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....El caminito de santa Teresa del
Niño Jesús...
El milagro de Gallipoli de santa
Teresa de Lisieux... Centenario de Canals (1922-2009).....Aportaciones
urgentes a la teología de la historia...
Los papas y Teresita del Niño Jesús
La santa de Lisieux fascinó a todos los pontífices del siglo XX con su fe sencilla, que se basaba en la absoluta necesidad de la gracia
por Giovanni Ricciardi 30 Giorni, n.º 5 de 2003 http://www.30giorni.it/articoli_id_950_l2.htm
El 20 de noviembre de 1887, a la edad de 15 años, santa Teresa del Niño Jesús habló con el papa León XIII (1878-1903) durante una peregrinación a Roma organizada por la diócesis de Lisieux. La joven, con ingenua audacia, le pidió permiso para entrar en el Carmelo antes de la edad prescrita. El Papa le respondió sencillamente: «Entrarás, si esa es la voluntad de Dios». El anciano Pontífice no podía imaginar entonces que la historia de esa niña iba a marcar el pontificado de sus sucesores. Todos los papas del siglo XX fueron tocados de algún modo por el paso de Teresa. El primero fue Pío XI, que la beatificó en 1923, la canonizó dos años después, y en 1927 la proclamó patrona de las misiones. La historia de Teresa se enlaza especialmente con la del papa Montini, que fue bautizado el mismo día de la muerte de la pequeña hermana de Lisieux. Pero la primera intuición de lo extraordinario de Teresa se debe a Pío X (1903-1914), de quien el próximo 4 de agosto se celebra el centenario de su elección.
Pío X: «La santa más grande de los tiempos modernos»
Habían pasado sólo diez años desde la muerte de Teresa
cuando Pío X recibió el regalo de la edición francesa de la Histoire
dune âme y, tres años después, en 1910, la
traducción italiana de la autobiografía de la santa.
Traducción que había llegado ya a su segunda edición. Pío X
no tuvo ninguna duda respecto a Teresa y por ello aceleró la
incoación de la causa de beatificación, que se fecha en 1914 y
que fue uno de los últimos actos de su pontificado. Pero, ya
unos años antes, hablando con un obispo misionero que le había
regalado un retrato de Teresa, el Papa había dicho: «Esta es la
santa más grande de los tiempos modernos». Una opinión que
podía parecer atrevida, porque Teresa no tenía entonces, al
igual que hoy, sólo estimadores. La sencillez de su doctrina
espiritual, centrada en la absoluta necesidad de la gracia,
hacía arrugar el entrecejo a muchos eclesiásticos. En los
tiempos de un catolicismo embebido de jansenismo, su
espiritualidad centrada en la confianza y en el abandono dócil a
la misericordia de Dios parecía en contraposición con el rigor
de una ascesis basada en la renuncia y en el sacrificio. El eco
de esta sospecha sobre la doctrina de Teresa llegó a
los oídos del Papa, que una vez respondió con decisión a uno
de estos detractores: «Su extrema sencillez es lo más
extraordinario y digno de atención en este alma. Vuelva a
estudiar su teología».
A Pío X le había impresionado, entre otras cosas, una carta que
Teresa había escrito el 30 de mayo de 1889 a su prima María
Guérin, la cual, por escrúpulos de conciencia, no comulgaba :
«Jesús está en el tabernáculo expresamente para ti, para ti
sola, y arde en deseos de entrar en tu corazón [
] Comulga
a menudo, muy a menudo. Este es el único remedio si te quieres
curar». Entonces era una actitud muy difundida el escrúpulo
excesivo a comulgar frecuentemente, y la respuesta de Teresa le
pareció al Papa una exhortación a combatir esta actitud. Es
posible que la lectura de los escritos teresianos influyeran en
los dos decretos de Pío X, Sacra Tridentina Synodus, sobre
la comunión frecuente y Quam singulari, sobre la
primera comunión de los niños.
Benedicto XV: «Contra la presunción de alcanzar con medios
humanos un fin sobrenatural»
Pío X no tuvo tiempo de seguir el camino de la causa de
beatificación. Su sucesor, Benedicto XV (1914-1922), la aceleró.
