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San Ireneo de Lyon es proclamado doctor de la Iglesia por el papa Francisco en 2022

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Decreto del Santo Padre por el que declara Doctor de la Iglesia a san Ireneo de Lyon

San Ireneo de Lyon, llegado de Oriente, ejerció su ministerio episcopal en Occidente: él fue un puente espiritual y teológico entre cristianos orientales y occidentales. Su nombre, Ireneo, expresa esa paz que viene del Señor y que reconcilia, reintegrando en la unidad. Por estos motivos, después de haber tenido el parecer de la Congregación de las Causas de los Santos, con mi Autoridad Apostólica lo

DECLARO

Doctor de la Iglesia con el título de Doctor unitatis.

Que la doctrina de tan grande Maestro pueda animar cada vez más el camino de todos los discípulos del Señor hacia la plena comunión.

Desde el Vaticano, 21 de enero de 2022

Francisco

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Canals explica lo que es un doctor de la Iglesia

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Su nombre, Ireneo, significa "pacificador".

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El papa Francisco anunció en 2021 su intención al Grupo Mixto de Trabajo Ortodoxo-Católico San Ireneo

El 7 de octubre de 2021, el Papa anunció su intención de proclamar a San Ireneo de Lyon Doctor de la Iglesia con el título de Doctor unitatis, Doctor de la Unidad. El Santo Padre realizó este anuncio durante el encuentro que mantuvo con los miembros del Grupo Mixto de Trabajo Ortodoxo-Católico San Ireneo en el Palacio Apostólico del Vaticano.

En aquella ocasión, el Papa destacó la importancia que la figura de San Ireneo tiene hoy para el diálogo ecuménico entre católicos y ortodoxos porque “vino de Oriente y ejerció su ministerio episcopal en Occidente. Fue un gran puente espiritual y teológico entre cristianos orientales y occidentales”.

En enero de 2018, el cardenal Philippe Barbarin, entonces arzobispo de Lyon y primado de las Galias había pedido en Roma al papa Francisco que declarase a san Ireneo Doctor de la Iglesia.

San Ireneo es el quinto doctor de la Iglesia de Francia junto a san Bernardo de Claraval, san Hilario de Poitiers, san Francisco de Sales y santa Teresa de Lisieux.

Hay ya 36 doctores de la Iglesia de los cuales Francisco, además de a san Ireneo de Lyon, ha proclamado a san Gregorio de Narek (c. 954 - c. 1010), poeta y filósofo armenio. Benedicto XVI proclamó dos doctores de la Iglesia: santa Hildegarda de Bingen y san Juan de Ávila.

Benedicto XVI dedicó una audiencia general en 2007 a explicar la importancia de San Ireneo. Dijo que era “un hombre de fe y un pastor” y lo definió como el “campeón en la lucha contra las herejías”.

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San Ireneo

FUENTES:

CARLOS VILLA ROIZ ReL 20.01.2022 https://www.religionenlibertad.com/vaticano/77012416/papa-san-ireneo-dpctor-iglesia.html

CARLOS VILLA ROIZ ReL 27.06.2021 https://desdelafe.mx/noticias/sabias-que/28-de-junio-celebramos-a-san-ireneo-defensor-de-la-fe/

https://www.romereports.com/2022/01/21/francisco-declara-a-san-ireneo-doctor-de-la-iglesia/

https://www.aciprensa.com/noticias/el-papa-francisco-proclama-doctor-de-la-iglesia-a-san-ireneo-de-lyon-58728

San Ireneo, nacido hacia el año 130 en Esmirna (hoy Izmir), Asia Menor, fue obispo de Lyon, en las Galias, desde el año 177 hasta el 202, fecha aproximada de su muerte. Es uno de los padres de la Iglesia y el mayor escritor cristiano del siglo II. Tuvo un papel fundamental en la lucha contra el gnosticismo. Su obra principal fue Contra los herejestexto que desarrolla en cinco volúmenes la refutación de las doctrinas gnósticas, pero también las ebionitas, antitéticas de las gnósticas..

