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La salvación es por la gracia

Esto es doctrina de la Iglesia y aparece documentado en múltiples lugares de la Biblia. Por ejemplo:

Se levantó Pedro y les dijo: «Hermanos, vosotros sabéis que, desde los primeros días, Dios me escogió entre vosotros para que los gentiles oyeran de mi boca la palabra del Evangelio, y creyeran... creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús» (Hch 15, 7; 11).

En realidad aún podemos pecar, incluso mortalmente. Y si lo hacemos, tenemos necesidad de la gracia para arrepentirnos y conseguir el perdón, mediante una buena confesión. Y cuando así obramos es que hemos recibido de Dios una gracia muy especialmente misericordiosa, pero muy común y muy fácilmente y continuamente otorgada, la de hacer una buena confesión y recibir así el sacramento de la penitencia. Y a continuación seguimos teniendo el problema de siempre en esta vida mortal y de arduo combate. El problema de que necesitamos hacer la voluntad de Dios, vivir y obrar según Dios, porque es nuestra obligación y porque es nuestro bien, pero por las secuelas del pecado original, nuestra voluntad es insumisa respecto a Dios, y a su vez, nuestras potencias superiores tienen insumisas a las inferiores. Puede verse una explicación detallada aquí: Las heridas que dejó el pecado original en nuestra naturaleza humana, según santo Tomás.

La virtud de la esperanza, como decía Canals, no sólo incluye la de recibir la salvación, sino recibir además las gracias necesarias para conseguirla. Y estas gracias que esperamos con esperanza recibir son, por una parte, las necesarias para realizar las buenas obras imprescindibles para conseguir la salvación; y por otra parte, las del arrepentimiento y el perdón cuando no hemos realizado esas buenas obras, a causa de haber hecho el esfuerzo culpable de resistirnos a las gracias necesarias para realizarlas. Porque, como también decía Canals,  el obrar bien, conforme a la gracia recibida es causado por la gracia misma, es causado por el mismo Dios; mientras que el obrar mal es causado por nosotros mismos, es por nuestra culpa.

El papa León XIV ha dicho: "La salvación no aparece por encanto, sino por un misterio de gracia y de fe, del amor de Dios que nos precede, y de la adhesión confiada y libre por parte del hombre (cf. 2 Tm 1,12 ["Sé de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para velar por mi depósito hasta aquel día"])" (Homilía del papa León XIV en su toma de posesión de la Basílica de San Pablo Extramuros el 20 de mayo de 2025). Y podemos aportar el recordatorio de que según la doctrina enseñada por santo Tomás, la adhesión confiada y libre por parte del hombre, varón y mujer, es efecto de la eficacia intrínseca de la propia gracia.

Canals decía:

"El que obra bien, obra bien por la gracia, por la eficacia intrínseca de la gracia; el que obra mal, obra mal por su culpa, por resistirse a la gracia. El que obra bien, podría haber obrado mal, e incluso, cuando obra bien, podría obrar mal"

"Obrar bien es por efecto de la gracia. Obrar mal es por nuestra culpa".

"Los santos, cuando obraban bien, siempre tenían la posibilidad de obrar mal".

"Siempre se puede resistir a la gracia. Los santos cuando obedecían y eran fieles a la gracia podrían haber resistido y desobedecido".

"En esta vida siempre existe la posibilidad de resistir a la gracia. Los santos cuando obedecían y eran fieles a la gracia podrían haber resistido y desobedecido".

Podemos aportar:

"Para recibir la gracia es necesario el consentimiento del sujeto que la recibe, ya que por medio de ella se realiza un cierto matrimonio espiritual entre Dios y el alma".
(Santo Tomás, Suma Teológica, 1 q 95 a 1, 5).

[Y el consentimiento lo causa la gracia. Si rehusamos el consentimiento es por nuestra culpa, Dios no es el causante, ni por acción ni por omisión, de que rehusemos el consentimiento].

