........Escritos 2022.....Escritos 2021....Escritos 2020 y anteriores.....Textos 2022-6 ...Textos 2022-4.....Textos 2022 .....Textos 2021........Textos 2020 y anteriores......Artículos.....Textos.....Enseñanzas pontificias.... ...INDEX

 

«Nada temas. Yo reinaré a pesar de mis enemigos»,
le dijo Jesús a santa Margarita María Alacoque
por Giovanni Ricciardi 30Giorni n.º 3-2011

«¡He aquí el Corazón del cual vosotros los fieles, mi Iglesia, habéis sido generados, como Eva del pecho de Adán! Ha sido abierto con la lanza, para abriros la entrada del paraíso». En la primera mitad del siglo XIV, san Antonio de Padua, en un sermón, parecía anticipar la devoción al Sagrado Corazón que ha tenido en los últimos siglos de la historia de la Iglesia una difusión enorme, ligada a la figura de santa Margarita María Alacoque.
Esta religiosa de la Orden de la Visitación, fundada en 1610 por san Francisco de Sales, en los 43 años de su breve vida conoció gracias extraordinarias. Jesús se le apareció varias veces: la había elegido, le dijo, para hacer conocer a todo el mundo su Sagrado Corazón, fuente de su amor infinito por los hombres.
Había nacido en 1647 en Lauthecourt, una aldea del centro de Francia a pocos kilómetros de Paray-le-Monial, el lugar donde pasará su vida religiosa. Era la quinta hija de Claude Alacoque, abogado y notario del rey Luis XIV.
Pasó la infancia primero en el castillo de Corcheval, en casa de una madrina, y luego en un colegio ide las clarisas de Charolles. Aquí aprendió a rezar y amar a Jesús tan ardientemente que las monjas le permitieron hacer la primera comunión a la edad de nueve años, una excepción en aquellos tiempos. La adoración del Santísimo Sacramento, el Rosario: esto era lo que más conmovía y atraía a la pequeña Margarita. «La Santísima Virgen», escribe hablando de su infancia, «tuvo siempre grandísimo cuidado de mí; yo recurría a ella en todas mis necesidades y me salvaba de grandísimos peligros».
La protección especial de la Virgen la acompañará sobre todo durante la larga enfermedad que la obligó a guardar cama durante cuatro años, desde los diez hasta los catorce, y en los que siguieron, hasta su ingreso en el monasterio.
Fueron años difíciles, en los que Margarita perdió a su padre y a una hermana y se convirtió, por decirlo así, en “extranjera” en su propia casa. Los parientes que su madre había llamado para administrar los bienes de la familia la privaron a ella y a Margarita de toda autoridad, tratándolas como siervas. Cuando Margarita pedía un vestido decoroso para ir a misa, se lo negaban y ella se veía obligada a pedírselo prestado a una amiga. Además, a menudo no le permitían ni siquiera salir. «Sin saber dónde refugiarme» escribe la santa, «iba a algún rincón del huerto, al establo o a otro lugar secreto, en donde podía ponerme de rodillas para derramar mi corazón en amargas lágrimas delante de Dios».
Luego cayó enferma su madre y pudo curarse sólo gracias al amor, los cuidados y las oraciones de Margarita, que mientras tanto crecía y comenzaba a preguntarse qué había dispuesto Dios para ella. A su madre le hubiera gustado verla casada y madre de familia, pero el deseo más profundo de Margarita era consagrarse al Señor: «Me consumía el deseo de amarle», dirá más tarde.
A los 22 años recibió la confirmación y añadió a su nombre de pila el de María, y unos años más tarde, venciendo por fin la oposición de la familia, logró coronar su sueño de hacerse monja y entró en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial. Era el 25 de mayo de 1671.

«Como un lienzo ante un pintor»
Al entrar en el monasterio se vio como perdida en medio de los ritos y de las fórmulas latinas que no entendía. Le pidió entonces a la maestra de las novicias que le enseñara a rezar. Ésta le respondió: «¡Id a poneros delante de nuestro Señor como un lienzo ante un pintor!». Sor Margarita María no lo comprendió enseguida, y mientras estaba un día reflexionando sobre el sentido de esas palabras, oyó una voz interior que le decía: «Ven, Yo te enseñaré». En ese momento, recuerda la santa, Jesús se le acerca dándole una gran paz. Él se encargaría de todo.
Su amor por Jesús la lleva a pasar en oración ante el Santísimo Sacramento muchas más horas que sus hermanas de congregación, las cuales empiezan a mirarla con desconfianza y recelo; pensaban que quería llamar la atención, y así le encargan los trabajos más humildes, para mantenerla “con los pies en el suelo”. Por ejemplo, la mandaban al prado del monasterio a controlar que una burra y su cría no entrasen a comer en el huerto. Una vez, sor Margarita María, ensimismada en la oración, se olvida hacerlo, pero, a pesar de esto, con gran asombro de las otras religiosas, los animales no estropean nada.
La vida continuaba, dividida entre la oración y el trabajo. A sor Margarita María le encargan que se ocupe de la enfermería del monasterio, y a veces sufría por la dureza con que la trataban las superioras. Margarita no respondía a las acusaciones y trataba de hacer las cosas tal y como se lo mandaban.

