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San José, ejemplo de abandono confiado a la Divina Providencia.....Ejemplaridad cotidiana de san José

José, introductor al evangelio de las Bienaventuranzas

Francisco Canals Vidal. CRISTIANDAD. Barcelona, abril de 2007

«Considero, en efecto, que si volviera a reflexionar sobre la participación del esposo de María en el misterio divino, podría la Iglesia, en camino hacia el futuro junto con toda la humanidad, encontrar su identidad en el ámbito del designio redentor, que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación».

Juan Pablo II escribió estas palabras en la introducción a la exhortación apostólica Redemptoris custos, de 15 de agosto de 1989, en «Sobre la misión y figura de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia». Las palabras de Juan Pablo II son misteriosas y, a la vez, estimulantes y alentadoras. El Papa expresa en ellas una actitud de decidida invitación a la Iglesia a reflexionar «de nuevo» sobre san José, como partícipe, con su esposa María, del misterio divino, y asegura que la Iglesia, si tomase de nuevo el camino de la reflexión sobre san José, podría encontrar continuamente su identidad.

Los implícitos de estas palabras son tremendos y no hemos de temer explicitarlos: un cierto abandono del pensamiento sobre san José (que el Papa, recordemos, invita «de nuevo» a emprender) y la seguridad de que, reemprendiéndolo, la Iglesia podría encontrar continuamente su identidad. Se observa, pues, cierta urgencia en la toma de conciencia para evitar la pérdida de identidad (es decir, la ignorancia o, por lo menos, la desatención a la esencia de la Iglesia y a sus caminos, que tiene que realizar «con toda la humanidad») de la Iglesia, que se mueve en el ámbito del designio redentor, fundado en la Encarnación. Reiteremos, pues: si la Iglesia piensa de nuevo en san José, será de nuevo consciente de su esencia y de su misión redentora, fruto de la Encarnación del Hijo de Dios.

No recuerdo si algún otro documento pontificio se inicia con consideraciones de tanta trascendencia y gravedad. Pero, en fin, éste, ciertamente, se introduce con las advertencias de Juan Pablo II que inequívocamente invitan a un renovado pensamiento sobre san José, del que la Iglesia espera el reencuentro con su naturaleza misma y con la finalidad redentora de la humanidad.

Si alguien juzga que esta actitud de Juan Pablo II es algo sorprendente, algo nuevo, algo así como si dijéramos «sin precedentes», y que se quiere con ella llamar la atención sobre san José de una forma nunca hecha hasta ahora, estará precisamente fuera del ambiente de lo que ha sido el magisterio de la Iglesia y la conciencia del pueblo cristiano.

El papa Paulo VI, de quien recordamos siempre la estupenda declaración de «María como Madre de la Iglesia», nos orientó sobre la reflexión en torno a san José con una advertencia decisiva: este Papa nos invitó a contemplar a san José como «introductor al evangelio de las Bienaventuranzas». Paulo VI explicita, con profundas consideraciones, esta determinación o calificación del papel de José en la historia de la Salvación:

«Hubiéramos podido suponer en él un hombre poderoso, en actitud de abrir el camino a Cristo que llega al mundo; o acaso un profeta, un sabio, un hombre de actividad sacerdotal, para acoger al Hijo de Dios entrado en la generación humana y en medio de nosotros. Por el contrario, se trata de lo más corriente, modesto y humilde que pueda pensarse. Está bien que meditemos el aspecto singular que revistió la venida de Jesús a la tierra. Fue Él quien dispuso que el cuadro privado y personal para esa su venida fuese de extrema sencillez.

Y ahora otro pensamiento: puesto que José pertenecía a la descendencia de David, podría creerse que se tratara de alguien que estuviera relacionado con los que suelen rodear un trono, y que se levantase en el marco de algún acontecimiento guerrero, o dentro del drama de la contienda política. Por el contrario, nos hallamos en el umbral de un misérrimo taller de artesano de Nazaret.