San Ireneo fue discípulo de San Policarpo, obispo de Esmirna, quien a su vez fue discípulo del apóstol San Juan. San Policarpo decía refiriéndose al apóstol san Juan:

“He conservado sus enseñanzas, no sobre el papel, sino en el corazón, ya que lo que aprendemos en nuestra infancia se convierte en parte de nosotros mismos.”

San Policarpo envió a Ireneo quizá el año 157 a Lugdunum (Lyon) e Ireneo fue ordenado sacerdote en esa ciudad.

San Ireneo fue enviado a Roma por el obispo de Lyon san Potino para suplicar al papa san Eleuterio que afrontase el problema de las herejías montanistas, las procedentes de Montano, originario de Frigia que se autoproclamó profeta y aseguraba que el pecado mortal alejaba de Dios de tal forma que ni el sacramento de la Reconciliación lo podía perdonar. También anunciaba como inminente la Segunda Venida de Jesucristo.

A su regreso a Lyon, san Ireneo sucedió a san Potino, primer obispo de dicha sede, que murió mártir a sus noventa años en 177 en la persecución de Marco Aurelio y así san Ireneo llegó a ser obispo de Lyon.

Mucho escribió para defender la fe en la que había sido educado, sobre el amor de Dios a los hombres, sobre Cristo como hombre y sobre la Eucaristía.

Gran parte de los escritos de san Ireneo van dirigidos a los gnósticos, quienes consideraban mala la naturaleza material, incluido el cuerpo humano.

San Ireneo les corrige con gran bondad, insistiendo en la fe en las enseñanzas de Nuestro Señor. Les decía:

“Cristo nos explicará más en la eternidad”.

Ireneo fue elevado a la Sede Episcopal de Lugdunum (Lyon), en un momento en el que el gnosticismo de Marción, hacía deño a los cristianos.

El gnosticismo es el "error herético" en la terminología de san Jerónimo. La Iglesia tenía que hacer frente también al contrapuesto error de los milenaristas ebionitas judaizantes, el "error judío", llamado así por san Jerónimo también.

Canals caracteriza así ambos errores contrapuestos:

"Quienes niegan, con la restauración de Israel y el reino mesiánico, también la resurrección de la carne, la realidad de Cristo encarnado -del Cristo histórico diríamos hoy- y blasfeman del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, son los gnósticos, que se oponían antitéticamente a los cristianos judaizantes, ebionitas y milenaristas: los que, aun aceptando la fe en Cristo, deformaban la esperanza del segundo advenimiento, reduciendo a Cristo a ser rey de un reino mundano y visible, unívoco con las potestades terrenas.
Para los gnósticos carecía de sentido la Encarnación, pues todo lo que hay sobre la tierra y en el mundo visible es constitutivamente malo, efecto de un principio inferior y "caído", es decir, del Dios de Israel. Cristo no venía sino a liberamos de la naturaleza y de la ley. Los milenaristas esperaban un Cristo y un reino mesiánico, cuyo sentido acertaríamos probablemente a expresar refiriéndonos a la empresa religioso-política de los primeros califas islámicos".
(F.
Canals: El reino mesiánico, CRISTIANDAD, diciembre 1969)

San Ireneo, obispo de Lyon, refutó el error de los gnósticos en su obra más conocida, que es Adversus Haereses (Contra los Herejes), en la que refuta también el antitético error de los ebionitas. San Ireneo escribió además La exposición de la predicación apostólica, el más antiguo «catecismo de la doctrina cristiana». También se conoce una carta suya dirigida al papa san Víctor suplicándole que no excomulgase a quienes celebraban la fiesta de Pascua en otra fecha distinta a la Iglesia Romana. Epideixis, otra gran obra de san Ireneo sólo nos ha llegada en la versión armenia.

