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Los papas y Teresita del Niño
Jesús... El milagro de Gallipoli de santa Teresa de
Lisieux... Centenario de Canals (1922-2009)......Aportaciones
urgentes a la teología de la historia...
El caminito de santa Teresa del Niño Jesús
30 Giorni n.º 8 - 2007 En el décimo aniversario de la proclamación de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como doctora de la Iglesia por parte del papa Juan Pablo II http://www.30giorni.it/articoli_id_15365_l2.htm
Consejos y recuerdos de Celina Martín, una de las cuatro hermanas de santa Teresa
El domingo 19 de octubre de 1997 el papa Juan Pablo II tras haberlo anunciado el 27 de agosto en París, durante la XII Jornada mundial de la juventud proclamaba a santa Teresa de Lisieux (nacida en Alençon el 2 de enero de 1873 y fallecida en Lisieux, con solo veinticuatro años, el 30 de septiembre de 1897) doctora de la Iglesia universal. Explicaba el Papa en esa ocasión:
«Con este título, el magisterio desea señalar a todos los fieles, y de modo especial a los que prestan en la Iglesia el servicio fundamental de la predicación o realizan la delicada tarea de la investigación y la enseñanza de la teología, que la doctrina profesada y proclamada por una persona puede servir de punto de referencia, no sólo porque es acorde con la verdad revelada, sino también porque aporta nueva luz sobre los misterios de la fe, una comprensión más profunda del misterio de Cristo».
«Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es
la más joven de los Doctores de la Iglesia», dijo
también el Papa. De los 33 doctores de la Iglesia, Teresa de
Lisieux es la tercera mujer a la que se le ha concedido este
título después de que Pablo VI en 1970 proclamara doctoras de
la Iglesia a santa Teresa de Ávila (Ávila, 28 de marzo de 1515
- Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582) y a santa Catalina de
Siena (Siena, 25 de marzo de 1347- Roma, 29 de abril de 1380).
En los veintisiete años de su pontificado, Juan Pablo II
proclamó doctor de la Iglesia solamente a Teresa de Lisieux.
En el décimo aniversario de aquel acto de magisterio del papa Juan Pablo II, publicamos en estas páginas un capítulo de una colección de escritos de Celina Martín (1869-1959), una de las cuatro hermanas de santa Teresita. Celina, que entró en el Carmelo de Lisieux en 1894 tomando el nombre de sor Genoveva de la Santa Faz, preparó personalmente, en 1951, la clasificación de sus apuntes, procedentes de su diario personal redactado en parte cuando Teresa aún vivía y de sus deposiciones preparadas en vistas de los procesos de beatificación y de canonización. El capítulo que publicamos se titula Espíritu de infancia y está tomado del libro Consigli e ricordi (Città Nuova, Roma, 1973, pp. 47-59) y de Obras completas (Edit. El Monte Carmelo, Burgos, 1964, pp. 1225-1234).
Santa Teresa del Niño Jesús
Cuando durante el proceso el promotor de la fe
me preguntó por qué deseaba la beatificación de sor Teresa del
Niño Jesús, le respondí que era únicamente para hacer
conocer el caminito. Así llamaba a su
espiritualidad, a su sistema de ir a Dios.
Él contestó: «Si habláis de camino la
causa caerá inevitablemente, como ha pasado en varias
circunstancias análogas».
«Pues peor», dije yo, «el miedo de perder la causa de sor
Teresa no me impedirá valorizar el único punto que me
interesa: hacer que sea canonizado su caminito».
Me mantuve firme y la causa no naufragó. Por
eso sentí más alegría cuando Benedicto XV exaltó en
su discurso la «infancia espiritual» que cuando
nuestra santa fue beatificada y canonizada. Aquel día, el 14 de
agosto de 1921, había alcanzado mi objetivo.
Por lo demás, en el Summarium aparece esta respuesta
que di sobre los «dones sobrenaturales».
«Fueron muy raros en la vida de la sierva de Dios. Por mí, preferiría que no fuera beatificada antes que presentar su retrato distinto de cómo yo lo creo en conciencia verdadero Su vida debía ser sencilla para servir como modelo a las pequeñas almas»1.
