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Los papas y Teresita del Niño Jesús... El caminito de santa Teresa del Niño Jesús... Centenario de Canals (1922-2009).....Aportaciones urgentes a la teología de la historia...

El milagro de Gallipoli de santa Teresa de Lisieux

«Pasaré mi Cielo haciendo el bien en la tierra»

Se conmemora [en 2010] el centenario de uno de los milagros más singulares de santa Teresa de Lisieux: el que en 1910 resolvió los graves problemas económicos del Carmelo de Gallipoli y confirmó a la Iglesia la bondad de su “caminito”, abriendo las puertas a su beatificación

30 Giorni 02/03 - 2010 http://www.30giorni.it/articoli_id_22367_l2.htm#
por Giovanni Ricciardi

El 12 de julio de 1897, agotada por la tisis y con la muerte ya cercana, sor Teresa del Niño Jesús le confesaba a la priora, la madre Inés de Jesús, su hermana carnal:

«Nada me queda en las manos. Todo lo que tengo, todo lo que gano, es para la Iglesia y para las almas. El Salvador tendrá que satisfacer todas mis voluntades en el Cielo, porque yo no he hecho nunca mi voluntad en la tierra».

Su hermana le preguntó: «Nos mirarás desde lo alto del cielo, ¿no?».

Teresa, sorprendentemente, respondió:

«No, bajaré».

Diez años más tarde, el texto francés de Historia de un alma, la autobiografía de Teresa, estaba ya sobre la mesa del papa Pío X. Hacía algún tiempo que también se había publicado una traducción no oficial en italiano que terminó en las manos de sor Maria Ravizza, una religiosa que llegó a Lecce en 1905 para dirigir un colegio femenino de su Congregación, las hermanas Marcelinas.

Fue ella quien, en 1908, habló por primera vez con la priora del Carmelo de Gallipoli de esta carmelita de Lisieux que había muerto poco antes en olor de santidad. La madre María Carmela del Corazón de Jesús tenía la misma edad que Teresa y muchos problemas a los que hacer frente en aquella comunidad que ya entonces comenzaba a presentir una crisis económica generalizada en toda Italia que llevó al monasterio al año siguiente casi a la ruina. La priora le pidió prestada la Historia de un alma, se quedó muy impresionada y se lo dio a conocer a las hermanas.
Trescientas liras eran una fuerte suma en 1910. Esta era la deuda acumulada por el monasterio, que las hermanas no eran capaces de pagar con las labores de bordado y la preparación de las hostias para la diócesis. Al principio del año la madre María Carmela, convencida de que la pequeña Teresa la iba a escuchar, decidió celebrar un triduo a la Santísima Trinidad para pedir, con la intercesión de sor Teresa del Niño Jesús, una solución a los graves problemas de subsistencia del monasterio.

«La confianza hace milagros», había escrito una vez Teresa a su hermana Celina, invitándola a rezar siempre, sin cansarse.

Y así, la respuesta a las oraciones de la madre María Carmela no se hizo esperar.
En la noche del 15 al 16 de enero, la priora soñó con una joven carmelita que le sonreía y la invitaba a ir con ella al cuarto del torno, donde se encontraba la cajita con el papel de la deuda:

«Oye», le dijo, «El Señor se sirve de los Celestes como de los terrestres, aquí tienes quinientas liras con las que pagarás la deuda de la comunidad».

La priora protestó diciendo que la deuda era de trescientas liras, pero ella replicó:

«Entonces las otras sobrarán, pero tú no puedes tenerlas aquí en la celda, ven conmigo».

Pensando que soñaba con la Santa Virgen, la madre María Carmela la llamó con ese nombre, pero oyó que le respondía:

«No, hija mía, no soy nuestra Santa Madre, soy la sierva de Dios sor Teresa de Lisieux»

De este modo anticipaba Teresa, atribuyéndose aquel título, la apertura del proceso de beatificación que se estaba preparando y que fue inaugurado el 12 de agosto de aquel mismo año

A la mañana siguiente, en la caja se encontraron efectivamente, para el estupor de toda la comunidad, quinientas liras recién emitidas.

La madre María Carmela se apresuró a escribir a Lisieux una carta (véase más abajo) en la que describía el milagro detalladamente, lo cual llenó de conmoción a la madre Inés de Jesús, sobre todo por un detalle al que la priora de Gallipoli no le había dado toda su importancia: en el sueño, después de entregar el dinero, Teresa se disponía a irse; la priora la detuvo diciendo: «Espere, ¡podría errar el camino!», pero Teresa le respondió:

«No, no, hija mía, mi camino es seguro, ¡no me lo he errado!».

«Ningún milagro me ha asombrado más que este último»
Sor Teresa del Niño Jesús había confirmado de este modo su “caminito”, que ahora podía seguirse sin incertidumbre. La madre Inés respondió de este modo a la priora de Gallipoli el 4 de marzo de 1910: «Mi reverenda y buena madre, imagine con qué gozo hemos recibido su interesante relación. Teresa nos había dicho cuando estaba aquí abajo:

“Si mi camino de confianza y de amor levanta sospechas, os prometo que no os dejaré en el error. Yo volveré para avisaros y, si este camino es seguro, también vosotras lo sabréis”.

