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«Nada temas. Yo
reinaré a pesar de mis enemigos»,
le dijo Jesús a santa Margarita María Alacoque
por Giovanni Ricciardi 30Giorni n.º 3-2011
«¡He aquí el Corazón
del cual vosotros los fieles, mi Iglesia, habéis sido generados,
como Eva del pecho de Adán! Ha sido abierto con la lanza, para
abriros la entrada del paraíso». En la primera mitad del siglo
XIV, san Antonio de Padua, en un sermón, parecía anticipar la
devoción al Sagrado Corazón que ha tenido en los últimos
siglos de la historia de la Iglesia una difusión enorme, ligada
a la figura de santa Margarita María Alacoque.
Esta religiosa de la Orden de la Visitación, fundada en 1610 por
san Francisco de Sales, en los 43 años de su breve vida conoció
gracias extraordinarias. Jesús se le apareció varias veces: la
había elegido, le dijo, para hacer conocer a todo el mundo su
Sagrado Corazón, fuente de su amor infinito por los hombres.
Había nacido en 1647 en Lauthecourt, una aldea del centro de
Francia a pocos kilómetros de Paray-le-Monial, el lugar donde
pasará su vida religiosa. Era la quinta hija de Claude Alacoque,
abogado y notario del rey Luis XIV.
Pasó la infancia primero en el castillo de Corcheval, en casa de
una madrina, y luego en un colegio ide las clarisas de Charolles.
Aquí aprendió a rezar y amar a Jesús tan ardientemente que las
monjas le permitieron hacer la primera comunión a la edad de
nueve años, una excepción en aquellos tiempos. La adoración
del Santísimo Sacramento, el Rosario: esto era lo que más
conmovía y atraía a la pequeña Margarita. «La Santísima
Virgen», escribe hablando de su infancia, «tuvo siempre
grandísimo cuidado de mí; yo recurría a ella en todas mis
necesidades y me salvaba de grandísimos peligros».
La protección especial de la Virgen la acompañará sobre todo
durante la larga enfermedad que la obligó a guardar cama durante
cuatro años, desde los diez hasta los catorce, y en los que
siguieron, hasta su ingreso en el monasterio.
Fueron años difíciles, en los que Margarita perdió a su padre
y a una hermana y se convirtió, por decirlo así, en extranjera
en su propia casa. Los parientes que su madre había llamado para
administrar los bienes de la familia la privaron a ella y a
Margarita de toda autoridad, tratándolas como siervas. Cuando
Margarita pedía un vestido decoroso para ir a misa, se lo
negaban y ella se veía obligada a pedírselo prestado a una
amiga. Además, a menudo no le permitían ni siquiera salir.
«Sin saber dónde refugiarme» escribe la santa, «iba a algún
rincón del huerto, al establo o a otro lugar secreto, en donde
podía ponerme de rodillas para derramar mi corazón en amargas
lágrimas delante de Dios».
Luego cayó enferma su madre y pudo curarse sólo gracias al amor,
los cuidados y las oraciones de Margarita, que mientras tanto
crecía y comenzaba a preguntarse qué había dispuesto Dios para
ella. A su madre le hubiera gustado verla casada y madre de
familia, pero el deseo más profundo de Margarita era consagrarse
al Señor: «Me consumía el deseo de amarle», dirá más tarde.
A los 22 años recibió la confirmación y añadió a su nombre
de pila el de María, y unos años más tarde, venciendo por fin
la oposición de la familia, logró coronar su sueño de hacerse
monja y entró en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial.
Era el 25 de mayo de 1671.
«Como un lienzo ante un pintor»
Al entrar en el monasterio se vio como perdida en medio de los
ritos y de las fórmulas latinas que no entendía. Le pidió
entonces a la maestra de las novicias que le enseñara a rezar.
Ésta le respondió: «¡Id a poneros delante de nuestro Señor
como un lienzo ante un pintor!». Sor Margarita María no lo
comprendió enseguida, y mientras estaba un día reflexionando
sobre el sentido de esas palabras, oyó una voz interior que le
decía: «Ven, Yo te enseñaré». En ese momento, recuerda la
santa, Jesús se le acerca dándole una gran paz. Él se
encargaría de todo.
Su amor por Jesús la lleva a pasar en oración ante el
Santísimo Sacramento muchas más horas que sus hermanas de
congregación, las cuales empiezan a mirarla con desconfianza y
recelo; pensaban que quería llamar la atención, y así le
encargan los trabajos más humildes, para mantenerla con
los pies en el suelo. Por ejemplo, la mandaban al prado del
monasterio a controlar que una burra y su cría no entrasen a
comer en el huerto. Una vez, sor Margarita María, ensimismada en
la oración, se olvida hacerlo, pero, a pesar de esto, con gran
asombro de las otras religiosas, los animales no estropean nada.