Éste es José, que pertenece, sí, al linaje de David, pero que, sin que por ello le alcance ningún título o género de gloria, sino que, por verdadero contraste, se halla nivelado con el común de los hombres, sin historia y sin renombre. No sólo esto: sino que, a pesar de su cualidad de jefe de la familia humana dentro de la cual se dignó vivir Jesús, el Evangelio nada nos dice en particular sobre él: un hombre silencioso, pobre, esclavo del deber a pesar de su ascendencia real. «Fue justo». Es éste el único atributo que le atribuye el Evangelio, pero es suficiente para trazar el cuadro social elegido por Nuestro Señor para sí.

Podríamos, por ello, ignorar su figura y no detenernos ante ella de ninguna manera, pero entonces no comprenderíamos la doctrina que el Divino Maestro nos enseñaba: la Buena Nueva enseñada de una forma característica desde sus principios, la de ser anunciada a los pobres, a los humildes y a cuantos tienen necesidad de ser consolados y redimidos. Por eso, el evangelio de las Bienaventuranzas comienza con un introductor que se llama José. Nos hallamos ante un cuadro encantador y que nosotros, aunque fuéramos artistas, correríamos el riesgo de idealizar inadecuadamente. Por esto es el mismo Señor el que nos presenta a este introductor en las formas más humanas, las menos solemnes y las más accesibles a todos.

Por otra parte, hay otro aspecto especial que merece ser tratado y comprendido. La modesta vida, que se entrelaza con la de Jesús naciente y con la de la bienaventurada Virgen, tiene cierto colorido característico, más bello y misterioso. Recordemos el pasaje de san Mateo que hemos leído. Por tres veces en el Evangelio se habla de coloquios de un ángel con José durante el sueño. José era guiado y aconsejado en su intimidad por el mensajero celestial, según un dictado de la voluntad de Dios que se anteponía a sus acciones. Y, por lo mismo, su ordinario comportamiento estaba movido por un diálogo arcano que le señalaba lo que debía hacer: «¡José, no temas, haz esto! ¡Ve! ¡Vuelve!».

¿Qué es, entonces, lo que entrevemos en nuestro querido y modesto personaje? Vemos en él la docilidad, excepcional prontitud en obedecer y en ejecutar, no discute, no duda, no aduce derechos o aspiraciones. Se somete totalmente a la palabra que se le dirige. Sabe que su vida ha de desenvolverse a la manera de un drama, aunque transfigurado a un nivel extraordinario de pureza y de sublimidad, y muy superior al de todo anhelo o cálculo humano. José acepta su destino porque se le ha dicho: «No temas recibir a María como a tu esposa, puesto que el que ha nacido en ella es obra del Espíritu Santo».
(
Pablo VI: Homilía del 19 de marzo de 1968, http://w2.vatican.va/content/paul-vi/it/homilies/1968/documents/hf_p-vi_hom_19680319.html ).

Había sido también Paulo VI el que, en una alocución en una audiencia ordinaria, y dirigiéndose a un grupo llamado Équipes de Notre Dame, había caracterizado la pareja humana matrimonial de José y María como el instrumento elegido para introducir en la humanidad la gracia divina salvadora, contraponiéndola a la pareja de Adán y Eva, a quienes Dios permitió que introdujesen en la humanidad los efectos del pecado original. Juan Pablo II citó de nuevo las palabras de Paulo VI en la misma Redemptoris custos.

Juan XXIII llama al matrimonio de María y José «unión virginal y santa» y afirma que por ella ha querido el Salvador iniciar la obra de Salvación. Resultando, desgraciadamente, cierto que los cristianos somos tentados a no comprender y «no dar importancia» a José en razón de aquella pequeñez y «nada» con que se nos presenta el aspecto humano de la historia de la Salvación, las reflexiones de Paulo VI, asumidas por Juan Pablo II, sobre José y María como instrumento divino de la comunicación a la humanidad de la gracia de Dios nos llevan a comprender que es la infancia espiritual el camino único para recibir el evangelio de las Bienaventuranzas. La iluminada reflexión de Paulo VI nos hace comprender el ejemplo de san José: la ausencia de grandeza y de brillo, la ausencia de proyectos humanos como el camino de la aceptación modesta y humilde de la gracia de Dios.