Y precisamente a usted, madre queridísima en Jesús, le ha venido a decir este ángel cómo están las cosas:

“Mi camino es seguro y no me lo he errado”.

Quizá le ha dado usted un significado literal a esta frase, pero aquí las cosas son distintas. Lo que admiro, vuelvo a decir, es que Teresa haya venido a decírnoslo precisamente en el momento en se ocupan de su causa, cuando se está estudiando su “camino”. Oh, madre mía, desde su muerte mi pequeña Teresa ha hecho muchos milagros, pero ninguno me ha asombrado más que este último».

También por esto al milagro de Gallipoli le fue reservada una sesión especial del proceso de beatificación. La santa, en los últimos años de su vida, sobre todo en el llamado “manuscrito B”, había condensado la doctrina de su “caminito”, que por su límpida sencillez le merecería, un siglo después, el título de doctor de la Iglesia. De este tema había hablado a menudo también con una joven novicia a la que tenía mucho cariño, sor María de la Trinidad, que también declaró en el proceso. También ella había recibido la promesa de que la avisaría desde el Cielo sobre la bondad de las enseñanzas recibidas:

«Una vez, sor Teresa me preguntó si yo abandonaría, después de su muerte, el caminito de confianza y de amor. “¡Por supuesto que no!”, le dije: “Creo en él tan firmemente que me parece que, si el Papa me dijera que estás engañada, no podría creerlo”.

“Oh”, añadió ella vivamente, “habría que creer al Papa antes que nada, pero no temas que él vaya a venir a decirte que cambies de camino; yo no le dejaría tiempo, porque si al llegar al Cielo me enterase de que te he llevado al error, conseguiría del buen Dios el permiso para venir inmediatamente a avisarte”».

Cuando le pidieron que aclarara el contenido de estas enseñanzas, sor María de la Trinidad explicó:

«Lo que sor Teresa llamaba su “caminito de infancia espiritual” era el tema continuo de nuestras conversaciones. “Los privilegios de Jesús son para los pequeños”, me repetía. Era inagotable sobre la confianza, el abandono, la sencillez, la rectitud, la humildad del niño pequeño, y me lo proponía siempre como modelo. Un día que yo le manifestaba mi deseo de tener más fuerza y energía para practicar la virtud, ella repuso:

"¿Y si el buen Dios te quiere débil e impotente como un niño, crees tener menos mérito? Acepta por lo tanto, vacilar a cada paso, incluso caer, llevar tu cruz débilmente, ama tu impotencia, tu alma no tendrá más provecho que si, transportada por la gracia, logra con entusiasmo acciones heroicas, que llenasen tu alma de satisfacción personal y de orgullo"

En otra ocasión, en que me apenaba aún por mis caídas, me dijo:

"¡Aquí estás aún fuera del caminito! Una pena que abate y desanima viene del amor propio; una pena sobrenatural da más ánimo, da un nuevo impulso para el bien; se es feliz de sentirse débil y misera, porque cuanto más se lo reconoce humildemente, esperándolo todo gratuitamente del buen Dios sin ningún mérito por nuestra parte, más se abaja el buen Dios hacia nosotros, para colmarnos con sus dones generosamente”».

Un milagro que dura un año
Pero el “milagro de Gallipoli” no se limitó al acontecimiento de enero de 1910. A aquel primer “regalo del Cielo” le siguieron otros, y siempre con el objetivo de aliviar las deudas del monasterio. En las entradas de finales de enero se encontró en la caja un superávit inexplicable de veinticinco liras, que se repitió hasta abril.

El mes de mayo, la madre Carmela volvió a ver en sueños a la pequeña Teresa, que la tranquilizó sobre la repetición del milagro y le prometió que encontraría en la cajita un nuevo billete de cincuenta liras. Pero lo que encontraron fue nada menos que tres. En fin, en agosto, aparecieron otras cien liras. En aquel mismo mes se abría en Lisieux el proceso de beatificación.


Para aclarar tantos sucesos misteriosos llegó a Gallipoli el vicepostulador de la causa, monseñor de Teil. La narración de la madre Carmela se mantuvo conforme a la precedente relación enviada a la priora de Lisieux.
Mientras tanto, el obispo de Nardò, Nicola Giannattasio, se enteró de la prodigiosa suma encontrada por la priora. Sabía también que las carmelitas, deseosas de embellecer la pobre iglesia del monasterio, habían comenzado otra vez a invocar a su pequeña hermana de Lisieux para conseguir la suma necesaria, unas trescientas liras. Así que, para testimoniar su devoción hacia Teresa y celebrar el primer aniversario del milagro, a principios del año pensó ofrecer al Carmelo una suma equivalente a la que había sido encontrada el anterior mes de enero. Tomó un billete de quinientas liras y lo metió en un sobre. Metió en él también uno de sus billetes de visita, sobre el que escribió:

«In memorian, Mi camino es seguro, yo no me he equivocado, sor Teresa del Niño Jesús a sor María Carmela, Gallipoli, 16 de enero de 1910. Orate pro me quotidie tu Deus misereatur mei».