La vida continuaba, dividida entre la oración y el trabajo. A
sor Margarita María le encargan que se ocupe de la enfermería
del monasterio, y a veces sufría por la dureza con que la
trataban las superioras. Margarita no respondía a las
acusaciones y trataba de hacer las cosas tal y como se lo
mandaban.
Discípula predilecta del Sagrado Corazón
Todo esto fue el preludio de la primera aparición y revelación
del Sagrado Corazón a sor Margarita María, y de la misión que
le fue confiada de hacerlo conocer al mundo, que ocurrió el 27
de diciembre de 1673: «Mi divino Corazón», le dijo Jesús,
«está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en
particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas
de su ardiente caridad, le es preciso comunicarlas por medio de
ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos
dones que te estoy descubriendo, los cuales contienen las gracias
santificantes».
A partir de ese día Jesús se le aparece otras muchas veces.
Durante una aparición de 1674, Jesús le pide dos cosas
sencillas y concretas: comulgar todos los primeros viernes del
mes y pasar una hora rezando todos los jueves de once a doce de
la noche, en recuerdo de su agonía en el Huerto de los Olivos, y
para pedir misericordia por los pecadores. Oración y sacramentos:
los caminos ordinarios que abren a la gracia de Dios, es decir, a
su Sagrado Corazón.
Para todos los que hubiesen seguido estas prácticas, Jesús
añadió unas promesas, y le encargó a sor Margarita María que
las hiciera conocer al mundo. Margarita no sabía cómo hacerlo,
rodeada como estaba por la desconfianza de sus hermanas, que ni
siquiera le permitían hacerse una imagen del Sagrado Corazón y
exponerla públicamente. Pero Jesús la animaba. En una de sus
apariciones le dijo: «Nada temas. Yo reinaré a pesar de mis
enemigos y de cuantos se opongan a ello». «Esto me consolaba
mucho», añade la santa en su autobiografía, «porque sólo
deseaba verlo reinar. Puse, pues, en sus manos la defensa de la
causa, mientras yo sufriría en silencio».
Pronto, en efecto, le llegó la ayuda del padre jesuita Claude La
Colombière, que durante muchos años fue su director espiritual,
y reconoció como inspiradas verdaderamente por Dios las
revelaciones que sor Margarita María había recibido. La animó,
defendió su causa ante las superioras de la Visitación y él
mismo se convirtió en apóstol de la devoción al Sagrado
Corazón.
Poco a poco, primero su monasterio, luego algunas familias, y en
fin muchísimas personas estando aún en vida santa Margarita
María se sumaron a la devoción al Sagrado Corazón, que
después de su muerte conoció un difusión extraordinaria, por
lo que, a menos de cien años de la desaparición de Margarita
María, Clemente XIII, solicitado a instituir para toda la
Iglesia una fiesta del Sagrado Corazón,se enteró con asombro
que ya existían en el mundo 1.090 hermandades consagradas a él,
y se convenció a conceder esta fiesta el 6 de febrero de 1765.
Más tarde el papa León XIII acogió plenamente el mensaje de
santa Margarita María, consagrando el mundo entero al Sagrado
Corazón el 11 de junio de 1899. Veinte años después, en París,
sobre la colina de Montmartre, donde san Dionisio había padecido
el martirio junto con sus compañeros, fue consagrada la gran
Basílica del Sagrado Corazón que domina la capital de Francia.
Paralelamente a estos actos públicos, se difundió cada vez más
en todo el mundo católico la devoción al Sagrado Corazón.
Respecto a Margarita María, su vida concluyó, en los últimos
años, con una creciente petición de consejos espirituales y con
un número cada vez mayor de personas que querían ver y tocar a
aquella que había visto y tocado, como santo Tomás, el Corazón
de Jesús. Pero esto no hacía más que aumentar su deseo de
vivir apartada, la aspiración que había resumido en una frase:
«Todo de Dios y nada mío, todo para Dios y nada para mí, todo
por Dios y nada por mí!». Esta frase era la simple respuesta a
las palabras amorosas que Jesús le había dirigido directamente
poco tiempo antes: «Yo soy tu vida y tú no vivirás más que en
mí y para mí».
Promesas del
Sagrado Corazón
En los escritos de santa Margarita María Alacoque se hallan
numerosas promesas que hizo Jesús a los devotos de su Sagrado
Corazón. Las de esta lista, sacadas de las cartas de la santa,
nos recuerdan de manera sintética y fácil las gracias ligadas a
esta devoción