Canals dice que san Ireneo es el gran testigo de la escatología de la «dispensación» del Reino de Cristo en el mundo.

"Con San Justino, San Ireneo de Lyon, que recibe a través de San Policarpo la tradición del Apóstol San Juan, es reconocido universalmente como el gran testimonio favorable a la escatología de la «dispensación» del Reino de Cristo en el mundo".
(Francisco Canals Vidal, La doctrina escatológica del Vaticano II en el Catecismo de la Iglesia católica, CRISTIANDAD. Barcelona, abril-junio 1993)  

En san Ireneo encontramos la tesis central de la deificación o divinización del cristiano. Es uno de los más antiguos Santos Padres en los que el gran teólogo carmelita fray B. M. Xiberta constata que se halla ya dicho concepto de deificación (B. M. Xiberta, Tractatus de vita supernaturali, vol. 1, pág 115, Roma 1964). Este concepto nuclear fue rescatado por el padre Ramiére en los insistentes artículos que fue publicando en la revista francesa del Apostolado de la Oración, el Mensajero del Sagrado Corazón, y que fueron recopilados en el libro El Corazón de Jesús y la divinización del cristiano. También aparece el concepto y la expresión deificación en las obras de santa Teresa del Niño Jesús, en las versiones de sus obras en las que se rescataron sus expresiones originales sin las omisiones de las versiones iniciales. Esta tesis tan central y nuclear fue amplia y reiteradamente explicada por Canals y aparece en muchos de sus escritos, entre ellos en "La divinización del cristiano" del 13 de noviembre de 1999, que aparece en sus Obras Completas, vol. 4A, págs. 485-487. En este texto, Canals incluye el siguiente artículo del Catecismo de 1992, en el que aparece un texto de san Ireneo de aquellos a los que hacía referencia el padre Xiberta.

CEC 460 «El Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1, 4):
"Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 19, 1).
"Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios" (San Atanasio de Alejandría, De Incarnatione, 54, 3: PG 25, 192B). 
Unigenitus [...] Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret factus homo.
"El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres". (Santo Tomás de Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Of. de Maitines, primer Nocturno, Lectura I)».

Canals dice que san Ireneo es "el mayor de los Padres antignósticos" y presenta el siguiente texto en el que este santo Padre y Doctor de la Iglesia caracteriza a la vez el gnosticismo y el ebionismo, cuya definición expresa, al decir de Canals, la actual "reducción del reino mesiánico en el horizonte de un humanismo judío, de una comprensión ebionita, esto es, de defensa y revancha de los pobres, en fuerza de la cual se desdeña la gracia y el orden sobrenatural" (F. Canals: El reino mesiánico, CRISTIANDAD, diciembre 1969):

"Jesucristo no habría tenido verdadera carne y sangre para por ellas redimirnos, si no hubiese recapitulado en sí todo lo que creó antes Dios en Adán. Vanos son, pues, los de Valentín que esto enseñan, porque excluyen la salvación de la carne al despreciar la creación de Dios.
Vanos son también los ebionitas, que no aceptan en su alma por la fe la unión de Dios y el hombre, sino que perseveran en la vieja levadura de la generación (1Cor 4,7) y se resisten a entender que el Espíritu Santo vino a María y el poder del Altísimo la cubrió con su sombra... Rechazan la mezcla de vino celeste y quieren ser sólo agua mundana. No aceptan que Dios venga a unirse con ellos y perseveran en el Adán que cayó y fue arrojado del paraiso".
(San Ireneo, Adversus Haereses, V, 1.2-1.3. Citado por F. Canals, ib.)

Canals explica que se halla en la contraposición entre ebionsmo y gnosticismo una muestra de lo que es la dialéctica hegeliana:

"Hegel llegó a considerar la dialéctica como el método absoluto a partir de una reflexión sobre la historia de la filosofía griega. La historia de los errores religiosos muestra también movimientos de oposición y de superación sintética de contrarios...
Desde los primeros siglos hallamos un enfrentamiento antitético en los errores y herejías que deforman la vida cristiana: la antítesis entre el error judío, el ebionismo negador de la divinidad de Cristo, y la gnosis antinomista, hostil al orden creado, despreciadora de lo humano en odio al Creador". (F. Canals, ib.)