En este sobre, que dejó abierto, volvió a escribir «In memoriam». Metió luego el sobre en otro más grande, que cerró con un sello de cera, con sus insignias episcopales. En lugar de la dirección, el obispo escribió esta recomendación:

«Colocar en la cajita de siempre y que la abra la madre priora, sor María Carmela del Corazón de Jesús, el 16 de enero de 1911».

Hizo llegar el sobre al Carmelo y, algunos días después, con motivo del aniversario, se acercó él mismo hasta allí a predicar los ejercicios espirituales.
Nada más llegar, se enteró de que el sobre estaba intacto y que seguía en la cajita donde había sido colocada, según su deseo. La madre Carmela, invitada por el obispo, fue a tomar el sobre, quitó el sello, la abrió y se la pasó a monseñor Giannattasio, que se quedó asombrado de encontrar dentro cuatro nuevos billetes: dos de cien liras y otros dos de cincuenta, por un total de trescientas. El obispo pensó que su billete había sido cambiado por otros de menor valor, pero se quedó asombrado al ver que el billete de quinientas liras seguía en su lugar, en el sobre más pequeño. No le cabía en la cabeza.

La priora entonces afirmó:

«Este dinero es suyo, cuéntelo. Si hay trescientas liras de más, ¿no serán las que la comunidad ha pedido con tanta confianza a sor Teresa?».

No nos asombra, pensándolo bien, que Teresa se sintiera conmovida precisamente por una petición hecha con aquella “tanta confianza”, propia del niño, que representa el propio núcleo de su “pequeño camino”. Y además, también Teresa sabía lo penosa que era la situación de quien no puede pagar sus deudas. En la última fase de la enfermedad había sabido a su pesar que había sido dispensada también del Oficio de difuntos que toda carmelita ha de rezar por las hermanas fallecidas en todos los monasterios del mundo. Y a la madre Inés le había dicho:

«No puedo apoyarme en nada, en ninguna obra mía, para tener confianza. Me hubiera gustado mucho poder decirme a mí misma: estoy en paz con todos mis Oficios de difuntos. Pero esta pobreza ha sido para mí una verdadera luz, una verdadera gracia. He pensado que en toda mi vida no he podido satisfacer una sola deuda mía hacia el Señor, pero que esto era para mí una verdadera riqueza y una fuerza si lo aceptaba. Entonces hice esta plegaria:

“Dios mío, te lo suplico, paga la deuda que tengo con las almas del Purgatorio, pero hazlo como Dios, es decir, infinitamente mejor que si yo hubiera dicho mis Oficios de muertos”.

Me acordé con gran dulzura de aquellas palabras del Cántico de san Juan de la Cruz: “¡Y toda deuda paga!”. Yo siempre había aplicado esto al amor. ¡Siento que una gracia así no se puede devolver! Se encuentra una paz tan grande siendo tan íntegramente pobre, contando sólo con Dios misericordioso».

A este amor, a esta pobreza, a esta paz Teresa había añadido desde el Cielo una caridad superabundante y muy concreta.

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Carta enviada por la priora del Carmelo de Gallipoli a Lisieux en 1910 con la historia del milagro

30Giorni n.º 02-03/ 2010 http://www.30giorni.it/articoli_id_22327_l1.htm

Damos a conocer el texto de la carta enviada por la priora del Carmelo de Gallipoli, madre María Carmela del Corazón de Jesús, a Lisieux, dirigida a la madre Inés de Jesús, hermana de Santa Teresa del Niño Jesús

de Madre María Carmela del Corazón de Jesús

La carta autografiada de la madre María Carmela, priora del monasterio de las Carmelitas Descalzas de Gallipoli, a la madre Agnese, con la historia del milagro;  a la derecha un retrato de Sor María Carmela del Corazón de Jesús
La carta autografiada de la madre María Carmela, priora del monasterio de las Carmelitas Descalzas de Gallipoli, a la madre Inés de Jesús, con la historia del milagro; a la derecha un retrato de Sor María Carmela del Corazón de Jesús

Carmelo de Gallipoli, 25 de febrero de 1910

Muy reverenda Madre Inés de Jesús,
Que la gracia del Espíritu Santo esté siempre en el alma de vuestra reverencia. Amén. 
Le pido disculpas por la demora involuntaria en responder a sus dos apreciadísimas cartas. Muchas circunstancias me han hecho faltar a este deber sagrado y usted, tan buena, ciertamente me compadecerá.
¡Imagínese cuánto cariño he disfrutado con sus escritos y qué afortunada me considero de poder encomendarme a la oración de una hermana mía y hermana carnal de la queridísima sor Teresa del Niño Jesús, mi íntima confidente! Esta hermosa Alma, aunque en el Cielo, goza de estar y hacer el bien en esta tierra, especialmente a las almas pecadoras, así que no se sorprenda, reverenda madre mía, si la querida Sor Teresa, como ángel intercesor con el Corazón de Jesús, se ha dignado conceder un milagro en nuestro monasterio, sirviéndose del ser más abyecto de esta santa comunidad [...]. Por eso le envío el informe en italiano que usted desea, pero guárdelo en privado, ya que en Roma hay un gran documento con la firma no solo de todas las monjas,
¡sino además del ilustrísimo monseñor obispo y de una Comisión de reverendos religiosos entre los cuales incluso la de un santo padre de la Compañía de Jesús!

