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Enseñanzas del Papa Benedicto XVI

La parusía en la predicación de san Pablo
BENEDICTO XVI AUDIENCIA GENERAL Miércoles 12 de noviembre de 2008 http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2008/documents/hf_ben-xvi_aud_20081112.html

El papa Benedicto XVI comenta las palabras de san Pablo referentes a la segunda venida de Cristo:

"El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor" (1 Ts 4, 16-17).

San Pablo no dice que en el momento de la segunda venida de Cristo morirán todos los habitantes del planeta. Al contrario, distingue dos tiempos y dos situaciones tras la parusía de Cristo. Dice clara y explícitamente que primero resucitarán "los que murieron en Cristo". Y que será "después" cuando serán llevados al cielo los habitantes del planeta. Ese "después", no dice si ocurrirá tras unos instantes -como dicen muchos hoy en día, pero no san Pablo-, o si ocurrirá tras un tiempo más largo, como creían y esperaban la inmensa mayoría de los cristianos hasta el siglo IV, hasta la época de san Agustín y de san Jerónimo, porque así lo encontraban en los textos bíblicos y en la predicación transmitida desde los apóstoles. Después de la alarma sembrada por san Jerónimo, horrorizado porque esto le sonaba a judaizante, sólo una minoría de cristianos católicos lo ha seguido entendiendo así, y muchos buenos eclesiásticos también lo rechazaron horrorizados a su vez, porque en el protestantismo se generalizó la afirmación polémica de que el Anticristo era el Papa y que la Gran Ramera de Babilonia era la Roma pontificia. Y así se ha venido sembrando la creencia infundada de que la segunda venida de Cristo trae consigo el fin aniquilador del mundo y de todos sus habitantes.

Por eso no es extraño que Benedicto XVI diga el 12.11.2008, que hoy no es fácil atreverse a orar pidiendo "Ven Señor", ¡Maranà, thà! "¡Ven, Señor Jesús", porque sería creer que se pide la aniquilación de la humanidad ya, y encima tras la previa e inmediata apostasía, que sería inmediatamente seguida de esa aniquilación total y por lo tanto de enviar a todos al infierno, ¿¡cómo atreverse a pedir todo eso?!. Pero no es eso lo que pedían los primeros cristianos y lo que en el Apocalipsis dice el Espíritu Santo que hay que pedir, que no son peticiones humanas, basadas en creencias de tal o cual eclesiástico.

Al final, habla inspiradamente (inspirado por el Espíritu Santo) el Papa cuando dice:

"En la conclusión de su primera carta a los Corintios, san Pablo repite y pone también en labios de los Corintios una oración surgida en las primeras comunidades cristianas del área de Palestina: Maranà, thà! que literalmente significa "Señor nuestro, ¡ven!" (1 Co 16, 22). Era la oración de la primera comunidad cristiana; y también el último libro del Nuevo testamento, el Apocalipsis, se concluye con esta oración: "¡Ven, Señor!". ¿Podemos rezar así también nosotros? Me parece que para nosotros hoy, en nuestra vida, en nuestro mundo, es difícil rezar sinceramente para que acabe este mundo, para que venga la nueva Jerusalén, para que venga el juicio último y el Juez, Cristo. Creo que aunque, por muchos motivos, no nos atrevamos a rezar sinceramente así, sin embargo de una forma justa y correcta podemos decir también con los primeros cristianos: "¡Ven, Señor Jesús!".

Ciertamente, no queremos que venga ahora el fin del mundo. Pero, por otra parte, queremos que acabe este mundo injusto. También nosotros queremos que el mundo cambie profundamente, que comience la civilización del amor, que llegue un mundo de justicia y de paz, sin violencia, sin hambre. Queremos todo esto. Pero ¿cómo podría suceder esto sin la presencia de Cristo? Sin la presencia de Cristo nunca llegará un mundo realmente justo y renovado. Y, aunque sea de otra manera, totalmente y en profundidad, podemos y debemos decir también nosotros, con gran urgencia y en las circunstancias de nuestro tiempo: ¡Ven, Señor! Ven a tu modo, del modo que tú sabes. Ven donde hay injusticia y violencia. Ven a los campos de refugiados, en Darfur y en Kivu del norte, en tantos lugares del mundo. Ven donde domina la droga. Ven también entre los ricos que te han olvidado, que viven sólo para sí mismos. Ven donde eres desconocido. Ven a tu modo y renueva el mundo de hoy. Ven también a nuestro corazón, ven y renueva nuestra vida. Ven a nuestro corazón para que nosotros mismos podamos ser luz de Dios, presencia tuya. En este sentido oramos con san Pablo: ¡Maranà, thà! "¡Ven, Señor Jesús"!, y oramos para que Cristo esté realmente presente hoy en nuestro mundo y lo renueve" .