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El mismo Canals lo tiene dicho por escrito. Explicando la posición de santo Tomás de Aquino en su comentario sobre el texto Rom 4,4 de san Pablo, dice Canals:

"Como enseñó santo Tomás, aunque la justificación del impío... no se da sine nobis consentientibus, sin un movimiento del libre albedrío (STh, I-II, 113, 1 in c), «este movimiento no es causa de la gracia, sino su efecto y así toda la acción de la justificación hay que atribuirla a Dios solo (STh, I-II, 111, 2 ad 2)».
El autor de la justificación es Dios y... el beneficiario de ella es el «impío», el pecador. Así habla precisamente el concilio de Trento, que... enseña que nos salvamos por la fe y gratuitamente, es decir no por nuestros méritos, ni por nuestras obras, porque «nada de lo que precede a la justificación, ya sea la fe, ya las obras, merece la gracia misma de la justificación, porque si es por gracia ya no es por las obras; en otro caso (como el mismo Apóstol dice) la gracia ya no es gracia (DS 1532)».
(F. Canals Vidal, La justificación por la fe, Cristiandad, Barcelona, nn. 823-824, enero-febrero, 2000. Obras Completas, 3, pág. 425).

El texto de san Pablo dice:

«Al que no trabaja, pero cree...se le abona su fe a cuenta de justicia: así como también David expresa su parabién al hombre a quien Dios abona justicia sin obras».
( Rom 4,4 )

Y el comentario de santo Tomás de Aquino es:

«Al que no obra..., pero cree en el que justifica al impío, se computará esta su fe como justicia..., no ciertamente de manera que por la fe se merezca la justicia, sino porque el mismo creer es el primer acto de la justicia que Dios obra en él».
(Santo Tomás de Aquino, Ad Rom, 4,4, lec. 1, n. 331; cit. por F. Canals Vidal, ib. pág. 424).

Canals explica en el mismo lugar que "conviene hacer una distinción, por lo menos de concepto entre justificación y santificación". [Justificación es salir del pecado mortal y llegar a estar en gracia. Esto es obra solo de Dios con la gracia operante que, además de dar ya la justificación, la conversión, capacita para poder hacer buenas obras meritorias. Dios concede hacer buenas obras y méritos mediante la gracia cooperante que nos capacita para ser hijos de Dios, para ser santos. Y esto, Dios nos lo da como gracia y como recompensa de los méritos que Dios mismo nos concede hacer].

Dice así Canals:

"A la justificación en cuanto tal no precede mérito alguno humano, y tiene por autor a solo Dios, que obra con su gracia operante en nosotros, sin nosotros..
(F. Canals Vidal, ib. pág. 425).

Y en cuanto a a ser hechos hijos de Dios y santos, con las buenas obras meritorias que Dios concede hacer con la gracia cooperante, Canals utiliza para explicarlo un texto de 1671 del gran Bossuet:

"La Iglesia Católica enseña que la vida eterna debe ser propuesta a los hijos de Dios como una gracia... y también como una recompensa que se da fielmente a sus buenas obras y a sus méritos... Pero como toda su santidad proviene de Dios que la causa en nosotros, la misma Iglesia ha recibido en el Concilio de Trento, como doctrina de fe católica, la palabra de san Agustín, según la cual Dios al coronar los méritos de sus servidores, corona sus propios dones".
(Bossuet, Exposition de la doctrine de l'Eglise Catholique, Oeuvres Complétes, 31, 1829, pp. 85-87; cit. por F. Canals Vidal, ib. pág. 427).

[Canals rechazaba radicalmente el semijansenismo y el semicalvinismo y no sólo el semipelagianismo, y abominaba de la aberrante pseudoexplicación molinista]

Ahora bien, las buenas obras imprescindibles para conseguir la salvación son las realizadas con amor, con caridad, como preceptúa taxativamente, de parte de Dios, san Pablo:

"Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, de nada me serviría" (1 Cor 13,3).

Y como explica santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica, yendo más allá que san Agustín, la caridad es un hábito infundido por el Espíritu Santo (2a-2ae, q. 23, a. 2c):

"Es necesario que la voluntad sea impulsada por el Espíritu Santo a amar, de tal manera que ella misma sea también causa de ese acto... ninguna virtud tiene tan fuerte inclinación a su acto como la caridad, ni ninguna actúa tan deleitablemente como ella. Resulta, pues, particularmente necesario para el acto de caridad que haya en nosotros alguna forma habitual sobreañadida a la potencia natural, que la incline al acto de caridad y haga que actúe de manera pronta y deleitable.