La noche anterior al 16 de enero de este año, la pasé un poco mal con sufrimientos físicos. Dieron las tres y, casi exhausta, me incorporé un poco en la cama como para refrescarme y me quedé dormida. En el sueño mismo, me pareció sentirme tocada por una mano que, tirando del cobertor, me cubría amorosamente. Creí que una de mis monjas había venido a hacerme caridad, y sin abrir los ojos dije: "Déjame, no me abaniques, estoy toda sudada, esto no es bueno, siento realmente que me falta la vida". Entonces una voz desconocida me dijo:

"No, hija mía, es algo bueno y no te quita la vida". 

Sin dejar de taparme y sonriendo continuó:

"Oiga, el Señor usa de los Celestes como de los terrestres, estas son quinientas liras con las que pagará la deuda de la comunidad”.

Y cuando le respondí que la deuda de la comunidad era de trescientas liras, prosiguió:

"Quiere decir que las otras quedarán de más, mientras tanto no puedes tenerlas en tu celda, ven conmigo".

 Sin responder, pensé: “¿Cómo voy a levantarme toda sudada?”. Y de inmediato penetrando en mis pensamientos agregó con una sonrisa:

“Habrá una bilocación”.

 Y me encontré ya fuera de mi celda en compañía de una joven carmelita, de cuyas ropas y velo resplandecía una luz del Paraíso que nos servía de escolta. Me llevó al cuarto del torno, me hizo abrir una cajita que contenía la cuenta de la deuda de la comunidad y me entregó las quinientas liras. La miré con gozoso asombro y me postré en el acto para agradecerle diciéndole: "¡Santa Madre mía!" Pero levantándome y acariciándome con cariño prosiguió:

“¡No, hija mía, no soy nuestra Santa Madre, soy la sierva de Dios, Sor Teresa de Lisieux…!¡Hoy fiesta en el Cielo, fiesta en la tierra!... ¡siendo el Nombre de Jesús!”.

Yo conmovida, asombrada, sin saber qué decir, más con el corazón que con los labios, dije: ¡Mamma mia! ¡esta violencia continua… no puede continuar más! Entonces la Celeste Monja colocando su mano sobre mi velo como para arreglarlo y con una caricia fraterna se alejaba lentamente. "Espera, le dije, podrías errar el camino". Y con una sonrisa angelical me respondió:

“¡No, no, hija mía, mi camino es seguro y no lo he errado!”.

Me desperté, me sentía un poco demasiado cansada, pero haciéndome fuerza me levanté, fui al Coro, a la Sagrada Comunión, etc… Las monjas me miraban y, al verme en mal estado, querían decididamente llamar al médico. Pasé a la sacristía y encontrando a los dos sacristanas que querían decididamente hacerme ir a la cama y llamar al médico, para evitar todo esto les dije que la impresión de un sueño me había sacudido un poco, y se lo conté con toda ingenuidad. Estas dos monjas me obligaron a ir a abrir la cajita, pero les respondí que no se debe creer en los sueños y que incluso es pecado. Pero su insistencia fue tal que por pura complacencia me acerqué al torno, abrí la cajita y... ¡realmente encontré la milagrosa suma de quinientas liras!

¡Dejo el resto a su consideración!¡Mi reverenda madre, todos nos sentimos confundidos por tanta condescendencia y anhelamos el momento de ver en los altares a la pequeña hermana Teresa y nuestra gran protectora! 
¿Me enviará la vida de ese Ángel en italiano? Se lo agradeceré inmensamente y le estaré eternamente agradecida. Le agradezco de todo corazón la querida figurita que me envió. Que el buen Dios la recompense abundantemente por tanta caridad.
Reciba los más sentidos respetos de toda la comunidad que se encomienda a sus santas oraciones.
¡Y ahora permítame que yo de modo especial le recomiende mi pobre alma! Rezará mucho por mí, estoy segura. ¡Considéreme como una hermana suya (¡aunque muy indigna!) ya que tengo la misma edad que su hermana celestial!
Saludos fraternos a su querida comunidad, mi buena madre, y créanme en el Señor.
De su reverenda humilde, hermana y sierva, 

Sor María Carmela del Corazón de Jesús, rci

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IL MIRACOLO DI GALLIPOLI

«Passerò il mio Cielo a fare del bene sulla terra»