El 14 de agosto de 1921 publicó el Decreto sobre las virtudes
heroicas de la pequeña Teresa y, por primera vez, un papa usó
la expresión infancia espiritual para referirse a la
doctrina de la santa de Lisieux: «La infancia
espiritual», dijo el Papa, «está constituida por la confianza
en Dios y por el ciego abandono en sus manos [
]. No es
difícil notar los méritos de esta infancia espiritual tanto por
lo que excluye como por lo que supone. Excluye, en efecto, la
soberbia; excluye la presunción de alcanzar con medios humanos
un fin sobrenatural; excluye la falacia de bastarse a sí mismo
en la hora del peligro y de la tentación. Y, por otra parte,
supone fe viva en la existencia de Dios; supone homenaje
práctico a la potencia y misericordia de Él; supone confiada
invocación a la providencia de Aquel, del que podemos obtener la
gracia y evitar todo mal y conseguir todo bien [
] Deseamos
que el secreto de la santidad de sor Teresa del Niño Jesús sea
conocido por todos».
Pío XI: «La estrella de mi pontificado»
Pío XI (1922-1939), más que cualquier otro papa, sintió
durante toda su vida, incluso antes de su elección al trono de
Pedro, una profunda devoción por Teresa. Cuando era nuncio
apostólico en Varsovia, tenía siempre sobre la mesa de su
despacho la Historia de un alma; y lo mismo hizo como
arzobispo de Milán. Durante su pontificado, Teresa fue elevada a
los altares con gran rapidez. Fue beatificada el 29 de abril de
1923; canonizada el 17 de mayo de 1925, durante el Año Santo; el
14 de diciembre de 1927 fue proclamada, junto con san Francisco
Javier, patrona universal de las misiones católicas. Tanto la
beatificación como la canonización fueron las primeras del
pontificado de Achille Ratti. El 11 de febrero de 1923, durante
su discurso con motivo de la aprobación de los milagros
necesarios para la beatificación el Papa dijo: «Milagro de
virtud en esta gran alma, que nos hace repetir con el Divino
Poeta: venida del cielo a la tierra para mostrar el milagro
[
]. La pequeña Teresa se ha hecho también ella una
palabra de Dios [
]. La pequeña Teresa del Niño Jesús
quiere decirnos que es fácil para nosotros participar en todas
las más grandes y heroicas obras del celo apostólico mediante
la oración». A los peregrinos franceses presentes en Roma para
la beatificación de Teresa les dijo: «Aquí estáis a la luz de
esta Estrella como nos gusta llamarla que la
mano de Dios quiso que resplandeciera al comienzo de nuestro
pontificado, presagio y promesa de una protección, que nosotros
estamos experimentando felizmente».
ý la intercesión de Teresa el papa Ratti atribuyó después una
protección especial en momentos cruciales de su pontificado. En
1927, en uno de los momentos más duros de la persecución contra
la Iglesia católica en México, consagró el país a la
protección de Teresa: «Cuando la práctica religiosa quede
restablecida en México», escribía a los obispos, «deseo que
santa Teresa del Niño Jesús sea reconocida como la mediadora de
la paz religiosa en vuestro país». A ella imploró la solución
de la dura contraposición entre la Santa Sede y el gobierno
fascista italiano en 1931, que llevó a la Acción católica
italiana a un paso de la supresión: «Mi pequeña santa, haz que
para la fiesta de la Virgen todo se arregle». La controversia se
resolvió el 15 de agosto de ese mismo año. Ya a finales del
Año Santo de 1925 el papa Ratti había enviado a Lisieux una
fotografía suya en la que había escrito esta elocuente leyenda:
«Per intercessionem S. Theresiae ab Infante Iesu protrectricis
nostrae singularis benedicat vos omnipotens et
misericors Deus». Y en 1937, al final de la larga enfermedad que
padeció en los últimos años de pontificado, dio las gracias
públicamente a aquella «que tan válidamente y de modo tan
evidente ha venido en ayuda del sumo Pontífice y aún parece
dispuesta a ayudarlo: Santa Teresa de Lisieux». No pudo coronar
su deseo de ir personalmente a Lisieux en los últimos meses de
su vida. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial el pontificado
pasaba a Pío XII (1939-1958), que bien conocía y estimaba a la
pequeña santa.
Pío XII: «Hacer valer ante Dios la pobreza espiritual de una
criatura pecadora»
«Hija de un cristiano admirable, Teresa aprendió sobre las
rodillas de su padre los tesoros de indulgencia y de compasión
que se esconden en el corazón del Señor. [
] Dios es un
Padre cuyos brazos están constantemente abiertos para sus hijos.
