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Fco. Canals:

La teología de la historia del Padre Orlandis, S. I. y el problema del milenarismo
CRISTIANDAD. Marzo-Abril, 1998. Págs. 23-28

Mis recuerdos del padre Orlandis. Acerca de su milenarismo, CRISTIANDAD, mayo-junio de 1999

Mis recuerdos del Padre Orlandis: Pensando hoy su teología de la historia
CRISTIANDAD, nº 861 Abril 2003

Recuerdos y reflexiones actuales sobre la teología de la historia del padre Ramón Orlandis,
...................................... CRISTIANDAD, enero-marzo de 1992, págs. 19 a 23
(Conferencia pronunciada en la clausura de la XXIX Reunión de amigos de la Ciudad Católica.
Poblet, 14 de octubre de 1990. Publicada en
la revista Verbo, núm. 301-302 (1992), págs. 191-201)

La esperanza cristiana en la liturgia de Adviento
CRISTIANDAD, diciembre 1995

La doctrina escatológica del Vaticano II en el Catecismo de la Iglesia católica
CRISTIANDAD, abril-junio 1993

La Iglesia consumada en la escatología intrahistórica de San Buenaventura
CRISTIANDAD, julio-octubre 1983

La salvación viene de los judíos
CRISTIANDAD, diciembre 1965

El reino mesiánico
CRISTIANDAD, diciembre 1969

Mis recuerdos del Padre Orlandis:

Acerca de su milenarismo

Francisco Canals

CRISTIANDAD Al Reino de Cristo por la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María
Año LVI
, nn 815-816, mayo-junio de 1999

Al comenzar a escribir sobre mis recuerdos acerca del tomismo, integrismo y milenarismo del Padre Orlandis, afirmé que, a diferencia de lo que ocurría con el tomismo, durante siglos ausente en la tradición predominante en las escuelas de la Compañía, «las convicciones u opiniones y las actitudes por las que tendían a descalificar algunos al Padre Orlandis como «integrista» o como «milenarista» estaban en íntima relación con corrientes doctrinales y movimientos espirituales secularmente vigentes en la Compañía de Jesús, y que podrían considerarse como providencialmente originados en ella».

No podría decirse que la afirmación doctrinal y práctica de la integridad de la doctrina tradicional católica, o que la convicción esperanzada del designio divino del Reinado universal de Cristo por su Corazón, hayan sido siempre predominantes en el pensamiento y en las tareas de la Compañía de Jesús, la orden que, como me recordaba el Padre Francisco de Paula Solá, S. I., fue fundada por inspiración divina por San Ignacio de Loyola al servicio del Reino de Cristo por su Iglesia. Pero sí que hay que reconocer una conexión intrínseca entre el carisma apostólico del Padre Orlandis y el «encargo suavísimo» del Sagrado Corazón a la Compañía de Jesús.

Puesto que no trato de presentar aquí un estudio documentado, ni una información bibliográfica, sino que intento sólo evocar mis recuerdos, me bastará relacionar con un estudio publicado en 1929 por el jesuita mejicano Francisco Javier Quintana sobre el munus suavissimum, y con un espléndido libro publicado en Roma por el Mensajero del Sagrado Corazón italiano sobre La Festa di Gesù Cristo Re, el contenido del opúsculo Actualidad de la idea de Cristo Rey que editó en 1951 Publicaciones Cristiandad.

En aquel librito pequeño en su formato pero grandioso por su doctrina se contenían trabajos de José-Oriol Cuffí Canadell, Jaime Bofill, Pedro Basil y del propio Padre Orlandis, expresivos de lo más nuclear del espíritu de Cristiandad, nacida de la formación recibida en Schola Cordis Iesu por quienes la fundaron en 1944.

Toda la razón de ser de la revista Cristiandad es la afirmación del Reinado de Cristo en el mundo, tal como se formuló sobre todo en los documentos de León XIII y de Pío XI sobre la consagración del linaje humano al Sagrado Corazón y la institución de la festividad de Cristo Rey.