Si celebra il centenario di uno dei miracoli più singolari di santa Teresa di Lisieux: quello con cui, nel 1910, risolse i gravi problemi economici del Carmelo di Gallipoli e confermò alla Chiesa la bontà della sua “piccola via”, aprendo la strada alla sua beatificazione

20Giorni, n.º 02/03-2010 http://www.30giorni.it/articoli_id_22326_l1.htm
di Giovanni Ricciardi

Il 12 luglio del 1897, minata dalla tisi e prossima alla morte, suor Teresa di Gesù Bambino confidava alla priora, madre Agnese di Gesù, sua sorella carnale:

«Non mi resta nulla nelle mani. Tutto quello che ho, tutto quello che guadagno, è per la Chiesa e per le anime. Bisognerà che il Salvatore faccia tutte le volontà mie in Cielo, perché io non ho fatto mai la volontà mia sulla terra».

La sorella le chiese: «Lei ci guarderà dall’alto, vero?».

Teresa, sorprendentemente, rispose:

«No, discenderò».

Dieci anni più tardi, il testo francese di Storia di un’anima, l’autobiografia di Teresa, era già sul tavolo di papa Pio X. Da qualche tempo ne era stata pubblicata anche una traduzione non ufficiale in italiano che finì nelle mani di suor Maria Ravizza, una religiosa approdata a Lecce nel 1905 per dirigere un collegio femminile affidato alla sua Congregazione, le suore Marcelline.

Fu lei, nel 1908, a parlare per la prima volta con la priora del Carmelo di Gallipoli di questa carmelitana di Lisieux morta pochi anni prima in odore di santità. Madre Maria Carmela del Cuore di Gesù aveva la stessa età di Teresa e tanti problemi da affrontare per quella comunità che già allora cominciava a presentire una crisi economica diffusa in tutta Italia e che portò il monastero, l’anno seguente, a un passo dalla rovina. La priora chiese in prestito Storia di un’anima, ne fu fortemente impressionata e la fece conoscere alle consorelle.
Trecento lire erano una grossa cifra nel 1910. A tanto ammontava il debito accumulato dal monastero, che le suore non riuscivano a colmare coi lavori di ricamo e la preparazione delle ostie per la diocesi. Al principio dell’anno madre Maria Carmela, certa che la piccola Teresa l’avrebbe ascoltata, decise di celebrare un triduo alla Santissima Trinità per chiedere, con l’intercessione di suor Teresa di Gesù Bambino, una soluzione ai gravi problemi di sussistenza del monastero.

«La confidenza compie miracoli», aveva scritto una volta Teresa alla sorella Celina, invitandola a pregare sempre, senza stancarsi.

E così, la risposta alle preghiere di madre Maria Carmela non si fece attendere.
Nella notte fra il 15 e il 16 gennaio, la priora sognò una giovane carmelitana che le sorrideva e la invitava a recarsi con lei nella stanza della ruota, dove si trovava la cassetta con il foglio del debito:

«Senti», le disse, «il Signore si serve dei Celesti come dei terrestri, queste sono cinquecento lire con le quali pagherai il debito di comunità».

La priora protestò che il debito era di trecento lire, ma lei replicò:

«Vuol dire che le altre resteranno in più, intanto tu non puoi tenerle in cella, vieni con me».

Pensando di sognare la Santa Vergine, madre Maria Carmela la chiamò con quel nome, ma si sentì rispondere:

«No, figlia mia, non sono la nostra Santa Madre, sono invece la serva di Dio suor Teresa di Lisieux».

Così Teresa anticipava, attribuendosi quel titolo, l’apertura del processo di beatificazione che si andava preparando e che fu inaugurato il 12 agosto di quello stesso anno. Al mattino dopo, nella cassetta furono effettivamente trovate, tra lo stupore di tutta la comunità, cinquecento lire nuove di zecca.

Madre Maria Carmela si affrettò a scrivere a Lisieux una lettera (vedi sotto) in cui descriveva il miracolo nei dettagli e che riempì di commozione madre Agnese di Gesù, soprattutto per un particolare cui la priora di Gallipoli non aveva annesso tutta la sua importanza: nel sogno, dopo aver consegnato il denaro, Teresa si era mossa per andarsene; la priora l’aveva fermata dicendo: «Aspettate, potreste sbagliare la via!», ma Teresa le aveva risposto:

«No, no, figlia mia, la mia via è sicura, né l’ho sbagliata!».

«Nessun miracolo mi ha colpito come quest’ultimo»
Suor Teresa di Gesù Bambino aveva in questo modo confermato la sua “piccola via”, che ora poteva essere seguita senza incertezze. E così madre Agnese rispose alla priora di Gallipoli il 4 marzo del 1910:

«Mia reverenda e buona madre, immaginate con quale gioia noi abbiamo ricevuto la vostra relazione così interessante. Teresa ci aveva detto quando era quaggiù:

Se la mia via di fiducia e di amore è sospetta, vi prometto di non lasciarvi nell’errore. Io ritornerò per avvisarvi e, se questa via è sicura, anche voi lo saprete”.

