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Es posible consolar a Dios, así como fue posible que Dios padeciese y muriese en la cruz; y lo es que padezca hoy, porque no aceptamos nuestro bien, que Él nos da, que es su reinado en nuestra alma

El Corazón de Jesús, el Verbo hecho carne, expresa simbólicamente el núcleo de su personalidad, su persona, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, el Verbo.

En la Biblia, el corazón, no significa sólo lo afectivo y lo sentimental, como para los occidentales hoy significa el corazón. Para los hebreos de la época en que se puso por escrito la Biblia, el corazón significa la inteligencia y la voluntad.

Jesús, el Verbo hecho carne, tiene dos naturalezas, divina y humana y una sola persona, divina, la segunda persona de la Santísima Trinidad. De modo que cuando miramos una imagen del Corazón de Jesús, de su corazón de carne, símbolo de su Amor divino y de su persona, miramos la imagen de la persona divina del Verbo hecho carne, de Dios Hijo que ha asumido una naturaleza humana, con su afectividad y con sus sentimientos.

Jesús tiene una sola persona, la divina. Se hizo carne para poder sufrir y morir. Jesús sufrió y murió en su naturaleza humana. Pero quien sufre es la persona. Quien sufre tormentos y la muerte es la persona. Lo mismo que nos pasa a nosotros. Si a uno de nosotros le clavan un clavo en la mano, sufre él, no su mano. Lo mismo Jesús, que en esto es uno de nosotros, sufrió Él, no sólo su cuerpo, no sólo su naturaleza humana, sino Él, su persona, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, el Verbo. Sufrió la muerte en medio de atroces sufrimientos, físicos, morales y espirituales. Uno de la Trinidad padeció y murió (DS 401, Dz 201). Dios sufrió y murió.

Así también Jesús quiere y pide anhelante nuestra compasión por sus sufrimientos, nuestra comprensión, compañerismo y consuelo por sus padecimientos, nuestro reconocimiento y agradecimiento por su amor tan costoso por nosotros. Lo pide y lo quiere anhelante y suplicante con su naturaleza humana, pero es también la persona la que recibe consuelo, compasión, comprensión, compañerismo, reconocimiento y agradecimiento.

Sabemos que Jesús padeció y murió, que el Verbo padeció y murió, que Dios Hijo padeció y murió. Lo sabemos seguro por la fe. Como un dato más seguro que los que nos dan los sentidos. Como un conocimiento más seguro que cualquier cosa que sepamos. Pero es un misterio, no sólo muy grande, sino incomprensible que Dios padeció y murió. La resurrección de Jesús también la sabemos por la fe, a los apóstoles les costó creerlo, de hecho no lo creyeron hasta que no lo vieron, y nosotros lo sabemos por la fe, que nos es dada por la gracia, como una gracia muy grande, pero no es incomprensible que Jesús resucitase. Es el Verbo hecho carne. Es Dios.

El Verbo se hizo carne para sufrir y morir por nosotros. Y padeció y murió por nosotros. Lo sabemos pero no lo podemos comprender. El porqué lo hizo lo sabemos. Fue por el amor que nos tiene y sabemos que es un amor infinito. Dios nos tiene un amor misericordioso que es infinito. Lo sabemos seguro por la fe. También sabemos así, seguro por la fe, que Dios para poder morir por nosotros, se hizo carne y que así padeció y murió Dios en su naturaleza humana, pero sigue siendo incomprensible, no nos cabe en nuestra limitada cabeza, como la Trinidad, como el océano no cabe en el hoyo que el Niño le mostró a san Agustín.

El amor por nosotros de Jesús, el Verbo hecho carne, es el amor infinito de Dios Hijo expresado en la limitada naturaleza humana de Jesús, su limitada voluntad humana y su limitada sensibilidad humana. Lo que en su infinita y todopoderosa naturaleza divina es amor infinito, expresado por su naturaleza humana, por su corazón de carne, es amor con locura. Amor hasta la muerte en medio de los más atroces sufrimientos físicos, morales y espirituales. Y eso para poder reinar en nosotros porque es nuestro bien, vivir según Dios, y no según uno mismo, que es lo que quiere el demonio que hagamos, y de lo que nos libera el reinado de Dios, nos libera del imperio de Satanás.

Y Jesús, el Verbo hecho carne, sufre hoy por nuestras desgracias materiales y espirituales, sufre por el daño en el alma que nos hacen nuestros pecados y por las indignidades humanas y materiales que llevan consigo. Sólo que padece mucho más que nosotros mismos, porque es más consciente y más sensible como hombre y porque es Dios. Y con un inmenso padecimiento actual añadido porque hoy no aceptamos nuestro bien que Él nos da, que es su liberador reinado en nuestra alma, que le costó tantos y tan atroces dolores físicos, morales y espirituales, conseguir que nos fuese accesible.

