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La democracia liberal y la ley del aborto. Reflexión histórica sobre la situación real de España en la transición a la democracia absoluta y su futuro (1)

 

La democracia liberal y la ley del aborto
Reflexión histórica sobre la situación real de España en la transición a la democracia absoluta y su futuro (y 2)

José Manuel Zubicoa Bayón

CRISTIANDAD - Año XLII - nn 656-657- Noviembre-Diciembre de 1985 - p. 170-175

En el liberalismo -y de ahí toma el nombre- se proclaman pretendidamente la libertad de pensamiento («el pensamiento no delinque») y de expresión (no hay más que opiniones y todas las opiniones son iguales) en el ámbito cultural, político y económico («no hay dogmas en las cosas temporales») y, en especial, en el religioso; sólo hay que acatar las normas, las decisiones legales.

Esto es porque, según Spinoza, fuente de la democracia liberal y de su profundización socialista -Rousseau es un «Spinoza trivializado» (Tierno Galván)-, bueno o malo, justo o injusto, en sí no se diferencian antes de que el poder político los establezca con su decisión. Y las libertades de pensamiento y de expresión, tal corno las corrompe el liberalismo -«pensar lo que se quiera y decir lo que se piensa»-, en especial en las «cosas sagradas», dice Spinoza que le conviene el poder político permitirlas para ejercer con total eficacia su derecho de ser la fuente primaria y única de toda norma de acción: «Concluyo pues que lo que exige ante todo la seguridad del Estado... es que el derecho del soberano de reglar todas las cosas, tanto sagradas como profanas, se refiera sólo a las acciones y que para el resto se conceda a cada uno pensar lo que quiera y decir lo que piensa» (24).

Esta es la fuente de ese escepticismo liberal: el dogmatismo spinoziano, que niega la verdad (S. Th. 1, 21, 2 c)- para que no se obre conforme a ella, y la suplanta por la coherencia racional inmanente para que se obre en obediencia a lo que decida el poder en nombre de la razón común -en nombre del pueblo- en cualquier régimen.

La religión sólo consiste en obras y la «fe no exige expresamente dogmas verdaderos, sino dogmas que engendren necesariamente la obediencia» (25). Si «los eclesiásticos», que son simples particulares, pretenden definir las cosas sagradas -lo que compete al poder soberano- cometen un crimen de sedición; porque «esto es reinar sobre las almas» (26), y a esto sólo tiene derecho el que ejerce el poder, pues su derecho -que es igual a su poder-, no está limitado a la coacción apoyada en el miedo, «sino que incluye todos los medios de hacer que los hombres obedezcan a sus mandatos ...con un alma enteramente consintiente» (27). Y la enseñanza subvencionada está destinada, «no tanto a cultivar, como a limitar los espíritus» (28).

De ahí, en la actual situación española de profundización de la democracia, además del control de los otros poderosos medios, el de la enseñanza -en pos del objetivo ya señalado durante la anterior «pasada por la izquierda», en la II República, por el dirigente del P.S.O.E. Rodolfo Llopis, cuando era Director General de Enseñanza Primaria y ordenó quitar el Crucifijo de las escuelas: «Conquistar el alma de los niños»-, entre otras cosas, para aquello que condena enérgicamente Juan Pablo II en la Familiaris Consortio, para imponer generalizadamente -como se anuncia y se practica ya experimentalmente- una enseñanza sexual sin principios morales, con información -obligatoria también en los colegios católicos- del uso de los anticonceptivos:

«La Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios morales y tan frecuentemente difundido, el cual no sería más que una introducción a la experiencia del placer y un estímulo que lleva a perder la serenidad, abriendo el camino al vicio desde los años de la inocencia» (29).

Así, además del divorcio, se promueve la ya extensamente implantada mentalidad anticonceptiva («anti·life mentality», Familiaris Consortio, n. 30), que causa el aborto, y se avanza en la programación general de la destrucción de la familia por exigencia de la voluntad democrática suplantadora de Dios: «Cuando se ha descubierto que el secreto de la familia celestial es la familia terrenal, se debe destruir primero ésta en la teoría y en la práctica» (30).