Ed ecco che proprio a voi, madre carissima in Gesù, quest’angelo viene a dire come stiano le cose:

La mia via è sicura e non mi sono sbagliata”.

Forse non avete dato che un senso letterale a questa frase, ma qui le cose stanno diversamente. Ciò che ammiro, ancora, è che Teresa sia venuta a dirci ciò proprio nel momento in cui ci si occupa della sua causa, dove si sta studiando la sua “via”. Oh, madre mia, fin dalla sua morte la mia piccola Teresa ha fatto molti miracoli, ma nessuno mi ha colpito come quest’ultimo».

Anche per questo al miracolo di Gallipoli fu riservata una speciale sessione del processo di beatificazione. La santa, negli ultimi anni di vita, soprattutto nel cosiddetto “manoscritto B”, aveva condensato la dottrina della sua “piccola via”, che per la sua limpida semplicità le avrebbe meritato, un secolo dopo, il titolo di dottore della Chiesa. Di questo argomento aveva spesso parlato anche con una giovane novizia a lei particolarmente cara, suor Maria della Trinità, che depose anch’essa al processo. Anche lei aveva ricevuto la promessa di essere avvisata dal Cielo sulla bontà degli insegnamenti ricevuti:

«Una volta, suor Teresa mi chiese se avrei abbandonato, dopo la sua morte, la piccola via di fiducia e di amore. “Certamente no!” le dissi: “Ci credo così fermamente che mi sembra che, se il Papa mi dicesse che vi siete ingannata, non potrei crederlo”. “Oh”, soggiunse lei vivacemente: “bisognerebbe credere al Papa prima di tutto, ma non abbiate paura che lui venga a dirti di cambiare via; non gli lascerei il tempo, perché se, arrivando in Cielo, venissi a sapere che ti ho indotta in errore, otterrei dal buon Dio il permesso di venire immediatamente ad avvertirti”».

Richiesta di chiarire il contenuto di questi insegnamenti, suor Maria della Trinità spiegò:

«Ciò che suor Teresa chiamava la sua “piccola via d’infanzia spirituale” era il continuo argomento delle nostre conversazioni. “I privilegi di Gesù sono per i più piccoli”, mi ripeteva. Era inesauribile sulla fiducia, l’abbandono, la semplicità, la rettitudine, l’umiltà del bambino piccolo, e me lo proponeva sempre come modello. Un giorno, in cui le manifestavo il mio desiderio di avere più forza ed energia per praticare la virtù, lei riprese:

“E se il buon Dio ti vuole debole e impotente come un bambino, credi di avere meno merito? Accetta dunque di vacillare a ogni passo, persino di cadere, di portare la tua croce debolmente, ama la tua impotenza; la tua anima ne ricaverà più profitto che se, trasportata dalla grazia, compi con slancio azioni eroiche, le quali riempirebbero il tuo animo di soddisfazione personale e di orgoglio”.

Un’altra volta, in cui mi rattristavo ancora per i miei cedimenti, mi disse:

“Eccovi ancora uscita dalla piccola via! Una pena che abbatte e scoraggia viene dall’amor proprio; una pena soprannaturale ridona coraggio, dà un nuovo slancio per il bene; si è felici di sentirsi deboli e miseri, perché più lo si riconosce umilmente, auscita dalla piccola via spettando tutto gratuitamente dal buon Dio senza nessun merito da parte nostra, più il buon Dio si abbassa verso di noi, per colmarci dei suoi doni con generosità”».

Nel mese di maggio, madre Carmela rivide in sogno la piccola Teresa che la rassicurò sul rinnovarsi del miracolo e le promise che avrebbe trovato nella cassettina un nuovo biglietto da cinquanta lire. Invece, ne furono rinvenuti addirittura tre. Infine, in agosto, comparvero altre cento lire. In quello stesso mese si apriva a Lisieux il processo di beatificazione.

Per chiarire tanti accadimenti misteriosi, giunse a Gallipoli il vicepostulatore della causa, monsignor de Teil. Il racconto di madre Carmela si mantenne conforme alla precedente relazione inviata alla priora di Lisieux.

Intanto, il vescovo di Nardò, Nicola Giannattasio, venne a conoscenza della prodigiosa somma rinvenuta dalla priora. Sapeva anche che le carmelitane, desiderose di abbellire la povera chiesa del monastero, avevano cominciato di nuovo a invocare la loro piccola sorella di Lisieux per ottenere la somma necessaria, circa trecento lire. Così, per testimoniare la sua devozione verso Teresa e festeggiare il primo anniversario del miracolo, con l’inizio dell’anno nuovo pensò di dare in offerta al Carmelo una somma equivalente a quella che era stata trovata nel gennaio precedente. Prese una banconota da cinquecento lire e la mise in una busta. Vi inserì anche uno dei suoi biglietti da visita, sul quale scrisse: «In memoriam, LA MIA VIA È SICURA, IO NON MI SONO SBAGLIATA, suor Teresa di Gesù Bambino a suor Maria Carmela, Gallipoli,16 gennaio 1910. Orate pro me quotidie ut Deus misereatur mei».