Esto es hablar como Papa, en concordancia con la Biblia y con la oración inspirada y querida por Dios. Pedir la civilización del amor. El fin, no del mundo, sino el fin y la ruina de la dictadura del relativismo anticristiano del laicismo.

También lo enseña como verdadera esperanza de la Iglesia el Concilio Vaticano II:

"La Iglesia, juntamente con los profetas y con el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con voz unánime y le servirán hombro con hombro" (Nostra aetate, 4).

Lo que es proclamar con toda seguridad la catolicidad de todos los pueblos y que obrarán en consecuencia en el futuro.

La civilización del amor de la que hablaban proféticamente inspirados por Dios, actuando como papas, san Pablo VI, san Juan Pablo II y como habla el propio Benedicto XVI es el Reinado del Corazón de Jesús, que será implantado en plenitud efectiva en la tierra con la segunda venida de Cristo. De ese "día" o época habla reiteradamente la Biblia y muy en especial san Pablo. Y no trae la aniquilación de la gente que habite entonces la Tierra, sino que Jesucristo traerá en su segunda venida la eliminación del sistema anticristiano e inhumano que oprime a la gente, las estructuras de pecado y al propio Anticristo; y mediante la extraordinaria efusión de gracia que Jesús, el Verbo hecho carne, iniciará con su Parusía, implantará Su reinado efectivo en la tierra, y Su reino no tendrá fin, porque continurá en la vida humana en el cielo. La civilización del amor la traerá Cristo en su segunda venida.

Tras la ruina del imperio de Satanás producida por la segunda venida de Cristo, surgirá el Reino de Cristo en el que reinará en todos los corazones y en todas las naciones pese a todos los que se le oponen, como dijo Él mismo:

"Reinaré a pesar de mis enemigos".

«La Santa Cruz es ensalzada como trofeo pascual de la victoria de Cristo y signo que aparecerá en el cielo anunciando a todos su segunda venida».
(Martirologio Romano, 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz).

«Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria».
(Mt 24,11-12;30).

La parusía en la predicación de san Pablo
BENEDICTO XVI AUDIENCIA GENERAL Miércoles 12 de noviembre de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

El tema de la Resurrección, sobre el que hablamos la semana pasada, abre una nueva perspectiva, la de la espera de la vuelta del Señor y, por ello, nos lleva a reflexionar sobre la relación entre el tiempo presente, tiempo de la Iglesia y del reino de Cristo, y el futuro (éschaton) que nos espera, cuando Cristo entregará el Reino al Padre (cf.1 Co 15, 24). Todo discurso cristiano sobre las realidades últimas, llamado escatología, parte siempre del acontecimiento de la Resurrección: en este acontecimiento las realidades últimas ya han comenzado y, en cierto sentido, ya están presentes.

Probablemente en el año 52 san Pablo escribió la primera de sus cartas, la primera carta a los Tesalonicenses, donde habla de esta vuelta de Jesús, llamada parusía, adviento, nueva, definitiva y manifiesta presencia (cf. 1 Ts 4, 13-18). A los Tesalonicenses, que tienen sus dudas y problemas, el Apóstol escribe así: "Si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús" (1 Ts 4, 14). Y continúa: "Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires, y así estaremos siempre con el Señor" (1 Ts 4, 16-17). San Pablo describe la parusía de Cristo con acentos muy vivos y con imágenes simbólicas, pero que transmiten un mensaje sencillo y profundo: al final estaremos siempre con el Señor. Este es, más allá de las imágenes, el mensaje esencial: nuestro futuro es "estar con el Señor"; en cuanto creyentes, en nuestra vida ya estamos con el Señor; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado.