Juan Pablo II constata en la encíclica Dives in Misericordia (31) la amenaza que sienten los hombres de hoy de perder «la libertad interior» de seguir su conciencia -y no sólo de «manifestar» la fe o la verdad natural-, y eso, por medio de una subyugación «pacífica» (VI, 11), como característica del «cambio que se está verificando en la historia» (VI, 10); dado que existen hoy los medios técnicos para ello y que «la mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia» (1, 2).

Spinoza, del que parte esa mentalidad, niega, en efecto, que «Dios» ame a nadie, porque dejaría de ser «Dios» (Etica V, 17, corolario; y 19, demostración). [Llama «Dios» a la naturaleza].

Frente a esto, la Iglesia -manda el Papa (VII, 13)- tiene el deber, especialmente en la edad contemporánea, de proclamar, implorar e «introducir en la vida» la misericordia de Dios, profesada y venerada por la Iglesia particularmente en el Corazón de Cristo, que revela e1 amor misericordioso del Padre, como «núcleo central de la misión mesiánica del Hijo del Hombre». Sólo de ahí viene la liberación (VIII, 15). Sólo de ahí, la justicia; y la solidaridad fraterna; y -sin borrar las diferencias- la igualdad (VII, 14); la cual -decía proféticamente ya Pío XI en la Ubi Arcano (n.53)- «en el reino de Cristo, rige y florece».

La democracia liberal y la tradicional [véase LA DEMOCRACIA TRADICIONAL FRENTE A LA DEMOCRACIA ABSOLUTA ]

Es muy urgente que se deshaga el equívoco de hablar laudatoriamente de la democracia, cuando todo el mundo entiende oír un elogio de esta democracia liberal que descristianiza a los pueblos en los que impera, al desintegrar en ellos el orden natural, porque se basa en una filosofía atea que pasa a ser una religión, la religión del anticristo. Nadie, en cambio, suele entender cuando oye hablar hoy de democracia -sobre todo si lo que oye es laudatorio- una referencia al concepto tradicional de democracia; que no implica una autoridad emanada, delegada o compartida por la comunidad, ni debilitada o diluida; sino que es la participación política -junto al soberano y a los gobernantes mejores que le secundan- de todos los integrantes del pueblo en la formación de las leyes, y la elección de esas autoridades de entre el pueblo y por el pueblo; en el que es, según Santo Tomás, el mejor régimen político, el bien combinado de monarquía, aristocracia y democracia (32). Dentro del sistema tomista tradicional en el que la autoridad -de origen y finalidad divinos- da unidad de orden y fin -el bien común- a la comunidad plural; en síntesis armoniosa -no dialéctica- de autoridad y comunidad, que son complementarias -no antitéticas- como acto y potencia (33).

Lo esencial es, en cualquier sistema verdadero, el mantenimiento de la autoridad como trascendente a 1a comunidad, fiel al servicio del bien común de ésta, lo que es servir a Dios. El ejercicio firme, no escéptico, de esta autoridad contribuye poderosísimamente a la aceptación voluntaria de la verdad y del bien. Y esto vale para la potestad política, para la eclesiástica y para cualquier otra.

El poder político debe reconocer el origen de su autoridad en Dios, y necesita ser fiel en todo su ejercicio a la ley divina -natural y revelada- según las enseñanzas y normas de la autoridad sobrenatural de la Iglesia; ser fiel al Reino de Dios y su Cristo; con fidelidad dispensada -según sus promesas- por la misericordia divina del Corazón de Jesús, que garantiza los derechos de todos, sus libertades y el bien común.

Esta es la verdad política. Por ella luchó en España el pueblo realista y carlista contra la revolución liberal en el siglo XIX y en la guerra de 1936; los requetés le dieron su carácter de Cruzada. Por ella, si no es posible luchar hoy -por desgracia para España- como entonces, siempre se puede morir, gastando la vida en su difusión y testimonio.