Su questa busta, lasciata aperta, riscrisse «In memoriam». La busta fu poi messa dentro un’altra più grande, che venne chiusa con un sigillo di ceralacca, con le sue insegne episcopali. Al posto dell’indirizzo, il vescovo scrisse questa raccomandazione: «Da riporsi nella solita cassettina e da aprirsi dalla madre priora, suor Maria Carmela del Cuore di Gesù, il 16 gennaio 1911». Fece recapitare la busta al Carmelo e, qualche giorno dopo, in occasione dell’anniversario, vi si recò lui stesso per predicare gli esercizi spirituali.

Appena giunto, seppe subito che la busta era intatta e si trovava sempre nella cassettina dove era stata depositata, secondo il suo desiderio. Madre Carmela, invitata dal vescovo, andò a prendere la busta, tolse il sigillo di ceralacca, l’aprì e la passò a monsignor Giannattasio, che rimase sorpreso di trovarvi quattro nuovi biglietti di banca: due da cento lire e altri due da cinquanta, per un totale di trecento. Il vescovo pensò che il suo biglietto fosse stato cambiato con altri di taglia minore, ma rimase stupito nel vedere che la banconota da cinquecento lire era ancora al suo posto, nella busta più piccola. Non se ne capacitava. La priora allora concluse:

«Questo denaro è vostro, contatelo. Se ci sono trecento lire in più, non sarebbe quello che la comunità ha chiesto con tanta fiducia a suor Teresa?».

Non fa meraviglia, a pensarci bene, che Teresa sia stata commossa proprio da una richiesta fatta con quella “tanta fiducia”, che è propria del bambino, e che rappresenta il cuore stesso della sua “piccola via”. E poi, anche Teresa sapeva quanto fosse penosa la condizione di chi non può pagare i propri debiti.

Nell’ultima fase della malattia, aveva appreso con dispiacere di essere stata dispensata anche dall’Ufficio dei morti che ogni carmelitana deve recitare per le consorelle defunte in tutti i monasteri del mondo. E a madre Agnese aveva detto:

«Non posso appoggiarmi a nulla, su nessuna opera mia, per aver fiducia. Così avrei ben voluto poter dire a me stessa: sono in pari con tutti i miei Uffici dei morti. Ma questa povertà è stata per me una vera luce, una vera grazia. Ho pensato che in tutta la mia vita non ho potuto riscattare un solo debito mio verso il Signore, ma che questo era per me una vera ricchezza e una forza se l’accettavo. Allora ho fatto questa preghiera:

“Dio mio, ve ne supplico, soddisfate al debito che ho verso le anime del Purgatorio, ma fatelo da Dio, cioè infinitamente meglio che se io avessi detto i miei Uffici dei morti”.

Mi sono ricordata con grande dolcezza di quelle parole del Cantico di san Giovanni della Croce: “E ogni debito paga!”. Avevo sempre applicato questo all’amore. Sento che una tale grazia non si può rendere! Si trova una pace così grande d’essere integralmente povere, di contare soltanto su Dio misericordioso».

A questo amore, a questa povertà, a questa pace Teresa aveva aggiunto, dal Cielo, una carità sovrabbondante e concretissima.

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Lettera inviata dalla priora del Carmelo di Gallipoli a Lisieux

30Giorni n.º 02-03/ 2010 http://www.30giorni.it/articoli_id_22327_l1.htm

Riportiamo il testo della lettera inviata dalla priora del Carmelo di Gallipoli, madre Maria Carmela del Cuore di Gesù, a Lisieux, indirizzata a madre Agnese, sorella di santa Teresa di Gesù Bambino

di madre Maria Carmela del Cuore di Gesù
La lettera autografa di madre Maria Carmela, priora del monastero delle carmelitane scalze di Gallipoli, a madre Agnese, con il racconto del miracolo;  a destra un ritratto 
di suor Maria Carmela del Cuore di Gesù
La lettera autografa di madre Maria Carmela, priora del monastero delle carmelitane scalze di Gallipoli, a madre Agnese, con il racconto del miracolo; a destra un ritratto di suor Maria Carmela del Cuore di Gesù

Carmelo di Gallipoli, 25 febbraio1910
Molto reverenda madre Agnese di Gesù,

La grazia dello Spirito Santo sia sempre nell’anima di vostra riverenza. Amen.
Le chiedo scusa dell’involontario ritardo nel rispondere alle sue due pregiatissime lettere. Molte circostanze m’hanno fatto mancare a questo sacro dovere e lei, tanto buona, certo mi compatirà.
Si figuri con quanto affetto ho gradito i suoi scritti e come mi reputo fortunata di potermi raccomandare alle preghiere di una sorella germana della carissima suor Teresa di Gesù Bambino, mia intima confidente! Quest’Anima bella, benché in Cielo, gode di trattenersi e far del bene su questa terra, massime alle anime peccatrici, sicché non si meravigli, mia reverenda madre, se la cara suor Teresa, qual Angelo intercessore presso il Cuore di Gesù, si è degnata largire un miracolo nel nostro monastero, servendosi dell’essere più abbietto di questa santa comunità [...]. Le mando quindi la relazione in italiano che desidera, però la tenga lei privatamente, giacché a Roma vi è un gran documento con la firma non solo di tutte le suore, ma ancora dell’illustrissimo monsignor vescovo e d’una Commissione di reverendi fra i quali vi è pure quella d’un santo padre della Compagnia di Gesù!