Nuestra querida maestra nos enseñaba
en todo momento su «caminito».
«Para andar por el caminito», declaraba, «hay que ser humilde, pobre
de espíritu y sencillo».
¡Cómo habría ella gustado, de haberla conocido, esta oración de Bossuet2:
«¡Gran Dios! ..., no permitáis que ciertos espíritus, de los que unos se clasifican entre los sabios y otros entre los espirituales, puedan jamás ser acusados ante vuestro inapelable tribunal de haber contribuido en algún modo a cerraros la puerta de no sé cuántos corazones, por el solo hecho de que vos queríais entrar en ellos de una manera cuya sola sencillez les extrañaba, y por una puerta que, aunque está abierta de par en par por los santos desde los primeros siglos de la Iglesia, ellos, tal vez, no conocían aún suficientemente. Antes bien, haced que, volviéndonos todos tan pequeños como niños, a la manera que Jesucristo lo ordenó, podamos entrar una vez por esta puertecita, a fin de poder después enseñársela a los demás más segura y más eficazmente. Así sea».
No es extraño que en su última hora este gran hombre pronunciara estas conmovedoras palabras:
«Si pudiera recomenzar a vivir, quisiera ser únicamente un niño que da siempre la mano al Niño Jesús».
Teresa supo maravillosamente, con la luz revelada a los pequeños, descubrir esta puerta de salud y enseñársela a los otros. ¿No han fijado, acaso, tanto la Sabiduría divina como la sabiduría humana en este espíritu de infancia «la verdadera grandeza del alma»?
Así lo habían establecido en poderosas
definiciones estos grandes filósofos chinos:
«La virtud madura tiende al estado de infancia». (Lao Tse,
siglo VII a.C.).
«Es grande el hombre que no ha perdido su corazón de
niño». (Meng-Tse, siglo IV a.C)3.
Y también: «Conocer la virtud viril significa progresar siempre
por el camino del bien y volver a la infancia (Tao
Ta-Ching)4.
Para nuestra Santa, este «caminito» consistía prácticamente en la humildad, como ya he dicho. Pero se traducía también por un espíritu de infancia muy acusado.
Teresa a la edad de ocho años con su hermana Celina en
una foto de 1881
Por eso, gustaba ella mucho de hablarme sobre estas sentencias que sacaba del Evangelio:
«Dejad que se me acerquen los niñitos, pues de ellos es el reino de los cielos... Sus ángeles contemplan continuamente el rostro de mi Padre Celestial... Quien se hiciere pequeño como un niño, será el más grande en el reino de los cielos. Jesús abrazaba a los niños después de haberles bendecido»5.
Ella había copiado estas palabras, tal como
las reproducimos, en el reverso de una estampa sobre la que
estaban pegadas las fotografías de nuestros cuatro hermanitos,
que habían volado al cielo en tierna edad. Me la regaló,
guardándose otra parecida en su breviario. Las fotos están
ahora borradas, en parte, por el tiempo.
A estos textos evangélicos había añadido otros, sacados de la
Sagrada Escritura, que le encantaban, y siempre en relación con
el espíritu de infancia:
«Dichosos aquellos a quienes Dios justifica
sin las obras, pues al que trabaja, el salario no se le cuenta
como una gracia, sino como una deuda... Reciben, pues, un
don gratuito los que sin hacer las obras
son justificados por la gracia en virtud de la redención,
cuyo autor es Jesucristo».
«El Señor conducirá a los pastos su rebaño.
Reunirá a los corderitos y los tomará en su regazo»6.
En el reverso de otra estampa grande, había
reunido otras citas escriturísticas, algunas de las cuales
repetían las precedentes. Pero es interesante ver hasta qué
punto esclarecían su camino.
Amaba también muy particularmente otra estampa que representaba
a un niño sentado sobre las rodillas de Nuestro Señor y
haciendo esfuerzos por alcanzar su divino rostro y besarlo. Le
enseñé un recordatorio con la fotografía de una niña, muerta
en tierna edad; ella señaló con su dedo el rostro de la niña,
diciendo con ternura y orgullo: «¡Están todos bajo mi
dominio!», como si previese ya su título de «Reina de
los pequeñitos».