El absolutismo consiste en desligar la potestad política de su dependencia de la autoridad de la Iglesia y, en consecuencia, del servicio a la comunidad y a Dios, convirtiéndose en un fin en sí misma. Por tanto, hay que deshacer también el equívoco de llamar monarquía absoluta a la tradicional, por más que insignes pensadores tradicionales -que distinguían por su parte entre despotismo y absolutismo- así lo hicieran.

Si Vázquez de Mella decía muy acertadamente que asumía la historia de España a beneficio de inventario, lo mismo se ha de hacer con la del carlismo; en esto y en todo.

«Una sana democracia -enseña Pío XII- fundada sobre los inmutables principios de la ley natural y de las verdades reveladas, será resueltamente contraria a aquella corrupción que atribuye a la legislación del Estado un poder sin freno ni límites, y que hace también del régimen democrático, a pesar de las contrarias, pero vanas apariencias, un puro y simple sistema de absolutismo» (34).

La democracia es, según Spinoza, «la forma de gobierno caracterizada por su riguroso absolutismo»; en ella, el soberano, que es el colectivo social, tiene plenamente, en el estado de derecho -«bajo el Gobierno de la Razón»-. un derecho soberano de naturaleza -voluntad absoluta, sin más límite que su poder, ya raciona1izado por los que toman conciencia de su científica integración, como ser supremo colectivo, en la naturaleza y en la sociedad, en «Dios»-; ante su derecho todopoderoso, el propio de los particulares es nada (35). Y en la democracia es más plena la libertad que la Naturaleza, que «nada prohíbe», concede. Esta libertad -tan plena que excluye toda autoridad trascendente- consiste en estar determinado a obrar según el orden eterno de la Naturaleza, de la que «cada hombre es una pequeña parte»; aunque a veces «no conocemos» ese orden, y, por eso, muchos se creen erróneamente libres -con libre albedrío- (36).

Se pretende eliminar y suplantar a Dios y a su Iglesia, y lo que se hace es suplantar al pueblo (37) y eliminar la libertad y la personalidad del hombre. Fenómeno ya generalizado en Occidente e impuesto por el poder soviético en su área, como -refiriéndose al caso de Europa advierte Juan Pablo II:

«De hecho, la Europa que en el Oeste, en la filosofía y en la praxis ha declarado a veces la "muerte de Dios", y en el Este ha llegado a imponerla ideológica y políticamente, es también la Europa en la que ha sido proclamada la "muerte del hombre" como persona y valor trascendente. En el Oeste la persona ha sido inmolada al bienestar; en el Este ha sido sacrificada a la estructura» (38).

* * *

En España, la victoria que, sobre aquella verdad política, ha conseguido y ensanchado -por ahora- la revolución mediante su pacto con el trono desde el siglo XVIII, al desarticular el orden tradicional -el único verdadero que ha habido-, ha imposibilitado el funcionamiento de cualquier sistema político excepto los autoritarios. Y aun la defensa -por antítesis al liberalismo- de una monarquía u otras instituciones pretendidamente tradicionales, en una actitud política ante todo, no sometida a la moral, «politique d'abord», no es tradicional y no sirve para la verdadera restauración del orden natural: tiene la misma base que su antítesis: el naturalismo (Cfr. Pío XI, Nous avons lu 1926).

Porque, siendo el objetivo de la ciudad terrena -o sociedad política- bueno y fin en el orden natural -como enseña San Agustín-, es la Iglesia la que «consolida la paz entre los hombres para gloria de Dios» (Gaudium et Spes, 76). y un Estado no se puede edificar más que insanamente sobre la creencia de que sus humanos objetivos son los únicos, o mejores que los sobrenaturales, que así desdeña; porque -como dice San Agustín en la Ciudad de Dios (XV, 4)- de ahí «se sigue necesariamente la miseria y el fomento de la que existe». Y lo que el Concilio enseña es que

«la edificación de la ciudad terrena se funde siempre en el Señor y a El se dirija, para que no trabajen en vano los que la edifican» (Lumen Gentium, 46 y Ad Gentes, 41; Sal 126).