También la halla Canals en la reiterada síntesis de gnosis y milenarismo ebionita:

"Gnosis y milenio se sintetizan, por otra parte, reiteradamente en la historia y, con influencia patente y universal, se entrañan en los errores de nuestro tiempo.

Canals dice que el siguiente texto muestra también que "antitética a la vanidad ebionita, la "herejía", la "gnosis" impugnada por San Ireneo no reconoce en este mundo nada que salvar":

"Después de que el Anticristo haya devastado todas las cosas de este mundo, sentándose en el Templo de Jerusalén vendrá el Señor en la gloria del Padre y restituirá a Abraham la promesa de la herencia.
"Pero algunos de los que creen pensar rectamente alteran el orden de la resurrección de los justos e ignoran el proceso hacia la incorrupción por tener sentimientos heréticos: pues los herejes, despreciando lo que Dios ha creado y no aceptando la salvación de su carne, afirman que con la muerte se sobrepasan los cielos y el Demiurgo para ir hacia la Madre o hacia aquel Padre fingido por ellos. Pues no es de extrañar que los que reprueban la resurrección universal ignoren también el orden de la resurrección".
"Hay algunos cuya opinión es desviada por el lenguaje de los herejes y vienen a ser ignorantes de la dispensación divina y del misterio de la resurrección de los justos y del Reino"
(San Ireneo, Adversus Haereses. Citado por F. Canals, ib.)

Canals intercala en ese texto la información de que "según los Santos Padres el reino del Anticristo sería recibido como el esperado reino mesiánico por los judíos nuevamente reunidos en Jerusalén en el que de nuevo reconstruirían el Templo".

En san Ireneo culmina la aceptación y comprensión del sentido literal de la Sagrada Escritura como sentido primordial y fundamental, incluso en lo referente a la consumación intrahistórica del Reino de Dios en la tierra tras la Segunda Venida de Jesucristo Nuestro Señor, junto con el rechazo de la alegorización de los textos escriturarios referentes a esta consumación. Pero, como muestra Pueyo Velasco en su muy excelente tesis, desde finales del siglo IV hasta el XIX, se abandonó por la mayor parte de los teólogos el sentido literal en la exégesis de dichos textos escriturarios. Por eso la proclamación de San Ireneo como doctor de la Iglesia el 21.02.2022 es un nuevo paso en el avance más allá del umbral de la nueva escatología. La llegada a este umbral es lo que representó el contenido de las actas de lo proclamado por el Concilio Vaticano II (1962-1965). Así lo afirmó el entonces cardenal Wojtyla en su predicación ante el papa san Pablo VI en 1976. El siguiente paso con el que se sobrepasó ya dicho umbral fue, como explica Canals, el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992.

Francisco Canals Vidal, La doctrina escatológica del Vaticano II en el Catecismo de la Iglesia católica, CRISTIANDAD. Barcelona, abril-junio 1993.

Varios son los sentidos de la Sagrada Escritura, y de ellos, como enseña santo Tomás de Aquino (S. Th. I q.1 aa. 9-10; I-II q. 102 aa 1-2) y la Iglesia con él (CEC de 1992, 117), el sentido primordial y fundamental de todos los otros es el sentido literal.   

De san Ireneo es esta famosa expresión:

“La gloria de Dios es que el hombre viva”.
(San Ireneo, Adversus haereses, IV, 20, 7. Migne G 7, 1037).

Canals explica que Dios nos ha creado para que participemos de la su naturaleza divina y "vivamos de su misma vida"; y cita los artículos 257-260 del Catecismo de 1992 en los que se expresa que este designio divino se despliega en los envíos del Hijo y del Espíritu Santo, "cuya prolongación es la misión de la Iglesia". (Canals, O. C., pág 448).