Sor Teresa del Niño Jesús era alta, medía un metro sesenta y
dos, mientras que la Madre Inés de Jesús era mucho más baja.
Yo 1e dije un día: «Si se os hubiese dado a escoger, ¿qué
hubierais preferido: ser alta o baja?».
Y me contestó sin vacilar: «Hubiera escogido ser baja
para ser pequeña en todo».
La Iglesia ha visto siempre en Teresa del Niño
Jesús a la santa de la infancia espiritual. Son numerosos los
testimonios de los papas al respecto. Me limito a citar dos de Su
Santidad Pío XII; el primero cuando era legado a latere de
Pío XI, con motivo de la inauguración de la Basílica de
Lisieux, el 11 de julio de 1937; y el otro diecisiete años
después: «Santa Teresa del Niño Jesús tiene una misión,
tiene una doctrina. Pero su doctrina, como toda su persona, es
humilde y sencilla; se reduce a estas dos palabras: infancia
espiritual, o a esta otra equivalente: caminito».
«Es el Evangelio mismo, es el corazón del Evangelio lo
que ella penetró; pero con qué gracia y frescura: Si
no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los
Cielos (Mt 18, 3)»7.
Sor Teresa del Niño Jesús (segunda fila por
abajo, a la derecha) y sor Genoveva de la Santa Faz
(primera fila por abajo, a la izquierda) en una foto de grupo
sacada el 15 de abril de 1895, lunes de Pascua
Devoción al misterio de la
Encarnación y del pesebre
Festejaba con la mayor piedad todos los años el 25 de
marzo, pues decía ella: «Este es el día en que Jesús,
en el seno de María, fue más pequeño».
Pero amó muy particularmente el misterio del pesebre. Allí le
reveló el Niño Jesús todos sus secretos sobre la sencillez y
el abandono.
Al contrario del heresiarca Marción, que decía con desprecio:
«Quitadme esos pañales y ese pesebre indignos de un Dios»,
Teresa estaba prendada de la humillación de Nuestro Señor al
hacerse pequeñito por amor nuestro. Ella escribía con
gusto sobre las estampas de Navidad que pintaba este texto
de san Bernardo:
«Jesús, ¿quién os hizo tan pequeño? ¡El Amor!».
El nombre de Teresa del Niño Jesús, que le había sido dado a los nueve años, cuando manifestó su deseo de hacerse carmelita, continuó siendo siempre para ella una actualidad, y se esforzó constantemente por merecerlo. Debajo de una imagen del Niño Jesús escribirá más tarde esta oración:
«Oh, Niñito Jesús, mi único tesoro: yo me abandono a tus divinos caprichos; no quiero otra alegría que la de hacerte sonreír. Imprime en mí tu gracia y tus virtudes infantiles, a fin de que el día de mi nacimiento en el cielo, los Ángeles y los Santos reconozcan en mí a tu pequeña esposa: Teresa del Niño Jesús».
Estas virtudes infantiles que deseaba, habían causado antes que su admiración la del austero san Jerónimo, que no fue por eso tachado de puerilidad.
Ladrones del cielo
«Mis protectores del cielo y mis privilegiados
son los que lo han robado como los santos Inocentes y el buen
ladrón».
«Los grandes santos lo han ganado por sus obras; pero yo
quiero imitar a los ladrones, quiero obtenerlo por astucia, una
astucia de amor que me abrirá la entrada, a mí y a los pobres
pecadores. El Espíritu Santo me anima a ello, puesto
que dice en los Proverbios: «¡Oh, pequeñín! Ven,
aprende de mí la astucia!»8.
La morada de los niñitos
Le hablaba yo de las mortificaciones de los santos; ella
me contestó:
«¡Qué bien ha hecho Nuestro Señor con advertirnos de que en la casa de su Padre hay muchas moradas9! De lo contrario nos lo hubiera dicho... ».
