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La Encarnación del Hijo de Dios y la Anunciación a su santísima Madre

«El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).

En aquel tiempo, el Señor habló a Acaz: «Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».
Respondió Acaz: «No la pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Dios: «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros"».
(1ª lectura de la misa del 25.03.2022, Is 7,10-14; 8,10).

"Cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad»" (Hbr 10,5-7).

Concilio de Calcedonia, 4º Concilio Ecuménico (451):

«Ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad, verdaderamente Dios, y verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo; consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Hbr. 4, 15); engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo, Hijo, Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación; en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis; no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo, Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de El nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo y nos lo ha transmitido el Símbolo de los Padres» (DS 148).

Credo niceno-constantinopolitano, formulado en el 1er concilio de Constantinopla, 2º Concilio Ecuménico (381):

Creemos en un solo Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Creemos en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Pade antes de todos los siglos: Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho. Que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajo del cielo.
[En las palabras que siguen, hasta se hizo hombre, todos se inclinan].
Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre.
Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado. Y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre. Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

"El Hijo de Dios no ha venido a unirse con un hombre que hubiese nacido de María, sino que él mismo se ha hecho hombre, naciendo de ella... no ha asumido un hombre, ni descansado en un hombre que fuera Cristo, el hijo de María, sino que el Verbo de Dios se ha hecho hombre, porque para redimirnos misericordiosamente quiso asumir todo lo nuestro, con nuestra pequeñez, nuestro sufrimiento, nuestra limitación, excepto el pecado del que venía a redimirnos. San Cirilo se apoya bellísimamente en la Escritura y dice: «Dios, en su misericordia por nosotros, ha querido, Él mismo, se ha hecho pequeño como nosotros». Nosotros no blasfemamos al decir que el Hijo de Dios sufre por nosotros, sino que agradecemos el descenso misericordioso de Dios. Dios ha querido hacerlo, podía hacerlo y lo ha hecho... La «humildad de Dios» –la expresión es de san Juan de la Cruz– se había manifestado en la Encarnación".
(Francisco Canals Vidal, Los siete primeros concilios. La formulación de la ortodoxia católica, Barcelona, Editorial Scire, 2003, pp.80-81).

"El tierno descender misericordioso sobre el hombre había puesto de manifiesto (…) que fuese posible decir que quien era Dios crecía, se cansaba, trabajaba y lloraba. Por la misericordiosa economía, por la que Dios ha querido ser hombre como nosotros, es por lo que el Verbo se ha hecho hombre, no se ha unido a un hombre sino que ha asumido una naturaleza en una unidad real, personal e hipostática, y no meramente moral o de actitud. Es Dios mismo quien nace de María, María es Madre de Dios".
(Francisco Canals Vidal, Los siete primeros concilios. La formulación de la ortodoxia católica, Barcelona, Editorial Scire, 2003, pp.82-83).

La Virgen María ya era Purísima e Inmaculada desde su concepción, y lo fue más todavía al llevar en su vientre y dar a luz a Jesús, el Verbo hecho carne, pero se sometió a cumplir la prescripción legal de la purificación.

Llena de gracia
La Virgen María, cuando queda embarazada en la Encarnación, de Jesús, el Verbo hecho carne en sus entrañas, es aún más santa y pura que en su Inmaculada Concepción sin pecado original.
Jesucristo, al instituir la Eucaristía, su mayor prodigio, el de su presencia real en el pan consagrado, nos hace este mismo don infinito de estar en nuestro interior.

El modelo de la vocación apostólica de todo cristiano es la Virgen María más aún que san José

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Dice Santo Tomás de Aquino:

"Quien devota y diligentemente considere los misterios de la Encarnación, hallará en ellos una sabiduría tan profunda que excede todo conocimiento humano, según aquello de San Pablo: «Lo que parece necedad en Dios es mayor sabiduría que la de los hombres» (1 Cor 1, 25)" (Santo Tomás de Aquino, Suma contra gentiles, IV, c. 54).

