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Mis recuerdos del padre Xiberta
FRANCISCO CANALS VIDAL. Cristiandad. Barcelona. Nn. 839-840. Mayo-junio 2001, pág. 21
Doy gracias a Dios por haber podido conocerle y hablar con él, aunque sólo en dos ocasiones. Fueron decisivas para mi vida.
Al ir yo a Roma en 1955 para asistir a un Congreso Internacional de la Academia Romana de Santo Tomás, Jaume Bofill y Lluís Cuéllar me recomendaron que le saludase y procurase comunicarme con él. Eran sus amigos, y Lluís Cuéllar fue, además, en el sentido más profundo, su discípulo y aun hijo espiritual.
Al salir de los actos del Congreso me presenté a él. Me acogió con gran amabilidad y nos pusimos en camino desde el Palacio de la Cancillería Apostólica hacia el Colegio de San Alberto de Sicilia, de la Orden carmelitana, en el que él era profesor de Teología. El camino hubiera durado escasamente media hora, pero al haber entrado en una riquísima conversación, se convirtió en un paseo que le hizo llegar con una hora de retraso a la comida comunitaria.
De aquella conversación obtuve para toda la vida algunos conocimientos fundamentales definitivamente orientadores. Principalmente hablamos de la polémica de san Cirilo con Nestorio y de los simpatizantes de Nestorio hostiles a san Cirilo, aunque ortodoxos, Juan de Antioquía y Teodoreto de Ciro. Hablamos del Concilio de Éfeso, y especialmente del Concilio de Calcedonia. Recuerdo que al volver a Barcelona, dije: «Tuve la sensación que el padre Xiberta estaba en Roma de regreso reciente del Concilio de Calcedonia».
La distancia cronológica entre 451 y 1955 quedaba superada por la sensación de inmediatez y contemporaneidad con que hablaba de las sesiones del Concilio, de las tensiones e influjos contradictorios actuando sobre los Padres y del acontecimiento providencial de que los legados de san León Magno -que no sabían griego y tenían instrucciones de no ceder ni un punto a las exigencias de los eutiquianos, que pretendían ser los auténticos cirilianos-, aceptasen que en la profesión de fe del Concilio a la expresión «en una sola Persona» se añadiese «e hypostasis». San Cirilo, me dijo, es en la tradición eclesiástica el Padre que expresó la fe católica sobre la Encamación, algo así como san Atanasio en la Trinidad y san Agustín en la salvación del hombre por la gracia de Cristo.
El otro tema fue el de las disputas de auxiliis. Se superpusieron confusamente cuestiones metafísicas con cuestiones teológicas e incluso dogmáticas. La gratuidad y anterioridad a la previsión de los méritos humanos de la divina predestinación y el carácter intrínseco de la eficacia de la gracia al mover la voluntad humana al bien, no son ya cuestiones filosóficas, sino que pertenecen al orden del Misterio revelado. San Agustín es lo que san Cirilo, el Doctor por antonomasia de la ortodoxia católica.
Otra conversación tuve con el padre Xiberta en Barcelona, algunos años después, a principios de los sesenta, me parece. Fue en el convento que es ahora la parroquia de santa Joaquina de Vedruna. Habló de cuestiones de Teología espiritual, en especial sobre los dones del Espíritu Santo, con un sentido e intención muy parecidos a los que había yo conocido en el padre Orlandis, es decir, de fidelidad a santo Tomás de Aquino.
Pero, además, me insistió en la devoción al Santo Escapulario, recomendándome el uso del escapulario de tela -desde mi infancia estaba yo acostumbrado a las medallas-escapulario metálicas-. Me dio muchas docenas de escapularios, que cogía de un cajón con un gesto, diríamos, «como las cerezas»: un escapulario traía consigo a otros. Seguí su consejo y después supe de la insistencia del apostolado del padre Xiberta en este punto, y su convicción, tan fundada, de que llevar el Escapulario acogiéndose a la promesa de María a san Simón Stock es un acto sencillo y evangélicamente infantil de esperanza teologal.
Después he ido viendo que en estas dos conversaciones el padre Xiberta se me manifestó en dos de las cuestiones en que él había vivido y trabajado con plenísima convicción y diligencia: el testimonio de la cristología de san Cirilo de Alejandría, y el ejercicio de devoción mariana tan nuclearmente carmelitana, del Escapulario según las revelaciones a san Simón Stock.