Lo que sólo de la gracia misericordiosa de Dios por 1a Iglesia proviene.

La profundización de la democracia

El sistema imperante en Espafía y su profundización actual eliminan el principio del Estado católico y en cambio se basan en aquello que, en la Pacem in terris, Juan XXIII definió como no verdadero, y es dogma democrático esencial para engendrar obediencia:

«No puede ser aceptada como verdadera la posición doctrinal de aquellos que erigen la voluntad de cada hombre en particular o de ciertas sociedades, como fuente primaria y única de donde brotan derechos y deberes y de donde provenga tanto la obligatoriedad de las Constituciones como la autoridad de los Poderes públicos» (39).

Hay eclesiásticos que pretenden que se puede y debe aceptar por los fieles la democracia imperante, porque reconoce la libertad y admite la participación. No tienen en cuenta -tal vez- que se trata de la participación en el acatamiento de la voluntad colectiva como fuente primaria y única de derechos y deberes. Y las libertades y derechos democráticos así engendrados y la inducción -desde el poder y desde el partido que lo ocupa- a su práctica erigen la voluntad de cada hombre en particular como fuente primaria y única de derechos y deberes frente a la autoridad sobrenatural de la Iglesia y contra ella, como en los casos del aborto, los anticonceptivos, el adulterio y el divorcio.

El Concilio enseña que las condiciones para la libre acción eclesial «bajo cualquier régimen» son que «reconozca los derechos fundamentales de la persona y de la familia» (GS, 42). Y aquí ya no se reconoce ni el derecho a la vida de los inocentes; en la vía destructora de la dignidad humana que se emprende -como advierte el Concilio-- cuando la promoción de los derechos humanos no queda «imbuida del espíritu del Evangelio», como propugna (Gaudium et Spes, 41), sino que se hacen consistir en «desligarnos de toda norma de Ley divina».

* * *

En el presente sistema están las bases para el socialismo pleno «a través de la vía democrática», sin ruptura con la «legalidad», sólo con su desarrollo y profundización social.

Spinoza parte de una lectura racionalista de la Biblia -origen del criticismo bíblico, del modernismo y del progresismo-- y sustituye a Dios por la naturaleza como sustancia única; llega así a una lectura política de la Biblia, origen, no sólo del liberalismo vulgar y de la democracia ad usum delphini, sino del socialismo sobre las mismas bases democráticamente profundizadas hasta llegar a ser una praxis política plenamente autofundada y, como si fuera una «religión católica», universalmente interiorizada. La fuente común de estos sistemas contemporáneos -dialécticamente enfrentados en la realización de la «auténtica democracia»- es esta lectura teológico-política que constituye el más craso naturalismo materialista, no sólo filosófico, sino sociopolítico (40).

En el spinozismo está la propiedad socializada en el estadio de democracia consumada. El nacionalismo, como elemento psicológicamente poderoso, a instrumentalizar dialécticamente; cosa que descuidó Marx y que redescubren Lenin y Stalin, y pasa al eurocomunismo. Y, como final de sus disparates subversivos, la socialización del poder político, como en el estadio de «sociedad nueva, sin clases» que propugna aquí el socialismo «a través de la vía democrática» (41); con la desaparición de antagonismos «bajo el gobierno de la Razón», dice Spinoza. Se suprime el gobierno del Estado, pero no el Partido -dueño del Estado-, la vanguardia concienciada, los «vasos de honor» spinozianos, los «aptos» para el «gobierno de la Razón» en la sociedad democrática, que, en suprema síntesis dialéctica, tiene un derecho colectivo soberano «de Naturaleza»: el bestial poder anticristiano.

Lenin reconstruye el sistema spinoziano casi del todo a partir de Marx, Engels y Hegel. Pero su especial aversión al nombre de Dios, no le permite ver, a través de la oscuridad hegeliana, lo que significa «Dios» en este sistema. Con Stalin, el marxismo soviético entra en una vía represiva y no convincente tras el telón de acero, pero expande sus errores por todo el mundo.