E incluso considera que

«El misterio de la Encarnación es entre todas las obras divinas, el que más excede la capacidad de nuestra razón, pues no puede imaginarse hecho más admirable que este de que el Hijo de Dios, verdadero Dios, se hiciese hombre verdadero. Y siendo lo más admirable, se seguirá que todos los demás milagros estarán relacionados con la verdad de este hecho admirabilísimo porque: "lo supremo de cualquier género es causa de lo contenido en él" (Aristóteles, Metafísica I, 993b,24-26)».
(Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 27).

El Hijo, el Verbo, se hizo carne, asumió la naturaleza humana para ser obediente hasta la muerte entre sufrimientos atroces y así redimirnos. Para poder morir por nosotros, asumió la naturaleza humana, insigne locura de amor, pero quien muere es la persona y la persona es Dios Hijo, el Verbo. Y supera infinitamente nuestra capacidad racional humana que Dios pueda sufrir y morir. Claro que esto, poder sufrir y morir, es por ser hombre verdadero, como es Dios verdadero, Jesús, el Verbo hecho carne. Pudo padecer y morir porque realizó la Encarnación. Y en este sentido tiene razón Santo Tomás al considerar que la Encarnación es el misterio que más excede la capacidad racional humana. Lo que está claro es que Jesús, el Verbo hecho carne, nos amó con locura. Y así nos enseñó lo que es el amor verdadero. Y nos mandó que nos amásemos como Él nos amó. El amor ha de ser obviamente verdadero, es decir, amor con locura, como el que nos tiene Jesús. Y como nos ha mandado esto, es que nos lo va a conceder con toda seguridad. Como enseña nuestra Santa Madre Iglesia Católica Jerárquica al mandarnos profesar la fe de que Dios no nos manda mandamientos imposibles. Esto está mandado contra el jansenismo, en la condena de la primera de las proposiciones condenadas de Jansenio, y ya antes en el Concilio de Trento.

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Véase Forment en Infocatólica:

https://www.infocatolica.com/blog/sapientia.php/2008171002-lxxxviii-el-misterio-de-la-en#_ftn2

https://www.infocatolica.com/blog/sapientia.php/2102151240-c-conveniencia-y-utilidad-de#_ftnref1

https://www.infocatolica.com/blog/sapientia.php/2012150629-xcvi-el-origen-de-cristo

https://www.infocatolica.com/blog/sapientia.php/2011160107-xciv-la-persona-de-cristo

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Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
Y entrando, le dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».
María respondió al ángel:
«¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»
El ángel le respondió:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios».
Dijo María:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel dejándola se fue.
(Lc 1,26-38)

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La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo.
Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así lo tenía planeado, cuando el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
«José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta [Is 7, 14]:
Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros».
Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.
Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.
(Mt 1,18-25)

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Al entrar en este mundo, dice:
Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo (Sal 40 7-9 LXX).
Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron.
Entonces dije:
¡He aquí que vengo -pues de mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh Dios, tu voluntad!
Dice primero: Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron -cosas todas ofrecidas conforme a la Ley-, entonces - añade -: he aquí que vengo a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer el segundo.
(Hbr 10,5-9)

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Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas,
dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro
hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser.
(Sal 39/40 7-9)

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He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día.
Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día».
(Jn 6, 38-40)

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Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración.»
Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia.
Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.»
Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora.
Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú».
(Mc 14,32-36)

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Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»
Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo.»
Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú».
Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro:
«¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil».
Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así:
«Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad».
Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados.
Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.
Viene entonces donde los discípulos y les dice:
«Ahora ya podéis dormir y descansar. Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos!, ¡vámonos! Mirad que el que me va a entregar está cerca».
(Mt 26,36-469

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Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo:
«Pedid que no caigáis en tentación».
Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo:
«Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».
Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba.
Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra.
Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo:
«¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en tentación».
(Lc 22,39-46)