El Padre Orlandis tenía la convicción, asintiendo a reiteradas enseñanzas pontificias, de que el Reinado de Cristo es el camino único para la justicia y la paz en la sociedad humana. Tenía asimismo la certeza de la esperanza en el cumplimiento de la que Pío XI llamaba «consoladora y cierta profecía del divino Corazón»: «la instauración de todas las cosas en Cristo», la consumación en la plenitud de los tiempos del designio divino del advenimiento del Reino que pedimos en el Padrenuestro (véase Catecismo de la Iglesia Católica, 2818) y con él la «restauración universal de que Dios habló por boca de los profetas» (ibídem, 674).

[CIC 2818 «En la Oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor “a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo” (cf Plegaria eucarística IV, 118: Misal Romano)»].

Que «la esperanza de una realización del Reinado de Cristo sobre la tierra con una perfección mayor que la que ha alcanzado hasta ahora» (1 de abril 1947, p. 146) fuese frecuentemente descalificada como «milenarista» es algo sólo explicable por un gravísimo malentendido.

Este malentendido, que ha durado siglos, pudo darse porque la entrada de los «gentiles» en la Iglesia de Cristo no sólo no fue contemporánea del reconocimiento de Jesús como el esperado Mesías por el pueblo de Israel, sino que, en los designios providenciales la ceguera de los judíos vino a ser ocasión del llamamiento de los gentiles, como afirmó San Pablo dirigiéndose a los romanos (Rom 11, 11-12).

Ya San Justino, filósofo y mártir, reconocía en el siglo II que muchos de los cristianos no esperaban un tiempo futuro en que, restaurada Jerusalén, judíos y gentiles participaran en el cumplimiento de las profecías y promesas a los descendientes de los Patriarcas.

Incluso en San Jerónimo hallamos una confusión de planos entre las interpretaciones y enseñanzas de los «muchos varones eclesiásticos y mártires que dijeron estas cosas», por lo que no se atreve a condenarlas (Sobre Jeremías, cap. 24), con las esperanzas terrenas y camales de «los judíos y nuestros judaizantes, o por mejor decir, no nuestros, porque judaizantes», «los judíos y los herederos del error judío, los ebionitas».

Todavía San Agustín afirma que la calificación de chiliastico o milenario se daba sólo a los «carnales» por los «espirituales». No obstante, en los textos aludidos de San Jerónimo, y en los siglos posteriores, el término milenarismo adquirió una ambigüedad y equivocidad en que se confundían doctrinas totalmente ajenas a la fe cristiana, con otras plenamente ortodoxas, fieles a la verdad de los oráculos proféticos y del Apocalipsis de San Juan.

* * *

Recordaba el Padre Orlandis que la declaración Balfour sobre el «Hogar Nacional Judío» fue vista como anunciando algo que sólo podría ocurrir al fin del mundo: la reunión del pueblo judío en su tierra. Ya entonces tuvo ocasión de discutir contra los prejuicios subyacentes en una comprensión que sólo pensaba en la conversión de Israel como algo que se daría «al fin de los tiempos», en el «juicio final».

En otras ocasiones he escrito en las páginas de esta revista sobre la escatología intrahistórica del Padre Orlandis. Para el objetivo de estos «recuerdos», será más conducente concentrar la atención en algunos puntos significativos que delimitaban bien su actitud.

Primero: supuesta la convicción cierta, que veía enseñada por el Magisterio pontificio, de la consumación del Reino de Cristo en el mundo, advertía contra la confusión de quienes, confundiendo e invirtiendo los ideales y principios cristianos, confunden con el advenimiento del Reino el sedicente progreso humano anticristiano.

Desde el primer número de Cristiandad, se incluyeron los textos pontificios que hablan de nuestra época como la de la «apostasía», la eclosión del «misterio de iniquidad» que culminaría en «el hombre del pecado que se levanta contra todo lo que se llame Dios o reciba culto», el Anticristo, anunciado en el Apocalipsis y en la Epístola de San Pablo a los Tesalonicenses (2, 4).

Segundo: apoyándose en una tradición muy firme y autorizada, juzgaba que la desaparición de «aquello que detiene» el misterio de iniquidad, de que habla San Pablo en la citada epístola, se había realizado en la desaparición del título imperial romano, en 1806, por obra del emperador revolucionario Napoleón Bonaparte.

En la ruina de aquella institución, heredera del cuarto de los reinos profetizados en el libro de Daniel, se concretaba la quiebra del orden jurídico y del principio de autoridad en la antigua Cristiandad occidental, y con ello el desbordamiento de la anomía, o anormalidad en el mundo contemporáneo y en todas las dimensiones de la vida.