El corazón

114 El hombre está también en relación consigo mismo y puede reflexionar sobre sí mismo. La Sagrada Escritura habla a este respecto del corazón del hombre. El corazón designa precisamente la interioridad espiritual del hombre, es decir, cuanto lo distingue de cualquier otra criatura: Dios «ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el afán en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin» (Qo 3,11). El corazón indica, en definitiva, las facultades espirituales propias del hombre, sus prerrogativas en cuanto creado a imagen de su Creador: la razón, el discernimiento del bien y del mal, la voluntad libre.220 Cuando escucha la aspiración profunda de su corazón, todo hombre no puede dejar de hacer propias las palabras de verdad expresadas por San Agustín: «Tú lo estimulas para que encuentre deleite en tu alabanza; nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti».221

220Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae, 34: AAS 87 (1995) 438-440.

221San Agustín, Confesiones, I,1: PL 32, 661: «Tu excitas, ut laudare te delectet; quia fecisti nos ad te, et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te».


(Compendio de Doctrina Social de la Iglesia de 2004)

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La devoción al Sagrado Corazón consiste en la reparación y en la consagración. Esto no sólo es la cumbre y síntesis de la virtud de la religión, que es la más alta dentro de la virtud cardinal de la justicia, sino que está enraizado en las tres virtudes teologales. La consagración consiste en hacer, en unión con el Corazón de Jesús en la Eucaristía, lo que Dios quiere, todo lo que Dios quiere, sólo lo que Dios quiere y como y cuando Dios quiere. Es la consigna de santa Maravillas de Jesús. Y es la realización del reinado del Corazón de Jesús, en cada uno, para que venga el reinado del Corazón de Jesús a la vida social en plenitud en el futuro, como nos enseñó a pedir Jesús en el padrenuestro, y como la Iglesia enseña a hacer como fórmula del ofrecimiento de obras de la Red Mundial de Oración del Papa, (antes llamada Apostolado de la Oración) y como fórmula que inserta el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 34). Y es lo que María madre de la Iglesia, madre nuestra, nos dice desde las bodas de Caná: «Haced lo que el os diga».

Y forma parte de la doctrina pontificia la enseñanza de que el culto al Sagrado Corazón de Jesús integra la consagración y no menos la reparación. Y que la reparación consiste a su vez en expiar nuestros pecados por razón de justicia y en consolar a Jesús por razón de amor.

Así lo enseña Pío XI en la Miserentissimus Redemptor (nn, 5 y 10):

"Si lo primero y principal de la consagración es que al amor del Creador responda el amor de la criatura, síguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparación".

"Y si unas mismas razones nos obligan a lo uno y a lo otro, con más apremiante título de justicia y amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de, justicia, en cuanto a la expiación de la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y en cuanto a la reintegración del orden violado; de amor, en cuanto a padecer con Cristo paciente y «saturado de oprobio» y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo".

"¿Cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos? Respondemos con palabras de San Agustín: «Dame un corazón que ame y sentirá lo que digo» (In Ioan. tr.XXVI 4).

Un alma de veras amante de Dios, si mira al tiempo pasado, ve a Jesucristo trabajando, doliente, sufriendo durísimas penas «por nosotros los hombres y por nuestra salvación», tristeza, angustias, oprobios, «quebrantado por nuestras culpas» (Is 53,5) y sanándonos con sus llagas. De todo lo cual tanto más hondamente se penetran las almas piadosas cuanto más claro ven que los pecados de los hombres en cualquier tiempo cometidos fueron causa de que el Hijo de Dios se entregase a la muerte; y aun ahora esta misma muerte, con sus mismos dolores y tristezas, de nuevo le infieren, ya que cada pecado renueva a su modo la pasión del Señor, conforme a lo del Apóstol: «Nuevamente crucifican al Hijo de Dios y le exponen a vituperio» (Is 5). Que si a causa también de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo (Lc 22,43) se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias. Así, aún podemos y debemos consolar aquel Corazón sacratísimo, incesantemente ofendido por los pecados y la ingratitud de los hombres, por este modo admirable, pero verdadero; pues alguna vez, como se lee en la sagrada liturgia, el mismo Cristo se queja a sus amigos del desamparo, diciendo por los labios del Salmista: «Improperio y miseria esperó mi corazón; y busqué quien compartiera mi tristeza y no lo hubo; busqué quien me consolara y no lo hallé» (Sal 68,21).