La vía occidental a la democracia absoluta

Cerca del final está el camino del materialista Occidente, secularizado por aquellos «cuyo Dios es su vientre», «los enemigos de la Cruz de Cristo», «que promueven las disensiones» (Rom XVI, 17-18 y Flp III, 18-19). Su democracia liberal -spinoziana-, a medida que va descristianizando a los pueblos, va eliminando aquella «feliz inconsecuencia» de la época de León XIII y se convierte en la religión positivista propugnada por Comte (42). Las ideas psicológicas sustentadoras de la propaganda -comercial y política- y de la enseñanza que recibe son spinozianas. Como la proclamación de los derechos humanos aniqui:adora de la persona. Surge aquí el «humanismo» marxista a partir del ateísmo positivo de los escritos juveniles de Marx, y, en el Este, el comunismo «de rostro humano», que es spinoziano y encuentra amplias simpatías en el Oeste. El comunismo maoísta y postmaoísta, más radical que el soviético, rompe con él y pacta con Occidente. El eurocomunismo introduce la dialéctica generalizada, escapando del economismo y del obrerismo, y descubre que su objetivo final se puede alcanzar mejor por la vía democrática; pero el socialismo postmarxista ya se había anticipado en este descubrimiento, e, incrementado por los que se declaran «socialistas a fuer de liberales», tiende a consolidar su hegemonía en Europa y fuera de ella -con el apoyo del «liberalismo» norteamericano-, porque se ve liberado de las «contradicciones del eurocomunismo»: su lastre insurreccional, su sospechoso antisovietismo contrario a la O.T.A.N., y, sobre todo, el estigma de «intrínsecamente perverso», que sólo se menciona del Partido Comunista, muy potente electoralmente en Italia.

Es propio, no del Este, sino de Occidente, como señala Juan Pablo II, el fenómeno del «disenso corrosivo», que, junto con la «aridez espiritual»,
causa su «crisis persistente de vocaciones y el fenómeno doloroso de las defecciones»
:

"El disenso doctrinal y moral aparece como un síntoma característico más bien del Occidente «rico», y por tanto también de Europa. En cierto aspecto aparece originado por una trasposición al campo religioso y eclesial de modelos de vida civil y de contestación política; bajo otro aspecto puede muy bien denotar un espíritu humano orgulloso y que no tolera las exigencias del Evangelio, como tampoco la necesidad de la «gracia» de Dios para acogerlas y vivirlas" (43).

Contra los promotores de estas disensiones -gnósticos materialistas y ebionitas judaizantes- advertía San Pablo a los romanos y a los filipenses, y a nosotros.

Sus consecueucias extremas estan presentes. Como en Nicaragua o como aquí, cuando, de la fase de siembra ideológica modernista y marxista, desde el altar, se pasa ya ahora a organizar a los feligreses descristianizados en «Iglesia popular» rebelada contra la Santa Madre Iglesia Jerárquica en nombre de la democracia y coordinada con los «movimientos de liberación nacional» y a su servicio. La ideología de estos pseudoprofetas es la religión que sirve al poder democrático desligado de Dios y puesto como soberano en lugar de Dios y de su Cristo, «la religión del hombre que se hace Dios».

Aunque tiene un indudable interés la conexión histórica del spinozismo -y sus antecedentes- con los sistemas que van culminando en nuestros días, es más revelador constatar las faltas de contacto entre algunos de sus promotores y que lleguen, sin embargo, a la misma conclusión, al mismo sistema anticristiano; es porque parten de lo mismo, sucumben a la misma tentación, a la gran tentación primera y última: querer, como Spinoza, que lo bueno o lo malo sea necesariamente lo que diga el hombre, es decir, suplantar a Dios como creador y señor. Esto es lo que hay en el socialismo democrático, ateísmo positivo, no agnosticismo. No dudan, eliminan a Dios; por eso eliminan a los inocentes antes de que nazcan sin aplicarles ni el beneficio de la duda. Por eso mandó matar Herodes a los Santos Inocentes: para matar el Hijo de Dios (Mt, II).