Tercero: su visión teológica de la historia, al servicio de la esperanza de lo que llamaría más tarde Karol Wojtyla la «escatología de la Iglesia y del mundo», insistía en el designio providencial. Esta «hora de la tentación que había de sobrevenir sobre todos los habitantes de la tierra», esta «prueba final de la Iglesia», se ordena al cumplimiento de la «instauración de todas las cosas en Cristo».

Cuarto: la conversión de Israel «que la Iglesia espera con los profetas y el Apóstol» (Con. Vaticano II, Nostra aetate,4) no se dará sino después del derribo del imperio del Anticristo. Porque el pueblo de Israel como pueblo recibirá aquel imperio anticristiano y antiteístico como si en él se realizasen sus esperanzas mesiánicas, las que no habían querido reconocer en Cristo. Tal era la interpretación tradicional de las palabras de Jesús en el Evangelio de San Juan:

«Yo he venido en nombre de mi Padre y no me habéis recibido. Otro vendrá en su propio nombre y a éste le recibiréis» (Jn 5, 43).

Quinto: la consumación del Reino, que supone la vuelta de Israel a su Dios, tendrá lugar junto con el cumplimiento de la promesa divina de que se formará

«un solo rebaño y un solo pastor».

El Padre Orlandis citaba a Knabenbauer -que seguía a Cornelio a Lapide en este punto-:

«derribado el imperio del Anticristo, la Iglesia reinará en todas partes, y se hará tanto de los judíos como de los gentiles un solo rebaño y un solo pastor».

Sexto: supuesto que la ruina del imperio del Anticristo no se obraría sino por la «epifanía del Advenimiento del Señor» (II Tes 2, 8) y supuesto también que no se darán tres advenimientos, este advenimiento segundo por el que cesa el imperio del Anticristo en el mundo es aquel por el que Jesucristo viene de nuevo con gloria para juzgar, es decir para reinar en el mundo.

De él habla así San Luis María Grignion de Montfort:

«Así como por María vino Dios al mundo la vez primera en humildad y anonadamiento, ¿no podría también decirse que por María vendrá la segunda vez, como toda la Iglesia le espera, para reinar en todas partes y juzgar a los vivos y a los muertos? ¿Cómo y cuándo, quién lo sabe? Pero, yo bien sé que Dios, cuyos pensamientos se apartan de los nuestros más que el cielo de la tierra, vendrá en el tiempo y modo menos esperado de los hombres, aún de los más sabios y entendidos en la Escritura, que está en este punto muy oscura».

«Al fin de los tiempos, y tal vez más pronto de lo que se piensa… esta Divina Soberana hará grandes maravillas en la tierra para destruir en ella el pecado y establecer el reinado de Jesucristo, su hijo, sobre el corrompido mundo» («El secreto de María», núm. 57).

Séptimo: El Catecismo nos dice ahora que «el Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, no ha llegado todavía a su culminación, por el advenimiento del Rey a la tierra» (Catecismo, núm. 671).

El Padre Orlandis no confundía el cumplimiento de lo anunciado en el Apocalipsis «el reino de este mundo se ha hecho del Señor nuestro y de su Cristo, que reinará por los siglos de los siglos» (Apoc. 11, 15), con un instantáneo «juicio final» con el que cesasen el tiempo y la historia.

Entendía estas cosas según la advertencia de San Agustín, que afirmaba que «el día del último juicio» significa «el tiempo último» cuya duración nos es desconocida, en que Cristo juzgará en el mundo con más plenitud, aunque ya ahora y desde siempre es juez y Señor del mundo (cf. De civitate Dei, XX, cap. 1, núm. 2).

Octavo : el Padre Orlandis entendía que el milenarismo prohibido, incluso en su forma mitigada por el decreto del Santo Oficio de 21 de julio de 1944, hubiera podido ser condenado formalmente como herético. Porque el milenarismo propiamente dicho entendía la segunda venida y el Reino de Cristo en la tierra en la perspectiva de la «visibilidad» del Rey, es decir, interpretando la segunda venida como una vuelta triunfante del Señor a estar visiblemente presente en el mundo: no en cuerpo glorioso, como consta por las Sagradas Escrituras que estuvo en los días desde la resurrección a la ascensión a los cielos, sino con una corporeidad visible empíricamente, del mismo tipo que la que quiso tener desde su nacimiento a su muerte en la cruz.