El consuelo, tal como el propio Jesús pide, es decirle a cada momento que le queremos, que le damos las gracias y que queremos en nosotros su reinado, tan costoso. "Venga a nosotros tu reino".

Y darle a Jesús, el Verbo hecho carne, nuestro corazón, como enseña la Iglesia en su liturgia a pedirle que nos conceda ofrecérselo:

Acepta, Señor,
este sacrificio de reconciliación y alabanza
y concédenos que, purificados por su eficacia,
te ofrezcamos el obsequio agradable
de nuestro corazón
.
Oración sobre las ofrendas de la Misa del 20.06.2021, domingo 12º del tiempo ordinario

Y el mismo Jesús, el Verbo hecho carne, envió a santa Margarita María Alacoque a que nos dijera que su Corazón no puede aguantar más frialdades e ingratitudes y que nos suplica algún retorno de amor, y que para obtenerlo estaría dispuesto a padecer aún más de lo que padeció por nosotros:

La gratitud, como enseña santo Tomás de Aquino, tiene una primera parte que es el reconocimiento del bien recibido. Santa Teresa enseña que para hacer oración un buen método es ir considerando los pasos de la Pasión. De contemplar a Jesús sufriendo por nosotros, puede arrancar nuestro amor por Él, que es lo más alto y principal que se puede hacer y conseguir en esta vida y en la otra. Y que es lo que Jesús nos dice con ansia suplicante que necesita de nosotros.

Santa Teresa del Niño Jesús hizo el objetivo de su vida consolar al Sagrado Corazón de Jesús:

“Quiero trabajar por vuestro solo Amor, con el único objeto de agradaros, de consolar a vuestro Sagrado Corazón y de salvar las almas que os amarán eternamente” (Acto de ofrenda al amor misericordioso).

El método de santa Teresita era desear los mayores padecimientos por Jesús y, mientras los esperaba, ir ofreciéndole alegremente todos los pequeños sufrimientos que le sobrevenían, ofreciéndose como víctima de su Amor.

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Jesús, el Verbo hecho carne, padeció por cada uno de nosotros atroces sufrimientos físicos, morales y espirituales, los padeció en su naturaleza humana, pero quien padece es la persona, y en este caso la persona es divina, es el Hijo, el Verbo de Dios. "Uno de la Trinidad padeció"; es doctrina de la Iglesia (DS 401, Dz 201). Abismo insondable. Inalcanzable para nosotros. Tanto mejor. Es lo satisfactorio. Nada más que Dios nos puede saciar, ni quitarnos la insatisfacción. En cambio esto sí que es una medida buena, apretada, remecida, rebosante (Lc 6,38). Infinitamente rebosante sobre nuestra capacidad de comprensión. Como lo es que Jesús, el Verbo hecho carne padezca hoy atrozmente porque no le damos un retorno de amor, aceptando el don de su reinado, que es nuestro bien y que tanto le costó hacérnoslo accesible. Y aún más inalcanzable para nosotros comprender que, siendo lo que somos, le podemos consolar a Jesús, el Verbo hecho carne, pero Él lo dice y hay que creerle; nos lo pide y suplica y le debemos consolación, expiación y reparación, consagrándonos a Él, aceptando agradecidos el reino de Dios, puesto que la reparación es la consagración al Sagrado Corazón de Jesús.

DS 401 (Dz 201) http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/ffd.htm

JUAN II 533-535

Acerca de «Uno de la Trinidad ha padecido» y de la B. V. M., madre de Dios (1)

 [De la Carta 3 Olim quiem, a los senadores de Constantinopla , marzo de 534]


(1) ACOec. IV, II 206; Msi VIII 803 E ss; Jf 885; Hrd II 1150 C ss; PL, 66, 20 C ss; BR(T) App. I 496 a ss. -- Algunos monjes escitas enunciaron en Constantinopla la proposición: «Uno de la Trinidad ha padecido». De ahí resultó que se los tuvo por
sospechosos de herejía monofisita, y, para defender su propia ortodoxia acudieron a Roma, al pontífice Hormisdas, quien no pronunció juicio alguno sobre el asunto, pero manifestó en su Carta 70 a Posesor [PL 63, 490 ss] que llevaba muy a mal la petulancia de los escitas. Mas como otros monjes, es decir, los acemetas de Constantinopla, impugnaron la proposición en mal sentido, Juan II aprueba la carta del emperador Justiniano en que acusaba a éstos de herejía nestoriana [PL 66, 17 ss] y en otra dirigida a los senadores de Constantinopla decretó sobre el asunto.