En la segunda carta a los Tesalonicenses, san Pablo cambia la perspectiva; habla de acontecimientos negativos, que deberán suceder antes del final y conclusivo. No hay que dejarse engañar —dice— como si el día del Señor fuera verdaderamente inminente, según un cálculo cronológico: "Por lo que respecta a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera" (2 Ts 2, 1-3). La continuación de este texto anuncia que antes de la venida del Señor tiene que llegar la apostasía y se revelará un no bien identificado "hombre impío", el "hijo de la perdición" (2 Ts 2, 3), que la tradición llamará después el Anticristo.

Pero la intención de esta carta de san Pablo es ante todo práctica; escribe: "Cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado de que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A esos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan" (2 Ts 3, 10-12). En otras palabras, la espera de la parusía de Jesús no dispensa del trabajo en este mundo; al contrario, crea responsabilidad ante el Juez divino sobre nuestro obrar en este mundo. Precisamente así crece nuestra responsabilidad de trabajar en y para este mundo. Veremos lo mismo el domingo próximo en el pasaje evangélico de los talentos, donde el Señor nos dice que ha confiado talentos a todos y el Juez nos pedirá cuentas de ellos diciendo: ¿Habéis dado fruto? Por tanto la espera de su venida implica responsabilidad con respecto a este mundo.

En la carta a los Filipenses, en otro contexto y con aspectos nuevos, aparece esa misma verdad y el mismo nexo entre parusía —vuelta del Juez-Salvador— y nuestro compromiso en la vida. San Pablo está en la cárcel esperando la sentencia, que puede ser de condena a muerte. En esta situación piensa en su futuro "estar con el Señor", pero piensa también en la comunidad de Filipos, que necesita a su padre, san Pablo, y escribe: "Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger. Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. Y, persuadido de esto, sé que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe, a fin de que tengáis por mi causa un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús, cuando yo vuelva a estar entre vosotros" (Flp 1, 21-26).

San Pablo no tiene miedo a la muerte; al contrario: de hecho, la muerte indica el completo estar con Cristo. Pero san Pablo participa también de los sentimientos de Cristo, el cual no vivió para sí mismo, sino para nosotros. Vivir para los demás se convierte en el programa de su vida y por ello muestra su perfecta disponibilidad a la voluntad de Dios, a lo que Dios decida. Sobre todo, está disponible, también en el futuro, a vivir en esta tierra para los demás, a vivir para Cristo, a vivir para su presencia viva y así para la renovación del mundo. Vemos que este estar con Cristo crea a san Pablo una gran libertad interior: libertad ante la amenaza de la muerte, pero también libertad ante todas las tareas y los sufrimientos de la vida. Está sencillamente disponible para Dios y es realmente libre.

Y ahora, después de haber examinado los diversos aspectos de la espera de la parusía de Cristo, pasamos a preguntarnos: ¿Cuáles son las actitudes fundamentales del cristiano ante las realidades últimas: la muerte, el fin del mundo? La primera actitud es la certeza de que Jesús ha resucitado, está con el Padre y, por eso, está con nosotros para siempre. Y nadie es más fuerte que Cristo, porque está con el Padre, está con nosotros. Por eso estamos seguros y no tenemos miedo. Este era un efecto esencial de la predicación cristiana. El miedo a los espíritus, a los dioses, era muy común en todo el mundo antiguo. También hoy los misioneros, junto con tantos elementos buenos de las religiones naturales, se encuentran con el miedo a los espíritus, a los poderes nefastos que nos amenazan. Cristo vive, ha vencido a la muerte y ha vencido a todos estos poderes. Con esta certeza, con esta libertad, con esta alegría vivimos. Este es el primer aspecto de nuestro vivir con respecto al futuro.

En segundo lugar, la certeza de que Cristo está conmigo, de que en Cristo el mundo futuro ya ha comenzado, también da certeza de la esperanza. El futuro no es una oscuridad en la que nadie se orienta. No es así. Sin Cristo, también hoy el futuro es oscuro para el mundo, hay mucho miedo al futuro. El cristiano sabe que la luz de Cristo es más fuerte y por eso vive en una esperanza que no es vaga, en una esperanza que da certeza y valor para afrontar el futuro.