«Sí, si todas las almas llamadas a la perfección hubieran debido, para entrar en el cielo, practicar esas maceraciones, él nos lo hubiera dicho, y nosotros, nos las hubiéramos impuesto valientemente. Mas él nos anuncia que en su casa hay muchas moradas. Si hay las de las grandes almas, la de los Padres del desierto y la de los mártires de la penitencia, debe haber también la de los niñitos. Nuestro lugar está reservado allí, si le amamos mucho a El y a nuestro Padre celestial y al Espíritu de Amor».
Sor Teresa del Niño Jesús era, ya se ve, un
alma muy sencilla, que se santificó por medios ordinarios.
Se comprende que la frecuencia de dones extraordinarios en su
vida hubiera sido contraria a los que decía ser los designios de
Dios sobre ella. Su vida había de ser sencilla para servir de
modelo a las almas pequeñas.
Los niñitos no se condenan
«¿Qué haríais le decía yo si pudieseis
volver a empezar vuestra vida religiosa?».
«Me parece», respondió, «que haría lo mismo que he
hecho».
«Entonces, ¿no compartís el sentimiento de aquel solitario que
afirmaba: Aunque hubiese vivido largos años en la
penitencia, mientras me quedase un cuarto de hora, un soplo de
vida, temería condenarme?».
«No, no puedo compartir ese temor; soy demasiado
pequeña para condenarme: los niñitos no se condenan».
Cuadro pintado por Teresa en 1892 y regalado a Celina
Pasar bajo el caballo
Toda desanimada, con el corazón todavía oprimido por
un combate que me parecía insuperable, fui a decirle: «¡Esta
vez es imposible, no puedo sobreponerme!». «Eso no me
maravilla», me respondió. «Somos demasiado pequeñas para
sobreponernos a las dificultades; es necesario que pasemos
por debajo de ellas». Me recordó entonces este
episodio de nuestra infancia: nos hallábamos en casa de unos
vecinos, en Alençon; un caballo nos impedía la entrada al
jardín. Mientras las personas mayores buscaban un modo de pasar,
nuestra amiguita10 no halló otro más fácil que el de pasar por
debajo del animal. Se deslizó la primera, y me
tendió la mano; yo la seguí arrastrando a Teresa, y sin curvar
mucho nuestra pequeña estatura, logramos nuestro objeto.
«Ved lo que se gana con ser pequeña»,
concluyó ella. «No hay obstáculos para los pequeños; se
cuelan por todas partes. Las almas grandes pueden pasar sobre los
negocios, esquivar las dificultades, llegar por el razonamiento o
por la virtud a colocarse por encima de todo; pero nosotras, que
somos pequeñitas, hemos de guardarnos mucho de intentarlo. ¡Pasemos
por debajo! Pasar por debajo de los asuntos es no mirarlos
de demasiado cerca, no razonarlos»11.
Dirigir la intención
Durante su enfermedad, aceptaba los remedios más
repugnantes y los tratamientos más penosos con una paciencia
inalterable, aun dándose cuenta de que era cosa perdida; pero
nunca manifestó la fatiga que se le seguía de ello. Me confesó
que había ofrecido a Dios todos aquellos cuidados
inútiles por un misionero que no tendría ni tiempo ni
medios para cuidarse, pidiendo que todo aquello le fuese
provechoso...
Como yo le manifestase mi pena por no tener tales pensamientos,
me contestó:
«Esta intención explícita no es necesaria para un alma que se ha entregado enteramente a Dios. El niñito, en el seno de su madre, toma la leche maquinalmente, por decirlo así, sin presentir la utilidad de su acción, y mientras tanto vive y se desarrolla; sin embargo, no es ésa su intención».
Y me decía además:
«Un pintor que trabaja para su patrono no necesita repetir a cada pincelada: esto es para el señor tal, esto es para el señor tal.... Basta con que se ponga al trabajo con la intención de trabajar para su patrono». «Bueno es recoger frecuentemente el pensamiento y dirigir la intención pero sin apremio de espíritu. Dios adivina los pensamientos bellos y las intenciones ingeniosas que quisiéramos tener. El es un Padre y nosotros sus hijitos».