Discípula predilecta del Sagrado Corazón
Todo esto fue el preludio de la primera aparición y revelación del Sagrado Corazón a sor Margarita María, y de la misión que le fue confiada de hacerlo conocer al mundo, que ocurrió el 27 de diciembre de 1673: «Mi divino Corazón», le dijo Jesús, «está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su ardiente caridad, le es preciso comunicarlas por medio de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo, los cuales contienen las gracias santificantes».
A partir de ese día Jesús se le aparece otras muchas veces. Durante una aparición de 1674, Jesús le pide dos cosas sencillas y concretas: comulgar todos los primeros viernes del mes y pasar una hora rezando todos los jueves de once a doce de la noche, en recuerdo de su agonía en el Huerto de los Olivos, y para pedir misericordia por los pecadores. Oración y sacramentos: los caminos ordinarios que abren a la gracia de Dios, es decir, a su Sagrado Corazón.
Para todos los que hubiesen seguido estas prácticas, Jesús añadió unas promesas, y le encargó a sor Margarita María que las hiciera conocer al mundo. Margarita no sabía cómo hacerlo, rodeada como estaba por la desconfianza de sus hermanas, que ni siquiera le permitían hacerse una imagen del Sagrado Corazón y exponerla públicamente. Pero Jesús la animaba. En una de sus apariciones le dijo: «Nada temas. Yo reinaré a pesar de mis enemigos y de cuantos se opongan a ello». «Esto me consolaba mucho», añade la santa en su autobiografía, «porque sólo deseaba verlo reinar. Puse, pues, en sus manos la defensa de la causa, mientras yo sufriría en silencio».
Pronto, en efecto, le llegó la ayuda del padre jesuita Claude La Colombière, que durante muchos años fue su director espiritual, y reconoció como inspiradas verdaderamente por Dios las revelaciones que sor Margarita María había recibido. La animó, defendió su causa ante las superioras de la Visitación y él mismo se convirtió en apóstol de la devoción al Sagrado Corazón.
Poco a poco, primero su monasterio, luego algunas familias, y en fin muchísimas personas estando aún en vida santa Margarita María se sumaron a la devoción al Sagrado Corazón, que después de su muerte conoció un difusión extraordinaria, por lo que, a menos de cien años de la desaparición de Margarita María, Clemente XIII, solicitado a instituir para toda la Iglesia una fiesta del Sagrado Corazón,se enteró con asombro que ya existían en el mundo 1.090 hermandades consagradas a él, y se convenció a conceder esta fiesta el 6 de febrero de 1765.
Más tarde el papa León XIII acogió plenamente el mensaje de santa Margarita María, consagrando el mundo entero al Sagrado Corazón el 11 de junio de 1899. Veinte años después, en París, sobre la colina de Montmartre, donde san Dionisio había padecido el martirio junto con sus compañeros, fue consagrada la gran Basílica del Sagrado Corazón que domina la capital de Francia.
Paralelamente a estos actos públicos, se difundió cada vez más en todo el mundo católico la devoción al Sagrado Corazón.
Respecto a Margarita María, su vida concluyó, en los últimos años, con una creciente petición de consejos espirituales y con un número cada vez mayor de personas que querían ver y tocar a aquella que había visto y tocado, como santo Tomás, el Corazón de Jesús. Pero esto no hacía más que aumentar su deseo de vivir apartada, la aspiración que había resumido en una frase: «Todo de Dios y nada mío, todo para Dios y nada para mí, todo por Dios y nada por mí!». Esta frase era la simple respuesta a las palabras amorosas que Jesús le había dirigido directamente poco tiempo antes: «Yo soy tu vida y tú no vivirás más que en mí y para mí».

 

 

 

 

 

Promesas del Sagrado Corazón
En los escritos de santa Margarita María Alacoque se hallan numerosas promesas que hizo Jesús a los devotos de su Sagrado Corazón. Las de esta lista, sacadas de las cartas de la santa, nos recuerdan de manera sintética y fácil las gracias ligadas a esta devoción