La notte precedente al giorno 16 gennaio del corrente anno, la passai un po’ male con delle sofferenze fisiche; suonavano le tre ore e, quasi spossata, mi sollevai un po’ sul letto come per rinfrescarmi e mi addormentai. Nel sogno stesso, mi sembrò di sentirmi toccare da una mano che tirando su la coperta mi copriva con amorevolezza. Credetti che una mia suora fosse venuta a prestarmi la carità, e senza aprire gli occhi dissi: “Lasciami, non mi sventolare, vado [sono] tutta sudata, questa non è cosa buona, sento proprio mancarmi la vita”. Allora una voce sconosciuta mi disse:

“No, figlia mia, è cosa buona né ti leva vita”.

Continuando a coprirmi e sorridendo proseguì: “Senti, il Signore si serve dei Celesti come dei terrestri, queste sono cinquecento lire con le quali pagherai il debito di comunità”.

E avendole io risposto che il debito di comunità era di trecento lire, riprese:

“Vuol dire che le altre resteranno in più, intanto tu non puoi tenerle in cella, vieni con me”.

Io senza rispondere pensavo: “Come faccio a levarmi tutta sudata?”. E immediatamente penetrando nel mio pensiero soggiunse sorridendo:

“Succederà la bilocazione”.

E già mi trovai fuori cella in compagnia di una giovane suora carmelitana, dalle cui vesti e dal cui velo traspariva una luce di Paradiso che ci serviva di scorta. Mi condusse giù nella stanza della ruota, mi fece aprire una cassettina ove vi era la nota del debito di comunità e mi consegnò le cinquecento lire. Io la guardai con gioconda meraviglia e mi prostrai in atto di ringraziarla dicendole: Santa Madre mia! Ma sollevandomi e accarezzandomi con affetto riprese:

“No, figlia mia, non sono la nostra Santa Madre, sono invece, la serva di Dio suor Teresa di Lisieux…! Oggi festa in Cielo, festa in terra!… essendo il Nome di Gesù!”.

Io commossa, sbalordita, né sapendo che dire, più col cuore che con le labbra dissi: Mamma mia! queste continue violenze… né potetti più proseguire! Allora la Celeste Suora posandomi la mano sul mio velo come per aggiustarlo e con una carezza fraterna si allontanava lentamente. Aspettate, le dissi io, potreste sbagliare la via. E con un sorriso angelico mi rispose:

“No, no, figlia mia, la mia via è sicura né l’ho sbagliata!”

Mi svegliai, mi sentivo un po’ troppo affaticata, ma facendomi forza mi levai, andai al Coro, alla Santa Comunione, ecc… Le suore mi guardavano e, vedendomi mal ridotta, volevano assolutamente chiamare il medico. Passai dalla sagrestia e trovando le due sagrestane che assolutamente volevano farmi andare a letto e chiamare il medico, per evitare tutto questo dissi loro che l’impressione di un sogno mi aveva un po’ scossa, e lo raccontai loro con tutta ingenuità. Queste due suore mi obbligavano d’andare ad aprire la cassettina, ma io risposi loro che non bisogna dar credenza ai sogni essendo anche peccato. Ma la loro insistenza fu tale che per pura compiacenza andai alla ruota, aprii la cassettina e... trovai realmente la somma miracolosa di cinquecento lire!

Lascio alla sua considerazione il resto! Mia reverenda madre, noi tutte ci sentiamo confuse di tanta degnazione e aneliamo il momento di saper sugli altari la piccola suor Teresa e nostra grande protettrice! Mi vuol mandare la vita di quell’Angelo in lingua italiana? La gradirò immensamente e serberò a lei eterna gratitudine. La ringrazio pure di tutto cuore della cara figurina che mi ha mandato. Il buon Dio la ricompensi largamente di tanta carità.
Gradisca gli ossequi più sentiti dell’intera comunità che si raccomanda alle sue sante preghiere.
E ora permetta che io in modo speciale raccomandi a lei la povera anima mia! Lei pregherà assai per me, ne sono certa. Mi consideri come una sua sorella (benché indegnissima!) giacché conto la stessa età della sua sorella celeste!
Saluto fraternamente la sua cara comunità, mia buona madre, e mi creda nel Signore.
Di sua reverenda umile, sorella e serva,

suor Maria Carmela del Cuore di Gesù, rci