Las inspiradas palabras de Paulo VI aportan, podríamos decir, una comprensión psicológica de la docilidad y disponibilidad de José al cumplimiento de la voluntad divina, es decir, nos describen, en un nivel de profundidad que sintoniza plenamente con la narración evangélica, la actitud de correspondencia a la voluntad divina del modesto y humilde Patriarca. Bastaría el hecho de haber sido pronunciadas estas palabras por un Papa para desterrar de nosotros todo pesimismo y minimalismo sobre el tema josefino. Lo que es de desear es que expresiones de este tipo no resten incomprendidas o silenciadas; por el contrario, unas palabras como las de Paulo VI merecen ser puestas en el centro de la atención para orientar y para alimentar nuestra devoción hacia el santo.

El artesano de Nazaret, cuya pequeñez era alegada por los espiritualmente pedantes para expresar la inverosimilitud de que Aquel fuera «el Hijo del carpintero» o «el carpintero» (como le llama san Marcos, tal vez aludiendo a la situación posterior a la muerte de san José, en la que Jesús es visto como el heredero de su profesión artesana en aquella aldea de Galilea de la que nadie sospechaba que pudiese salir nada bueno) es descrito por el papa Paulo VI en una perspectiva desde la que la sencillez y la pequeñez, lejos de ser algo a objetar contra la espiritualidad salvadora, son, precisamente, la garantía indispensable de la presencia de la acción divina («Si nos hicierais como niños no entraréis en el Reino de los cielos»).

Tenemos, pues, que abrir nuestro corazón para admitir, con asentimiento fervoroso, que la simplicidad, y tendríamos que atrevernos a decir la «nihilidad» de José, son el signo del camino tan semejante a la pequeñez de María, en la que se había complacido la mirada divina -«Porque miró Dios la pequeñez de su esclava, he aquí que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones». Este es el camino por el que Dios introduce en el mundo la gracia salvadora a través de la pareja de que hablaba Paulo VI, José y María, el Nuevo Adán y la Nueva Eva, quienes, en contraste con aquella primera pareja humana, viven enteramente de la fe obediente a los misterios divinos, sin resistencia ni pretensión alguna, con entrega agradecida y total.

Estas consideraciones entiendo que nos llevan a comprender la enseñanza evangélica de la Doctora de la Iglesia Teresita del Niño Jesús, cuya devoción a san José se confundía con la de María y cuya admiración hacia los padres de la Familia de Nazaret se centraba en que aceptaron vivir una vida del todo ordinaria. Si aceptáramos plenamente la grandeza de lo pequeño y la primacía de lo último admiraríamos y veneraríamos la simplicidad y la vida del Patriarca José como la cima desde la que desciende sobre la humanidad el don generoso de la gracia divina que nos hace hijos de Dios.

OMELIA DI PAOLO VI SANTA MESSA NELLA FESTIVITÀ DI SAN GIUSEPPE. Martedì, 19 marzo 1968 Homilía de Pablo VI en la Misa de la festividad de san José, el martes, 19 de marzo de 1968
http://w2.vatican.va/content/paul-vi/it/homilies/1968/documents/hf_p-vi_hom_19680319.html

LA REDENZIONE SI INIZIA NELLA PIÙ PROFONDA UMILTÀ

San Giuseppe ci si presenta nelle sembianze più inattese. Avremmo potuto supporre in lui un uomo potente, in atto di aprire la strada al Cristo arrivato nel mondo; o forse un profeta, un sapiente, un uomo di attività sacerdotali per accogliere il Figlio di Dio entrato nella generazione umana e nella conversazione nostra. Invece si tratta di quanto di più comune, modesto, umile si possa immaginare.

È bene che noi consideriamo il singolare aspetto della venuta di Cristo sulla terra. Egli ha disposto che il quadro privato, personale, per tale avvenimento, fosse di estrema semplicità.