401 Dz 201 A la verdad, el emperador Justiniano, hijo nuestro, como por el tenor de su carta sabéis, dio a entender que habían surgido discusiones sobre estas tres cuestiones: si Cristo, Dios nuestro, se puede llamar uno de la Trinidad, una persona santa de las tres personas de la Santa Trinidad; si Cristo Dios, impasible por su divinidad, sufrió en la carne; si María siempre Virgen, madre del Señor Dios nuestro Cristo, debe ser llamada propia y verdaderamente engendradora de Dios y madre de Dios Verbo, encarnado en ella. En estos puntos hemos aprobado la fe católica del emperador, y hemos evidentemente mostrado que así es, con ejemplos de los Profetas, de los Apóstoles o de los Padres. Que Cristo, efectivamente, sea uno de la Santa Trinidad, es decir, una persona santa o subsistencia, que llaman los griegos upostasiV, de las tres personas de la santa Trinidad, evidentemente lo mostramos por estos ejemplos [se alegan testimonios varios, como 
Gn 3,22 1Co 8,6; Símbolo de Nicea, la Carta de Proclo a los occidentales, etc.]; y que Dios padeció en la carne, no menos lo confirmamos por estos ejemplos (t 28,66 Jn 14,6 Ml 3,8 Ac 3,15 Ac 20,28 1Co 2,8; anatematismo 12 de Cirilo; San León a Flaviano, etc.].

Dz 202 En cuanto a la gloriosa santa siempre Virgen María, rectamente enseñamos ser confesada por los católicos como propia y verdaderamente engendradora de Dios y madre de Dios Verbo, de ella encarnado. Porque propia y verdaderamente El mismo, encarnado en los últimos tiempos, se dignó nacer de la santa y gloriosa Virgen María. Así, pues, puesto que propia y verdaderamente de ella se encarnó y nació el Hijo de Dios, por eso propia y verdaderamente confesamos ser madre de Dios de ella encarnado y nacido; y propiamente primero, no sea que se crea que el Señor Jesús recibió por honor o gracia el nombre de Dios, como lo sintió el necio Nestorio; y verdaderamente después, no se crea que tomó la carne de la Virgen sólo en apariencia o de cualquier modo no verdadero, como lo afirmó el impío Eutiques.

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Sufrimientos espirituales de Jesús, el Verbo hecho carne

El peor sufrimiento de Jesús en su Pasión fue el abandono, la desolación, la noche oscura del alma. Él en la cruz dio a conocer su abandono para que lo supiésemos.

Ya durante la oración en el huerto de Getsemaní, Jesús sufrió un miedo indecible ante lo que se le avecinaba. Este miedo, que Él quiso que supiésemos que padeció, signfica que ya no disponía del don de fortaleza; lo que parece indicar que le habían sido eclipsados o retirados los dones del Espíritu Santo.

En el huerto llegó a pedirle al Padre que, si podía ser, pasase de Él aquel cáliz. Se lo pidió con la oración perfecta, que es añadir: "hágase Tú voluntad y no la mía". No podía ser, porque Jesús ya había instituido la Eucaristía. Había dado a comer el pan consagrado diciendo no sólo "esto es mi cuerpo", sino "esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros". Y diciendo no sólo "este es el cáliz de mi sangre", sino "que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados". Y ahora tenía que entregar su cuerpo y derramar su sangre.

Jesús hizo y sufrió todo esto tan atroz, incluyendo el abandono, la desolación, la noche oscura del alma, por amor al Padre con obediencia total hasta la muerte y por amor misericordioso a cada uno de nosotros, para que pudiésemos tener su reino salvador en nuestra alma, para que le pudiésemos tener como rey salvador de cada uno personalmente y de todos colectivamente. Para que pudiésemos hacer la voluntad de Dios, también en la tierra.

Esta fue Su fuerza, el amor más fuerte que la muerte.