Es el materialismo inmanentista y hedonista -enseña el Papa- la base de la mentalidad egoísta que causa -al igual que la «involución sin precedentes» del matrimonio secularizado- el «involutivo fenómeno» en que «ha sido derrotado el Estado secularizado», que es la legalización del aborto:

«De acuerdo con esta mentalidad, que parece común aunque con alguna diferencia en el Este como en el Oeste -signo del materialismo inmanente y hedonista que está en su base-, ha hallado acogida el aborto» (44).

* * *

Al rechazar la inhumana aplicación política de estas falsas doctrinas, a sus promotores, la Iglesia -singularmente en el último Concilio- les ofrece -como a Saulo, como a todos «nosotros pecadores»- la omnipotente misericordia de Dios, «potencia especial del amor que prevalece del pecado» (Dives in Misericordia, 4 y 13). Ofrecimiento patentizado en el Sagrado Corazón de Jesús y urgido por Él para nuestros tiempos, junto con la promesa de su reinado -cristianizador de la sociedad y divinizador del cristiano, por su gracia, en la Iglesia-, en los mismos años en que Spinoza -contemporáneo de Santa Margarita María- programaba la expansión del sistema contrario. Podemos incluso esperar que tenga eficacia este ofrecimiento conciliar que señala la época eclesial del amor fraterno a los enemigos de Cristo.

* * *

En esta democracia desarrollan ahora el proceso revolucionario los socialistas, sin organizar para ello disturbios, sino evitándolos. No fue ninguna revuelta callejera lo que desvirtuó la Cruzada de 1936 [en el régimen de Franco], ni lo que liquidó el régimen de Franco. El hecho de que incluso muchos católicos ni se inquieten ante la subversión implantada, y que consideran «normal» la situación, es un signo de los tiempos indicativo de la extensión e intensidad de esa implantación de cizaña. Si por esta falta de sensibilidad histórica teologal, les parece poca la violencia engendrada por el proceso secularizador, que recuerden que -según un cualificado testimonio- hace quince años, cuando se preparaba el cambio, era todavía impensable que matasen niños ni los revolucionarios más radicales (45). Ahora ya no están seguros los niños ni en el vientre de su madre, y hasta -democráticamente, eso sí- se les niega la defensa.

Estamos bajo el poder colectivo que, sobre «el amor de sí hasta el desprecio de Dios», funda la ciudad terrena y la convierte de «un bien, y el mejor en su humano género» -como la valora San Agustín en la Ciudad de Dios (XV, 4), en contraria a la Iglesia y por ende en un mal para el hombre. En esta época es más necesario que nunca, quizá, obedecer la recomendación de San Pablo a los tesalonicenses y, consolados y afianzados nuestros corazones, por el Corazón de Jesús, seguir trabajando «en toda obra y palabra buena» (2Tes 11, 17).

Con nosotros está María, la primera redimida, Madre de Dios y de la Iglesia. Está Dios, «el que es, y que era, y que viene, el Todopoderoso» (Ap 1, 8). Dios no muere. Su Cristo, Jesús, nos muestra su divino Corazón porque nos quiere y quiere nuestro amor, y nos promete:

«Reinaré a pesar de mis enemigos y de cuantos se opongan a ello». «Reinaré en España, y con más veneración que en otras partes».

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NOTAS

(24) SPINOZA, B., Oeuvres II. Traité theologico-politique, trad. Ch. Appuhn. Garnier-Flammarion, 1965, p. 336. En lo sucesivo, T T-P.

(25) Ibid., pp. 308 y 243, y capítulo XIV.

(26) lb., pp. 320-321. Recordemos la "guerra de los catecismos".

(27) lb., pp. 278-279.

(28) «La aristocracia es un régimen superior y más absoluto que la monarquía» (Tratado político, capítulo VIII), pero menos que la democracia (ib., capítulo XI).