Y la caridad, amar a Dios, consiste en cumplir sus mandamientos, como dice Jesús reiteradamente en el Evangelio:

"Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor... Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando" (Jn 15, 10; 14).

Por lo cual santo Tomás explica :

"La caridad consiste en amar a Dios sobre todo, y que el hombre le esté sometido por completo, refiriendo todas las cosas a Él. Es, por lo mismo, esencial a la caridad amar a Dios de tal manera que se quiera estarle sujeto en todo y seguir en todo la regla de sus mandamientos, ya que contraría a la caridad lo que sea contrario a sus preceptos, y por eso puede excluirla. ... La caridad, por ser hábito infuso, depende de la acción de Dios que la infunde... cesa de estar la caridad en el alma al instante cuando se interpone algún obstáculo al influjo divino de la caridad..., del solo hecho de que el hombre, al elegir, prefiera el pecado a la amistad divina, que exige el cumplimiento de su voluntad, se sigue que, inmediatamente, por un solo pecado mortal, se pierda el hábito de la caridad" (ib., 2a-2ae, q. 24, a. 12c).

Y, por eso, "la raíz del mérito está en la caridad" (1-2 q.114, a.4).

Porque a mayor abundamiento, como explica también santo Tomás de Aquino en el mismo lugar citado, la caridad esencialmente "consiste en que Dios sea amado sobre todas las cosas y que el hombre le esté sometido por completo, enderezando todo lo suyo a Él, ... la amistad divina nos manda cumplir su voluntad" (ib., Suma de Teología, 2ª-2ae, 24, 12c).

Tener caridad es vivir y obrar unidos a Dios, estar enraizados en el amor de Dios, en el amor infinitamente misericordioso que Dios nos tiene; no desarraigarnos de su amor; lo cual tiene un mínimo, que es estar en gracia de Dios: cometer un pecado mortal es poner un obstáculo que impide por completo que nos llegue la acción de Dios que infunde y mantiene en nosotros la caridad.

Porque tener caridad es recibir de Dios Su gracia, la Gracia Increada, el Espíritu Santo, a causa de que la caridad no es un hábito adquirido por nosotros mismos, sino que es un hábito infuso, como explica Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica (ib., 2a-2ae, q. 24, a. 12c). Y como explica allí mismo el aquinate, según hemos visto: "por un solo pecado mortal, se pierda el hábito de la caridad" (2a-2ae, q. 24, a. 12c)

Por consiguiente, los actos asistenciales realizados en pecado mortal son nulos, por ser realizados sin tener caridad, como enseña Dios por medio de san Pablo en el lugar citado (1 Cor 13,3). Y cometer un pecado mortal anula todo el valor sobrenatural de los actos que hemos realizado en gracia. Pero al recuperar la gracia, porque Dios por su infinita misericordia nos perdona, por ejemplo, al recibir el sacramento de la penitencia o confesión, entonces recuperamos con creces todo el valor de los actos que habíamos realizado en gracia.

Santo Tomás de Aquino enseña que hay actos de virtud que sólo lo son materialmente, son actos de virtud realizados sin virtud, por motivos de razón natural, como el temor o la esperanza de conseguir algo; mientras que los actos que son formalmente de virtud son realizados por Dios, como los actos de justicia que hace el justo, a saber, pronta y deleitablemente, estos actos no se realizan sin virtud. Según esto, dar limosna formalmente, es darla por Dios, deleitable y prontamente; y este modo no se da sin caridad. (S. Th. 2-2 q. 32 a. 1 ad 1).

Como decía Canals, según Aristóteles obras justas son las del hombre justo.

También aparece en este texto de santo Tomás que las obras formalmente de virtud son las hechas por amor de Dios, por cumplir la voluntad de Dios. Y sus características son hacerlas con prontitud y con placer. Y no remoloneando y sufriendo. Y también aparece el caso de hacer obras sólo materialmente de virtud, hechas sin virtud, sino con cálculo interesado, por interés propio; es obrar según uno mismo, como si Dios no existiera. Obrar según uno mismo es lo que quiere Satanás que hagamos, es estar sometidos al imperio de Satanás; el que destruirá Jesús, el Verbo hecho carne, a su vuelta, y sobre cuyas ruinas edificará su reinado liberador, mal que les pese a sus enemigos y a los que a ello se quieran oponer, como Él mismo tiene prometido por medio de santa Margarita María Alacoque.