¿Por qué no responder a este gesto? ¿Por qué no gritarle sin
descanso nuestra inmensa angustia? Hay que fiarse de las palabras
de Teresa, cuando invita, tanto al más miserable como al más
perfecto, a hacer valer ante Dios sólo la debilidad radical y la
pobreza espiritual de una criatura pecadora». Palabras del
radiomensaje del 11 de julio de 1954, con motivo de la
consagración de la Basílica de Lisieux, con las que el papa
Pacelli expresaba el núcleo del camino de la infancia
espiritual indicado por Teresa. El Papa mantuvo durante
toda su vida relaciones epistolares con el Carmelo de Lisieux. El
comienzo de esta correspondencia se remonta a 1929, durante su
nunciatura apostólica en Berlín, cuando envió a Lisieux una
carta de agradecimiento por haber recibido la primera edición
alemana de la Historia de un alma. Luego Pío XI le
encargó que fuera como su enviado al Carmelo de Teresa para
presidir algunas funciones especiales. Cuando fue a Buenos Aires,
en 1934, como legado pontificio en el Congreso eucarístico
internacional, llevó consigo una reliquia de santa Teresa a la
que había confiado su misión. Durante todo su pontificado se
mantuvo en contacto por carta con sor Inés y sor Celina, las
hermanas de Teresa que aún vivían en el Carmelo de Lisieux.
Juan XXIII: «Teresita nos conduce a la orilla»
«A santa Teresa la Grande (Teresa de Jesús, n. de
la r.), la quiero mucho
pero la Pequeña: ella nos
conduce a la orilla [
] Hay que predicar su doctrina, tan
necesaria». Dijo Juan XXIII (1958-1963) a un sacerdote que le
había ofrecido una colección de retratos de Teresita. Angelo
Roncalli estuvo en Lisieux cinco veces, sobre todo en el periodo
de su nunciatura en París, pero también cuando era delegado
apostólico en Bulgaria. Como pontífice habló largo sobre
Teresa durante la audiencia general del 16 de octubre de 1960.
Dijo en esta ocasión: «Grande fue Teresa de Lisieux por haber
sabido, en la humildad, en la sencillez, en la abnegación
constante, cooperar en las empresas y en el trabajo de la gracia
por el bien de innumerables fieles». Al respecto, el Santo Padre,
queriendo dar una similitud apropiada, se complacía en recordar
lo que muchas veces había visto en el puerto de Constantinopla.
«Allí llegaban grandes naves de carga, que no lograban
acercarse a los muelles por las características del fondo del
mar. Así que, al lado de cada gran nave, se veía una pequeña
barca que iba hacia los muelles. Su presencia podía parecer
superflua, a primera vista, pero en cambio era muy útil porque
transbordaba las mercancías a tierra».
Pablo VI: «Nací para la Iglesia el día en que la santa
nació para el cielo»
Durante una vista ad límina del obispo de
Sées, la diócesis en la que nació Teresa, el papa Montini (1963-1978)
dijo: «Nací para la Iglesia el día en que la santa nació para
el cielo. Esto le puede explicar los vínculos especiales que me
unen a ella. Mi madre, que la quería mucho, me hizo conocer a
santa Teresa del Niño Jesús. He leído muchas veces la Histoire
dune âme, la primera vez cuando era joven». En 1938
escribía a las monjas del Carmelo de Lisieux confesando que
«seguía desde hacía mucho tiempo y con vivo interés el
desarrollo del Carmelo de Lisieux». Y añadía «tengo gran
devoción a santa Teresa, de la que conservo una pequeña
reliquia sobre mi mesa de trabajo».
Bastan estas menciones para comprender el profundo vínculo entre
Pablo VI y Teresita. Varias veces, como papa, intervino sobre la
figura y la doctrina de la santa de Lisieux. En 1973, con motivo
del centenario del nacimiento de la santa, escribió una carta a
monseñor Badré, entonces obispo de Bayeaux y Lisieux,
resumiendo en pocas páginas su pensamiento sobre Teresa.
Realismo y humildad son los dos conceptos sobre Teresa que el
papa Montini subraya expresamente: «Teresa del Niño Jesús y de
la Santa Faz nos enseña a no contar sólo con nuestras fuerzas, ya
se trate de la virtud o de la limitación, sino con el amor
misericordioso de Cristo, que es más grande que nuestro corazón
y nos une a la ofrenda de su pasión, al dinamismo de su vida».
En lo tocante a la vida de Teresa, que aceptó el límite humano
y cultural del claustro, ella nos enseña, según Pablo VI, que
«el ingreso realista en la comunidad cristiana, donde estamos
llamados a vivir el instante presente, nos parece una gracia
sumamente deseable para nuestro tiempo». Teresa vivió su camino
personal a la santidad en un ambiente lleno de límites. Sin
embargo, «no esperó, para comenzar a actuar, un modo de vida
ideal, un ambiente de convivencia más perfecto, digamos más
bien que contribuyó a cambiarlos desde dentro. La
humildad es el espacio del amor. Su búsqueda del Absoluto y
la transcendencia de su caridad le permitieron vencer los
obstáculos, o mejor, dicho, transfigurar sus límites».