Noveno : Con esta «visibilidad» del Rey estaba conexa en el pensamiento de los antiguos milenaristas -«herederos del error judío» según San Jerónimo, y «que rechazaban el vino celeste y no querían ser sino agua secular», según San Ireneo-, una comprensión del Reino en el horizonte terreno y mundano que llevó a los dirigentes del pueblo judío al desconocimiento de la salvación que traía a este mundo el Hijo de Dios encarnado.

* * *

El Padre Orlandis había dicho en 25 de octubre 1942, en una serie de conferencias orientadoras de la tarea de los socios de Schola Cordis Iesu, que estaban formando el propósito de fundar la revista Cristiandad:

«Tenemos por cierto que Jesucristo centra en la devoción al Sagrado Corazón el remedio social del mundo actual y que como consecuencia del triunfo de esta devoción ha de venir la época profetizada de paz y prosperidad en la Iglesia, coincidente con el reinado social de Jesucristo».

En la misma revista, en un artículo publicado el 1 de abril de 1947 escribía:

«A quienquiera que haya leído con atención siquiera mediana los números de Cristiandad publicados hasta ahora le habrá debido de entrar por los ojos la expresión insistente de una idea, la reiteración incesante de una esperanza: la idea de la Realeza de Cristo, la esperanza de una realización del Reinado de Cristo sobre la tierra con una perfección mayor que la que ha alcanzado hasta ahora».

A esta convicción cierta llamaba el Padre Orlandis el optimismo nuclear, del que sostenía que «habrían de participar lodos los cristianos» (ibídem). De él distinguía el sistema desarrollado por el Padre Enrique Ramière, y su propio pensamiento en el campo de la Teología de la Historia, al que aludía como «mi sistema».

En cuanto a la «escatología intrahistórica», el sistema del Padre Orlandis difería de aquel del Padre Ramière, y más bien coincidía con el del gran escriturista, su sobrino el Padre Rovira y Orlandis, expuesto en la obra inédita De consummatione Regni Messianici in Tenis, seu de Regno Christi in Terris consummato. [Traducida y editada en el siglo XXI].

Había animado al Padre Rovira a realizar aquel estudio, a la vez que, como me comentó reiteradamente, le recomendaba que evitase el equívoco término de milenarismo, y tratase de dejar plenamente en claro que la presencia subsiguiente a la «venida del Rey a la tierra» (véase Catecismo, núm. 671), es, o bien una «presencia moral», o también, según las disposiciones divinas, una «presencia física gloriosa».

Para afirmar que aquel «Optimismo nuclear» debería ser participado por todos los fieles se apoyaba en el Magisterio pontificio. E incluso en las llamadas «revelaciones privadas», de tan indiscutible influencia en el propio Magisterio y en la liturgia. Advertía que no se da en estos temas ningún texto «definitorio». «Ridículo sería defendernos contra quien sospechara que hacemos intervenir en este problema la infalibilidad pontificia», dice en un artículo publicado en Cristiandad de 15 de junio de 1946.

De su propio pensamiento y de aquel del Padre Ramière escribe allí mismo diciendo: «los que tenemos la discutible esperanza de que hablamos…».

Después de muchos años de estudio personal del tema -en el que fui estimulado y aconsejado después de la muerte del Padre Orlandis, por el Padre Francisco de Paula Solá, que participaba, con el Padre Francisco Segarra S.I., de las convicciones del Padre Rovira- no puedo menos de decir francamente que me parece que, por la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica en 11 de octubre de 1992, se ha entrado en aquella etapa de renovación de la escatología de la que hablaba en 1976 el entonces Cardenal Arzobispo de Cracovia Karol Wojtyla ante Pablo VI.

La escatología de «la culminación del Reino en la tierra» y del «cumplimiento de las esperanzas de Israel en el Segundo Advenimiento» (Cat., 671 y 674) parece mejor explicada por las interpretaciones del Padre Rovira y del Padre Orlandis: a la conversión del pueblo judío se une como algo inseparable la unidad de todos los hombres, que con una sola voz y hombro con hombro adorarán al Dios de Israel (Con. Vaticano II. Nostra aetate, 4).