También decía san Ireneo:

“Hay solo un Dios soberano universal que creó todas las cosas por medio de su Verbo, que ha organizado y hecho de la nada todas las cosas para que existan”

 Según la tradición, san Ireneo fue martirizado. Muere mártir hacia el año 202. Los restos mortales de san Ireneo, como indica san Gregorio de Tours, fueron sepultados en una cripta bajo el altar de la que entonces se llamaba Iglesia de San Juan, y más adelante se llamó de San Ireneo. Esta tumba fue destruida por los calvinistas en 1562.

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Catequesis del papa Benedicto XVI sobre San Ireneo de Lyon en la Audiencia general del 28.03.2007

Queridos hermanos y hermanas:

En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos llegamos hoy a la personalidad eminente de san Ireneo de Lyon. Las noticias biográficas acerca de él provienen de su mismo testimonio, transmitido por Eusebio en el quinto libro de la "Historia eclesiástica".

San Ireneo nació con gran probabilidad, entre los años 135 y 140, en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía), donde en su juventud fue alumno del obispo san Policarpo, quien a su vez fue discípulo del apóstol san Juan. No sabemos cuándo se trasladó de Asia Menor a la Galia, pero el viaje debió de coincidir con los primeros pasos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177, encontramos a san Ireneo en el colegio de los presbíteros.

Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a san Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, que murió a causa de los malos tratos sufridos en la cárcel. De este modo, a su regreso, san Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202-203, quizá con el martirio.

San Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Tiene la prudencia, la riqueza de doctrina y el celo misionero del buen pastor. Como escritor, busca dos finalidades: defender de los asaltos de los herejes la verdadera doctrina y exponer con claridad las verdades de la fe. A estas dos finalidades responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros "Contra las herejías" y "La exposición de la predicación apostólica", que se puede considerar también como el más antiguo "catecismo de la doctrina cristiana". En definitiva, san Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.

La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la "gnosis", una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, que no pueden comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales —se llamaban "gnósticos"— comprenderían lo que se ocultaba detrás de esos símbolos y así formarían un cristianismo de élite, intelectualista.

Obviamente, este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos a menudo extraños y extravagantes, pero atractivos para muchos. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios, Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban que junto al Dios bueno existía un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.

Cimentándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, san Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la santidad originaria de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que la del espíritu. Pero su obra va mucho más allá de la confutación de la herejía; en efecto, se puede decir que se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, el que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe.

En el centro de su doctrina está la cuestión de la "regla de la fe" y de su transmisión. Para san Ireneo la "regla de la fe" coincide en la práctica con el Credo de los Apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender qué quiere decir, cómo debemos leer el Evangelio mismo.

De hecho, el Evangelio predicado por san Ireneo es el que recibió de san Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de san Policarpo se remonta al apóstol san Juan, de quien san Policarpo fue discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el transmitido por los obispos, que lo recibieron en una cadena ininterrumpida desde los Apóstoles. Estos no enseñaron más que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. Como nos dice san Ireneo, así no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo esta fe es apostólica, pues procede de los Apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.

Al aceptar esta fe transmitida públicamente por los Apóstoles a sus sucesores, los cristianos deben observar lo que dicen los obispos; deben considerar especialmente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del Colegio apostólico, san Pedro y san Pablo. Todas las Iglesias deben estar en armonía con la Iglesia de Roma, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe común de la Iglesia.