Publicado con mi nombre en InfoCatólica 1/04/2018 12:24 PM http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=31933


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Todo esto lo hará Jesús, el Verbo hecho carne, por el infinito amor misericordioso que nos tiene:

"El Hijo de Dios ... no quiso establecer por la fuerza y el temor su imperio sobre nosotros, sino únicamente por el amor... No quiso... emplear más armas que su Corazón. Someter a los pueblos por la fuerza es lo que hacen los conquistadores mortales; pero someterlos solamente con el poder del amor..., he aquí una empresa que sólo un Dios podía concebir [y realizar]. La ha concebido Jesucristo ... y ... está en vías de ejecución. Es la empresa que llamamos el reinado del Corazón de Jesús".
(Henri Ramière: El reinado social del Corazón de Jesús, cit. en Cristiandad de Barcelona, enero de 2021, pág. 26)

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Jesús a santa Margarita María Alacoque le suplicaba que le queramos:

Le refería Jesús a santa Margarita María, en 1674, su exceso de amor a los hombres y que a cambio no recibía de ellos más que ingratitudes:

«Esto, me dijo, me es mucho más sensible que todo lo que sufrí en mi pasión:
»tanto que si me diesen algún retorno de amor,
»yo estimaría en poco todo lo que hice por ellos, y querría, si ello se pudiera, hacer aún más;
»pero no tienen para corresponder a todos mis desvelos por procurar su bien, más que frialdad y rechazo».
(Autobiografía, Cap. V. Vida y obras de Santa Margarita María Alacoque publicadas por J. Mª Sáenz de Tejada, S. I. 2ª ed, 1948. Pág. 118).
(Bougaud: Histoire de la Bienheureuse Marguerite-Marie, pág. 243).

Y que tengamos compasión de Él y participemos en su dolor

A principios de enero de 1681 se presentó Jesús ante santa Margarita María Alacoque cargado con una cruz, cubierto de heridas, y chorreando sangre, mientras decía la divina víctima con voz dolorosamente triste:

«¿No habrá quien tenga piedad de Mí, y quiera compartir y tener parte en mi dolor, en el lastimoso estado en que me ponen los pecadores, sobre todo actualmente»
( P. A. Hamon, S.I.: Vida de la beata Margarita María. Ed. Subirana, 1916, pág 253).

Jesús a santa Margarita María se le quejaba de que nadie le da descanso en su dolor:

"Se me presentó en figura de Ecce Homo, todo desgarrado y desfigurado, y me dijo:
«No he hallado a nadie que haya querido darme un lugar de descanso en este estado de sufrimiento y de dolor»".
(Fragmentos autobiográficos, V. Vida y obras de Santa Margarita María Alacoque publicadas por J. Mª Sáenz de Tejada, S. I. 2ª ed, 1948. Pág. 198).

Y se le quejaba de que nadie se esfuerce en apagar su sed de ser amado en el Santísimo Sacramento

«Tengo sed, pero una sed tan ardiente de ser amado de los hombres en el Santísimo Sacramento, que esta sed me consume; y no hallo nadie que se esfuerce, según mi deseo, en apagármela, correspondiendo de alguna manera a mi amor».
(Carta 133, cuarta de Aviñón, al Padre Juan Croiset, S. I. del 3 de noviembre de 1689. Vida y obras de Santa Margarita María Alacoque publicadas por J. Mª Sáenz de Tejada, S. I. 2ª ed, 1948. Pág. 464).

Estas palabras de Nuestro Señor están recogidas en la Bula de canonización por Benedicto XV de santa Margarita María Alacoque de 13 de mayo de 1920, como percibidas por ella en 1674:

«Siti excrucior, ut in sanctissimo Sacramento me homines colant: at nullus fere mortalis inventus est, qui restinguere sitim meam conetur et amori meo respondere».

«Me atormenta la sed de ser honrado por los hombres en el Santísimo Sacramento; mas casi ningún mortal se ha encontrado que se esfuerce en apagar mi sed y responder a mi amor».

[Se puede ver y copiar
aquí la Bula de canonización tomada de AAS 1920, págs. 486-514, http://www.vatican.va/archive/aas/documents/AAS-12-1920-ocr.pdf]
[Y una traducción a partir del libro de Hilario Marín, S. I., Los Papas y el Sagrado Corazón de Jesús, 1961, págs. 382-395; y de la traducción que viene en el tomo III de la Vida y Obras de Santa Margarita María Alacoque de Mons. Gauthey. Primer Monasterio de la Visitación. Madrid. 1921].

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.. . La civilización del amor es el reinado social del Sagrado Corazón de Jesucristo en la tierra::
El primero que introdujo esta expresión "Civilización del amor" fue el papa san Pablo VI en 1970, el que la desarrolló fue el papa san Juan Pablo II....

La verdadera reparación es la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, para constituir la civilización del amor, que es el reinado del Sagrado Corazón de Jesús, el Verbo hecho carne

. La mayor promesa del Sagrado Corazón de Jesús es la de su reinado..

Jesucristo quiere a toda costa reinar en cada alma porque ese es nuestro bien........Aceptar el reinado de Jesús es ser víctima de su amor.......En vez de tener preocupaciones, expresarle amor a Jesús.......Lo más urgente de todo. ......