Giuseppe doveva dare al Signore, diremo, il suo stato civile, cioè la sua inserzione nella società. E qui ancora un altro pensiero. Siccome Giuseppe apparteneva alla discendenza di Davide, si poteva supporre di trovarsi di fronte a chi avesse consuetudine con il trono, o emergesse nel fragore di qualche avvenimento guerresco, oppure nel dramma d’una contesa politica. Siamo, invece, sulle soglie d’una miserrima bottega artigiana di Nazareth. Ecco Giuseppe, il quale appartiene, sì, alla progenie di Davide, ma senza che da ciò derivi un titolo o motivo di gloria, bensì, si direbbe, un contrasto, per cui si trova livellato alla statura di tutti gli altri, senza rinomanza e senza storia.

E qui ancora un altro pensiero. Siccome Giuseppe apparteneva alla discendenza di Davide, si poteva supporre di trovarsi di fronte a chi avesse consuetudine con il trono, o emergesse nel fragore di qualche avvenimento guerresco, oppure nel dramma d’una contesa politica. Siamo, invece, sulle soglie d’una miserrima bottega artigiana di Nazareth.

Ecco Giuseppe, il quale appartiene, sì, alla progenie di Davide, ma senza che da ciò derivi un titolo o motivo di gloria, bensì, si direbbe, un contrasto, per cui si trova livellato alla statura di tutti gli altri, senza rinomanza e senza storia.

Non solo: ma pur nella sua qualità di capo della famiglia umana in cui Gesù si è degnato vivere, nessun particolare il Vangelo ci ha dato di lui. Un uomo silenzioso, povero, ligio al dovere, pur con la sua regale ascendenza. Era giusto, questo l’unico attributo con cui lo indica il Vangelo: ma è sufficiente per darci il quadro sociale scelto da nostro Signore per Sé.

Potremmo quindi ignorare questa figura, non soffermarci dinanzi ad essa? No, affatto: poiché non capiremmo, in tal caso, la dottrina insegnata dal Divino Maestro: la Buona Novella sin dalla prima sua forma caratteristica, quella d’essere annunciata ai poveri, agli umili, a quanti hanno bisogno di essere consolati e redenti. Perciò il Vangelo delle Beatitudini comincia con questo introduttore, chiamato Giuseppe. Ci troviamo di fronte a un quadro incantevole, e che ciascuno di noi, se fosse un artista, potrebbe ideare solo in maniera inadeguata. Ma ecco: proprio Gesù ci presenta questo suo introduttore, questo suo custode e padre putativo, nelle forme le più umane, le meno solenni, quelle a tutti accessibili.

SAPER ASCOLTARE ED ESEGUIRE I PRECETTI DEL SIGNORE

Nondimeno, c’è uno speciale aspetto che merita di essere osservato e compreso. Questa sommessa vita, che si intreccia con quella del Cristo nascente e con quella beatissima della Vergine, ha qualche cosa di caratteristico, di molto bello, di misterioso.

Ricordiamo il brano di San Matteo testé letto: tre volte, nel Vangelo, si parla di colloqui d’un Angelo con Giuseppe nel sonno. Che cosa vuol dire? Significa che Giuseppe era guidato, consigliato nell’intimo dal messaggero celeste. Aveva un dettato della volontà di Dio che si anteponeva alle sue azioni: e quindi il suo comportamento ordinario era mosso da un arcano dialogo che indicava il da farsi: Giuseppe non temere; fa’ questo; parti; ritorna!

Che cosa allora scorgiamo nel nostro caro e modesto personaggio? Vediamo una stupenda docilità, una prontezza eccezionale d’obbedienza ed esecuzione. Egli non discute, non esita, non adduce diritti od aspirazioni. Lancia se stesso nell’ossequio alla parola a lui detta; sa che la sua vita si svolgerà come un dramma, che però si trasfigura ad un livello di purezza e sublimità straordinarie: ben al di sopra d’ogni attesa o calcolo umano. Giuseppe accetta il suo compito, perché gli è stato detto: «Non temere di prendere Maria quale tua sposa, poiché quel che è nato in lei è opera dello Spirito Santo».