Con esos argumentos, resumidos aquí de manera muy breve, san Ireneo confuta desde sus fundamentos las pretensiones de los gnósticos, los "intelectuales": ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de origen apostólico, se lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvación no son privilegio y monopolio de unos pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación de los sucesores de los Apóstoles y, sobre todo, del Obispo de Roma. En particular, criticando el carácter "secreto" de la tradición gnóstica y constatando sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, san Ireneo se dedica a explicar el concepto genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos.

a) La Tradición apostólica es "pública", no privada o secreta. Para san Ireneo no cabe duda de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el recibido de los Apóstoles y de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza. Por tanto, a quien quiera conocer la verdadera doctrina le basta con conocer "la Tradición que procede de los Apóstoles y la fe anunciada a los hombres": tradición y fe que "nos han llegado a través de la sucesión de los obispos" (Contra las herejías III, 3, 3-4). De este modo, sucesión de los obispos —principio personal— y Tradición apostólica —principio doctrinal— coinciden.

b) La Tradición apostólica es "única". En efecto, mientras el gnosticismo se subdivide en numerosas sectas, la Tradición de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales que, como hemos visto, san Ireneo llama precisamente regula fidei o veritatis. Por ser única, crea unidad a través de los pueblos, a través de las diversas culturas, a través de pueblos diferentes; es un contenido común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas.

Hay un párrafo muy hermoso de san Ireneo en el libro Contra las herejías:

"Habiendo recibido esta predicación y esta fe [de los Apóstoles], la Iglesia, aunque esparcida por el mundo entero, las conserva con esmero, como habitando en una sola mansión, y cree de manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma y un solo corazón; y las predica, las enseña y las transmite con voz unánime, como si no poseyera más que una sola boca. Porque, aunque las lenguas del mundo difieren entre sí, el contenido de la Tradición es único e idéntico. Y ni las Iglesias establecidas en Alemania, ni las que están en España, ni las que están entre los celtas, ni las de Oriente, es decir, de Egipto y Libia, ni las que están fundadas en el centro del mundo, tienen otra fe u otra tradición" (I, 10, 1-2).

En ese momento —es decir, en el año 200—, se ve ya la universalidad de la Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan diferentes de Alemania, España, Italia, Egipto y Libia, en la verdad común que nos reveló Cristo.

c) Por último, la Tradición apostólica es, como dice él en griego, la lengua en la que escribió su libro, "pneumatikÖ", es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo: en griego, espíritu se dice pneuma. No se trata de una transmisión confiada a la capacidad de hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la transmisión de la fe. Esta es la "vida" de la Iglesia; es lo que la mantiene siempre joven, es decir, fecunda con muchos carismas. La Iglesia y el Espíritu, para san Ireneo, son inseparables:

"Esta fe", leemos en el tercer libro Contra las herejías, "que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un depósito valioso conservado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer al vaso mismo que lo contiene. (...) Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda gracia" (III, 24, 1).

Como se puede ver, san Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradición. Su tradición, la Tradición ininterrumpida, no es tradicionalismo, porque esta Tradición siempre está internamente vivificada por el Espíritu Santo, el cual hace que viva de nuevo, hace que pueda ser interpretada y comprendida en la vitalidad de la Iglesia. Según su enseñanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que se presente como debe ser, es decir, "pública", "única", "pneumática", "espiritual". A partir de cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo discernimiento sobre la auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia.

Más en general, según la doctrina de san Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente fundada en la creación divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificación del Espíritu. Esta doctrina es como un "camino real" para aclarar a todas las personas de buena voluntad el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para impulsar continuamente la acción misionera de la Iglesia, la fuerza de la verdad, que es la fuente de todos los auténticos valores del mundo.

Pensando en la fiesta de la Anunciación, que celebramos hace pocos días, dirijo un afectuoso saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que el "sí" pronunciado por María os anime, queridos jóvenes, a responder con generosidad a la llamada de Dios. Que la humilde adhesión de la Virgen a la voluntad divina, tanto en Nazaret como en el Calvario, os ayude a vosotros, queridos enfermos, a uniros cada vez más profundamente al sacrificio redentor de Cristo. María, la primera en acoger al Verbo encarnado, os acompañe a vosotros, queridos recién casados, en el camino matrimonial y os ayude a crecer cada día en la fidelidad del amor.

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http://jesusmarie.free.fr/irenee_de_lyon.html