Por último, la tercera actitud. El Juez que vuelve —es Juez y Salvador a la vez— nos ha confiado la tarea de vivir en este mundo según su modo de vivir. Nos ha entregado sus talentos. Por eso nuestra tercera actitud es: responsabilidad con respecto al mundo, a los hermanos, ante Cristo y, al mismo tiempo, también certeza de su misericordia. Ambas cosas son importantes. No vivimos como si el bien y el mal fueran iguales, porque Dios sólo puede ser misericordioso. Esto sería un engaño. En realidad, vivimos en una gran responsabilidad. Tenemos los talentos, tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, para que se renueve. Pero incluso trabajando y sabiendo en nuestra responsabilidad que Dios es verdadero juez, también estamos seguros de que este juez es bueno, conocemos su rostro, el rostro de Cristo resucitado, de Cristo crucificado por nosotros. Por eso podemos estar seguros de su bondad y seguir adelante con gran valor.

Un dato ulterior de la enseñanza paulina sobre la escatología es el de la universalidad de la llamada a la fe, que reúne a los judíos y a los gentiles, es decir, a los paganos, como signo y anticipación de la realidad futura, por lo que podemos decir que ya estamos sentados en el cielo con Jesucristo, pero para mostrar en los siglos futuros la riqueza de la gracia (cf. Ef 2, 6 s): el después se convierte en un antes para hacer evidente el estado de realización incipiente en que vivimos. Esto hace tolerables los sufrimientos del momento presente, que no son comparables a la gloria futura (cf. Rm 8, 18). Se camina en la fe y no en la visión, y aunque sería preferible salir del destierro del cuerpo y estar con el Señor, lo que cuenta en definitiva, habitando en el cuerpo o saliendo de él, es ser agradables a Dios (cf. 2 Co 5, 7-9).

Finalmente, un último punto que quizás parezca un poco difícil para nosotros. En la conclusión de su primera carta a los Corintios, san Pablo repite y pone también en labios de los Corintios una oración surgida en las primeras comunidades cristianas del área de Palestina: Maranà, thà! que literalmente significa "Señor nuestro, ¡ven!" (1 Co 16, 22). Era la oración de la primera comunidad cristiana; y también el último libro del Nuevo testamento, el Apocalipsis, se concluye con esta oración: "¡Ven, Señor!". ¿Podemos rezar así también nosotros? Me parece que para nosotros hoy, en nuestra vida, en nuestro mundo, es difícil rezar sinceramente para que acabe este mundo, para que venga la nueva Jerusalén, para que venga el juicio último y el Juez, Cristo. Creo que aunque, por muchos motivos, no nos atrevamos a rezar sinceramente así, sin embargo de una forma justa y correcta podemos decir también con los primeros cristianos: "¡Ven, Señor Jesús!".

Ciertamente, no queremos que venga ahora el fin del mundo. Pero, por otra parte, queremos que acabe este mundo injusto. También nosotros queremos que el mundo cambie profundamente, que comience la civilización del amor, que llegue un mundo de justicia y de paz, sin violencia, sin hambre. Queremos todo esto. Pero ¿cómo podría suceder esto sin la presencia de Cristo? Sin la presencia de Cristo nunca llegará un mundo realmente justo y renovado. Y, aunque sea de otra manera, totalmente y en profundidad, podemos y debemos decir también nosotros, con gran urgencia y en las circunstancias de nuestro tiempo: ¡Ven, Señor! Ven a tu modo, del modo que tú sabes. Ven donde hay injusticia y violencia. Ven a los campos de refugiados, en Darfur y en Kivu del norte, en tantos lugares del mundo. Ven donde domina la droga. Ven también entre los ricos que te han olvidado, que viven sólo para sí mismos. Ven donde eres desconocido. Ven a tu modo y renueva el mundo de hoy. Ven también a nuestro corazón, ven y renueva nuestra vida. Ven a nuestro corazón para que nosotros mismos podamos ser luz de Dios, presencia tuya. En este sentido oramos con san Pablo: Maranà, thà! "¡Ven, Señor Jesús"!, y oramos para que Cristo esté realmente presente hoy en nuestro mundo y lo renueve.