«Jesús no puede estar triste a causa de
nuestros regateos»
Yo le decía: «Tengo que trabajar, si no Jesús estaría triste...».
«¡Oh, no! Estarías triste tú. El no puede estar triste a
causa de nuestros regateos12. ¡Pero, qué pena para
nosotros no darle todo lo que podemos!».
Ser santa sin crecer...
Porque era profundamente humilde, sor
Teresa del Niño Jesús «se sentía incapaz de subir la áspera
escalera de la perfección»; por eso se dedicó a volverse cada
vez más pequeña, a fin de que Dios se hiciese completamente
cargo de sus cosas y la llevase en sus brazos, como acaece en las
familias con los niñitos. Quería ser santa, pero sin crecer,
porque así como las pequeñas travesuras de los niños no
contristan a sus padres, así las imperfecciones de las
almas humildes no pueden ofender gravemente a Dios, y sus faltas
no les son tenidas en cuenta, según el dicho de los
Libros Santos: «A los niños se les perdona por
compasión»13. En consecuencia, se guardaba
mucho de desear ser perfecta y de que las demás la
creyesen tal, pues con eso habría crecido, y Dios la dejaría
andar sola.
«Los niños no trabajan para ganarse una posición», decía
ella; «si son buenos, es para complacer a sus padres. Por eso,
no se ha de trabajar para llegar a ser santas, sino para
agradar a Dios».
Las sacristanas del Carmelo de Lisieux en una foto de
noviembre de 1896
Cómo besar el crucifijo
Durante su enfermedad, habiéndome portado
imperfectamente, y arrepintiéndome mucho de ello,
me dijo: «Besa el crucifijo ahora mismo». Yo
le besé en los pies.
«¿Es ahí donde una hija besa a su padre? ¡Pronto,
pronto; se besa el rostro!». Yo lo besé. «Y
ahora se deja una besar». Hube de arrimar el crucifijo
a mi mejilla, y entonces me dijo: «¡Esta vez está bien,
todo queda olvidado!».
El patrimonio de los niñitos
«Nuestro Señor respondía en otro tiempo a la madre de
los hijos de Zebedeo: Estar a mi derecha y a mi izquierda
pertenece a aquéllos a quienes mi Padre se lo ha destinado»14
«Me figuro que estos puestos de elección, rehusados a
los grandes santos, a los mártires, serán el patrimonio de los
niñitos... ¿No hacía ya David esta predicción cuando
dijo que el pequeño Benjamín presidirá las asambleas (de los
santos)?».15
Le preguntaban una vez bajo qué nombre deberíamos invocarla
cuando estuviese en el cielo. «Me llamaréis Teresita»,
respondió humildemente.
-Notas
---------------------------------
1 Par. 2341, p.799
2 Bossuet, final de su opúsculo sobre la Manera
breve y fácil de hacer oración.
3 Citados por Juan Wu Chin-Hioung, antiguo ministro de China
ante la Santa Sede, en el opúsculo Dom Lou, su vida
espiritual; un gran testimonio, página 41. Desclée de Brouwer,
1949.
4 Juan Wu Ching-Hioung, La science de lamour, p.
29
5 He aquí las referencias: Mt 19, 14; Mc 10,
14; Lc 18, 16; Mt 18, 10 y 4; Mc 10,
16.
6 Referencias completas de los dos textos: Rm 4, 4-6; Is 40,
11.
7 Mensaje del 11 de julio de 1954 con motivo de la
consagración solemne de la Basílica de Lisieux.
8 Pr 1, 4.
9 Jn 14, 2.
10 Teresa Lehoux, de cerca de siete años, de la
edad de Celina.
11 La santa se dirigía con estas palabras a las novicias, a
las que les aconsejaba que no analizasen inútilmente las
dificultades.
12 Por «nuestros regateos» [nos arrangements],
santa Teresa del Niño Jesús hacia alusión al espíritu de
infancia. Jesús no puede apenarse por faltas
involuntarias que escapan a la debilidad y fragilidad de las
almas humildes y amantes que confían en él.
13 Sb 6, 6.
14 Mt 20, 23; Mc 10, 40.
15 Sal 67, 28.