Por eso, en este régimen aristocrático spinoziano, puede autorizarse aún la enseñanza no estatal, «corriendo el que lo solicita con los gastos de su reputación»; pero, ya antes de llegar a la democracia spinoziana plena, los centros no estatales subvencionados, «las instituciones docentes cuya fundación está ayudada pecuniariamente por la administración pública, son instituciones destinadas, no tanto a cultivar, como a limitar los espíritus» .(Tratado Político, p. 240 ed. cit.)

(29) Familiaris Consortio, n. 37, CRISTIANDAD, nn. 608-609, nov.-dic. 1981, p. 226.

(30) MARX, K., Tesis sobre Feuerbach, IV tesis.

(31) Los subrayados son del original. Vid. la encíclica en CRISTIANDAD, nn 596-597, nov.-dic. 1980, pp. 203-233.

(32)

«Tal es, pues, la mejor constitución política, la bien combinada de monarquía, en cuanto preside uno; de aristocracia, en cuanto varios gobiernan según la virtud; y de democracia, es decir, potestad popular, en cuanto del pueblo pueden ser elegidos los gobernantes y al pueblo concierne la elección de los mismos» (S, T. I-II, 105, a. 1).

Las leyes reciben su nombre de la forma de gobierno; «las del combinado, que es el óptimo, se denominan «Ley», la de los superiores con la plebe sancionan, como dice SAN ISIDORO, Etimologías, V, 1, 10» (S. T. I-II, 95, 4 c).

(33) Cfr. CANALS, Política, pp. 37, 40, 318, etc.

(34) PIO XII, radiomensaje de Navidad de 1944, n. 28. Doctrina Pontificia II. Documentos políticos. B.A.C. 1958. P. 879.

(35) T T~P, pp. 266, 269 Y 267.

(36) Ib., pp. 268 y 263. Etica, lI, 35, escolio.

(37) El pueblo -pluralidad organizada de personas en unidad de orden y finalidad- es suplantado por el mito del «Pueblo Soberano», por el ente de razón hipostasiado de la «sustancia» spinoziano. Cfr. F. CANALS VIDAL, Política española: pasado y futuro, Barcelona, 1977, pp. 40 y 318.

(38) Secularización y evangelización hoy en Europa. Discurso del Papa al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11 de octubre de 1985, n. 11. En L'Osservatore Romano, ed. española, 20 de octubre de 1985, pg. 10.

(39) JUAN XXIII, Pacem In tenis. En CRISTIANDAD, n. 386, abril de 1963, p. 86.

(40) Cfr. CANALS, Política, pp. 270-271, donde señala la relación del monismo spinoziano con el idealismo alemán, el marxismo y las escuelas psicológicas liberales.

(41) «Aún no hemos llegado a la socialización del poder político y debemos lograrlo porque, cuando se socialice dejará de ser poder político... Tenemos que considerar la Constitución como un instrumento para nuestros fines y la podemos utilizar como instrumento, aunque sea una Constitución burguesa» (Tierno Galván en la Escuela de Verano del P.S.O.E. De 1978, cit. por G. ELORRIAGA, La senda constitucional, 1979, p. 167). Cfr. Resoluciones de los Congresos XXIX y XXX del P.S.O.E. de octubre de 1981 y de diciembre de 1984, y Extraordinario de 1979. (42) Cfr. J.M. PETIT SULLA, Filosofía, política y religión en Augusto Comte, Barcelona, 1978.

(43) Discurso papal citado en nota 38, nº. 17.

(44) Ibid., n.º 10.

(45) «Yo -decía a López Rodó en 1970 el entonces Príncipe de España, refiriéndose al abandono de España por Alfonso XIII en 1931- estoy dispuesto a no irme, pase lo que pase. Naturalmente, no puede preverse el estado de ánimo en que uno se encontraría si vienen mal dadas, pero ya he hablado con la Princesa y estamos decididos a no irnos, ni nosotros ni nuestros hijos. Esto nos dará seguridad; no serían capace de matar a unos niños». Cfr. LOPEZ RODO, L.: La larga marcha hacia la monarquía. 1979. P. 531.