Saludos a los peregrinos durante la audiencia general

La audiencia general del miércoles 12 de noviembre se celebró, como las anteriores, en la plaza de San Pedro a las diez y media de la mañana. Participaron más de quince mil peregrinos de todo el mundo.
El encuentro comenzó con la señal de la cruz y una breve lectura bíblica en italiano, francés, inglés, alemán, español y polaco, tomada del capítulo segundo de la segunda carta de san Pablo a los Tesalonicenses, versículos 1-2. En su catequesis, el Santo Padre habló de la parusía, fuente de certeza y de valor para el cristiano, en la predicación de san Pablo. Primero la leyó en italiano y a continuación la resumió en las principales lenguas habladas por los peregrinos.
De diversos países se hallaban presentes las Hijas de María Auxiliadora que participaban en su capítulo general; misioneros que seguían un curso organizado por la Pontificia Universidad Salesiana; y religiosas de la Presentación de María.
Entre los fieles de habla hispana que asistieron a esta audiencia se encontraban: de España, feligreses de las parroquias de Pueblo Nuevo del Guadiana y de Chozas de Canales, de Toledo; miembros del coro de cámara Gaztelupe, de San Sebastián; y delegación del 47° curso monográfico de la Escuela de altos estudios de la defensa. De Chile, alumnos de la Escuela de investigaciones. De Paraguay, un grupo de peregrinos. De Guatemala, feligreses de la parroquia Virgen de la Asunción. De México, un grupo de peregrinos.
Benedicto XVI, después de leer el resumen de la catequesis en español, añadió las siguientes palabras:
"Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. En particular, a los peregrinos y grupos venidos de Chile, España, Guatemala, México, Paraguay y de otros países latinoamericanos. Que la enseñanza y el ejemplo de san Pablo nos ayude a todos a orientar nuestra vida hacia el encuentro definitivo con el Salvador. Con ocasión de su inauguración, saludo también al canal de la Iglesia católica en Colombia "Cristovisión", deseando que esta iniciativa contribuya a difundir los valores del Evangelio en ese amado país. Que Dios os bendiga".
A los peregrinos de lengua portuguesa el Vicario de Cristo les deseó que la visita a Roma los fortalezca en la fe y reavive en su alma la valentía de testimoniar la grandeza del Redentor de los hombres, vencedor del mal y resucitado para ser nuestra esperanza y nuestra paz.
En lengua polaca Su Santidad dijo: "San Pablo, hablando de la parusía, nos anima a perseverar en la fe y a fortalecer nuestra vida espiritual. La fe despierta la esperanza y transforma y sostiene la vida de los creyentes. Que toda nuestra vida, con el espíritu de esta esperanza, sea el camino hacia el festivo encuentro con Dios".
Hablando a los peregrinos de Hungría, los exhortó a fundamentar su vida en la sólida roca de Cristo, para ser heraldos valientes de su Palabra a los hombres de nuestro tiempo.
Después de dar una cordial bienvenida a los peregrinos eslovacos, en particular a un grupo de estudiantes del instituto San Miguel Arcángel, de Piest'any, añadió: "Queridos jóvenes, el domingo pasado celebramos la Dedicación de la basílica romana de San Juan de Letrán. Que la visita a esta catedral del Obispo de Roma afiance vuestro amor al Sucesor de Pedro".
Entre los numerosos grupos de Italia se encontraban los peregrinos de la archidiócesis de Milán, encabezados por su pastor, el cardenal Dionigi Tettamanzi, que acudieron a presentar al Papa los dos primeros ejemplares del nuevo Leccionario ambrosiano. El Santo Padre les dijo: "Os agradezco este gesto tan lleno de significado eclesial y os exhorto a acoger el nuevo Leccionario como un gran don para toda la comunidad ambrosiana. Que sea para vosotros instrumento valioso para un renovado compromiso misionero de anunciar el Evangelio en todos los ámbitos de la sociedad".
Después, Su Santidad añadió:
"Saludo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que el ejemplo de san Martín, cuya fiesta celebramos ayer, sea para vosotros, queridos jóvenes, un impulso a una fidelidad evangélica cada vez mayor; a vosotros, queridos enfermos, os estimule a confiar en el Señor que nunca abandona a sus hijos en el momento de la prueba; y a vosotros, queridos recién casados, os lleve a respetar y servir con valentía a la vida humana, que es don de Dios".
La audiencia se concluyó con el canto del paternóster y la bendición apostólica impartida por el Papa. Antes de dejar la plaza, el Vicario de Cristo saludó personalmente a los obispos que habían tomado parte en la audiencia general, a una representación de personas y a los enfermos.

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