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Las buenas noticias del Evangelio vienen también en el Apocalipsis
(De las lecturas de la misa del 1.11.2014 y frente a su insuficiente comentario)
"Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos... Son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero" (Ap, 7,9-14).
"Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo" (Mt 5, 1-12a).
Claro que lo que aquí se dice, en la liturgia de la fiesta solemne de Todos los Santos, es optimista frente a tanto mal del que llegan noticias cada día. Sí, es inmensa la multitud admitida junto al trono celestial. Lo que no conviene omitir es lo que dice al final de la lectura del Apocalipsis, que esa muchedumbre es admitida en el cielo porque Cristo les ha limpiado sus pecados con su sangre. Y que vienen del gran mal que reinaba en el mundo, lo han soportado; esta es la otra gran noticia optimista.
Lo mismo que en el Evangelio. Se nos anuncia y promete el cielo y no hay que omitir que se nos anuncia a través de la cruz.
Está en todo el Evangelio:
"Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán" (Jn 15, 18-29).
Y en toda la Biblia en general.
Lo que pasa es que hay predicadores que temen que les llamen apocalípticos porque no saben que el Apocalipsis es intensísimamente esperanzador. Profetiza el triunfo de Cristo y de los suyos (nosotros), a través de la gran tribulación. Tras la que vendrá la quiebra total del sistema cada vez más imperante desde la Revolución liberal. Esa quiebra total, que causará Jesucristo en su venida gloriosa, les podrá parecer algo malo a los partidarios de ese sistema, a los equidistantes y a los compatibilizadores. No así lógicamente a los que lo padecemos, consternados por la marginación progresiva de Jesucristo de la sociedad y de la política, y de la infidelidad a sus enseñanzas que se nos predica por acción y omisión, y dispuestos a aguantar hasta el final, aún a sabiendas de la insuficiencia palmaria de nuestras fuerzas, pero confiando en la ayuda total del propio Jesucristo.
No hay que hacerse ilusiones: no hay vida cristiana sin cruz. Y eso nos da aún más alegría. Porque a los que estamos constituidos en esperanza totalmente dada y fundada por la misericordia de Jesús, el Verbo hecho carne, en su Sagrado Corazón, no nos puede ocurrir nada malo, sino algo bueno, que Él nos libre de casi todas las esaborisiones, o algo mejor, que a veces no nos libre de alguna esaborisión; porque así tenemos algo que ofrecerle al que tantísimo padeció por nosotros.
Hay que tener esperanza: aguantar la gran tribulación ya es un triunfo. De los que padecen la muerte por amor de Dios, la Biblia dice que glorifican a Dios, eso ya es una gloria. Y después tenemos prometido el cielo.
Mientras tanto, la quiebra del sistema imperante, cada vez más, desde la Revolución liberal será total por la acción de Jesucristo con su venida gloriosa; y esa liberación permitirá que se desarrolle un sistema social y político que reconocerá a Jesucristo como Dios y tendrá un comportamiento conforme a la naturaleza humana, utilizando los medios de la Iglesia de Cristo: sus enseñanzas sobre la moralidad del obrar y la gracia para poder obrar así.
Como enseña el Concilio Vaticano II que ocurrirá sin duda:
"La Iglesia, juntamente con los profetas y con el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con voz unánime y le servirán hombro con hombro" (Nostra aetate, 4).
Lo que es proclamar la esperanza cierta y segura de la futura catolicidad consecuente de todos los pueblos, con los judíos a la cabeza de los creyentes en Jesucristo; la Cristiandad futura; la futura unidad católica mundial, no por exclusión legal de la libertad religiosa, sino cimentada en la aceptación voluntaria del reinado del Sagrado Corazón de Jesús en todos los corazones movidos por Su gracia divina, la extraordinaria efusión de gracia que Jesús, el Verbo hecho carne, iniciará con Su Parusía, Su segunda venida gloriosa con la que, al evidenciar Su existencia, eliminará el poder anticristiano que, cada vez más, impone vivir como si Dios no existiera.
Bien entendido que es Dios el que concede a todos invocarle y servirle:
«Volveré puro el labio de los pueblos, para que invoquen todos el nombre de Yahveh, y le sirvan bajo un mismo yugo».
(So 3,9).
Este es el significado de la actualmente vigente fiesta solemne de Cristo Rey, como dijo Pío XI el Papa que instituyó esta fiesta al explicar este significado en su Encíclica «Miserentissimus»:
«Al hacer esto no sólo poníamos en evidencia la suprema soberanía que a Cristo compete sobre todo el Universo... sino que adelantábamos ya el gozo de aquel día dichosísimo en que todo el orbe, de corazón y de voluntad, se sujetará al dominio suavísimo de Cristo Rey».
Que equivale a la civilización del amor según la terminología actual:
"Sobre las ruinas acumuladas por el odio y
la violencia, podrá levantarse la civilización del Amor, el
Reino del Corazón de Cristo"
(San Juan Pablo II, 5.10.1986. Carta al General
de la Compañía de Jesús. Insegnamenti, vol. IX/2,
1986, p. 843)
"Sobre las ruinas acumuladas por
el odio y la violencia podrá edificarse la civilización del
Corazón de Cristo"
(Benedicto XVI, 15.05.2006, Carta sobre
el culto al Corazón de Jesús, repitiendo las palabras de san
Juan Pablo II de 5.10.1986, Insegnamenti, vol. IX/2,
1986, p. 843).
"La civilización del amor debe ser el
verdadero punto de llegada de la historia humana"
(San Juan Pablo II, 3.11.1991. Homilía en la
Parroquia de San Romualdo de Roma. L'Oss. 21.11.91).
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El reinado de Cristo ante el laicismo
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