Al final nos examinarán del amor: si dimos de comer al hambriento, si visitamos a los enfermos y presos, si hicimos estas y las demás obras de misericordia corporales; y si esas obras se nos pueden contar como válidas, es decir, si como mínimo, hemos muerto en gracia de Dios; en ese caso, el Rey Jesús, el Verbo hecho carne, nos dirá que vayamos con Él al Cielo, pero si no hicimos obras de misericordia corporales que se nos puedan contar como válidas, es decir, si no hemos muerto en gracia de Dios, nos dirá que vayamos al fuego eterno. Como Él mismo nos enseñó refiriéndose a su segunda venida como rey (Mt 25, 31-46). Y sin olvidarnos de las obras de misericordia espirituales, ni de realizar unas y otras por amor de Dios.

Estar en gracia al morir es un mínimo; hay que hacer las obras de misericordia corporales y espirituales formalmente por amor de Dios, hacerlas porque Dios lo quiere; hacerlas por caridad, hacerlas unidos a Dios. Porque, como enseña santo Tomás de Aquino allí mismo (Suma Teológica, 2a-2ae, q. 24, a. 12c), la caridad esencialmente "consiste en que Dios sea amado sobre todas las cosas y que el hombre le esté sometido por completo, enderezando todo lo suyo a Él, ... la amistad divina nos manda cumplir su voluntad". Hay que hacer las obras de misericordia en unión con Dios y en completa sumisión a Dios, si no, no tienen valor de vida eterna; y si se alardea de que se hacen por "justicia", aún valen menos; y si se hacen para ser vistos, ya tenemos nuestra paga en eso, como enseñó el Señor; y si se hacen porque uno mismo lo quiere, políticamente o socialmente, entonces es hacerlas carnalmente, como quiere Satanás. La pseudoteología del anticristo es hablar de hacer las obras de misericordia, materialmente, o carnalmente, o por "pseudojusticia" social, al margen de Dios, no por caridad, ni por amor, no porque Dios lo quiere, no por la gracia, ni estando en gracia, como mínimo, al morir; suplantar la caridad, el amor de Dios, el reino de Dios, por lo "social" sin Dios, lo asistencial sin Dios; y encima por pseudojusticia social, para más inri.

El amor al prójimo ha de ser formalmente por amor de Dios; como Nuestro Señor Jesucristo, el Verbo hecho carne, nos ha amado; y ha de ser porque Él lo manda, si es sólo porque nosotros queremos, es solo materialmente o según la carne, carnalmente, y no sirve:

"Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,34-35; Jn 15,12; Jn 15,10; 1Jn 2,7; 2Jn 5).

Es nuevo este mandamiento, porque amar al prójimo como a sí mismo, a uno mismo, ya estaba en el Antiguo Testamento, pero ya éste antiguo, ha de ser por amor de Dios y porque Él lo manda; si quitamos el palo vertical, el horizontal se cae.

No se puede, no se debe, separar el reinado de Jesucristo de su amor. Amarle a Jesús, el Verbo hecho carne es tenerle como rey, obedecerle, cumplir sus mandamientos:

"Si me amáis, guardaréis mis mandamientos (Jn 14,15).

Juan Leal comenta: "El amor está en la obediencia, cf. v. 21", (en La Sagrada Escritura, comentario por profesores de la Compañía de Jesús, Nuevo Testamento, vol. I, pg. 1.017)

Y este versículo 21 dice en efecto:

"El que conoce mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama será amado de mi Padre, y yo le amaré y yo me manifestaré a él" (Jn 14,21)... "Todo el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y moraremos en él. El que no me ama no guarda mis palabras... El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará cuanto os he dicho" (Jn 14,23-26)

Así pues para conseguir la vida eterna, la salvación, que Dios nos da, Él también nos da hacer las obras requeridas para ello y nos da también la gracia para conseguir el perdón por los incumplimientos.