad humana. La salvación escatológica empieza, ya desde ahora, con la novedad de vida en Cristo: «A todos los que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (Jn 1, 12).

La Iglesia, pues, sirve al Reino, fundando comunidades e instituyendo Iglesias particulares, llevándolas a la madurez de la fe y de la caridad, mediante la apertura a los demás, con el servicio a la persona y a la sociedad, por la comprensión y estima de las instituciones humanas.

La Iglesia, además, sirve al Reino difundiendo en el mundo los «valores evangélicos», que son expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios. Es verdad, pues, que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que ésta viva los «valores evangélicos» y esté abierta a la acción del Espíritu que sopla donde y como quiere (cf. Jn 3, 8); pero además hay que decir que esta dimensión temporal del Reino es incompleta, si no está en coordinación con el Reino de Cristo, presente en la Iglesia y en tensión hacia la plenitud escatológica (Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 34: l.c, 28) 28.

Las múltiples perspectivas del Reino de Dios (Comisión Teológica Internacional, Temas selectos de eclesiología en el XX aniversario de la clausura del Conc. Ecum. Vat. II (7 de octubre de 1985), 10: «Indole escatológica de la Iglesia: Reino de Dios e Iglesia») 29 no debilitan los fundamentos y las finalidades de la actividad misionera, sino que los refuerzan y propagan. La Iglesia, es sacramento de salvación para toda la humanidad y su acción no se limita a los que aceptan su mensaje. Es fuerza dinámica en el camino de la humanidad hacia el Reino escatológico; es signo y a la vez promotora de los valores evangélicos entre los hombres (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 39) 30. La Iglesia contribuye a este itinerario de conversión al proyecto de Dios, con su testimonio y su actividad, como son el diálogo, la promoción humana, el compromiso por la justicia y la paz, la educación, el cuidado de los enfermos, la asistencia a los pobres y a los pequeños, salvaguardando siempre la prioridad de las realidades trascendentes y espirituales, que son premisas de la salvación escatológica.

La Iglesia, finalmente, sirve también al Reino con su intercesión, al ser éste por su naturaleza don y obra de Dios, como recuerdan las parábolas del Evangelio y la misma oración enseñada por Jesús. Nosotros debemos pedirlo, acogerlo, hacerlo crecer dentro de nosotros; pero también debemos cooperar para que el Reino sea acogido y crezca entre los hombres, hasta que Cristo «entregue a Dios Padre el Reino» y «Dios sea todo en todo» (1 Cor 15, 24.28).

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Cuán semejante a los latrocinios son los reinos sin justicia
Sin la virtud de la justicia, ¿qué son los reinos sino unos execrables latrocinios? Y éstos, ¿qué son sino unos reducidos reinos? Estos son ciertamente una junta de hombres gobernada por su príncipe la que está unida entre si con pacto de sociedad, distribuyendo el botín y las conquistas conforme a las leyes y condiciones que mutuamente establecieron. Esta sociedad, digo, cuando llega a crecer con el concurso de gentes abandonadas, de modo que tenga ya lugares, funde poblaciones fuertes, y magnificas, ocupe ciudades y sojuzgue pueblos, toma otro nombre más ilustre llamándose reino, al cual se le concede ya al descubierto, no la ambición que ha dejado, sino la libertad, sin miedo de las vigorosas leyes que se le han añadido; y por eso con mucha gracia y verdad respondió un corsario, siendo preso, a Alejandro Magno, preguntándole este rey qué le parecía cómo tenía inquieto y turbado el mar, con arrogante libertad le dijo: y ¿qué te parece a ti cómo tienes conmovido y turbado todo el mundo? Mas porque yo ejecuto mis piraterías con un pequeño bajel me llaman ladrón, y a ti, porque las haces con formidables ejércitos, te llaman rey. (San Agustín La Ciudad de Dios, Libro 4, Cap 4).

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