Pablo VI había subrayado también el tema de la humildad de
Teresa en una audiencia celebrada el 29 de diciembre de 1971:
«Humildad tanto más poderosa cuanto más la criatura es algo,
porque todo depende de Dios y porque la comparación entre todas
nuestras medidas y el Infinito nos obliga a agachar la frente».
En Teresa la humildad no está separada de una «infancia llena
de confianza y abandono».
En un discurso pronunciado el 16 de febrero de 1964, en la
parroquia de San Pío X, el Papa subraya con claridad lo que
había practicado y enseñado santa Teresa del Niño Jesús sobre
la confianza que hemos de tener en la bondad de Dios,
abandonándonos plenamente a su Providencia misericordiosa: «Un
escritor moderno muy conocido termina un libro suyo afirmando:
todo es gracia. Pero ¿de quién es esta frase? No del mencionado
escritor porque la ha sacado y lo dice de otra fuente.
Es de santa Teresa del Niño Jesús. La ha escrito en una página
de sus diarios: Tout est grâce. Todo puede
resolverse en gracia. Por lo demás, también la santa
carmelita no hacía más que recordar una espléndida frase de
san Pablo: «Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum.
Toda nuestra vida puede resolverse en bien, si amamos
al Señor. Y esto es lo que el Pastor Supremo desea a todos los
que le escuchan».
Juan Pablo I: «Con suma sencillez y yendo a lo esencial»
El papa Luciani no tuvo tiempo, en los 33 días de su pontificado,
de hablar de Teresa. Pero lo había hecho en dos importantes
ocasiones cuando era patriarca de Venecia: el 10 de octubre de
1973 dio una conferencia con motivo del centenario del nacimiento
de Teresa, y sobre todo en la carta dirigida a la santa y
contenida en su libro Ilustrísimos. Aquí, Albino
Luciani narra que había leído por primera vez la Historia
de un alma cuando tenía diecisiete años: «Para mi fue
una fulguración», escribe. Y revela la ayuda que Teresa le dio
cuando, siendo un joven sacerdote, había enfermado de
tuberculosis y había sido ingresado en un sanatorio: «Me dio
vergüenza sentir algo de miedo», recuerda Luciani, «Teresa
veinteañera, hasta entonces sana y llena de vitalidad me
decía para mis adentros, fue inundada de alegría y
esperanza cuando sintió subir a su boca la primera hemoptisis.
No sólo, sino que, atenuando su mal, consiguió terminar el
ayuno con régimen de pan seco y agua, ¿y tú te pones a temblar?
Eres sacerdote, despiértate, no hagas el tonto». En la
conferencia de 1973, el futuro Juan Pablo I subrayaba la
profundidad de la enseñanza de Teresa: «Ella, al poseer una
inteligencia aguda y dones especiales, vio claramente en las
cosas de Dios y se expresó también clarísimamente, es decir,
con suma sencillez y yendo a lo esencial». Teresa no buscó
experiencias distintas de las que le ofrecía el cristianismo de
su tiempo. Como escribe el padre Mario Caprioli, no buscó
experiencias extraordinarias: «Confesión a los seis años, la
preparación para la primera comunión la hizo en familia, la
peregrinación que para Teresa fueron muy instructivos,
el monasterio, es decir, la vida religiosa con los votos, la
regla, la austeridad» (M. Caprioli, I papi del XX secolo
e Teresa de Lisieux, p. 349). «Hoy», comentaba al respeto
Luciani, «con la excusa de la renovación, se tiende a veces a
vaciar todas estas cosas de su valor. Teresa no estaría de
acuerdo, creo yo».
Juan Pablo II: Teresa del Niño Jesús doctora de la Iglesia
universal
Al proclamar en 1997 a Teresa de Lisieux doctora de la Iglesia
universal, la tercera mujer que obtiene este título después de
Teresa de Jesús y Catalina de Siena, Juan Pablo II recogió de
hecho la herencia de sus predecesores.
La actualidad de este gesto puede expresarse con las palabras que
monseñor Luigi Giussani dirigió al Papa en la plaza de San
Pedro durante el encuentro de los movimientos eclesiales que tuvo
lugar el 30 de mayo de 1988: «Al grito desesperado del pastor
Brand en el homónimo drama de Ibsen (Oh Dios, respóndeme
en esta hora en que la muerte me traga: ¿no es suficiente, pues,
toda la voluntad de un hombre para conseguir una sola parte de
salvación) le corresponde la humilde positividad de santa
Teresa del Niño Jesús que escribe Cuando soy caritativa,
sólo es Jesús quien actúa en mí ».