LA REDENCIÓN SE INICIA EN LA MÁS PROFUNDA HUMILDAD

San José se nos presenta en la apariencia más inesperada. Hubiéramos podido suponer en él un hombre poderoso, en actitud de abrir el camino a Cristo que llega al mundo; o acaso un profeta, un sabio, un hombre de actividad sacerdotal, para acoger al Hijo de Dios entrado en la generación humana y en medio de nosotros. Por el contrario, se trata de lo más corriente, modesto y humilde que pueda pensarse.

Está bien que meditemos el aspecto singular que revistió la venida de Jesús a la tierra. Fue Él quien dispuso que el cuadro privado y personal para esa su venida fuese de extrema sencillez.

Y ahora otro pensamiento: puesto que José pertenecía a la descendencia de David, podría creerse que se tratara de alguien que estuviera relacionado con los que suelen rodear un trono, y que se levantase en el marco de algún acontecimiento guerrero, o dentro del drama de la contienda política. Por el contrario, nos hallamos en el umbral de un misérrimo taller de artesano de Nazaret.

Éste es José, que pertenece, sí, al linaje de David, pero que, sin que por ello le alcance ningún título o género de gloria, sino que, por verdadero contraste, se halla nivelado con el común de los hombres, sin historia y sin renombre.

No sólo esto: sino que, a pesar de su cualidad de jefe de la familia humana dentro de la cual se dignó vivir Jesús, el Evangelio nada nos dice en particular sobre él: un hombre silencioso, pobre, esclavo del deber a pesar de su ascendencia real. «Fue justo». Es éste el único atributo que le atribuye el Evangelio, pero es suficiente para trazar el cuadro social elegido por Nuestro Señor para sí.

Podríamos, por ello, ignorar su figura y no detenernos ante ella de ninguna manera, pero entonces no comprenderíamos la doctrina que el Divino Maestro nos enseñaba: la Buena Nueva enseñada de una forma característica desde sus principios, la de ser anunciada a los pobres, a los humildes y a cuantos tienen necesidad de ser consolados y redimidos. Por eso, el evangelio de las Bienaventuranzas comienza con un introductor que se llama José. Nos hallamos ante un cuadro encantador y que nosotros, aunque fuéramos artistas, correríamos el riesgo de idealizar inadecuadamente. Por esto es el mismo Señor el que nos presenta a este introductor en las formas más humanas, las menos solemnes y las más accesibles a todos.

SABER ESCUCHAR Y SEGUIR LOS PRECEPTOS DEL SEÑOR

Por otra parte, hay otro aspecto especial que merece ser tratado y comprendido. La modesta vida, que se entrelaza con la de Jesús naciente y con la de la bienaventurada Virgen, tiene cierto colorido característico, más bello y misterioso.

Recordemos el pasaje de san Mateo que hemos leído. Por tres veces en el Evangelio se habla de coloquios de un ángel con José durante el sueño. José era guiado y aconsejado en su intimidad por el mensajero celestial, según un dictado de la voluntad de Dios que se anteponía a sus acciones. Y, por lo mismo, su ordinario comportamiento estaba movido por un diálogo arcano que le señalaba lo que debía hacer: «¡José, no temas, haz esto! ¡Ve! ¡Vuelve!».

¿Qué es, entonces, lo que entrevemos en nuestro querido y modesto personaje? Vemos en él la docilidad, excepcional prontitud en obedecer y en ejecutar, no discute, no duda, no aduce derechos o aspiraciones. Se somete totalmente a la palabra que se le dirige. Sabe que su vida ha de desenvolverse a la manera de un drama, aunque transfigurado a un nivel extraordinario de pureza y de sublimidad, y muy superior al de todo anhelo o cálculo humano. José acepta su destino porque se le ha dicho: «No temas recibir a María como a tu esposa, puesto que el que ha nacido en ella es obra del Espíritu Santo».